AGUA DE FREGAR, por Cesc Fortuny i Fabré

Cesc Fortuny:

Me nacieron en Barcelona, mientras Morrison enviudaba a Pamela. Aprendí a domesticar armónicas y a exhibirlas en circos de pulgas, donde grandes hierofantes me mostraron el camino que lleva al gran agujero. Con oficio, albañiles de la palabra me han enseñado a alicatar mi casa. Me gusta surfear en olas de ruido, me gusta olfatear libros como el perro enganchado a la entrepierna, y en ocasiones, soy funambulísta de seis cuerdas. De muy joven me interesó el mundo audiovisual como herramienta para romper el discurso y el leguaje estructurado. Capturar un recuerdo y repetirlo fuera ya del ámbito de lo que denominamos realidad, ir mucho más allá y construirlo de la nada.

He realizado las siguientes residencias artísticas:

•    Un bonic jardí per a destroçar. Experimentación sonora para el proyecto Zé Pekeño. Centre d’art conemporani Konvent de Cal Rosal, (Berga, Colònia Rosal, Junio 2015).
•    El luto de los colores. Proyecto pictórico-poético integrado por Jaume Vendrell, Cesc Fortuny i Fabré y Marian Raméntol. Acrílico sobre lienzo sin bastidor de 2 x 2 m. Centre d’art conemporani Konvent de Cal Rosal, (Berga, Colònia Rosal, Septiembre 2011).
•    Metáfora, en busca del lenguaje único. Proyecto conjunto con Marian Raméntol en el que se experimenta con imagen, sonido y palabra en perpétua mutación. Centre d’art conemporani Konvent de Cal Rosal, ( Berga, Colònia Rosal, Agosto 2011).




Agua de fregar:

La siguiente es una recopilación de cinco relatos, uno de ellos dividido en dos partes, ambientados en una Barcelona eternamente anclada en los años noventa del siglo veinte. Se trata de una mezcla de vivencias reales y sueños completamente deformados por la memória. El protagonista es Max Torres, cuarentón, ocasional politoxicómano, militante bebedor, escritor de poca monta y ante todo antihéroe. Max Torres repasa con su mirada empañada por las drogas y el alcohol, la vida en una ciudad repleta de individuos abandonados al racismo y al sexismo, que practican con una devoción que al fracasado escritor, le repelen y lo atormentan por igual. El ambiente de Agua de fregar es falso, agobiante y teatral, como una máquina de tortura de cartón piedra, enmarcado en unos años noventa que nunca existieron. O sí

La ciudad sin calles (segunda parte)

Familias enteras que abortan el horror, familias de plástico, almas envasadas y peces muertos. Entre todos me roban el aliento y quiero ser incinerado. Me gustaría olerme mientras mi cuerpo arde. Cuando era pequeño, solía quemar insectos, y olía con ansia. Jugando, investigaba y me divertía. Olor a moscas jóvenes incineradas, recuerdo el tacto de las larvas en mi carnosa lengua.
   
    Arranca este mal de mi alma, arranca este mal de mi oscura existencia, sálvame y entiérrame en tu puta opulencia omnipresente. ¡Joder!, te estoy hablando, ¿no es eso desesperación? Eres como una burbuja, pero no me sirves, no me funcionas, si no puedo tomarte como una aspirina no me haces ninguna falta. Es cuando me duele, cuando más te necesito. Es todo tan jodidamente absurdo, que ni siquiera se me permite odiarte. Tu ausencia es tu venganza. Te cagas en nosotros con tu inexistencia. Es absurdo. Muchos te chuparían la polla con tal de conseguir tus favores, ¡imagínate! Hacerle una mamada a Dios. Pero tú les jodes con tu desprecio.

    Mis venas tiemblan hasta conseguir movimientos sísmicos que se tragan los latidos de mi carne mancillada por el pecado, soy una mierda.  Estoy harto, quiero algo sagrado, algo puro, algo por lo que morir, quiero ser el líder de una jodida secta. Es ahí donde está el éxito, el triunfo. Si eres un criminal con pasta, entonces, entonces tienes el verdadero éxito. El triunfo.  Este mundo es de los grandes ladrones, de los chorizos. Nosotros somos ratas, números, con suerte un puñado de caracoles que odian la literatura. A lo sumo puedes aspirar a ser una babosa y a no cargar peso. Yo creo que soy más babosa que otra cosa. En el fondo no importa, nos arrastramos y eso no va a cambiar nunca. Seguiremos arrastrándonos como caracoles o como babosas, y los chorizos seguirán jodiéndonos. Muy halagüeño.

No sé porqué me preocupa todo esto, al fin y al cabo no parece preocuparle a nadie más.

