Intentando definir la poesía ...


Me he pasado media vida intentando definir la poesía, y debo confesar que no lo he conseguido.
No voy a transcribir aquí la definición que nos da la Real Academia de la Lengua Española o cualquier otra fuente a la que deseemos acudir porque para eso tenemos los diccionarios o nuestro queridísimo Google (que tantas y tantas veces nos salva la piel), así que me limitaré a expresar mi conclusión personal, que como personal que es, puede ser tan válida o inválida como se quiera.
El arte, como cualquier disciplina (ya empieza a fallarnos el lenguaje) que contemple la abstracción, o que intente comunicar más allá del lenguaje, es difícil de “clasificar”, “encasillar”, “compartimentar”, y tantos otros “ar” que sin duda podrían añadirse, y que al final, nos llevan irremediablemente a un callejón sin salida, es decir, es casi imposible de definir. Y lo es porque el concepto mismo de “abstracción” implica el aislamiento conceptual.
Ese aislamiento conceptual nos provoca un K.O. técnico, casi nos imposibilita de cintura para arriba porque atenta directamente contra los mecanismos habituales de nuestra mente. Es el que nos ata de pies y manos, y la capacidad mental del ser humano para poder “deducir”, “intuir” u “oler” la esencia de un concepto, es el único lenguaje que podrá servirnos de apoyo para intentar “torear” el reto de una supuesta definición de la poesía.
Partiendo de esa base, decir que la poesía es la manifestación de la belleza o de los sentimientos por medio de la palabra, me parece, siendo tremendamente amable, muy pobre.
Cada vez que intento abrir la boca para “soltar” un par de frases que se aproximen a lo que entiendo por poesía, sencillamente, fracaso, y aquí sí que el poder de la palabra se sublima y prestando atención, hasta puedo oír el ruido a cristales rotos en los escaparates de mi mente.
Tras muchos intentos, he llegado a la conclusión que aunque parezca una incongruencia, y a riesgo de que alguien sienta deseos de abrirme la cabeza para intentar reprogramar esos circuitos que sin duda alguna salieron con defecto de fábrica, por una vez en la vida, debemos exigir que nos lean nuestros derechos antes de ser lapidados por los adictos al lenguaje y aprovechar nuestra prerrogativa a guardar silencio porque, para hablar de poesía, DEBEMOS “PASAR” OLÍMPICAMENTE DE LA PALABRA. (así, en mayúsculas).

La poesía no puede ni debe explicarse, porque su campo de acción cubre esa explanada donde lo real es lo intangible, donde la palabra se adelgaza hasta convertirse en un mero perfil, un eco, una silueta de su verdadera naturaleza. Nunca llegaremos a la poesía únicamente a través de la palabra; la poesía no ”cuenta”, no “explica”, no “narra”, su idioma es sugerir, invitar al lector a dejar que sus fibras se zarandeen sin intentar identificar cual de ellas lo hace o por qué, provocar que una pupila se dilate, que haya un cortocircuito en los poros de la piel, que el ritmo cardíaco “sienta” de manera primaria, NO CONSCIENTE.

Y aquí hemos llegado al quid de la cuestión, cuando un poema se convierte en poesía se sitúa en “la otra escena”, y allí no nos sirve para nada el consciente, el reto es dejar de considerar ese otro tipo de idioma como animal mitológico y entregarnos sin reservas al poder de los sentidos, porque en realidad, la poesía bien podría ser el lenguaje de una psiquis que está más allá de la razón.
Lo veis? De nuevo lo he intentado, y una vez más, como tantas otras, no he podido conseguirlo.


Marian Ramentol

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