LA SOMBRA DEL ALGARROBO de Amerigo Iannacone. Traducción de Carlos Vitale.

Nuestro colaborador Carlos Vitale, escritor, poeta y traductor de numerosos autores italianos y catalanes, que cuenta en su haber con diversos Premios de Traducción como “Ultimo Novecento”, 1986, “Ángel Crespo”, 2006, “Premio de Traducción del Ministerio Italiano de Relaciones Exteriores”, 2003, “Val di Comino”, 2004, nos presenta a Amerigo Iannacone y su obra La Sombra del Algarrobo.


Breve introducción del autor. Biografía.


Amerigo Iannacone nació en Venafro (Isernia, Italia) el 17 de mayo de 1950. Es el fundador y director de la publicación mensual literaria y cultural “Il Foglio Volante - La Flugfolio”, editado en italiano y esperanto. Sus poesías han sido traducidas al francés, chino, griego, inglés, rumano, albanés, español, alemán y esperanto. Entre otros libros de poesía, ha publicado: Pensieri della sera (1980), Dissolvenza incrociata (1983), Eterna metamorfosi - Eterna metamorfozo (con traducción al esperanto del autor, 1987), Ruit hora (1992), Mater (1995), Ruit hora (con traducción al francés de Paul Courget, 1995), Estaciones - Stagioni (haikus, con traducción al español de Carlos Vitale, 2001) y L'ombra del carrubo - L'ombre du caroubier (con traducción al francés de Paul Courget, 2001).
En 2000 ha aparecido el opúsculo Le Testimonianze di Amerigo Iannacone de Aldo Cervo.


LA SOMBRA DEL ALGARROBO

Traducción de Carlos Vitale


Prólogo de Ida Di Ianni:


