Marta Binetti, ¿A qué llamamos danza?


MARTA BINETTI nació en La Plata. Es poeta, bailarina, coreógrafa y compositora. Entre 1985 al 98 se desempeñó como directora del Awar Tanztheater de Munich, con cuya compañía participó en prestigiosos teatros y festivales internacionales. Imparte cursos de su técnica denominada Awareness Dance en universidades e institutos de Europa, Estados Unidos, Israel y Argentina. En el 2007 publica su primera novela, “Golondrinas ocultas”, con prólogo de Javier Tomeo.
Actualmente trabaja con el músico Giora Feidman en teatro musical, en la obra Nothing But Music. Compone, en colaboración con el músico Antonio Ruiz Mellado, la ópera Marmaduke, escribe y continúa su tarea pedagógica para bailarines, actores y personas de todos los ámbitos de trabajo, niños y adultos., a través de seminarios y conferencias.

Información en la web:
www.martabinetti.com


 

¿A qué llamamos danza?


“Danser, est-ce taire l’essence d’un cri?”
Rainer-Maria Rilke


A veces,
quién busca alivio, necesita alas.
O bien la osadía de un salto
transformado en vuelo.
Y buscar un alivio
cuya brevedad alcance
para la reconciliación
y el retorno al suelo.

Una definición establecida de la danza nos dice que es el arte de la expresión por el movimiento. De la expresión, parece claro, de contenidos internos: idea, emoción, sentimiento. Lo más notable de este fenómeno es su calidad integradora de dichos contenidos. La danza crea un centro de encuentro para la razón con la emoción y puede así conducir al equilibrio necesario para la creación del movimiento. Podría definirse como una interacción de estímulo- inhibición para realizar un movimiento o expresar lo inconsciente de la manera más perfecta. Si para determinado movimiento necesito menos del pensamiento que de una buena coordinación, ello requerirá un centro regulador que me permita accionar en el espacio según mis impulsos internos o según mi idea, no quedando estas aisladas del todo -tal como la experiencia vital es la suma de las experiencias en los distintos niveles – emocional, racional, sensorial-. Relacionar la emoción con la razón conduce a un equilibrio en la acción y eso es un camino de aprendizaje que la danza ofrece al ser humano . De ahí la importancia de la danza, como postura de realización, si se quiere, en toda creación artística y - extrapolando- en cualquier trabajo o actividad humana no mecánicos, ya que crea el equilibrio simultáneamente en el plano corporal y psíquico, integrándolos .