Hay montones de cadáveres en los andenes, andan, se mueven, pero son cadáveres, “la mañana de los muertos vivientes” esto sí que es terrorífico. Todos andamos poseídos hacia nuestros trabajos. Y encima tienes que estar agradecido, “podría ser peor” te dicen, “podrías no tener un trabajo” ¡serán cabrones!, como si a mí me gustara esta mierda. Se supone que debo agradecerles esta caridad, estos placeres que a la escoria como yo nos otorgan. Nos permiten trabajar diez horas y una hora para comer  “No puedes quejarte del horario” te dicen. Yo no me quejo, simplemente lo aborrezco. Me gustaría meter una buena bomba en el culo de algún hijo de puta, y ver como revienta. Aunque eso no puedes decirlo, podrían tomarte por un asesino y entonces sí que te joden bien. Eso es lo que más me gusta, que siempre tienes que hacer buena cara por si acaso, por si alguien te viese, por si te pueden tomar por loco, por si te pueden criminalizar. Al fin y al cabo, tenemos que estar agradecidos ¿no? Muchos pagarían por estar en esta mierda.

    Cómo me duele, cómo me duele todo. Me duelen los deseos y mi asco, me duele mi necesidad y mis carencias. Me duelen y me duelen mucho, y a veces no puedo soportarlo. Me ahogo, simplemente eso, me ahogo. Por eso mientras me asfixio, pienso en que antes de morir me llevaría a alguien por delante. Forma parte de nuestro estilo de vida, ¡que se jodan!

    Pero ni eso resulta fácil, todo tiene un extraño ritmo arrastrado y complejo. Siempre sales perdiendo.
¿Sabéis? Yo no tengo médula espinal, mi columna vertebral, está vacía. Tengo un enorme gusano viviendo en su interior, se come todo lo que pienso, se alimenta de todo lo que tengo bueno y vomita toda su mierda en mis entrañas. ¿Entendéis ahora?, estoy lleno de mierda. Mi gusano y yo y nada más, formamos un buen equipo, no es un equipo ganador pero somos indivisibles.

A veces me siento en el WC y aprieto con toda mi alma, pero ese cabrón no quiere irse, no se irá nunca.

Nadie puede comprender eso.

    Un loco con un gusano dentro, un loco sin médula espinal, un loco asqueado de su vida. Bueno, asqueado... al fin y al cabo tampoco tengo otra cosa. Lo que ocurre es que a veces dudo, mi duda es razonable puesto que dudo de mí mismo. ¿Por qué lo hice? Un día abrí los ojos, y ya no he vuelto a cerrarlos. Cuando abres los ojos, ya no puedes cerrarlos nunca más.

    Abrí los ojos y me encontré con esta oscuridad y con este frío. Un mundo lleno de idiotas que esperan conseguir abrir sus ojos, si supieran lo que les espera no insistirían tanto. Quieren luz y calor, quieren tutela y amor. No desean sentirse solos. Yo abrí los ojos y me vi a oscuras y solo en este eterno invierno. Lo que daría por volver a cerrarlos, por volver a ignorar, por perder esta consciencia; ¿queréis conocer? ¿Queréis saber?  No os dais cuenta de que estáis a tiempo, de que es mejor estarse quieto y no abrir nunca los ojos y que todo pase, que todo se deslice. Sin prisas, sin esperar nada a cambio, en la más absoluta de las dulces y suaves inopias.

    No despertéis, no abráis nunca los ojos, o en lugar de luz encontrareis este vacío, este oscuro y solitario invierno de mierda. Luego querréis volver, pero no hay camino de vuelta. No me haréis caso, como no os lo haría yo a vosotros. Aquí estamos, a oscuras, solos y helados y metidos en esta oruga de metal que corretea por los túneles de Barcelona. No sé si quiero llegar o continuar metido en sus tripas. Que estupideces digo, es la falta de sueño.

    Empalmo un día con otro como si jugara a las damas, he llegado a coser un lunes con un jueves sin pestañear, casi ni te das cuenta cuando le coges la práctica. Ahí está, yo tengo mucha práctica.

    He perdido todo rastro, toda pista. ¿Y mi mente? Ya es imposible seguir mi propia sombra.  
Autobuses poblados de rostros vacíos, expresiones que como la mía, no rebelan nada, al trabajo o al volver de una orgía doméstica, privada y cutre.
Chimpancés domados que dormirán su miedo con excesos de trabajo o de fiesta.
Cada jornada me acerca más al absurdo y me pregunto, ¿que me mantiene vivo? ¿que puede ser tan fuerte? ¿que permite que luche sin tregua alguna contra este hastío? contra este vacío. No sé que es peor, si el trabajo o el aburrimiento en el fin de semana, un aburrimiento que se ahoga en alcohol. El aburrimiento sabe nadar...

