ROBERTO MUSSAPI Nota y traducción de Carlos Vitale


Carlos Vitale nació en 1953 en Buenos Aires (Argentina). Es Licenciado en Filología hispánica y Filología italiana. Entre otros libros, ha publicado Unidad de lugar (Editorial Candaya, Barcelona, 2004), Fuera de casa (Emboscall Editorial, Vic, 2004) y Descortesía del suicida (Editorial Candaya, Barcelona, 2008). Asimismo ha traducido numerosos libros de poetas italianos y catalanes: Dino Campana (Premio de Traducción “Ultimo Novecento”, 1986), Eugenio Montale (Premio de Traducción “Ángel Crespo”, 2006), Giuseppe Ungaretti, Gerardo Vacana, Sergio Corazzini (Premio de Traducción del Ministerio Italiano de Relaciones Exteriores, 2003), Amerigo Iannacone, Umberto Saba (Premio de Traducción “Val di Comino”, 2004), Giuseppe Napolitano, Sandro Penna, Emilio Paolo Taormina, Antoni Clapés, Joan Brossa, etc. Reside en Barcelona desde 1981.





ROBERTO MUSSAPI

Nota y traducción de Carlos
Vitale

No sé si fue la casualidad o la causalidad la que ha hecho que pocos meses después de traducir al español Mar en la pintura, de Roberto Mussapi, libro de ensayo, prosa poética o aventura, o quizá de todo esto a la vez, me llamase Jordi Doce para proponerme traducir y presentar al poeta en Madrid. Por descontado, dije inmediatamente que sí. Qué mejor excusa podía encontrar para ahondar en una de las obras más interesantes y personales de la poesía italiana de las últimas décadas. Porque Mussapi sólo se parece a sí mismo. En una primera aproximación, el lector español puede llamarse a engaño y ver algunas similitudes con el “culturalismo” de cierta poesía practicada no hace demasiado tiempo con una obstinación que sus escasos resultados no merecían. En Mussapi las referencias a la antigüedad greco-romana no son artificiosas, no suenan a impostura u ornamento. Es verdad, en sus páginas vemos aparecer a Homero y Catulo, a Ulises y a Lesbia, a Circe, Calipso o Penélope, pero sin ningún asomo de pedantería. El autor se implica, se encarna en cada uno de sus personajes, sus descripciones y acciones son vívidas, transcurren ante nuestros ojos. Nos arrastran en sus peripecias. Sus poemas asumen la forma de la narración, nos cuentan las vicisitudes del viaje, el gran tema de toda su obra, para ser más concretos el viaje por mar, aunque creo que sobre todo el viaje hacia uno mismo, hacia las propias profundidades, donde muchas veces aquello que hallamos defrauda nuestras expectativas y, a la vez, nos impulsa a seguir explorando, ya que en realidad el viaje no tiene fin, por más que pensemos haber llegado a Ítaca. Sólo hay horizonte y metafísica, lucha por conservar la memoria y búsqueda del conocimiento, vamos sin descanso hacia un “más allá”, no necesariamente religioso, que se sitúa en otra dimensión. Su voz, o sus voces,  nos dicen que todo lo que indudablemente importa está siempre “del otro lado”. El mundo está en constante metamorfosis y, por tanto, es inasible y deseable. Como es fácil entender, el mito sirve a Mussapi para hablarnos de hoy, no es sólo historia o leyenda, sino palabra para oídos contemporáneos, oídos que sepan escuchar y mentes que quieran reflexionar. Después de todo el hombre, dejando de lado las tecnologías y otras apariencias, no ha cambiado tanto en los últimos 3000 años. No me extiendo más. Apenas unos breves datos sobre nuestro autor: Roberto Mussapi nació en Cuneo (Piamonte) en 1952 y vive en Milán. Es poeta, novelista, dramaturgo y ensayista. Entre sus obras más destacadas, pueden recordarse La gravità del cielo, Luce frontale, Gita meridiana, Racconto di Natale, La polvere e il fuoco, Antartide, Il racconto del cavallo azzurro y La stoffa dell’ombra e delle cose. Ha traducido al italiano, además, a Stevenson, Melville, Bonnefoy, Shelley, Walcott y Heaney. No son malos compañeros de viaje. Muchas gracias.

 (Palabras de presentación del autor en el Círculo de Bellas Artes el 25 de marzo de 2008)



EL GORRIÓN DE LESBIA

Mi corazón se apagó en su palma,
aleteando entre muñeca y brazalete
y me fui, al limbo
de los no humanos, los pobres mensajeros del [cielo.
Sentí que me apagaba como en ellos el cerebro
al atardecer se duerme, sin saber
si habrá otro despertar.
Era pequeño.

