VIRTUDES TEOLOGALES




A veces, nos entusiasmamos tanto con una fecha que cuando lo planeado no sale de la manera prevista , aunque no quieras, no puedes evitar acordarte de la vanidad de Julio César o de la Augusto o la de todos sus antecesores que se empeñaron en hacer negocio con el paso del tiempo olvidándose de la buena vida de la que disfrutaba el hombre cuando el sol y la luna marcaban su Destino y no había de por medio fechas que recordar.

Y sé que no debería tirar piedras sobre mi propio tejado, pero paradójicamente, a pesar de que los relojes tenemos un corazón exacto e insobornable me duele en el alma ver al pobre Tristán engalanado y pálido en este día que se supone que habría tenido que ser de celebración.

Y sé, también, que no debería contar ni los secretos ni las derrotas de otras personas, pero conozco muy bien como se inflan las derrotas ajenas cuando se habla de la victorias propias y Tristán no se lo merece.

Lo miro y veo como su cuerpo delgado se infla y se desinfla a una velocidad de vértigo, bajo el número veintitrés del mes de abril del año 2008 e intuyo por como está viviendo su propia vida su vena aorta que no se va a quedar sentado esperando.

Pero bueno, no adelantemos acontecimientos que igual este chico tiene como fortuna, ser uno de los próximos santos que acogerá el siglo XXI para librarnos a los pecadores de tener que seguir expuestos, ante la atenta mirada celestial de Monseñor Escrivá de Balaguer, y se conforma con su estrepitoso fracaso.

Pero no, sigue respirando agitadamente y dando puñetazos, cada vez más débiles, sobre su mesa de madera noble. Tal vez por solidaridad, debería saltarme mi obligación de marcar las horas y pararme, pero no creo que pueda hacerlo sin ayuda, aunque igual Tristán se cansa de escuchar mi perfecto sonido y me arranca de la pared y me estampa contra el suelo, que por una parte sería una putada pero que me haría sentirme mejor. A fin de cuentas soy, aunque todavía no se lo imagine, su peor enemigo.

Y no es que yo haya hecho nada, aparte de ser existir y tener un oficio desesperante y convertirme en un implacable verdugo para el que no encuentra solución a sus problemas. Ya me gustaría a mí ser una de esas malas réplicas que se pasan el día holgazaneando, pero no señor, yo soy una reliquia con mucho pedigrí, un Morez del Condado de Jura hecho en 1882 y estoy obligado a comportarme siempre de manera impecable.

Por eso me siento tan mal, Tristán ha hecho todo lo posible para que su pequeña editorial sea distinta desde el principio. Ha cuidado hasta el más mínimo detalle. Desde los objetos al nombre, todo ha sido estudiado para apartarse de la línea habitual de las grandes editoriales. Pero me temo que no podrá ser.

Todo ha empezado hace algunas horas, cuando he tenido que marcar las diez de la mañana sobre mi cuerpo del siglo XIX. Ha sido entonces cuando Juani, la secretaría de Tristán ha entrado en su despacho como alma que lleva el diablo.


Tristán, Tristán ¡qué desgracia! ¡qué desgracia!

Llevaba algo en la mano, algo que desde mi posición de comentarista de la escena no he alcanzado a ver en un primer momento.


Bueno, Juani, tranquilízate y dime que es lo que pasa.

Pero ella sólo era capaz de articular esta frase : Tristán, Tristan, ¡qué desgracia! al tiempo que le tiraba sobre la mesa un periódico, en el que he podido leer una cifra escalofriante 1.000.000 junto a la portada de un libro y a una foto de un señor regordete, calvo, con perilla, gafas y pinta de empollón. Entonces el muchacho ha cogido el diario y ha puesto la misma cara que debe poner alguien que se topa con un OVNI y ha empezado a ponerse pálido y a sudar.

Esto será mi ruina—ha dicho, ha cogido la americana y ha salido de la habitación seguido de su secretaria.

