Rolando Revagliatti nació en Buenos Aires (ciudad en la que reside), la Argentina, el 14 de abril de 1945. Publicó en soporte papel un volumen que reúne su dramaturgia, dos con cuentos y relatos y quince poemarios, además de otros cuatro sólo en soporte digital.
Todos sus libros cuentan con ediciones electrónicas disponibles en http://www.revagliatti.com.
Ha sido incluido, entre otras, en las siguientes antologías: “Dramaturgia Latinoamericana: Argentina” (en República Dominicana, 2008); “Minificcionistas de ‘El Cuento’ Revista de Imaginación” (en México, 2014); “Poesía Argentina Año 2000” (Tomo 1, selección de Marcela Croce, 1999), “MeloPoeFant Internacional” (bilingüe castellano-alemán, coedición en Perú y Alemania, 2004), “Pequeña Antología de la Poesía Argentina” (selección de Jorge Santiago Perednik, 2004), “El Verso Toma la Palabra” (México, 2010), “Italiani D’Altrove” (bilingüe castellano-italiano, Italia, 2010), “El Cine y la Poesía Argentina” (selección de Héctor Freire, 2011), etc.
Sus producciones en video se hallan en http://www.youtube.com/rolandorevagliatti
Alberto a.
Arias:
“Me gusta jugar con las vueltas al pasado y con el devenir”
Alberto
a. Arias nació el 23 de febrero
de 1954 en la ciudad de 9 de Julio, provincia de Buenos Aires, la
Argentina, y reside en la ciudad de Florida, en la misma provincia.
Entre 1972 y 1977 participó en grupos teatrales y literarios. Fue
director de la revista “Poddema”. Integró entre 1979 y 1987 el
Grupo Surrealista Signo Ascendente. Es parte del Colectivo Signos del
Topo, que administra www.signosdeltopo.blogspot.com
y dirige la revista homónima, además de libros, plaquetas y
afiches. Desde 2007 ha difundido por las redes artículos, poemas y
pronunciamientos artísticos, culturales y políticos. En la edición
de las “Obras (1923-69)”
se va materializando su labor de recopilación y ordenamiento de los
textos del poeta Jacobo Fijman. Desde 2010 está abocado a la
recopilación y difusión de la obra y la acción política de la
revolucionaria socialista e internacionalista Rosa Luxemburg. Para
ello ha fundado, junto con Danara Borge, el Espacio Rosa Luxemburg:
www.espaciorosaluxemburg.blogspot.com.
Poemas, notas y artículos de su autoría se han divulgado, entre
otros, en los siguientes medios: revistas “Cultura”, “Show”,
“Poddema”, “Signo Ascendente”, “Crisis” (2da. época),
“Clepsidra”, “Hojas del Caminador”, “En Defensa del
Marxismo” y “Signos del Topo”, así como en los diarios “La
Voz”, “La Razón”, “El Tiempo” (de la ciudad de Azul), “El
Tiempo” (de la provincia de Tucumán), “Río Negro” (de la
provincia de Río Negro), en los periódicos “Madres de Plaza de
Mayo”, “Nueva Presencia”, “Prensa Obrera”, “La Estación”,
“Redes Norte”, “Cuentos y Poemas” y en los boletines “Arte
y Revolución”, “Garabatos” y “Lucharte”. Además de en los
cuadernillos “Contra el Imperio de la Guerra”, “Los ríos”,
“Arco voltaico y Sitio de cuatro vientos”, “Equívocos frente
al arte”, su quehacer se difundió en “Los
sueños” (con el artista Luis Morado;
edición artesanal, firmada y numerada, formato caja), en el volumen
de relatos “Las muertes”
y en los poemarios “Himnosis, 1”
(antología), “Lo (19 poemas)”,
“Actas de Hoambre”,
“Primeros poemas (1974-79)”,
“Poemas de Lo”
y “Gretel, un día un año”
(Libro 1 de “Las Soleónicas”,
en 2019).
1 — ¿Empezamos a conocerte,
Alberto?...
AA
— Antes de remitirme al pasado
comentaré sobre el “presente”. Durante los últimos años hubo
una cantidad de sucesos en mi vida que me impidieron dedicarle todos
los tiempos y esfuerzos a mis pasiones: la poesía —entendida como
actividad
del “qué-hacer-soñar-desear”— y el arte, la cultura y la
política —entendidos como ámbitos de la lucha emancipadora de las
clases explotadas y oprimidas bajo el capital, en pos de la
revolución proletaria, el socialismo y la libertad.
Desde
este presente, desde donde me juzgo sin autocomplacencia, al revisar
el conjunto de lo hecho y escrito noto que no es poco lo concretado
desde mis veinte años, a pesar de algunos extensos lapsos de
silencio, a veces “natural” y elegido, a veces forzado por el
carácter social de nuestras vidas. También veo que, desde mi
adolescencia hasta la actualidad, tanto los temas, preferencias y
obsesiones como, por así decir, el “rumbo” que tomaron mis
escritos y composiciones, desenvolvieron su marcha por esta trifásica
banda de Moebius elegida a gusto: el amor, la poesía, la libertad
(aunque con desvíos, tropiezos, enredos y a veces patéticos
extravíos en el bosque sombrío que, según la temporada y sus
meteoros de inclemencia, algún árbol supuestamente “maravilloso”
me ocultaba).
