EL RINCÓN DEL RELATO: NADIE (parte II), por Manuel Gris Lorente

Manuel Gris Lorente lleva escribiendo desde que tiene uso de razón, quizá incluso antes, pero como no tiene recuerdos de esa parte de la vida prefiere no arriesgarse a la hora de hacer una afirmación tan tajante. Influenciado por autores como Chuck Palahniuk, Charles Bukowski, Bret Easton Ellis, Janne Teller, Amy Hempel o Craig Clevenger su escritura está caracterizada por un uso de la locura y la anarquía literaria con la que intenta no dar pistas de qué va a pasar a continuación en sus relatos y novelas. De cuál será el siguiente paso. La escritura es una forma de escapar del mundo y lo que hay en él, de todo lo que nos para a la hora de ser nosotros mismos, tan intensa y rica, tan grande, que no sabe expresar ese sentimiento con palabras, así que no lo hace. Solo sigue adelante, sin tenerle miedo a la página en blanco, y con la seguridad de que cada letra que usa solo le da algo más de libertad.



NADIE (Parte II)

Su boca no sabe mal, no mentiré, pero la barba de 2 días del asiático le está quitando todo el morbo a un beso de buena mañana de los que todos deberíamos tener. Sus manos empiezan a buscar mi pene, después de meter un dedo, no sé cuál, en mi ano, y entonces mi verdadera sexualidad activa mis músculos y doy un respingo.

−¿Qué te pasa, cariño? –tiene un acento inglés a la hora de hablar español muy extraño para los rasgos que tiene, pero viendo lo que me está pasando eso es lo que menos me preocupa de todo. Mi integridad trasera peligra.

−Es que estoy algo inquieto hoy, ya sabes, por lo de esta tarde. –jugársela no es algo inteligente, sobre todo cuando tu tono de voz es más cercano a la pregunta que al asentimiento, pero cuando la situación es incómoda el ser humano tiende a hacer y decir chorradas sin sentido con la esperanza de salir del problema en el que estemos. Además, de veras, no quería que me volviera a meter el dedo por el culo.

−Yo también lo estoy, cariño −¿perdona? −, y por eso mismo trato de calmar mis nervios del mejor modo posible. Mmmm cariño –ese larguísimo mmmm va seguido de un nuevo intento de profanar mi tubería de desechos, pero como para distraerme opta por rozar su pene con el mío, confiando en que el húmedo roce ablande mis nervios, mi dispositivo de huida se pone en alerta roja rojísima y, avergonzándome, vuelvo a jugármela.

Si me viese mi yo de la semana anterior, aquel que no traicionó a sus desconocidos compañeros mientras un ruso me arrancaba las uñas, me daría una buena paliza por cobarde.

−¿Lo dejamos para después? –traducción: para nunca −, estoy muy poco centrado. No iba a poder darte lo que te gusta. −¿de veras los gays hablan así?

−Lo entiendo, cielo. De veras. Me voy a la ducha, y dejaré la puerta abierta por si cambias de opinión.
Un nuevo beso sirve de despedida y, sin poder apartar los ojos del culo del asiático (no sabría decir por qué) espero a quedarme solo.

Lo primero que hago buscar algo de ropa. Después enciendo el portátil que está en la terraza para poder leer los emails que tengo en la bandeja de entrada. Tengo suerte de que mi actual yo tiene guardada la contraseña y, uno tras otro, busco algo que me dé pistas de lo que tengo que hacer esta tarde, porque estoy seguro de que el asiático no es tonto, y si sigo jugármela así acabará dándose cuenta de que no tengo ni idea de lo que hablo, y no quiero que me lleve a un hospital porque crea que me está pasando algo en la memoria a corto plazo. Tengo que huir de los hospitales, porque todas las veces que he acabado en alguno casi me matan tratando de hacerme pruebas o inyectándome medicinas a las que soy alérgico, porque si yo no sé que lo soy, no puedo decírselo, y en algunas épocas en las que he estado no hay registros médicos que avisen a los doctores de que si me dan esto o aquello me van a matar. Una vez, en indonesia, tuve la suerte de desmayarme antes de morir por una vacuna que me pincharon sin más, así que contó como quedarme dormido y me desperté en el cuerpo de un mulato, actor porno, que había contraído el sida en una de las primeras producciones de los 70.

Todos los emails que encuentro son de editoriales, algunas grandes que me suenan y que me hacen ofertas y otras, más pequeñas, los logos y nombres dan a entenderlo, que me piden una reseña de algún libro que habían publicado anteriormente. También puedo ver la fecha: 25 de julio del año 2086.
2086. la fecha más lejana en el tiempo a la que he viajado nunca. Y sique existiendo Planeta… en fin.

Por lo que puedo leer en los emails y, ya puesto en Google (sí, también existe todavía), yo, Pau G Ragán, soy un reputado escritor de novelas de intriga, en especial de una serie en la que un agente de la FIA, que buscando descubrí que era la nueva agencia que surgió de la unión de la CIA y el FBI en el año 2043, luchaba contra criminales internacionales, era gay y se llamada Jordan Guehi. Este agente de extraño nombre había tenido más de 40 aventuras, todas bestsellers internacionales, y esta noche me entregan el Premio Nacional de Narrativa por mi última novela: La sangre que tiñe el río. Al parecer es un honor para cualquier escritor ganar algo así, aunque en algunos círculos de internet aseguran, y tras leer algunos comentarios yo estoy de acuerdo con ellos, que me entregaban el premio solo por mi condición de homosexual. Seguro que a muchos les mueve la envidia, a otros el simple hecho de que mi novela no les llena del modo en que a los que dan el premio sí, pero lo que no puede negar nadie, ni yo mismo, es que, según dicen algunos blogs, en un año en el que se está volviendo a luchar por el derecho de los homosexuales a adoptar (al parecer el derecho se lo quitaron allá por el 2030, por la subida al poder de la ultraderecha en estados unidos) le den, justamente, el premio a un homosexual declarado y, sorpresa, rico y que mete mucho dinero a favor de la causa.

De golpe, y desde lo más hondo de mi alma, noto un peligro que me supera en todos los aspectos y del que no puedo escapar. Como si un puntero laser estuviera apuntándome a la cabeza.
Recibir un premio no me está pareciendo algo tan cojonudo, a decir verdad.


(Continuará...)

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