Tres años después. Con el corazón frío, se diría. El dolor, lentamente atenuado por el tiempo, guía las palabras del poeta, que no se lamenta: dialoga en silencio y en el tumulto de los pensamientos se abandona a los recuerdos, imprimiendo sobre el papel los ríos de versos sucesivos a la muerte repentina de su padre, Michele, de ochenta y cinco años, ocurrida el 29 de setiembre de 1997, en la serena quietud de los olivos de Venafro.
El corazón de Amerigo Iannacone aún llora, conmovido autor de los 36 fragmentos líricos que componen La sombra del algarrobo.
La sombra del algarrobo, que ha suscitado mis sinceras lágrimas, no es más que la historia del mundo. La historia de cada uno: las personas queridas -antes o después- inevitablemente nos abandonan y el desgarro mismo de la pérdida, unido al indecible desconcierto que nos coge ante una habitación vacía, un sitio libre en la mesa o la sombra de un algarrobo, que “Vanamente / se expande por el suelo”, deja día tras día espacio a una lacerante melancolía, que en Iannacone se tiñe de diversas tonalidades, tocando humanamente también aquélla de la añoranza.
¿Quién puede decir que no siente añoranza, que se ha comportado siempre como habría querido o que ha dicho en cualquier circunstancia aquello que sugería su corazón?
También el poeta es ante todo un hombre e Iannacone no es una excepción. “Y yo que nunca te había / visto deshacerte en llanto / no supe confortarte, / no supe / ni siquiera hablarte” (XXII), confiesa el hijo al padre entonces en el hospital. Ésta es sólo la primera de la secuencia de confesiones tardías de Iannacone. Así en la sección Ausencia el poeta hace un triste mea culpa: “En todo nuestro trajín / no conseguíamos reservar / un instante para ti” (VII); “nosotros, absorbidos por las cosas más banales, / por los papeles / por el periódico / por la televisión, / no te prestábamos / ninguna atención” (X); “Para nosotros tu presencia / caía en la indiferencia” (XI). La redención inmediata, en cambio, la voz de la conciencia no concede tregua en Presencia, cuando Iannacone vuelve a meditar sobre sus “inútiles urgencias” y sobre la cotidiana e imparable carrera del tiempo, “con la ilusión de que el tiempo / sería siempre mucho. / Y he aquí que el tiempo / -tiempo de momentos no vividos- / ha acabado” (XXV). “Ahora / que tu tiempo ha terminado / aún tengo / un remordimiento / más” (XXVI), sentencia implacablemente un poeta aniquilado.
A Iannacone no le basta con escribir en Epitafio: “Siempre / estarás con nosotros / en el tiempo / cotidiana presencia / nuestro guía vigilante / nuestro ángel guardián”, y transcribir para cada poesía el día, mes y año de composición a modo de epígrafe perenne. No le basta con aceptar la partida de su padre -en efecto, el poeta no dice “has muerto” o “nos has dejado”, sino sólo “has partido”-, o su ya no ser. ¡Paradójicamente el ángel Michele adquiere más forma de muerto que de vivo! El poeta escribe por instinto “Y te veo. / Te veo en las actitudes verdaderas / que me resultaban / tan habituales / que no te veía / cuando estabas” (III). Aquí no se puede dejar de notar la contraposición entre el “Te veo” de hoy y el “no te veía” de ayer, al igual que la insistencia del sucesivo concepto de alteridad de la vida, que impregna los versos de la sección Ausencia. El poeta debe de haberse demorado ante el espejo, haber fruncido la frente y derramado una lágrima antes de escribir a la manera de una profecía: “Y las estaciones / se dibujarán aún más / en el rostro, / se blanquearán aún más los cabellos, / y mi frente / y mi paso / serán cada vez más / los tuyos” (XIV). La asimilación vida-herida está en cambio en los versos “Y cuando vuelva la primavera / con el despertar de la vida / no será como era: tendrá una herida” (XII), versos en los que el poeta se abandona a la rima, que parece casi casual entre versos sueltos.
“Ya no te veré / a la sombra del algarrobo” (XIII) puede decirse verosímilmente la clave de lectura de la colección. El algarrobo es el árbol de las Leguminosas, que, plantado hace años por el mismo poeta, adorna el patio de entrada de la casa de Iannacone y a menudo ha ofrecido al anciano Michele momentos de agradable frescura en el calor estival. Este árbol hoy está “desolado, / desencantado” y los pájaros madrugadores, que, temprano, “despiertan a toda la familia. / Pero tú que duermes en otra parte / no te despiertas” (XVIII), “Fingen que no pasa nada, / fingen / que todo es como antes” (XV).
No hay nada más engañoso para los nuevos días del poeta. Ahora que “también la ausencia / se ha convertido / en presencia” (XXVII), ahora que el tiempo ha vuelto a abrazar vertiginosamente al poeta y cada cosa, “a quien sabe oír”, le habla del extinto Michele, más que nunca palpita el corazón del padre en el del hijo. Y el cabello, y las arrugas y la fisonomía del padre: “He visto / tu rostro / de repente. / Esta mañana / en el espejo” (XXXV). El poeta es incrédulo, no hay ninguna señal de consternación, porque es sólo “el eterno / alterno recorrido de la edad”, que Amerigo Iannacone ya había lúcidamente afrontado en la colección Ruit hora de 1992-1996 y resuelto en la serena aceptación del tiempo que “Se desliza inexorablemente / y nos deja insatisfechos de lo vivido”.
El regreso a la vida -la de las acuciantes banalidades- es, pues, el epílogo natural para el poeta y para el hombre, por lo que “Non omnis moriar”: “Quizá jamás / me abandone / el pensamiento de ti”.
Extrema reserva, el “quizá”. Humanamente hablando.

Septiembre de 2000

LA SOMBRA DEL ALGARROBO


A LOS OCHENTA Y CINCO AÑOS

A los ochenta y cinco años
se ha vuelto un niño.
Se emociona
por cualquier pequeño gesto
por un retorno de los pensamientos
a los amigos
de otro tiempo
a las horas felices,
a los momentos más verdaderos,
a los años más negros,
por un recuerdo triste,
por una alusión,
por un silencio.
Lo conmueve una buena película
e incluso un anuncio acertado.
Como un niño
se pone melancólico
si es desatendido.
En el eterno
alterno recorrido de la edad,
círculo misterioso,
en el hijo,
y quizá en el nieto,
sueña con la figura de su padre.