Amor,
poesía, libertad, es decir: lo que el
surrealismo eligió como “objeto y causa” del deseo; ese norte
que a todos sin excepción nos excede (a los individuos, al
surrealismo y a la revolución proletaria socialista incluidos), en
el sentido en que debe entenderse, como bien lo dice André Breton
refiriéndose a la libertad, más como una “fuerza” que como un
“estado” —y, agrego, más como un multiverso en expansión que
como una burbuja cerrada y “autosuficiente”.
2
— ¿Y el pasado?...
AA
— El
“pasado”... Veamos, Rolando, algunos números y ciertas
determinaciones. Nací en la ciudad de 9 de Julio, en la provincia de
Buenos Aires, el 23 de febrero de 1954. Pero no tengo patria, soy
internacionalista. Mi matria/patria deseada, que debería concretarse
en este siglo 21, es la Internacional proletaria y socialista, que
debería ser fundada, expandida e instalada en el mundo entero si
queremos que sea auténtica y triunfante; es decir, si deseamos que
la humanidad (a la fecha, más de 7 mil millones de habitantes) tenga
alguna esperanza de salir de su “prehistoria”. Mientras no
exista, me sentiré inevitablemente ‘apátrida’ y ‘amátrida’.
Vale aclarar: esta Internacional jamás debiera ser un “aparato”
sino la asociación más masiva, ágil, igualitarista y efectiva
posible, en función de la humanidad deseable.
Soy
el tercer hijo de una pareja que tuvo cinco; los tres primeros,
varones, luego, dos mujeres. Mi padre tuvo otros dos hijos varones
con su segunda esposa, Isabel. El mayor de mis hermanos, Alejandro,
se suicidó a los veinte años (cuando yo tenía quince). Una de mis
hermanas, Laura, falleció en junio de 2019. Con mi hermana y
hermanos sigo en contacto —la relación con ellos es a veces asidua
e intensa, a veces esporádica. Ellos son Aníbal, Felicitas, Pedro y
Nicolás.
El
amor fundamental brindado por mi madre, Dora, es lo que me ha
permitido llegar a la sexta década de vida; su fragilidad y
situaciones personales fueron compensadas por virtudes que dejaron
huella en mí: a su sensibilidad sumaba su interés por la lengua y
la buena literatura; de hecho, fue ella uno de mis primeros lectores
y se mostraba interesada en lo que hacía poéticamente. De mi padre,
Hipólito, conservo el recuerdo de numerosos viajes felices y
experiencias campestres y sociales (en relación con su ocupación
como ingeniero agrónomo), así como políticas, positivas y
optimistas. Otras personas de mi familia (especialmente una tía y un
tío paternos) también han jugado un rol decisivo en mi desarrollo,
aunque no pude agradecérselos a tiempo.
En
mi infancia, pubertad y adolescencia hay muchos momentos memorables:
temporadas en el campo y en los aires libres; los juegos y los
deportes y sus peripecias; las novias y los abrazos y los aromas de
la eternidad; los “amigos-para-siempre” que luego hemos de
perder; las pequeñas travesuras vividas como enormes aventuras; los
cielos absorbentes donde nacen las nubes; los mares y los campos
infinitos donde el ser se agiganta; los primeros versos leídos; mis
primeros escritos; luego el teatro y el arte... y ¡tanto más!
Pero
en este periodo temprano (sobre todo en la niñez) ha sido quizá
demasiado importante la presencia del pesado conflicto intrafamiliar
y mi deseo y modo y esfuerzos por salir de allí, cosa que queda
patente en mi poema “La fortaleza” (“–Fue
entonces que construí acá mi primera fortaleza”).
También lo maravilloso, los variopintos conflictos, el descalabro,
la fantasía y la intensidad amorosa de mis primeros años aparecen
patentes, a veces de soslayo, en muchos de mis poemas y narraciones.
Pero sobre todo aparecen casi concentrados
en “Gretel, un día un año”
—aunque el propósito consciente de esta obra no haya sido en
absoluto autobiográfico.
¡Ay,
la adolescencia! Es en este periodo donde todo hace eclosión
“rimbaudiana”. Mis primeras e intensas lecturas poéticas
tempranas que me dejaron su huella fueron: Gustavo Adolfo Bécquer,
Antonio Machado, León Felipe y Walt Whitman en la pubertad y primera
adolescencia; luego, César Vallejo, Oliverio Girondo, Dylan Thomas,
Jacobo Fijman, William Blake, Novalis, Friedrich Hölderlin, Gérard
de Nerval, Antonin Artaud, Conde de Lautréamont, Charles Baudelaire,
Arthur Rimbaud, Guillaume Apollinaire: Con semejante dosis en poco
tiempo, ¿cómo no sentirse impulsado a bailar al borde del abismo
como un galápago
enamorado de las ánades que prometen llevarte por los cielos con la
condición imposible de cumplir: no abrir la boca? (me refiero a la
fábula de las ánades y el galápago, del libro “Calila
y Dimna”).
