EL RINCÓN DEL RELATO: MÁS ALLÁ DE MI VENTANA, por Manuel Gris Lorente

Manuel Gris Lorente lleva escribiendo desde que tiene uso de razón, quizá incluso antes, pero como no tiene recuerdos de esa parte de la vida prefiere no arriesgarse a la hora de hacer una afirmación tan tajante. Influenciado por autores como Chuck Palahniuk, Charles Bukowski, Bret Easton Ellis, Janne Teller, Amy Hempel o Craig Clevenger su escritura está caracterizada por un uso de la locura y la anarquía literaria con la que intenta no dar pistas de qué va a pasar a continuación en sus relatos y novelas. De cuál será el siguiente paso. La escritura es una forma de escapar del mundo y lo que hay en él, de todo lo que nos para a la hora de ser nosotros mismos, tan intensa y rica, tan grande, que no sabe expresar ese sentimiento con palabras, así que no lo hace. Solo sigue adelante, sin tenerle miedo a la página en blanco, y con la seguridad de que cada letra que usa solo le da algo más de libertad.
Más allá de mi ventana


Miro por mi nueva ventana con mis prismáticos, recién llegada a casa, deben ser las 6 de la mañana, y me encuentro con la cornisa del edificio de enfrente y hay un chaval de unos 21 delante de su ordenador con los pantalones bajados, masturbándose, e imagino su pantalla; la imagen de dos hombres, uno negro y el otro mulato, penetrando analmente a la misma chica mientras ella grita que quiere más. O quizá ha vuelto de salir a tomar algo y al fallarle el ligue ha decidido imaginarse con ella, su mejor amiga desde E.G.B., a la cual ama desde siempre pero no pasa del amigo del alma al que se le cuenta todo lo que se hace con los demás. 

Un piso más arriba hay una pareja haciendo el amor, por la lentitud de sus movimientos digo amor, de una forma suave, como creyéndoselo, como sintiendo las nubes a su alrededor y bañándoles en su olor a compresas. El está sobre ella y empuja poco a poco mientras sus manos acarician su nuca y su boca besa suavemente sus mejillas, sus orejas y acaban en la frente, donde de amante ha pasado a padre. Ella, con la yema de los dedos, recorre cada uno de los poros de las nalgas de él. No le empuja ni le hace acelerar el ritmo, sólo sigue el compás que su amante, novio en el peor de los casos, ha decidido para esa noche. Sus dedos hacen círculos casi perfectos y alternan yemas con uñas pintadas de negro con pequeñas florituras color turquesa a las que realmente le han dedicado horas. Las piernas de ella están cruzadas tras él, haciendo fuerza para mejorar el roce, para sentirle más dentro y notar todas y cada una de las venas que escapan del condón extra sensible sabor a melocotón marca Durex que, al menos espero, están usando. El ritmo, muy poco a poco, acelera a ratos para volver al inicial. Puede que sea una forma más de estimular el clítoris que nadie ha probado conmigo, porque ella parece que se estremece levemente cada vez que se repite el truco. Es como sacar un poco el conejo de la chistera y volver a esconderlo para que así el público sepa qué va a pasar y, a la vez, lo desee cada vez más. Quizá no ha sido el mejor ejemplo el del conejo, pero yo ya me entiendo.  Por el modo en que lo están haciendo yo apostaría que es una pareja esporádica porque no parece una típica escena sexual de pareja que se han acostado miles y miles de veces, es más bien un polvo de demostrarle al otro de lo que se es capaz para así darle ganas de volver a repetir. Quizá esté exagerando. Quizá sí que se quieren y están disfrutando de una noche mágica como pocas, de esas con vino, cena exquisita y velas rojas recién estrenadas. Quizá lleven años juntos y su llama del amor no se ha apagado, sino que crece más y más a medida que las arrugas hacen mella en sus caras, en los pechos, ella, y los testículos, él. Quizá saben disfrutar de esa monotonía aburrida y esclavista de la que se componen las relaciones de pareja pasados los tres años. Quizá se conocieron en el instituto, ella le dejaba copiar y él la llevaba en su coche como en las películas americanas de la época de los ochenta. Quizá. Ojalá se amen.
Ella gira la cabeza hacia un lado y por un instante estoy seguro de que le va a decir algo dulce al oído. Pero no. Mira el reloj. Se está aburriendo. El pone las manos a cada lado de ella y flexiona sus rodillas, después la coge del culo y comienza a follársela con locura, con un ritmo acelerado y torpe. Sin amor. Ella vuelve a mirar el reloj y, supongo, dice sí cariño, me gusta mucho, me voy a correr. Y el se corre. Y ella gime levemente. La historia de siempre. 

Vuelvo abajo y el chico ha terminado con su ordenador y está llorando, imaginándose, imagino yo, a su amiga con el nuevo chico rubio de la discoteca. Llora y se limpia la entrepierna con un pañuelo de papel con olor, no estaría mal, a eucaliptos.

El hombre del piso de arriba se está vistiendo de pie, dándole la espalda a ella que fuma tumbada y desnuda en la cama. El humo que escupe choca contra la americana de su amigo. El le dice algo, ella asiente y entonces, de la cartera que saca de dentro de su americana, extrae 3 billetes y los lanza a  la cama.

A veces el amor es mejor que esto, pero sale mucho más caro. 

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