A diario se define a la danza solo parcialmente quizás porque un fenómeno no verbal, que nace en el inconsciente, no es fácilmente definible con palabras. Y la experiencia de danzar es intransferible. Pero si se la considera en su esencia se la encontrará potencialmente presente en todo ser humano. Sin embargo, la danza existe en nuestra conciencia como algo que algunos practican voluntariamente, como baile, ritual sociocultural, instrumento educativo, terapéutico, y como lenguaje artístico. La danza, como arte, ha ido evolucionando en las últimas décadas y ello ha influido en todas las artes y ha alimentado la investigación en el campo de la filosofía y la sicología. Ello se debe precisamente a que la danza expresa el inconsciente, lo no-verbal, y conecta al individuo con su naturaleza más profunda. Ella es el lenguaje expresivo más inmediato y, según se ha formulado asiduamente, madre de todas las artes.
Desde comienzos del siglo veinte, la danza ha servido de nexo entre Oriente y Occidente, ya que las técnicas desarrolladas han demostrado que dicha separación obedece a factores culturales, religiosos y socioeconómicos, pero que la naturaleza humana es única y tanto en los occidentales como en los orientales existe el mismo potencial, solo que los orientales han sido mas amables con su naturaleza. La danza integra, pues, todo lo concerniente a las llamadas técnicas corporales.
En lo que respecta a éstas, sea cual fuere la que se practique, incluido el deporte y cualquier otra actividad cotidiana, la danza es el modo continente para practicarlas de manera creativa y placentera. La danza es la manera de ejecutar la acción, sea cual fuere, sin que la acción nos exija un sobreesfuerzo que inhibirá inevitablemente alguna de nuestras facultades. Si la acción es danzada, el equilibrio está asegurado, y no es necesario un esfuerzo para mantenerlo. En caso de imprevistos, está probado que, quién danza, reacciona mejor a ellos que quien realiza una acción controlada por el pensamiento, o una acción mecánica. Si se conduce un coche y se piensa en lo que se está haciendo y se debe hacer, la seguridad es ínfima comparada con la de un conductor que se basa en la memoria instalada en el cuerpo y que controla todos su reflejos y su percepción. Qué bien conduces, se le suele decir a un conductor que va atento y relajado por una autopista. Su seguridad se manifiesta en sus movimientos distendidos, rítmicos, una respiración cómoda y una postura equilibrada. Su quehacer es plástico y, aún teniendo prisa, no pierde su concentración; sigue “centrado”, equilibrado, aunque su “tempo” sea más rápido. Su manera de conducir es reconocible porque no es ni agresiva ni letárgica. Este conductor “danza”. Se podría argumentar que este ejemplo está lejos de poder ser realizable, ya que las autopistas están saturadas, hay decenas de accidentes y embotellamientos. Y yo responderé a ello diciendo que, desde mi punto de vista y en gran parte, hemos arribado a ésta situación y otras catástrofes precisamente por no haber “danzado” ninguna de nuestras actividades, Nos hemos dedicado más a correr ciegamente hacia un objetivo que a ser creativos, meditadores y auto-críticos (¿cómo vamos a ser auto-críticos si apenas nos vemos a nosotros mismos?). Si pensar, inventar, actuar, fuesen danza, no se arribaría quizás a tantos resultados de una búsqueda basada en la elucubración o en estructuras de pensamiento desconectadas por completo de nuestra humanidad y entorno ¿hemos, como pensadores que somos, olvidado que las bases de la matemática se basan también en la percepción del universo? La desconexión es consecuencia de la falta de concentración, de la ausencia de un centro regulador. Ello lleva indefectiblemente al automatismo y a un juego de inventiva banal, cada vez menos imaginativo y superfluo. Tampoco se trata de ponerse demasiado serios; por el contrario, el juego, lo lúdico, es un don necesario, también danza, que cumple un rol en nuestra vida –como un apartarse y alejarse de una realidad de reglas aparentemente inmutables. Lo que todos sabemos, es que la vida no es un juego, aunque intentemos jugar con ella.

¿Decimos que nuestra vida en la civilización actual tiene un ritmo enloquecido? Yo respondo que no tiene un ritmo sino que, cada vez más frecuentemente, el ritmo ha sido alterado en demasía por una sucesión de espasmos, de engullimientos, de ir y venir despavoridos y un detenerse exhaustos. Solo los artistas han podido expresar esa locura o desequilibrio en la música y la danza contemporáneas y la han recreado como ritmo. Pero la gran mayoría ha querido controlar forzadamente esa “disrritmia” a través de una unilateralidad en el pensamiento, un “sobrecontrol”, p.ej a través de fármacos y aparatos de fisio-culturismo, todo para la obtención de un cuerpo moldeado por la fantasía del superhombre, pero un cuerpo poco capacitado para el verdadero goce de vivir. La mente ha esclavizado al cuerpo en lugar de liberarlo. La noción de belleza se ha empobrecido por la obediencia a cánones impuestos por el mercado a través de los medios de comunicación. Y, así, la acción se ha divorciado de la meditación. Más vale ser hacedor que creador. Pero el precio de esa negación se paga muy caro. Es hora de que el pensamiento devenga corpóreo y la razón sensual.