A
continuación: William Shakespeare, Alfred Jarry, Bertolt Brecht,
Marcel Schowb, Pierre Reverdy, Georg Büchner... Luego: André Breton
y los surrealistas, Karl Marx y los marxistas, Sigmund Freud y
algunos freudianos, sin olvidarme de unos prematuros Charles Fourier
y Georg Ch. Lichtenberg... Pero todo ello leído a menudo
abarrotadamente y no siempre en profundidad, sin darme mucho tiempo
para la mejor asimilación de tantas cuestiones teóricas y prácticas
de las que de algún modo me sentía partícipe pleno y que me
proponía encarar y quizá —aunque sea para mí mismo— en buena
medida resolver.
Hay
también algunos narradores leídos en esa época que me dejaron “qué
desear”: Ray Bradbury, Horacio Quiroga, José Revueltas, y algunos
“clásicos”, entre muchos otros.
En
fin: un multiverso al que se ingresa “iniciáticamente” para
tratar de pisar, volar y nadar a placer por este mundo que nos toca y
nos golpea y nos subleva y nos hace morir de vida “supervivida”
–Ah, sí, el exceso de sensaciones que buscan su centro, el cúmulo
de interrogantes que buscan sus respuestas y verdades, el acopio de
experiencias que quieren construir realidades nada fáciles de
conciliar y concertar con este mundo “donde
reinan Eros y Tánatos y sus ejércitos de Bienmalos y Malbuenos
metiéndosenos hasta en los tuétanos —que nos tornan seres casi
incomprensibles e intolerables—, que nos atraviesan hasta
bienmatarnos mientras nos malviven en su ‘otredad’…”
(palabras de un poema inconcluso).
Solamente
años después pude ya desear y concertar lecturas más variadas y de
autores no “inevitables” sino más a tono con nuevas búsquedas y
una saludable apertura en abanico: los poetas Miguel Hernández, Juan
L. Ortiz, Agustín García Calvo, Ángel Crespo, Mario Satz, Julio
Huasi, por nombrar solamente algunos poetas disímiles y en
castellano a quienes aún leo con placer (élan
singulares, confluencias pasionales, afinidades electivas). Estoy
hablando exclusivamente de preferencias y atracciones, entre
múltiples y variadas lecturas. Buenos poetas y buenos poemas, de hoy
y de ayer, abundan.
Definiendo entonces ese periodo tan complejo cuan
pletórico que es la primera juventud, digo: aquí hay como una
ruptura y a la vez continuidad con algo
que apareció en mi adolescencia: la vocación
poética. Sin entrar a discernir de qué
se trata ese algo,
afirmo que desde ese momento quise y supe que mi vida estaría
atravesada por la poesía —al menos como la empezaba a entender:
inseparable del amor y la libertad. “Idealizaciones” incluidas y
jamás renegadas, más bien “materializadas” de
facto, esa ha sido mi “guía
práctica”.
Empecé
un periplo de búsquedas grupales en torno del teatro y la poesía. Y
fue entonces que me dirigí un poco ciego a la búsqueda de algún
“remedio” para lo que entonces creía que me aquejaba: una
insatisfacción profunda ante el mundo personal, familiar y social;
es decir: el mundo entero. La cruel sociedad de privilegios,
posesiones y explotación en la que vivimos nos da razones de sobra
para colocar afuera toda la ira que algunos cargamos desde la edad en
que “no se sabe que no se sabe”.
3
— Así que el teatro y la poesía.
AA
— Sí, yo diría la etapa
pre-surrealista. Hacia 1972, mi primigenia búsqueda poético-teatral,
pseudo artaudiana, me había conectado con Alberto Muñoz, con quien
establecimos, durante un par de años —que parecieron décadas,
como suele suceder a esa edad—, una fuerte amistad creativa.
Como
pequeñas grandes aventuras previas a mi periodo (o pasaje) pleno en
el surrealismo debo mencionar también —corría 1974— mi ingreso
a una experiencia colectiva teatral que se llamó Centro Cultural
Alternativo, heredero de la Comuna Baires. Tenía yo veinte años.
Publicábamos la revista “Cultura”, que salíamos a vender cada
noche en la puerta de los teatros y cines. Prácticas
dramático-teatrales y buenas lecturas (Jerzy Grotowski y otros) son
lo rescatable de esa experiencia. Además, compartimos momentos
inolvidables con Graciela Masetti y Luis Morado, amigos con quienes
aún hoy, habiendo sorteado todas las difíciles peripecias de estas
décadas, seguimos encontrándonos y, en lo posible, interviniendo
creativamente en los ámbitos en que coincidimos. Salvando esto tan
importante, una atmósfera recalcitrante de secta autocomplaciente y
psicológicamente desequilibrada casi nos asfixia a todos los que
pasamos por esta distorsionada “comuna”.
En
ese momento concertamos un “matrimonio” legal con mi pareja de
entonces (juntos integrábamos la susodicha “comuna”), con la
sola intención de ayudarme a escapar a la obligación de hacer el
servicio militar, de donde sin duda (de eso estaba seguro) no saldría
con vida, dada la situación política del momento (transcurría
1974) y mi incapacidad para tolerar órdenes de ese estilo. (Dicho
sea: ¡no hay palabras suficientes, ahora lo sé, para agradecerle a
mi compañera de entonces, Claudia, ese gesto que también “me
salvó la vida”!)
