EL RINCÓN DEL RELATO: NADIE (parte I), por Manuel Gris Lorente

Manuel Gris Lorente lleva escribiendo desde que tiene uso de razón, quizá incluso antes, pero como no tiene recuerdos de esa parte de la vida prefiere no arriesgarse a la hora de hacer una afirmación tan tajante. Influenciado por autores como Chuck Palahniuk, Charles Bukowski, Bret Easton Ellis, Janne Teller, Amy Hempel o Craig Clevenger su escritura está caracterizada por un uso de la locura y la anarquía literaria con la que intenta no dar pistas de qué va a pasar a continuación en sus relatos y novelas. De cuál será el siguiente paso. La escritura es una forma de escapar del mundo y lo que hay en él, de todo lo que nos para a la hora de ser nosotros mismos, tan intensa y rica, tan grande, que no sabe expresar ese sentimiento con palabras, así que no lo hace. Solo sigue adelante, sin tenerle miedo a la página en blanco, y con la seguridad de que cada letra que usa solo le da algo más de libertad.



NADIE (Parte I)

El pitido de un despertador me golpea y, antes incluso de abrir los ojos, sonrío de felicidad.

Hoy estoy en una cama.

Disfruto durante unos 5 minutos del repetitivo sonido que, inconsciente de mi naturaleza, trata de conseguir que me levante para empezar un nuevo día, el cual desconozco qué me deparará. Le digo, solo con la sonrisa, que se tranquilice, que no hay prisa, porque esté donde esté y sea quién sea hoy nada va a ser peor que lo de ayer.
Si hay un despertador por medio, por eliminación, estoy en un lugar mejor que el que viví ayer.

Nunca me gustan los días en los que me toca vivir una guerra. No importa cual.

Noto como mi piel desnuda suda y como mis pies, que están destapados, se calientan por el sol que entra por algún lugar de la habitación. Una ventana, puerta, balcón o, quizá, directamente del cielo porque, quizá, donde me encuentro carece paredes. No sería la primera vez, aunque sí con despertador de por medio, por lo que este día entraría en la lista de los nuevos, muy alejado de la temida lista de repetidos o celda. Espero que sea nuevo, porque ya hace demasiadas semanas que no tengo uno de estos, y apetece tomarme las horas con calma para organizar mis ideas y tratar de volver a ese imposible intento de comprender qué me está pasando.

Así que abro los ojos, y mi sonrisa, que no se había borrado, se hace mucho más grande cuando veo lo que tengo delante, y noto como los pelos de un poblado bigote acarician mi labio superior. Saben a tabaco aliñado, y son gruesos.

Sigo sonriendo.

No estoy tumbado boca arriba, sino de lado, y la suave y desnuda espalda de alguien me guiña un ojo. Acabo llorando, debido a la mezcla de emoción y porque se me ha olvidado pestañear. Hace tanto tiempo que no despierto al lado de alguien que casi me pongo a gritar, pero debo permanecer todo lo tranquilo y sereno posible. No quiero que vuelva a pasar lo de China; aquello fue, sin duda, el peor despertar de mi extraña vida, porque nadie entendía qué decía ni por qué, y las torturas duraron todo el maldito día. Aunque como fue de los primeros que viví, de entre los 50 primeros al menos, pude aprender de mis errores.

Sé que no debo hacer nada que no hiciese la persona que soy hoy, porque nunca se sabe qué acarreará. Por eso decido empezar con mis automáticas tareas de buenos días.

Voy al lavabo, aprovechando que hoy tengo uno cerca, y me paro delante del espejo. Debo analizarme, tratar de juzgar qué tipo de persona soy para poder actuar en consecuencia, porque si me salgo de lo establecido, bueno, vete a saber qué podría pasar.

Como aquella vez en Boston. Fue una gran cagada.
Siempre me siento un poco mal al hacer esto, al juzgar a quién soy hoy solo por su aspecto, pero hasta que no interactúe con alguien que me conozca, lo único que puedo hacer es guiarme por la barba, el pelo, la ropa que llevo o el sabor de mi piel y el olor de mis deposiciones. Es increíble todo lo que se puede saber de alguien por esto último. 

