TONY MARSH por Francisco Javier Irazoki.

Francisco Javier Irazoki (Lesaka, Navarra, 1954) fue miembro del grupo surrealista CLOC. La Universidad del País Vasco editó en 1992 toda la obra poética que Irazoki había escrito hasta el año 1990. El volumen, titulado Cielos segados, comprende los libros Árgoma, Desiertos para Hades y La miniatura infinita. La editorial Hiperión le publicó en 2006 el libro de poemas en prosa Los hombres intermitentes. Desde 1993 reside en París, donde ha cursado diversos estudios musicales: Armonía y Composición, Historia de la Música, etc.




TONY MARSH


Tony-Marsh


         No le agradan las entrevistas, y ahuyenta con un gesto suave la palabra internet. Cuando llega a París, visita a la pintora Rolande Sassin, en cuya vivienda se acomoda con tal modestia que parece una pieza más de la colección de tinajas españolas.
         Me espera sentado a la mesa. El baterista Anthony Marsh (Lancaster, 1939) da buena cuenta del plato que le han servido, mientras evoca su infancia de hambre y frío. En la zona industrial del noroeste de Inglaterra, en una familia de mineros, las prioridades no son artísticas, me advierte con sorna discreta.
         Una pausa, y explica que a los cuatro años enferma de tuberculosis y lo ingresan en un sanatorio de Londres. Pasa no menos de un lustro de la niñez sin ver a sus padres. En cuanto se lo permiten, practica el atletismo. Diez, quince kilómetros diarios que son otro ademán para librarse del vocablo enclenque. La disciplina deportiva es un preludio de su exigencia musical.
        ¿Cuándo se interesa por la música? En el servicio militar de dos años. Toca la percusión en la banda de su compañía. Tony carece de discos, pero un amigo le presta los mejores álbumes de jazz. Marsh escucha y selecciona autores: Sonny Rollins, John Coltrane, Ornette Coleman, Thelonious Monk, Miles Davis. Sin imitarlos, los usa de linternas para alumbrarse en el camino que emprende.
         En 1970 forma un grupo de éxito, Major Surgery, que capitanea hasta 1980. Bitches brew, el torbellino de Miles Davis y John McLaughlin, gira en grandes círculos, y Tony Marsh queda atrapado en ese jazz-rock.
        Evoluciona deprisa con la siguiente banda, 7R.P.M., pero su vanguardismo consigue débil eco. Para la subsistencia familiar, transporta mercancías en un camión y saca las baquetas donde le paguen, sea en cabarés, conjuntos comerciales o clubes nocturnos. A menudo actúa con el trompetista Harry Beckett.
         Apura el vaso de vino, y ya es 1985, cuando milita en la célebre Brass Band de Mike Westbrook. Con ella cruza las calles de Europa, entra en los talleres obreros y convida a una música recia mezclada con versos de William Blake. Tony habla de experiencia socialista. Se me ocurre un parentesco con la aventura teatral de Armand Gatti, y la compañera de Marsh, Hélène Aziza, aprueba la comparación.
         Tony Marsh, autodidacto, corta el hilo de su frase y busca la palabra precisa con que sostener un argumento. Se le nota el rigor del hombre formado a solas. Súbitamente, da con el dedo índice un golpe libertario sobre la mesa: “Durante muchas décadas se ha considerado que el baterista sólo aportaba unos ruidos rítmicos. En música, era el guardián del tiempo, con Max Roach de modelo. Se acabó. Si es creativo, está ahora en el mismo plano de libertad que los otros instrumentistas”, dice, y aparta una espina de pescado.
         A los postres, rememora sus días de free jazz con el grupo Full Monte y confiesa el interés por las obras de Béla Bartók o György Ligeti. No hay frontera entre las grabaciones recientes de Tony que escucho y los trabajos más audaces de los compositores contemporáneos.
        Continúa investigando, afirma, y hace un último gesto antes de despedirse: el término clásico lo deja bajo la raspa del pez que ha consumido.
 
FRANCISCO JAVIER IRAZOKI
(Del libro “La nota rota”; Hiperión, 2009)

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