El “danzar” un trabajo, una actividad, no es un idealismo, lo cual sí nos apartaría una vez más de nosotros mismos, de nuestra realidad. Y no olvidemos que vivimos la realidad de cada uno; aceptamos o negamos la de los otros; y creamos -al menos lo intentamos- una realidad común. Aunque sabemos que toda realidad interior y exterior está contenida en una realidad mayor que es la vida misma en el contexto de un orden universal, que a su vez es variable y cuya mínima comprensión nos es indispensable para seguir viviendo. Basta con pensar en el agua. La danza es, por así decirlo, un don que nos permite expresar lo inexpresable a través de nuestro cuerpo y en todas las acciones. Digamos que es la base de todos los lenguajes. La base de todos los movimientos. La postura de las posturas. Es un medio de reconciliación con nuestra propia naturaleza. Un alivio compensatorio de todas las exigencias, al tiempo que una exigencia de nuestra naturaleza para nuestro desarrollo y crecimiento. Un niño crece danzando, descubre el espacio, se descubre a sí mismo, descubre el intercambio y llega al equilibrio , descubre el eje vertical, pero, a menos que se lo momifique, a lo largo de toda la vida, seguirá jugando entre lo vertical y lo horizontal, dando giros, cayéndose, saltando, en una espiral. Salvo que se lo maleduque, su vida será danza, hallará el ritmo adecuado para sus acciones en cada circunstancia y será consciente de su equilibrio. Probablemente deseará también momentos de absoluta meditación,
de creación, de expresión, se entregará conscientemente al ritual de danzar.
Su trabajo intelectual o corporal, su escritura, su actividad sea cual fuere será danza. Danza, por tener la concentración necesaria y no forzada, por respirar totalmente, por estar en equilibrio, por dejar fluir la energía rítmicamente.
En situaciones de agobio buscamos instintivamente el alivio a través de una inspiración profunda y una espiración que expresa el deseo de sacarse el peso de encima. Básicamente dependemos de lo involuntario: la naturaleza, nuestra herencia genética. Y debemos comprender nuestra transitoriedad. Necesitamos de un medio ambiente en el que sea factible la vida seres que respiran. Ahora bien: el medio ambiente y los hábitos respiratorios varían según la región y la cultura, aunque no en lo esencial –ningún ser humano sobrevive en el desierto o en la selva amazónica si en ellos no hay oxígeno y todos respiramos menos intensamente estando sentados en un ambiente cerrado que mientras corremos en un campo lleno de verde-. Paradójicamente, el ser humano tiene la capacidad de incidir voluntariamente en ese fenómeno involuntario que es la respiración. Y en el medio ambiente se incide día a día, necesaria e innecesariamente. La forma de incidir y el hábito en la manera de respirar varían en las diferentes culturas, así como la manera de moverse y expresarse. Pero, mientras que la incidencia de la voluntad en el medio ambiente se hace cada vez más uniforme en todo el planeta, la incidencia en la respiración es cada vez más extremista en el mundo occidental, en el cual se ha hecho un culto al sobreesfuerzo. La sociedad ha incentivado la práctica de los deportes pero ha dejado de lado una educación para optimizar el ejercicio de vivir en nuestro único cuerpo, en el que somos y estamos hasta el final. Entre esa herencia de lo involuntario y lo voluntario se ha creado un caos. Cuanto más abstracto es un ideal, más nos alejamos de nosotros mismos. Y en la actualidad, los ideales no parecen haber nacido en el deseo de lograr el bienestar general sino el poder. Podría citar algunos que develan una omnipotencia nacida en la desolación y el aislamiento del individuo.
En este marco, la esencialidad de la danza en toda actividad se hace evidente. O, mejor dicho, la conciencia y aceptación de toda actividad como acción meditada y creativa. Y cuando digo meditada, me viene a la mente la brutalidad de ciertos métodos educativos que asocian la meditación con la pasividad.
Algunos pedagogos occidentales, concientes de los deficientes resultados
de un sistema educativo basado en modelos de personalidad estándar, han aportado elementos para recuperar –en lugar de inhibir- el don del individuo de danzar. Un don afortunadamente invicto, gracias a que no puede ser manipulado por la palabra. Y por lo mismo, constructivo, porque permite al individuo contactarse con sus contenidos internos más profundos y expresarlos. Ello produce un movimiento revitalizador de la energía. ¿Quién no desea la satisfacción de un trabajo bien hecho, cuyo proceso ha sido fluido, rítmico, armónico? Y esto incluye, aunque parezca burdo, desde el batir unos huevos hasta recitar a Hamlet en el escenario. La acción ha sido debidamente respirada, el realizador ha respirado, ha actuado en equilibrio y ha estado, concentrado, o sea, gozosamente entregado a la acción que realizaba aquí y ahora.
Tanto en la música como en la poesía, en la interpretación, se aprecian un ritmo, una pausa, una respiración, un equilibrio. Ya sea circular o en forma de parábola, la poesía , la obra musical fue “danzada”, al ser creada por su autor.
La danza nos otorga conciencia acerca de los opuestos y nos capacita para actuar con ellos. De ahí su importancia en la educación. Nos refuerza la capacidad de pensar en amplio espectro, nos quita la condena de pensar en blanco y negro, ver solo los extremos, en su mayoría inventados, de un proceso.
Al crear una escultura, puedo comenzar tocando el material o los materiales o bien puedo comenzar haciendo bosquejos que luego trasladaré al material. Puedo comenzar por una idea, un concepto o una imagen. Pero somos conscientes de que el proceso creativo empieza antes de la idea, del desarrollo del concepto, o del contacto con el material. Las ideas, los conceptos y la elección de materiales no son casuales. En nuestra búsqueda habrá intervenido nuestro inconsciente, nuestra memoria, nuestra historia, nuestra situación personal, nuestro carácter. Pero si me limito a lo ya conocido, a la voluntad de hacer y si todo acontece en el plano de una conciencia colectiva no nos moveremos de los lugares comunes o copiaremos o repetiremos algo ya hecho con algún detalle traído de los pelos o haremos propaganda de alguna cosa. Habremos trabajado servilmente y sin originalidad para el mercado. El producto podrá venderse un par de veces pero estará condenado al fracaso por su falta de originalidad. No hubo creación original: no se danzó. En cambio el resultado de una creación, de algo que no ha sido hecho solamente en base al sobreesfuerzo y el empecinamiento, es único e inconfundible, no es ni casual ni traído de los pelos. Su éxito es el resultado de una experiencia vital danzada, ya sea a través de las circunstancias concatenadas, como en un momento en el que nos entregamos a aquello que vamos a realizar. Si esa entrega es danza, la idea o el concepto que surja será único. ¿Por qué? Porque el danzar concentra la emoción, la razón y el sentimiento. La razón deviene sensual. Nos permite acceder a lo inconsciente y traducirlo en la obra. Ahora bien: no se trata de escupir el inconsciente. El ser humano percibe y crea formas. Y la forma depende del equilibrio, de la concentración, de un centro en el cual la idea no aniquila a la emoción y viceversa, sino que ambas se funden. Ello es danza. Y no depende solo de la voluntad. Lo de “querer es poder” es un mal cuento. En todo caso, podría expresarse que la entrega crea el poder de realizar. Querer implica una entrega a un proceso en el cual descubrimos paso a paso el camino, el espacio y los límites. Es un proceso de aprendizaje a través del cual crece nuestra autoconciencia y nuestra capacidad de interacción. El camino para lograr el mismo objetivo nunca será el mismo, ya que, si bien existe la memoria de lo ya aprendido, hay también variables circunstanciales. Pero habremos logrado afianzar nuestro equilibrio: condición fundamental para una vida plena.