    Cuando su manto plateado baña las crestas de los edificios, tengo fe.

    Si yo tuviera el botón en el bolsillo no dudaría en detonar la bomba. Por eso tengo fe. Mientras sienta odio, estaré vivo. Mientras ella esté ahí arriba... Su manto termina por bañarme a mi también. Esa pelota redonda y grande que a veces nos contempla columpiándose entre las antenas, saltando en un colchón de cemento y persianas cerradas. Cuanto más llena está más miserable me siento, con los pies hundidos en la basura de esta ciudad de mierda. Ella me insulta con su presencia y con su luz aterciopelada con su puta altanería de luna llena y  madrugona.


    Odio a mi gente porque me hacen sentir miserable porqué ellos son miserables, odio a mi gente. Los odio porque me parezco a ellos, los odio porque no puedo dejar de ser como ellos, los odio porque los odio.  A veces sueño con explosiones y todo revienta, todo se funde. Me gusta imaginarla ardiendo, me gusta imaginarlo aunque solo sea por un instante.

    En ocasiones la luna llora sobre el cuervo y me dejo mojar por esa lluvia bastarda y me arrodillo en el asfalto brillante y acaricio despacio al cuervo antes de que el próximo coche me aplaste los sesos contra el lomo negro de la serpiente.

    En la ciudad la lluvia se lleva nuestros recuerdos, prepara las calles para nuevas orgías de fin de semana, nos hace olvidar quiénes somos y nuestras miserias.

    Me visto de cuervo con cuero negro. De rodillas me visto de asfalto, despacio, abro los ojos mirando al cielo. Es ahí donde quiero estar, ¿lo veis? Allí donde los chimpancés se cuelgan de los árboles, donde los hombres pierden su corbata y pasean al perro. En ese lugar especial donde las hojas caen meciéndose hasta acariciar el suelo. Allí.

Amo cada ladrillo y cada mata de hierbajos. Cada garrapata y cada charco.

    Allí donde los ojos se alimentan de videoclubs y las ambulancias vienen a buscar sus cadáveres, en ese lugar en que el atardecer viene al encuentro de los últimos autobuses y mi padre vuelve a casa. Allí, allí yo soy el hijo pródigo.  Porqué he nacido allí, porqué me he criado allí, es su belleza la que me abruma, pero en el fondo también quiero a esta ciudad. Es allí donde me espera ella tejiendo y donde yo tensaré el arco para ser reconocido. Será en una apacible tarde primaveral, con nubes forenses, rojas como el hígado de un niño. Y con la dulce brisa, volveré a casa para ser querido hasta mi muerte.

    Esto es lo que obtengo cuando soy un niño bueno, me asquea ese vigilante obtuso disfrazado de ventana, fisgón maníaco que arrancándote el pudor termina transformándote en un animal enorme y sediento de morbo. Consumiendo litros de cerveza en una mierda de sofá. Enormes cetáceos peludos que gritan a sus mujeres para soltar su rabia mientras miran un aburrido partido de fútbol.

    El turno de ellas ha pasado, vivimos por turnos, las mujeres tienen su momento durante la tarde, en las telenovelas, hasta que llegan los cetáceos, entonces hay que pararlo todo y dejarles espacio, son ciudadanas de segunda. No somos machistas, simplemente unos hijos de puta consentidos, malcriados por nuestras madres. Sin solución.

    Cuando no puedo dormir, me postro abandonado a mi propia realidad, no gozo de la compañía del fisgón maníaco, y tampoco siento afición por el humo, me tengo que joder. El insomnio a veces se pasa mejor si fumas. No es mi caso.

    ¿Os suena muy ajena la ausencia de Dios? Vagando y vagando como ratas.

Aquí fuera estamos todos muertos, al abrir la boca se nos escapan bocanadas de humo helado, el corcel de nuestras almas en este invierno sin resultados, jodidamente vacíos y nulos.

    Te quiero, aunque solo sea por consolarme, aunque solo sea por compadecerme, te quiero. Deja que me sienta un poco más humano, en esta noche sin esperanza. ¿no te das cuenta? Cuando te digo que te quiero, ¿no ves el alcance de mis palabras? ¿No ves que nos estamos pudriendo? Sin embargo me pregunto cómo puedo verte tan hermosa. Mi muerte está casi asumida, pero tú...

    Dame tiempo, permite que vuelva a engañarme, que me transforme en un asno, fabricando mis propias zanahorias. Quedan ya pocas excusas, y estoy agotando los recursos. Muy cerca, tras esas dunas, encontraré la frontera que me separa de la cordura.

