ARCHIE SHEPP por Francisco Javier Irazoki

Francisco Javier Irazoki (Lesaka, Navarra, 1954) fue miembro del grupo surrealista CLOC. La Universidad del País Vasco editó en 1992 toda la obra poética que Irazoki había escrito hasta el año 1990. El volumen, titulado Cielos segados, comprende los libros Árgoma, Desiertos para Hades y La miniatura infinita. La editorial Hiperión le publicó en 2006 el libro de poemas en prosa Los hombres intermitentes; en 2009 La nota rota, semblanzas de cincuenta músicos; y, en 2013, Retrato de un hilo, libro de poemas en verso. Desde 1993 reside en París, donde ha cursado diversos estudios musicales: Armonía y Composición, Historia de la Música, etc.







ARCHIE SHEPP


Archie_shepp          Deposito sobre la mesa tres imágenes. En la primera de ellas, Archie Shepp, elegante y tocado con sombrero, improvisa en medio de la calle una lección para el joven saxofonista Courtney Pine, que sonríe. Hay dos testigos y un fondo de edificios altos.
          No es una fotografía casual. Desde la adolescencia, Archie Shepp (Fort Lauderdale, Florida, 1937) necesita transmitir sus conocimientos. Además del saxo, domina el clarinete, la flauta y el piano, y piensa que los libros son otros instrumentos para redimir a los músicos negros. En esas horas, sus aulas imaginarias las llena un solo oyente: el trompetista Lee Morgan. Pero Archie persiste y, a partir de 1955, las páginas de Historia y Literatura con que se instruye en la universidad le interesan tanto como las madrugadas de rhythm’n blues. Y aún le sobra energía política para encerrarse en el apartamento donde escribe piezas de teatro.  
          Sin taparse los oídos, atento a la evolución musical de su maestro Duke Ellington, consigue un diploma universitario y viaja a Nueva York. Allí, en 1960, lo zarandea el torbellino de John Coltrane. A la teoría de Shepp acerca de la cultura negra de América le faltan unos gramos de libertad, y los encuentra en locales poco afamados. Cuando nadie comprende los experimentos del pianista Cecil Taylor, y el jazz atrevido de Ornette Coleman y Sun Ra golpea en vano un cerco de indiferencia, él elogia sus audacias. Recibe la ayuda de Taylor en la obra teatral que por entonces estrena: The connection.
          La segunda imagen es del 28 de junio de 1965, fecha importante en la historia del jazz. Cuatro saxofonistas (Marion Brown, Pharoah Sanders, John Tchicai y el propio Archie Shepp) escoltan a John Coltrane en la grabación del disco Ascension. En la foto, Archie está hablando y sujeta con la mano izquierda el instrumento mientras el índice de la mano libre señala algún punto de la sala. Sanders escucha, pues posiblemente sólo Shepp logre definir las notas que recoge el álbum. Archie deja escrito que, por primera vez, una banda suena unida pero no disminuye la independencia de los individuos que la componen.
           No repite un goce parecido, a pesar de las colaboraciones con Chet Baker y Max Roach, o de la creación de su grupo Attica Blues Big Band.
          Le dicen “el intelectual”, y lo asume silencioso. Sí se hace oír en giras de conciertos donde muestra las raíces y los frutos más raros del jazz. A menudo llega a los festivales españoles, y ante los periodistas junta las palabras gospel, bop y free. Sólo interrumpe las actuaciones de sus cuartetos o quintetos para cambiar de docencia e impartir cursos de Historia, Música y Sociología en las universidades de Massachussets y Amherst.
           Al melómano le quedan las enseñanzas de los discos: Four for Trane, Fire music, The way ahead... Yo tengo predilección por sus dúos con el pianista semiparalítico Horace Parlan.      
          En la tercera imagen que he dejado sobre mi mesa, Archie Shepp exhibe otra vez su sombrero y atildamiento, pero apoya la edad en un bastón. Lo acompaña el pianista Mal Waldron, que cubre con un abrigo largo el cuerpo enfermo. Waldron va a morir al cabo de pocos días. Detrás, una pared blanca.    
          Archie Shepp es ahora un hombre apaciguado por el tiempo y, como cualquiera, vencido por ese mismo tiempo. Me fijo en el maletín del saxo puesto a sus pies. La correa de la funda sale del abrigo de Mal Waldron.                  

FRANCISCO JAVIER IRAZOKI
(Del libro “La nota rota”; Hiperión, 2009)

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