Todo lo expuesto cae, de hecho, en conflicto en un contexto en el cual la noción de trabajo es la de un individuo productivo, que produce algo que quizás él mismo considera superfluo, pero que lo hace solo para ganarse la vida. Y el producirlo le significa un trabajo a destajo, de acción mecánica, en el cual su cuerpo se debe reducir a un movimiento repetitivo de las manos. Su mente está en otra parte, muchas veces para que la tarea no se le haga más dura y aburrida, necesita fantasear, olvidarse, en lo posible, de su cuerpo. Anestesiarse. No pensar. Sin embargo, habría que preguntarse cuánto de lo que se produce es indispensable para la vida material y espiritual; cuánto de lo que se produce no es basura. Todos sabemos que los buenos productos son aquellos que requieren de nuestras capacidades y dotes personales, ya sea en lo culinario, en lo artístico, en la mano de obra. Y a eso hay que danzarlo, mas que hacerlo; transformar el hacer en danzar. Es trabajo creativo, constructivo, Y satisfactorio porque implica ganar algo a cambio de lo que se desea construir, crear. Desde ya que ese trabajo deberá ser remunerado o intercambiado, pero esa no debería ser la única y exclusiva motivación a hacerlo. Ello no es un placer sino una condena. Y, siendo condenado, al trabajador no se le podrá exigir un buen rendimiento. Pero sí a las máquinas. Y ellas bien pueden salvar al individuo de las actividades que no le permiten ser creativo y dedicarse a la creatividad de inventar otra o de mejorar aquellas.
Repetir a diario un movimiento mecánico no nos ayuda a aprender, nos anestesia, nos idiotiza. Dancemos. El trabajo mecánico dejémoslo a las máquinas. Pero seamos conscientes de que habremos de danzar para inventar las mejores máquinas. Hay pruebas suficientes de que las mejores máquinas fueron hechas por quienes danzaban al pensar. Hay quien danza mejor o más intensamente a nivel intelectual que a nivel emocional, pero, si danza, ninguno de los dos está muerto. El ser aprende a crear el equilibrio entre los niveles de experiencia, para que ninguno de ellos tiranice al otro. Nadie quiere sentirse preso, ni de las emociones, ni de la razón. Y el logro del equilibrio entre ellas es danza. Requiere un juego de movimiento e intercambio meditado. La danza es además un medio para comprender la “impermanencia” (transitoriedad) como parte de lo eterno -la indispensable noción de lo transitorio-.
La vida es danza -movimiento, ritmo, el medio para expresar contenidos internos para la creación-. Dancemos todo lo que hagamos. Es un don invicto, por ahora, y de su supervivencia depende la nuestra como seres humanos creativos. No es necesario dejar de pensar para sentir; no es necesario dejar de sentir para pensar. Sí que necesitamos un centro que coordine nuestras acciones; necesitamos con-centración, entrega en la acción. Necesitamos entender el trabajo como danza; sea cual fuere. Crear es nuestra opción.