(Primavera de 1997)


EPITAFIO

Siempre
estarás con nosotros
en el tiempo
cotidiana presencia
nuestro guía vigilante
nuestro ángel guardián.

(22.11.1997)

AUSENCIA

I

Te ha sido dispensado otro invierno
después de aquellos, gélidos, de los muros ancestrales
después de aquellos largos de la prisión
después de aquellos duros de la soledad.
Has partido
el 29 de setiembre,
aferrado al último calor
del verano que muere.

(15.12.1997)

II

Nosotros que nunca tuvimos
ángeles guardianes
que velaran sobre nosotros,
ahora lo tenemos.
Y añoramos
el tiempo sin
ángeles, pero con tu presencia.

(11.12.1997)

III

Ya sé que no estás
pero no puedo dejar
de volverme a mirar cuando paso
por delante de tu habitación.
Y te veo.
Te veo en las actitudes verdaderas
que me resultaban
tan habituales
que no te veía
cuando estabas.

(29.12.1997 - 23:55)

IV

Aún tengo en la retina
la expresión que había quedado en tu rostro
del esfuerzo que hacías
para levantarte, sorprendido
por el desmayo,
cuando cedió tu corazón.

(29.12.1997)

V

Fiel a tu estilo de vida,
humilde, silencioso,
nunca habrías querido
tanto revuelo
en torno a tu muerte.
Habrías dado la vida
por evitarlo.
Has tenido la muerte
y has debido aceptarlo.

(29.12.1997)

VI

Habías superado también el dolor
de la pérdida de la compañera
de tu vida, con la que habías compartido
cincuenta y seis años
sin una disputa,
sin un desacuerdo,
sin un roce.
Estabas sereno, estabas
incluso contento,
hasta el inesperado,
fatal momento.

(29.12.1997)

VII

En todo nuestro trajín
no conseguíamos reservar
un instante para ti.

(5.10.1997)

VIII

Nunca te oímos decir
una palabrota,
nunca vimos la ira
en tu cara.

(5.10.1997)
IX

Fiel al Santo,
has elegido el día
de tu onomástico:
San Miguel.

(5.10.1997)

X

Espero
verte entrar de repente,
como cuando venías para estar
un momento con nosotros
y nosotros, absorbidos por las cosas más banales,
por los papeles
por el periódico
por la televisión,
no te prestábamos
ninguna atención.

(7.10.1997)

XI

Si comías solo
comías la mitad.
Querías, sin decirlo,
sentarte a la mesa con nosotros.
Para nosotros tu presencia
caía en la indiferencia.

(7.10.1997)

XII


Y cuando vuelva la primavera
con el despertar de la vida
no será como era:
tendrá una herida.

(2.1.1998)

XIII

Y luego vendrá
otro verano
y ya no te veré
a la sombra del algarrobo,
no me pedirás un periódico
cualquiera
-aunque sea de ayer-,
no irás a mi biblioteca
a coger
un libro al azar,
quizá de poesía,
quizá de historia, quizá
de filosofía.
Y ya no serás
el primer lector
de mis banales escritos,
cada vez más inútiles.

(9.2.1998)

XIV

Al verano seguirá
otro otoño
y luego otro invierno
y otras primaveras
y otros veranos.
Y las estaciones
se dibujarán aún más
en el rostro,
se blanquearán aún más los cabellos,
y mi frente
y mi paso
serán cada vez más
los tuyos.

(9.2.1998)

XV

Los pájaros en el algarrobo
parlotean entre ellos
gorjeando.
Al atardecer
ya han regresado todos
a dormir
y comentan la jornada.
Fingen que no pasa nada,
fingen
que todo es como antes.

(11.2.1998)

XVI

Vanamente
se expande por el suelo
la sombra del algarrobo
indiferente.

(27.2.1998)

XVII

La sombra del algarrobo
es ahora inútil.
Inútilmente
le robo
algún momento.

(11.2.1998)

XVIII

Qué alboroto por la mañana
los pájaros en el algarrobo:
despiertan a toda la familia.
Pero tú que duermes en otra parte
no te despiertas.