Hoy soy:
-    Hombre
-    Pelo largo y castaño, con algunas rastas perdidas por aquí y por allá.
-    Perilla de chivo
-    Flaco sin ser enfermo. Atlético sin ser una mole.
-    Estatura media (calculo que unos 180 centímetros)
-    Pene, en reposo, aceptable.

Por lo visto, y olido y degustado, creo que soy un artista bohemio, de los que tocan el didgeridoo y no les cuesta nada hacerse amigo de cualquiera en un bar. Que habla de cuadros y música extraña de un modo parecido al de los entendidos que he conocido en fiestas o leído alguna vez en revistas. No me será difícil fingir que sé mucho sobre arte, porque después de aquel día en París, en 1887, cuando conocí a Van Gogh, cualquier conversación que pueda tener sobre un cuadro, o sobre lo que quiere decir alguna mancha de pintura, será tan sencillo como respirar dormido. Y me convenzo de que este día va a ser de los tranquilos, en los que podré pensar y entrenarme, y leer y buscar información sobre lo que me pasa. Dependiendo del año, quizá hasta avance mucho en mi investigación.
Lo malo de tratar de comprender algo, de tratar de recopilar datos y juntarlos y encontrar un significado, en mi estado es que como cada día despierto en el cuerpo de alguien distinto, debo hacerlo todo de memoria. Mi cerebro, lo único a lo que puedo llamar verdaderamente mío durante los últimos 86 años, debería haber explotado hace ya lustros, pero de momento el archivo sigue intacto y limpio, y no pasa un día en que no desempolve alguna de las carpetas y lo recuerde todo sin problemas, sobre todo aquellas que llevan conmigo desde el principio. Aquellas en las que está aquel lejano comienzo que trato de analizar centímetro a centímetro para encontrar aquella pista que me haga entender que es esto que, aunque ha llegado incluso a gustarme (como a los que les gustan el tabaco, la comida grasa o correr detrás de un coche), sigue siendo para mí una habitación en blanco sin ningún cuadro colgado en la pared.

Mi día a día gira alrededor de sobrevivir, de fingir y de, si todo sale bien, acabar dormido donde sea por voluntad propia y no porque alguien me ha reventado la cabeza a batazos o a atravesado de una bala algún órgano vital y, poco a poco, me apago. Y no, no he comprobado si después de muerto esto vuelve a sucederme porque, sin más, tengo miedo de que no sea así.

Así que, recapitulemos, soy un hombre caucásico con una chica, creo por el largo pelo negro, desnuda en mi cama. Estoy en forma y en una casa. No tengo cicatrices ni tatuajes carcelarios (porque un dragón que cubre todo mi hombro derecho y la palabra “Esperanza” bajo el ombligo, no son de los que hacen que salgas de la cárcel con vida), y al pasear por la casa me doy cuenta de que posiblemente tenga un alto nivel de vida. La televisión es del tamaño de un poni y el sofá, que tiene una forma geométrica que solo podría hacerse tras fallar repetidas veces en el Tetris tratando de lograr una nueva línea, parte en dos el gigantesco salón con terraza y vistas a una playa de arena blanca y agua, al menos desde aquí, cristalina. 

La alegría, después de mucho tiempo sin probarla, sabe tan bien que vuelve a nacer la sonrisa en mi cara.

−Hola, cariño.

La voz, algo grave pero muy sensual, me habla desde mi espalda, y cuando me giro descubro que un asiático de piel tan suave que casi puede saborearse viene andando hacia mí, al tiempo que se hace una coleta de caballo para que la larga melena que he visto hace unos segundos en mi cama no le moleste. Está desnudo, y su casi minúsculo pene va de un lado al otro chocando de muslo en muslo a cada nuevo paso que dirige hacia donde me encuentro. Tengo la necesidad de taparme para que no me vea desnudo, cuando me doy cuenta de que somos amantes y de que ese instintivo acto iba a estar fuera de lugar, pero no he sido muchas veces gay, e inevitablemente lo que está a punto de pasar deseo con todas mis fuerzas que no pase. Pero allá va.

(continuará...)

Publicar un comentario

0 Comentarios