Después de presenciar la escena, he continuado haciendo mi trabajo de verdugo, he dejado que todas las horas pasaran por mi cuerpo sin pensar en el porvenir de esta pobre criatura. He dado vida a las once, a las doce, a la una, a las dos y cuando faltaban treinta segundos para que llegaran las tres, he visto como giraba el pomo de la puerta y al instante la cara, aún sin color, de Tristán que ha entrado, se ha acercado hasta la mesa y ha recogido el periódico, con tipo fondón sobre impresionado, ha dado media vuelta y cuando iba a salir ha cambiado de opinión y se ha dirigido hacia la ventana y la ha abierto.

Me he sentido un poco feliz porque a veces el viento, me ha salvado de ser un asesino para las esperanzas ajenas haciendo que mis pesas perdieran su sincronía hasta dejar a mi maquinaria fuera de combate. Enseguida me he dado cuenta de que esta vez no iba a salirme con la mía. Por la ventana abierta sólo ha entrado un feroz bochorno. Seguro que durante su salida, Tristán se ha dado cuenta de que tenía al enemigo en su propia casa y ha pensado que por qué habría de ser sólo él quien estuviera en el infierno.

Su gesto me ha hecho sentirme menos culpable en alguna medida.

Sigo esperando, llegan las cuatro, las cinco, las seis y otra vez el sonido que provoca una mano girando un picaporte. Tristán ha vuelto. Anda hasta su mesa y se sienta. Abre el primer cajón con una llavecita que ha sacado del bolsillo de su traje y saca un libro delgado, pero muy atractivo, con una portada en la que aparece una bombilla apagada bajo la que puede leerse “La oscuridad provisional”. El título me parece magnífico y trato de escrutar el nombre del autor, pero Tristán lo está tapando con su dedo pulgar. Que rollo, detesto jugar a las adivinanzas cuando hace calor. Menos mal que enseguida lo deja sobre la mesa y puedo leer por fin el nombre del autor. Carla Ziur Fonza. El nombre no me dice nada, pero tampoco es nada fuera de lo corriente, los relojes de pared no suelen estar dotados de una gran dosis de intelectualidad. Yo soy un caso aparte, viví durante muchos años en casa de Virgina Wolf y eso a pesar de no ser más que un simple objeto, marca mucho.



Tristán vuelve a levantarse, coge de nuevo la americana y se dirige hacia la puerta. Imagino que no deja de buscar soluciones. Me gustaría tanto poder ayudarle, llamar a todos los relojes a una feroz insurrección pero me temo que no está en mi mano. Porque ssi ni siquiera soy capaz de frenar el ritmo de mis pesas, para que todo parezca solucionable, cómo podría empezar una guerra. Será mejor que desista y me resigne a volver a ser subastado, a abandonar Drones editores.

De pronto alguien chista. Por supuesto me mantengo callado, no creo que nadie en su sano juicio vaya a ponerse a hablar con un reloj de pared por mucha categoría que tenga. Así que sigo a lo mío. Pero chistan otra vez.

Eh, tú, larguirucho—me dice una voz a la que trato de no prestar atención, tal vez no sea más que el calor manoseando mis viejas entrañas metálicas, el que me haga escuchar voces.
Eh, larguirucho, aquí sobre la mesa.

Dirijo una mirada hacía el lugar que reclama mi atención. El delgado y vistoso libro que acaba de sacar Tristán del cajón está tratando de hablar conmigo. No me atrevo a exponerme ante él, no es más que un desconocido, quizás un psicópata de celulosa. De momento guardo silencio.

¿Qué pasa abuelo, estás sordo?— desde luego el niñato sabe como provocar, llamarme abuelo a mí, que lo que soy es un clásico.
¿Quería usted algo, joven?
Querer querer, querría que los aguafiestas como tú no existieran, pero como no va a ser posible, lo que quiero es que me ayudes a sacar a Tristán del lío en que está metido.
Pues usted dirá en que puedo yo colaborar.
Es fácil, imagino que tendrá contacto con los distintos relojes, llamados importantes de esta ciudad, ¿no?
Imagina usted muy bien, pero a un reloj no le está permitido saltarse la reglas, un reloj es un objeto insobornable.
Eso es muy cachi, abuelo, pero es que están en juego los sueños de una persona y digo yo que en ese caso podrá usted saltarse las reglas ¿no?