    El insomnio es mi aliado, mi amigo. El que me otorga esta clarividencia, esta lúcida locura.     Pero debes dejarme hacer mi trabajo, beberte de un sorbo firme, tras ello vendrá certera tu muerte y seremos libres.  Yo sé que esta ciudad me escucha, me presta su túnica, Caronte está cansado de los viajes, y con ella la máscara de terror con la que accederé al baile. Este es el verdadero sonido de la muerte, la bestia desnuda sin incremento ni consumo, sin ambiciones. Su cuerpo incomprendido, meciéndose en la lujuriosa y fundida complacencia.

    Los condenados han vuelto a casa, tienen tres noches antes de afrontar la muerte, deberán condensar la vida en un intercambio desesperado de fluidos. El mejor polvo de su vida. Luego regresarán voluntariamente al cadalso.

    Convencedme, os lo ruego. Convencedme de que todo esto no es en balde y liberadme de este lapidario peso.

He abierto las puertas, me prometisteis un paraíso, y sin embargo aquí no hay nada. Qué bonito era hablar de la muerte cuando esa palabra carecía de sentido. Mis peores pesadillas son ahora el reposo del guerrero. Siento más que nunca estos días luminosos y llenos de dolor. Este sol rojo y brillante me está matando. Pero todavía me queda esperar un poco más, solo un poco más...

    Siempre crees que va a ser algo lúdico, pero termina siendo parte de tu infierno. La serpiente despierta y sale ansiosa de la botella, debemos frotar su cuerpo, pegar sus escamas en nuestras manos profanas purificarnos con su luz. El dulce veneno verde, adormecerá mi mirada y la volverá amable. Será mentira, ya lo sé, pero será dulce y agradable. Las mentiras del resto del mundo duelen mucho más. La serpiente no es mi amiga pero finge serlo, me acaricia con su falsa beatitud.

    Invoco a la serpiente abriendo la botella, y después del sexto trago, el calor de mi estómago me sube a la cabeza. Puedo hablar con ella, y finge sus respuestas es una amante cálida y fiel. Sus celos aparecen a la mañana siguiente en forma de jaqueca. Es cruel cuando se siente amenazada, pero a pesar de eso siempre responde cuando la llamas. Soy consciente del veneno que trago, pero aún así quiero mi pedazo de paraíso. El amargo néctar que me quema la garganta mientras a oscuras me tumbo en el suelo de mi habitación y me abandono a ese exceso que me hace sentir más próximo a la tumba.

    Somos una generación de fascistas disfrazados, con nuestra túnica de buenas intenciones y nuestros juicios... y la democracia, nuestro gran logro, nuestra plaza fuerte en el descampado desolado de la locura colectiva. Una mierda de gente. Y encima tengo que sonreír, que disfrutar de todos los chistes que, lo siento, no me hacen ninguna gracia.

    En esta oruga de metal el tiempo se detiene, el tiempo siempre se detiene cuando te encuentras mal, pero corre como un cabrón cuando estas disfrutando, y disfrutamos tan poco...

    ¿A qué puede saber la carne humana? Seguro que no me parecería ajena, debe ser algo familiar. Deberíamos devorarnos los unos a los otros, en una orgía de sangre y dolor. Supongo que en realidad es lo que hacemos, nos vamos consumiendo hasta desaparecer.
   
    Ya tendría que haber llegado, tendría que haber llegado a algún sitio... hace años... pero...

Las puertas vuelven a abrirse y entra gente, cada vez somos más, embutidos, apretados, en este espacio que es mi universo. Como odio esta rutina, este sin sentido absurdo y delirante, como odio no poder reírme de todo esto. Es por eso que quizás decidí que lo más importante era viajar. Moverse aunque sea en el propio barrio, convertir todo en un viaje, en una experiencia en sí misma, en una aventura medio controlada, que introduzca algo de frescor.

    El metro vuelve a detenerse y parece que por fin ha conseguido llegar, nos movemos a cuatro patas con nuestros cuerpos abrigados por una lana que pronto será esquilada, buscamos la superficie al igual que las burbujas del champán. Empujándonos sin respeto ninguno, parece como si no nos importara, como si el anonimato introdujese impunidad a nuestros actos. ¿Qué importa un empujón si ni siquiera te conocen? No son personas, son cuerpos, y ellos te ven igual.

    No hay luz al final del camino. En este frío ascenso por las escaleras, no hay luz.

    La noche todavía cubre con su manto gris a los gigantes de cemento aterciopelado. Se resiste al día que lucha por lograr su puesto.

    Al final de las escaleras no hay luz, todo está oscuro.

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