Tanta
crisis sin resolver, más una situación familiar muy dolorosa,
hicieron que me escapara al campo. Ya separado de mi pareja, en 1975
me fui a Pergamino. Allí viví con mi padre, su esposa y mis dos
hermanos menores, e hice trabajos en una quinta productiva que ellos
sostenían. Comencé a trabajar en la imprenta de la ciudad y a
participar en el Grupo Literario Pergamino, para el que redacté un
Manifiesto, que fue publicado en la principal revista de la ciudad.
Conocí a militantes del Partido Socialista de los Trabajadores
(“morenista” —por Nahuel Moreno) y me interesé por primera vez
en el marxismo, en el trotskismo y en la “revolución permanente”
(aunque las primeras lecturas surrealistas y vallejianas ya me habían
aproximado sumariamente a un básico socialismo revolucionario).
4
— Y después del ’75, al año siguiente, ya sabemos, el golpe
cívico-militar.
AA
— Fue a pocos días del golpe (a
mediados de abril, creo) que viajé a Buenos Aires, abandonando
Pergamino. El partido me había dado como tarea traer al local
central (con mis veintidós años, recién incorporado, militante
nada preparado, y a solo días, como dije, del golpe criminal), en el
barrio de Once, una buena cantidad de materiales políticos. Ahí
tenemos una muestra de la frágil concepción política y de la
errónea caracterización del golpe del general genocida Jorge Rafael
Videla por parte de dicha corriente política. Llegado a las puertas
del local, esperando que abriesen (había blindaje y hombres armados
custodiando desde adentro el local) se acerca un coche con cuatro
tipos adentro; me llaman, y con total inconsciencia me estaba
acercando a ellos. Al tiempo que estos sátrapas me preguntaban “¿Se
hace la Escuela de Cuadros, no?”,
desde el local dieron un grito que me salvó la vida, ordenándome
que volviera inmediatamente. Hoy probablemente estaría en la lista
de las decenas de miles de secuestrados-desaparecidos.
Fue
entonces que conocí a Marcelo Gelman, con quien comencé una tan
intensa como frustrada amistad, truncada salvajemente por la
dictadura cívico-militar genocida, que lo secuestró, torturó y
asesinó, junto con su compañera Claudia (María Claudia García
Iruretagoyena), de 19 años y embarazada de seis meses.
Como
verás, estos hechos que vienen insistentemente a mi memoria y nos
“marcan”, funcionan como determinantes que nos hacen hacer una
cosa u otra, elegir esto o aquello. Se trata, sí, de estados de
“excepción” medularmente vividos que al fin constituyen la
“norma” y la “savia” misma (sean las circunstancias tristes y
terribles, o sean esperanzantes y propiciadoras de grandes luchas) de
los días que vendrán.
5
— Tuviste tu etapa surrealista.
AA
— Surrealista: califico así este
periodo, a sabiendas de que mi vínculo militante con el
surrealismo como movimiento abarcó,
estrictamente hablando, “apenas” unos ocho años de mi vida y de
mi actividad poética, cultural y política. ¡Y qué años tan
intensos!: de 1979 a 1987. Cabe esta aclaración: “vínculo
militante” significa que establezco una distinción,
que me parece corresponde, entre la actividad práctico-teórica, es
decir: la praxis del surrealismo en la forma de una militancia
concreta en el movimiento internacional surrealista (en este caso en
la forma de un grupo activo en la Argentina) y mi interés profundo,
que aún perdura, por el surrealismo y todo aquello que éste
representa ante mi deseo (a propósito no digo “ante todos
nosotros”): la lucha irrenunciable por la libertad, el amor, la
poesía, la revolución emancipadora, la superación de la
prehistoria humana y de la “civilización bárbara”.
Por
lo tanto, y para no extenderme, puedo concentrar algunos datos,
sirviéndome de testimonios valiosos sobre este periodo vivido por
los jóvenes artistas que constituimos entonces el grupo surrealista
Signo Ascendente y que levantamos sin dudar, y bien altas (así en
“las habitaciones poéticas,
en los grandes espacios abiertos del amor, la desesperación, el
placer, la esperanza, el olvido, la acción y el sueño” { de «En la noche ciclotrónica», en la edición final de “Primeros
poemas (1974-79)”}…
como en las calles, plazas y barricadas)
las banderas del surrealismo y la revolución, el lema “amor
poesía libertad” y la esplendente
consigna “transformar el mundo,
cambiar la vida”.