Rogó él, que no tenía dioses en los que creer.
Al desmayarme vi los ojos de Catulo
desorbitados y abiertos por el flujo de las [lágrimas.
Las tenebrosas divinidades tuvieron pena,
el llanto de los Cupidos y de las Venus
surgió espontáneo como había rogado el poeta.
Sentí que mis pequeñas alas volvían a despertarse [y vibraban
y volé, inconsciente, incólume,
atravesé el umbral que conducía al jardín,
rocé el estanque de las lampreas y de los múrices,
mientras volaba vi la morena durmiente,
luego todo cambió, entré en el tiempo,
la muela que oprime a los sublunares
que tienen almas individuales y meridianas,
y escriben palabras con tinta.
Las alas húmedas por la palma de Lesbia
aún calientes del último nido
en mí, o en el aire, las palabras de Catulo,
“animula”, había dicho, “tierna vida”,
la mía, que se desvanecía entre sus dedos
rozando los de la mujer amada.
Pero cayó en el error del poeta,
que perdurar en este mundo es un don
como si no fuera un ser vivo sino un pensamiento,
antes página, voz impresa, piedra escrita.
Habría preferido apagarme entre sus dedos
en la última cuna sin canto ni voz,
antes que sobrevivir a amor y fin,
viendo a Lesbia morir, marcharse,
leer la fecha de nacimiento y muerte en una lápida
del gran Catulo, que me dio la vida.
Para estar aquí, ahora, en el ultratiempo terrenal
sólo para cantar a plena voz el fin
de los cuerpos que se abrazan con furia y sudor,
aquí, en la cima de la torre antigua
gorrión solitario, a un tímido amigo
que el tiempo que nos ilusionó en la tierra tendrá [fin
y Lesbia, y Catulo, y Leopardi, en un suspiro
y la ciudad de Roma y los fatigados papeles,
me ordenarán que siga cantando.


PALABRAS DEL ZAMBULLIDOR DE PAESTUM[1]

Yo soy el alma de tu padre, el zambullidor:
te he seguido cada día, estoy a tu lado,
conozco como entonces tus zonas de sombra,
el lenguaje de los movimientos trazado por tu cara,
nada ha cambiado desde entonces, en este sentido.
Esto es lo primero que he descubierto,
lo primero que quería decirte: no cambia la percepción
de tus momentos, como no cambiaba
de noche, en el sueño, o por la distancia.
Sé que este soplo mío (desde el fondo del agua,
entre las anémonas)
será para ti como mis palabras de antaño:
que te infundían memoria y valor,
más que el vino o que una mujer que te mira.
Mi primer descubrimiento, la primera verdad es que nada
se rompe en el secreto del alma.
El resto es confuso, es pronto
para intentar contarte,
corales, anémonas, vidas que se dibujan con un movimiento
de agua y se disipan al instante.
No todo es luz, transparencia, silencio,
galerías de oscuridad, respiraciones contenidas, luego voces
que inhalan en mí como si hablase.
Me deslizo hacia un fondo cada vez más distante
y siento que una luz sumergida me llama desde oriente:
no sé dónde acaba, por ahora,
no sé qué es, pero sé qué amor
la mueve y determina su respiración.
De este viaje hablaré más adelante,
cuando la experiencia sea conocimiento,
puedo hablarte de cuanto he dejado,
sobre la superficie azul de las aguas,
entre las arenas blanquísimas, las palmeras,
la sombra de los olivos, el vino
vertido de las ánforas:
ama la tierra rosa en el ocaso,
sumérgete en el mar para jugar, como un tritón,
saborea la fruta, el pan, bebe y come,
escucha las risas de las muchachas,
busca su boca, ríe y desespérate,
agradece cada día tu país resplandeciente.
Yo no soy tu padre sino su alma,
no soy aquello que vivo sino recuerdo,
la ribera, la piscina, los colores que forman
el extraño dibujo de la vida mortal.
Vive en esa cerámica deslumbrante y espera
cuanto sabré decirte más adelante, al final del viaje.
Pero ahora que duermes como cuando en una cuna
parecías buscar los secretos del mundo,
ahora que tienes las espaldas más anchas y los cabellos más ralos,
escucha las palabras de mi alma
no sé mucho de ella, de mí misma,
(es pronto, hijo, no conozco bastante,
apenas he comenzado, estoy nadando),
no pienses en mi cuerpo (es tarde,
perlas, los que fueron mis ojos,
y mis labios reducidos a corales),
pero conozco su matrimonio,
cuando vivían al unísono en el mundo
y yo, el alma de tu padre, el zambullidor,
te entrego sólo esta experimentada certeza
(desde el fondo del abismo, en el escalofrío de la zambullida):
que también el hombre puede amar eternamente.


[1]  Antigua ciudad de Italia, en el golfo de Salerno.

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