Me quedo callado un momento. Tiene toda la razón, llevo todo el día pensando en que me encantaría fallar aunque sólo sea una vez en mi vida y que eso arruine mi intachable reputación de ser exacto.

De acuerdo, usted dirá lo que puedo hacer, de que va toda esta historia.
Es sencillo, debe ponerse en contacto con el reloj instalado en el Palacio de Correos, supongo que un reloj tan experimentado como usted, conocerá infinidad de contraseñas. Ha vivido dos guerra mundiales, ¿no?

Me fastidia mucho ese tonito que utiliza, pero no entro en su juego y sigo escuchando.

Perfecto y que tengo que anunciarle.
Es fácil, esta noche a las ocho de la tarde saldrán a la venta un millón de ejemplares de un libro. Ese libro está firmado por un autor de escasa calidad, pero feroz tirón y que casualmente es mi autor, sólo que esta historia la firmó con seudónimo porque está intentando probar suerte con otro tipo de registro literario. Le entregó el manuscrito a Tristán porque estaba seguro de que su editorial se negaría a sacar dos “versiones distintas de un mismo escritor”, y quedó con él en que “La oscuridad provisional” saldría a la venta una hora antes que el best seller y que la identidad del autor sería un secreto hasta la rueda de prensa posterior en la que presentarían ese prodigio del marketing que había sido la novela entregada a la gran editorial.


Todo aquello sonaba bastante extraño. ¿Qué más le daba a Tristán aquello? ¿En que podía perjudicarle? No quería preguntar, no era ningún tonto, sólo estaba un poco desfasado. El tiempo en que conviví con escritores y editores estaba bastante mal visto ese oficio, así que no lograba entender la demoledora política editorial de estos días. Al final no pude evitar preguntarle.

—Perdone pero no entiendo en que puede perjudicar esta circunstancia al muchacho.

Pues muy sencillo, en ningún momento el autor le advirtió sobre la cantidad de ejemplares y ante eso, sea cual sea mi calidad o la de otros libros, nada puede hacerse.
Y qué quiere que haga.
Debe usted convencer a ese reloj para que al menos se retrase durante una hora,
es decir, que a las ocho en punto siga marcando la siete y así sus campanadas puedan despistar a la gente y no asista nadie a la segunda presentación.
—No creo que haya mayor problema, esa reloj me debe algunos favores,
le salvé la vida con un aviso durante la Guerra Civil Española, es pan comido. Pero la gente tiene reloj propio, no sé si va a resultar bien su plan.

Bueno, si nosotros fuéramos personas de quién cree que nos fiaríamos más ,de un reloj que lleva varios siglos de conducta intachable o de un imperfecto reloj de pulsera. Piénselo.—tenía razón, pero no se lo dije— y ahora a esperar a que vuelva Tristán y me coloque en la cajas que llevará a la antigua sede de Correos. Allí haré el resto.

“La oscuridad” se calló al ver como volvía a moverse el pomo de la puerta. Eran las seis, apenas tenía tiempo de ponerme en contacto con mi objetivo. No iba a ser difícil, Drones editores, estaba ubicada en el último piso del inmueble colindante con el antiguo Palacio de Correos. Así que sólo tenía que duplicar el sonido del carillón. Esperaba acordarme, no lo utilizo desde el año 1.939. Estoy bastante nervioso, nunca había sido muy proclive a andar metido en líos, pero el muchacho lo valía. Así que hice memoria, contuve la respiración y a las pesas no les quedó mas remedio que obedecer mi orden. Espero que Matildita, la reloj de ese edificio, recuerde la contraseña, seguro que sí, siempre fue al reloj más inteligente de Madrid. Enseguida llega su respuesta, pero como Tristán estaba allí no podía avisar de ninguna forma a “la oscuridad”.
Imaginé que se habría dado cuenta , cuando la vi “caerse” desde la mano del chico hasta el suelo. Seguro que aquella habría sido su contraseña. Tristán recogió el libro lo metió en su caja correspondiente, la cogió y salió de la habitación. Estaba a punto de dar las siete. Me alegré de que Matildita fuera adelantada y supe que había recibido mi mensaje cuando escuché como marcaba de nuevo las seis. Misión cumplida. Todo marchaba. Al momento, y gracias a que Tristán se olvidó de cerrar la ventana, pude escuchar como alguien a través de unos altavoces anunciaba, la presentación del best seller para dentro de una hora. Todo estaba preparado para que “La oscuridad” llevará a cabo su plan.