En
1979 tomé la iniciativa de editar “Poddema – Publicación
periódica para la actividad poética independiente”. Apareció con
fecha julio-agosto de ese año terrible. La “función surrealista
de Poddema” (si cabe decirlo así) en ese momento histórico es muy
bien descrita por Silvia Guiard en un magnífico y sucinto testimonio
(“Buenos Aires: El surrealismo en la lucha contra la dictadura”,
2006), con estas palabras:
“Es
en 1979 cuando un núcleo —ya muy reducido con respecto al grupo
original— cruza la línea que separa el hecho de estudiar el
surrealismo de la decisión de asumirlo como aventura propia. Dos
hechos jalonan esa transformación. En agosto, la aparición de
“Poddema” 1: editada
por iniciativa de Alberto Valdivia, esta primera revista —cuyo
nombre proviene de un libro de Henri Michaux— cuenta con la
colaboración de otros miembros y amigos del grupo (Silvia Grénier y
Luis Yara) y es adoptada por todos. En septiembre, la primera
intervención pública colectiva: la lectura de textos propios,
precedidos por palabras de André Breton, en un festival de la
Comisión por la Reconstrucción del Centro de Estudiantes de
Filosofía y Letras (Crecefyl) en el Club Villa Malcolm, del barrio
de Villa Crespo”.
Cabe
aclarar que, dada la época que atravesábamos, Silvia Grénier y
Luis Yara eran los necesarios seudónimos de la poeta Silvia Guiard y
del artista Luis Morado; yo firmaba Alberto Valdivia.
Así
que es justo referirse a “Poddema” (donde incluso en 1979
reivindicaba públicamente el manifiesto Por un Arte Revolucionario
Independiente, al que citaba como “de Breton-Rivera”, eludiendo
el nombre de Trotsky por razones de seguridad), como una publicación
poética-artística señera y de vanguardia, aparecida en pleno
periodo dictatorial, capaz de canalizar un valioso esfuerzo por
quebrar la losa del silencio… Inmediatamente, este esfuerzo se
manifiesta concretamente en la formación de Signo Ascendente, un
grupo surrealista militante que surgió influido “en vivo y
directo” por dos vertientes revolucionarias: la del surrealismo
propiamente dicho, y la del marxismo (algunos éramos simpatizantes y
otros militantes del Partido Obrero).
El
valioso testimonio recién citado es una fuente privilegiada para
conocer este periodo y las luchas emprendidas por el grupo que
conformamos.
Otro
testimonio elocuente del valor de nuestro compromiso surrealista lo
encontramos en estos fragmentos de sendas cartas enviadas desde París
en 1981 y 1985 al grupo surrealista Signo Ascendente aquí en Buenos
Aires (cartas que quizá algún día se las pueda dar a conocer;
ahora no corresponde –es una cuestión de respeto– que revele
quiénes las firman porque, hasta donde conozco, nunca tomaron estado
público; se trata de dos miembros del grupo surrealista de París):
“París, 29 de mayo de 1981 (…):
A
la hora en que el surrealismo debe, a través del mundo, enfrentarse
con numerosas dificultades, es reconfortante ver reanimarse su llama
en un rincón del mundo donde ninguno de nosotros podía
razonablemente esperar verla rebrotar. El tenor y el tono de su carta
nos llevan solamente a deplorar que nuestras relaciones no hayan
podido entablarse más temprano… (…) No hay, fuera de Praga y
París, actividad colectiva propiamente surrealista. (…) En el
momento de cerrar esta carta recibo ‘Signo ascendente’… (…)
Espero que nada grave interrumpa la publicación de los números
siguientes…”
“París, 13/12/85 (…):
Compartimos enteramente vuestra convicción de
que el surrealismo no podrá nunca ser reducido a una pieza de museo
en una vitrina, ni a un insecto multicolor en una colección
entomológica, y menos aún a una momia egipcia en excelente estado
de conservación. Está vivo y lo seguirá estando mientras en Buenos
Aires, en París o en cualquiera otra parte existan algunos espíritus
lo bastante obstinados como para rechazar el ‘principio de
realidad’ y creer en la afinidad electiva entre la poesía y la
revolución (…) … Ahora que han reorganizado el grupo ¿piensan
retomar Signo Ascendente? Pese a sus límites, era la única
publicación surrealista del mundo entero…”.
Palabras tan contundentes provenientes de dos
miembros notorios del movimiento surrealista en París, testimonian
la importancia que tuvo, en plena época de la dictadura y la
transición “democrática”, el grupo que iniciamos al calor de
las necesidades surrealistas en la Argentina, es decir: necesidades
antidictatoriales y anticapitalistas, poéticas y liberadoras.
No
sólo asistíamos e interveníamos en forma grupal en las marchas,
protestas y reuniones políticas, también colaborábamos con los
organismos de lucha por los derechos humanos y la aparición con
vida, especialmente con los Familiares de detenidos-desaparecidos. En
esos años, y durante bastante tiempo, en algunas paredes del centro
de Buenos Aires se pudo leer la incitante consigna: “¡Fuera la
dictadura! Movimiento surrealista”.
Además
del grupo original que conformamos durante varios años con Alejandro
Mael, Silvia Guiard, Julio del Mar y, luego, con Josefina Quesada y
Carmen Bruna, quiero mencionar a algunos de los compañeros que
compartieron, de un modo u otro y en diferentes periodos (no
necesariamente considerándose surrealistas), tantas horas de lucha y
actividad creativa: Luis Mihovilcevic (quien en aquellos años se
asociaba a nuestras acciones y discusiones con su publicación
expresionista “El grito”), Cecilia Heredia, Juan Andralis, Sonia
Rodríguez, Carlos Marcaida, Gloria Villa, Juan Perelman, entre
otros.