(3.4.1998)

XIX

Te avergonzabas
-dijiste-
de que te vieran
a la sombra del algarrobo
sin trabajar
en los días de trabajo.
Te olvidabas
de que habías trabajado setenta años.

(18.2.1998)

XX

Ni a medio metro bajo tierra
pero a años luz arriba, en el cielo.

(10.1997)

XXI


Momentos tristes,
períodos duros,
una guerra, de niño,
una guerra en el frente,
un campo de concentración,
largas jornadas de trabajo
por un pan salado.
Todo y nada.

(2.1.1998)

XXII

Llorabas desconsolado
en el hospital
a los ochenta y dos años
con cuatro costillas rotas
y una úlcera gástrica
iatrogénica
que desde hacía un mes
te tenía en ayunas.
Y yo que nunca te había
visto deshacerte en llanto
no supe confortarte,
no supe
ni siquiera hablarte.

(2.1.1998)


XXIII


Cuántos versos,
cuántos inútiles versos
en pocas semanas.
Y no escribía
más que algún hemistiquio
de vez en cuando.
Cuántos versos, cuántos versos habría querido
no escribir.

(11.2.1998)

XXIV


Tu algarrobo
ahora está desolado,
desencantado.

(12.3.1998)

XXV


Parecía que quedaba mucho tiempo
para todo.
Para escuchar tu voz
tus relatos,
para intercambiarnos
sentimientos y palabras o también
para estar juntos en silencio.
Lo haré mañana
-me decía-
lo haré otro día
cuando tenga más tiempo,
con la ilusión de que el tiempo
sería siempre mucho.
Y he aquí que el tiempo
-tiempo de momentos no vividos-
ha acabado.

(22.4.1998)

XXVI


Me ha caído en las manos,
reaparecido esta mañana
entre el desorden de los papeles
de mi caótico despacho,
otro testimonio de ti:
el primer capítulo inédito
de un texto in fieri:
“Del 8 de setiembre al 16 de julio”.
Tus recuerdos de guerra
que habría debido registrar
en un libro
aún por escribir.

Seguía aplazándolo
no cedía ni siquiera
ante tus raros
y tímidos apremios:
eran tantas
mis inútiles urgencias
y parecía que había tiempo.
Ahora
que tu tiempo ha terminado
aún tengo
un remordimiento
más.

(8.6.2000)


PRESENCIA

XXVII


Y después de los días, los meses,
los años de la ausencia,
también la ausencia
se ha convertido
en presencia.

(5.6.1999)

XXVIII


Ya no es ausencia.
El tiempo corre
y cada vez más se advierte
inconfundible
tu presencia.

(29.5.1999)

XXIX

Una sinfonía dulce
como la sexta de Beethoven.
El efluvio de la hierba,
la esencia
de las flores.
Un ramillete de notas
tu presencia.

(7.9.1999)

XXX

Reverberaciones
inesperadas
en la mente distraída
por las preocupaciones
de las urgencias cotidianas,
tu paso
tu rostro.
Imágenes serenas
ya.
Reverberaciones
de momentos que amé
y que nunca
reviviremos.

(2.6.1999)

XXXI


Bajo una cruz,
discreta, pero constante,
está tu voz muda.
Está viva,
y desde el lejano misterio de la muerte
llega
al corazón ignorante
y señala el camino.

(3.1999)

XXXII

Tú eres el silencio.
El silencio que está dentro
el silencio que habla
en el aire
a quien sabe oír.

(29.5.1999)

XXXIII


Eres un paseo del bosque
una gota del arco iris
un soplo de viento
que hace temblar
las hojas del algarrobo.

(29.5.1999)

XXXIV


Estás en el aire en los paseos
en los muros en el viento
en el vuelo de los pájaros
en el firmamento
en las policromadas alas
de las mariposas.
Estás en los prados de alrededor
húmedos de rocío,
en los olivos serenos
que te vieron el último día.

(25.6.1999)

XXXV


He visto
tu rostro
de repente.
Esta mañana
en el espejo.

(31.8.1999)

XXXVI


Quizá jamás
me abandone
el pensamiento de ti.

Querría que jamás
me abandonara
el pensamiento de ti.
(7.9.1999)

Publicar un comentario

3 Comentarios