Conferencia de Marta Binetti en la Academia de Pforzheim, Alemania, noviembre de 1993.

Las fotografías incluidas en este artículo pertenecen a la solo-producción "Le corps fantasmé". de Marta Binetti.

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2 Comentarios

  1. Muy buen artículo.
    Me quedo con la definición de danza como el equilibrio entre la emoción y la razón. Considero que es muy acertada.

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  2. El articulo me ha resultado interesante en cuanto a la mirada que se ofrece con respecto a la danza en la vida. Si se esta ligado al movimiento, le podemos llamar de varias formas a la danza, uno se da cuenta de como debe ser su posicion en diversas situaciones. Es basico, aunque no nos demos cuenta, para poder trabajar en grupo.

    De todas formas, matizaria con respecto al tema de la palabra. La construccion de lenguaje corporal, es palabra en el imaginario tanto para quien es espectador como para quien expresa. Creo que la danza debe incluirse en el espacio de las artes con su especial lenguaje.

    Tambien las creaciones requieren de un esfuerzo, aunque parezca invisible muchas veces al ser un terreno que cualquiera con un entrenamiento pueda acceder. Es importante asi, conocer la diferencia entre pasar por la danza o vivirla.

    Por ultimo decir que es un buen articulo, aunque deberia trabajarse un poco la separacion en subtemas o generar algunos nexos de union.

    Mis felicitaciones,

    Beatriz Perez

    (disculpen los errores y falta de acentos, escribo desde un teclado extranjero para mi)

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