6
— De tu labor al frente de una editorial, y hasta donde la fui
conociendo a lo largo de los últimos lustros, destacaría la
correspondiente a los poetas Jacobo Fijman y Alberto Luis Ponzo.
AA
— Al unir vos estos dos nombres,
Fijman y Ponzo, debo hacer una especie de pausa.
Mi
búsqueda de Jacobo Fijman nace allí por los años “iniciáticos”
mencionados (1972), época en la que asistí al Hospital
Neuropsiquiátrico Borda, durante unas pocas semanas, para participar
con otros jóvenes de actividades solidarias y creativas junto con
los internados. Fijman había muerto dos años antes. Como casi todos
por esa época, tuve noticias de la existencia de Fijman gracias a la
revista “Talismán”, editada por Vicente Zito Lema, cuyo primer
número está dedicado íntegramente a su amigo poeta. Mi “búsqueda”
se va concretando —a partir de entonces y a través de diversos
hitos o “hallazgos”— en un verdadero “encuentro” a través
de las décadas siguientes. Es largo y engorroso relatar todo lo
sucedido en dicho periplo. Basta decir que este largo periodo llega a
concluir provisoriamente al concretar el primer
tomo de las “Obras
(1923-69)” de Fijman (que incluye
todos los poemas suyos que pude hallar). La primera edición de este
libro (la única por ahora) es de diciembre de 2006. Ya en 1998 había
publicado yo sus narraciones: “San
Julián el Pobre (relatos)”. En este
momento está muy avanzada la preparación del segundo
tomo de la Obra (1923-69), que reunirá
relatos, ensayos y otras prosas y testimonios de Fijman.
Conocí
a Alberto Luis Ponzo, si mal no recuerdo, en 1989. Fui hasta su casa
en Castelar para consultarlo en relación con la publicación que él
había hecho de poemas de Fijman. Desde entonces, y durante casi tres
décadas, continuó nuestra profunda amistad que dio múltiples
frutos, sobre todo en la edición de sus poemas. Falleció el 2 de
mayo de 2017. Estaba por cumplir 101 años. Entre todos sus libros y
plaquetas, y son muchos, quiero destacar la antología que hicimos de
buena parte de su obra en 1996, intitulada “80
vueltas al mundo de todos los días” (ese
año cumplía sus 80). Se cuidaba mucho y bien de la “estridencia
literaria” y del embeleso de la autocontemplación. Se entregaba a
los demás y a los poemas auténticamente, en un “hacer” poético
a la vez íntimo y social que le proporcionaba gran placer. Tiene,
además, gran cantidad de poemas realmente conmovedores, por su
capacidad de contemplación de los “pliegues” de la realidad
interior-exterior circundante, sea individual o colectiva. Todavía
me espera, para los próximos años (¡espero lograrlo!), la
realización de una edición que muestre con justeza su vasta obra y
que sea fuente de inspiración para otros poetas con búsquedas
semejantes a la suya. Con su compañera de toda la vida, Alba Correa
Escandell, ocupan en mí un lugar muy importante, porque fueron
además una ininterrumpida fuente de afecto, respeto, solidaridad y
amistad, de esas que son inolvidables.
7
— Te propongo, digamos, un paréntesis “familiar”.
AA
— En 1976 conocí a Cecilia Heredia y
un año después ya estábamos conviviendo. Ella modificaría mi vida
para siempre; es sin duda la persona más decisiva. Atravesamos
juntos estas décadas, y faltan palabras para contar las peripecias e
intensidad de lo vivido. Quiero resumirlo con las de un poema escrito
hace mucho: “… mujer, nave amorosa
que guía el vuelo errante de éste que soy, / de éste que fui
siendo y que siéndolo seré a tu lado…”.
Hoy tenemos dos hijos, Julián y Emilio, con quienes nos acompañamos
permanentemente. Y ahora, también, somos orgullosos abuelos de
Lautaro y Tomás.
Cecilia apoyó y compartió muchas de mis
actividades artísticas, poéticas y políticas anteriores. Estos
últimos años integró también el colectivo Signos del Topo. A la
fecha, estamos comenzando a preparar una muestra del fruto creativo
de estas décadas juntos. La denominamos “amor poesía libertad”
y estará constituida por un libro y una muestra o exposición de
carácter –así lo esperamos– más o menos itinerante. Ahora
mismo está ocupándose en la preparación de un par de pequeños
libros con cuentos para niños que escribimos y que ella ilustró. La
obra plástica y el mundo de Cecilia deberían revelarse aún más
ampliamente que lo que lo han hecho hasta ahora. En nuestra juvenjez,
en nuestra vejentud, esperamos juntos seguir poniendo leños
ardientes a la creación y la actividad poéticas, que son siempre
inevitablemente crítica social y humana para la transformación del
mundo.
8
— Toda una militancia.
AA
— “Transformación del mundo”,
acabo de decir. Claro está: la histórica consigna surrealista
“Transformar el mundo, cambiar la vida”. Siempre se ha tratado de
lo mismo, diferente cada vez: estar a la altura concreta,
ni idealizante ni utópica, de esta enseña.