No volví a escuchar nada más durante un largo rato, exactamente hasta que el ruido de los coches de bomberos y las ambulancias se mezclaron en la Plaza de Cibeles. No supe lo que había pasado hasta la mañana siguiente cuando la policía subió para interrogar a Tristán. Al parecer, la presentación de “La oscuridad provisional” había sido un éxito, aquel halo de misterio acerca de la “autora” había abarrotado la sala de gente pero se había alargado más de la cuenta, tan sólo unos minutos, pero los suficientes para que “Matildita”, no pudiera seguir fingiendo y se viera obligada a dar las ocho en el reloj, lo que supuso una desbandada que dejó con la palabra en la boca a editor y presentadora, en el momento en que desvelaban la maniobra del escritor súper ventas. Al ver aquello, el libro delgado y vistoso que me había metido a mí en aquel lío, no quiso darse por vencido y al ver dos pares de candelabros sobre la mesa en la que había dejado la caja Tristán, pensó que tenía que hacer algo. Así que se dejó caer y tiró uno de los candelabros sobre el camino de mesa. Enseguida comenzó a arder, pero aquella sala estaba detrás y nadie se había percatado del incidente. Pronto la mesa, había ardido dejando al descubierto varias cajas que contenían ejemplares del best seller que por supuesto fueron pasto de las llamas. Escuchaba al policía atónito y pensé en la suerte que había tenido al haber colaborado en aquella empresa. Lo peor de todo es que mientras que aquello sucedía, la presidenta de la Comunidad de Madrid, que había llegado con antelación al acto que presentaría el Best seller y que se había sentido indispuesta todo el día, estaba en el baño anexo a la sala y había perecido a causa de la inhalación de humo. Junto a ella, había muerto calcinado el Presidente de la Conferencia Episcopal que al echarla de menos había acudido en su auxilio. El obispo había corrido peor suerte que la Presidenta, las faldas en llamas de la mesa se había enamorado de manera inesperada del vuelo de su sotana y su cuerpo había quedado completamente irreconocible. Le había salvado de ser un muerto más el ostentoso anillo que lucía en su mano derecha. Pobre Eminencia, haberse olvidado, en el momento más inoportuno, de esa expresión que nos advierte de que “Por la caridad entra la peste”. No era momento de hacer leña del árbol caído, más bien achicharrado, pero lo malo de tener tantos años es la cantidad de refranes que conoces y la imposibilidad de no utilizarlos hasta en los momentos más dramáticos.

Por eso al escuchar la noticia, de boca del mismísimo Comisario Jefe de Policía de la Comunidad de Madrid, pensé que de haberse sabido mi participación en los hechos, mi intachable conducta de tres siglos se hubiera ido a hacer puñetas, pero a pesar de aquel desagradable incidente, estaba tranquilo, no había sido yo quien se había sacado de la manga “inventos” como el de David y Goliat o el de Caín y Abel ni la Ley del Talión. No había estado bien, pero sentía una especie de novedoso cosquilleo en mis metálicas entrañas, algo así como satisfacción por haber hecho un poco de justicia, una justicia pasajera, pero justicia a fin de cuentas. Mañana las máquinas volverían a imprimir los ejemplares defenestrados, quizás un millón más y “La oscuridad provisional” no sería más que una anécdota en las estanterías.

Pero como diría otra gran heroína de la historia del best seller: “Mañana sería otro día”


Sonia Fides

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2 Comentarios

  1. Sorna, humor, ironía, creatividad, ...un relato muy logrado de este carismático personaje atemporal, un Arsenio Lupin español y castizo, deidad bufa de marginada hélade que asiste piadoso a las vanidades de los humanos, felicidades por el relato, Sonia, saludos cordiales, RF

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  2. Muy buen realato, Sonia... como es habitual, te quedas atrapado en ellos deseando el desarrollo.

    Un abrazo, nuevamente

    Bea

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