A
partir de mi salida del grupo surrealista pasé a formar parte, en
1988, del equipo de periodistas del periódico de las Madres de Plaza
de Mayo. Allí viví una enriquecedora experiencia junto a compañeras
y compañeros como María del Rosario Cerruti, Raquel Ángel y
Alberto Guilis, entre otros. Ahora considero que ese pasaje de un año
por el periódico de las Madres me sirvió también para procesar sin
mayor crisis mi alejamiento de aquella intensa actividad grupal
surrealista que había ocupado casi una década de mi vida.
¿Y
cómo sigue todo esto? Con mi incorporación plena, en 1989, al
Partido Obrero (del que era simpatizante desde 1980), a un círculo
de “intelectuales y profesionales” cuyo responsable era Pablo
Rieznik, un gran compañero. Lejos de ser “enviado a la célula del
gas”, como cuentan los surrealistas franceses que les ocurrió en
el Partido Comunista, los compañeros me invitaron a impulsar y
formar parte del círculo de artistas. Por la sencilla razón de que
el Partido Obrero, enemigo radical del stalinismo, tenía en ese
momento, en lo fundamental, una línea opuesta al
anti-intelectualismo insustancial de algunas organizaciones de
izquierda y al pro-intelectualismo oportunista de otras. Allí
escribimos manifiestos y notas y editamos algunos números del
boletín “Arte y Revolución”, de breve vida, pero muy
interesante. Logramos cierta influencia en medios culturales,
educativos y artísticos. Años después, hacia el 2000 y 2001, formé
parte de la agrupación Lucharte y viví en forma intensa y militante
el periodo del Argentinazo, incluidas sus asambleas populares.
Así,
en vuelo rápido, podemos llegar al relato de apenas algo del
presente, ya que, como no nos cansaremos de anotar, las palabras
suelen constituir una gigantesca poquedad (si lo sabremos los
escritores y poetas, ¿no?) a la hora de pretender describir y
abarcar la totalidad de una experiencia de vida, cualquiera sea,
sobre todo sus vicisitudes históricas, pasionales, intelectuales y
psicológicas.
Mis
últimos años están “tocados” profundamente por la actividad
poética en torno a ‘Margen
meridiano’ (que es el título que doy al conjunto en marcha de la
que considero mi obra), al Colectivo Signos del Topo y al Espacio
Rosa Luxemburg.
De
Signos del Topo quiero decir que ha sido una experiencia muy rica y
profunda en lo que hace a su contribución (en su justa medida)
creativa y crítica en el campo de la cultura. Quienes consolidamos
durante algunos años esta peculiar experiencia grupal fuimos:
Osvaldo Cucagna, Luis Mihovilcevic, Pablo De Cruz, Cecilia Heredia y
yo. No podría mencionar aquí a los artistas, intelectuales y
militantes con quienes nos vinculamos, de un modo u otro, a partir de
esta actividad (aunque entre todos ellos, que son muchos, sí quiero
mencionar a nuestra compañera y amiga Liliana Dulbecco). Ahora mismo
estamos debatiendo cómo continuamos nuestra acción.
En
cuanto al Espacio Rosa Luxemburg, se puede decir que, a pesar de
tanto hecho (recopilación, lecturas, ordenamiento, debates, etc.)…
está casi todo por hacer. Su inicio se remonta a un momento (hacia
2009) en que mi vida personal se vio marcada por una serie de
acontecimientos a los que tuve que dedicarle toda la atención. Es
mucho y fundamental lo que se puede hacer para seguir reivindicando y
situando correctamente la obra, vida y lucha de Rosa Luxemburg, esta
extraordinaria socialista revolucionaria e internacionalista, en el
presente. Su vigencia es poderosa y me ocupará, así lo deseo, una
buena parte del resto de mi vida.
9
— Hablemos de tu obra. O, manos a la obra.
AA
— Como dije, bajo el título ‘Margen
meridiano’ voy reuniendo mi obra. Siempre me pareció fundamental
tener una perspectiva general de la misma, incluso temporalmente
hablando. Por eso hace ya mucho decidí incluir al pie de cada texto,
formando parte inseparable, el año de composición. El registro
histórico hace al movimiento y a la participación social y
cultural. La ‘intemporalidad’ en devenir se juega en la
temporalidad y en la historia, fuera de la cual no se concibe la vida
humana. Pero es justamente por esto que a menudo cobra valor lo
supuestamente “perimido” o “pasado” (incluidas las “formas”)
así como lo que puede haber de prospectiva en la obra de arte. Me
gusta jugar con las vueltas al pasado y con el devenir. En los
poemas, en el arte, encontramos las posibilidades de manifestación
no consciente de la “concurrencia y concatenación” históricas
efectivamente vividas… y de ese modo se hace “de hecho” la
crítica del instante temporal/intemporal en el que nos desarrollamos
como seres vivientes. Sincretismo (estoy usando esta palabra un poco
a piacere),
multivalencia, contradicciones vitales en varios planos de la
manifestación poética, son el “medio ambiente” en que busco y,
a veces, me parece “encontrarme a mí mismo”. Ese es el “magma”
y he ahí la “zona” de lo posible/imposible: el deseo mismo en
acción.
Durante
muchos años me consideré un “poeta del (en)sueño”. Luego
comprendí que la realidad y materialidad del sueño, la fantasía,
lo simbólico y la imaginación, tanto como tutti quanti que hay
sobre el planeta Tierra y más allá aun hasta el multiverso aún no
“visto” ni “conocido” ni “fundado”, son los que nos
determinan en forma integral. En esta sobredeterminación “natural
y total” actuamos, transformando y transformándonos. Un pequeño
poema de pocas líneas, tanto como una obra artística vasta y
complejísima, puede y debe alimentar, para
bien (subrayo eso), un instante de la
vida de un ser humano o de muchos y esto proyectarse a través de los
tiempos. ¿No constituye así lo que llamamos “el milagro poético”?
Podemos denominarlo “iluminación”, así como las artes plásticas
llaman “iluminar” al acto de darles colores y perspectivas nuevos
a las imágenes “grises” o blanquinegras, para que cobren vida y
nuestra realidad se alimente de este cambio, de esta transformación.
Parafraseando
a André Breton cuando habla del carácter de la imagen analógica,
del “signo ascendente”, podemos afirmar que la tarea del poeta
(del artista) debe ser “edificante” en el único sentido en que
esta palabra tiene razón de ser en estas landas: una “exigencia
que, en última instancia, bien podría ser de orden ético”
(…), “no reversible”
entre unas y otras realidades convocadas, “volcada
en lo posible hacia la salud, el placer…”,
y teniendo por “enemigos mortales lo
despreciativo y lo depresivo”.
Trabajo
simultáneamente en obras diversas. Los poemas invariablemente los
manuscribo. Otros textos puedo hacerlos a teclado, pero los poemas
no. Son hojas y cuadernos y carpetas y archivos con materiales que
luego van construyendo sus pequeños edificios, separados por
“géneros”, y estas secciones toman sus títulos. Voy reuniendo
todos mis poemas en “Alturas del poema”; mis relatos, cuentos y
narraciones en “Narrativario”; mis artículos, notas, manifiestos
y ensayos en “Mensajes meridianos”, y así en adelante. Otras
“series” de “obras en marcha” y, quizá, de largo aliento,
llevan por nombre “Las Soleónicas”, “Himnosis de Humanía”,
“El Hoambre”, “Versiones son amores”, y algunas más.
Mis
últimos libros publicados, de gran importancia para mí, son “Poemas
de Lo” y “Gretel, un día un año” (que es el primer libro de
“Las Soleónicas”).
Actualmente,
lo que puedo lo difundo por las redes (por supuesto con mis límites),
sea en un blog propio (margenmeridiano.blogspot.com) o en los
espacios a mi alcance. En este momento también estoy muy
entusiasmado con la lectura a viva voz (para su difusión pública)
de mis poemas, una práctica que siempre acompañó, en la intimidad,
la concreción de mis poemas (ingrediente indispensable en la
“escritura-composición”, “el oído
que canta, que danza sobre las olas de su ceguera…”).
No
quiero dejar sin mencionar una actividad propia que avanza
íntimamente, sin pausa ni prisa, desde hace ya por lo menos una
década: la actividad artística-escultórica. Trabajar manualmente,
con materiales de modelado y moldeo, y ligarlos a un universo poético
propio, me está dando, por ahora de puertas adentro, una
satisfacción que quizá alguna vez pueda mostrar sus frutos. ¿Su
origen? Allí hacia mis doce años de edad, cuando pusieron en mis
manos esos mágicos materiales que se llaman arcilla y plastilina.
Hoy
siento que, a esta edad, le faltan días al calendario, y horas al
día, para realizar todo lo que quiero y pretendo hacer. Pero, ¿no
es esto lo que sana y necesariamente habrá de ocurrirle a cualquiera
que vislumbre, delante de sí, aunque sea una mínima porción de eso
que llamamos “actividad poética”?
Pero,
como bien se dice: la cantidad
de lo hecho no cuenta, sino la calidad
(salvo cuando la primera transforma a- y se transforma en- la
segunda). Siempre pensé que un artista —mediante un
distanciamiento
posible— debería estar en condiciones de reconocer la cualidad
de su propia obra, es decir, sus características, propiedades y
perspectivas. La crítica siempre es autocrítica —nada ni nadie
puede escapar a esto— y la autocrítica es siempre una acción
teórico-práctica colectiva,
aunque no lo parezca, y aunque tal o cual colectividad, o individuo,
no tenga conciencia inicial de su condición. La crítica es el
núcleo
“corrector” de la praxis.
La crítica-autocrítica:
he ahí la posibilidad incesante,
no sólo para las obras sino para la propia vida individual/social.
Es
más: la elaboración misma de una obra suele suceder en un “no se
sabe dónde” de esa zona imaginaria a la que se regresa una y otra
vez para el impulso inicial o ‘iniciático’, zona en la que se
irá desenvolviendo la puesta en juego
física, material, afectiva, emocional, intelectual, política y
social de esa “cualidad” (como dije antes: las características y
propiedades singulares
de la cosa de que se trata) capaz de concretar
el impulso vital que ha marcado desde
siempre el “qué-hacer-soñar-desear” poético, que es
individual-colectivo. Impulso vital
que Arthur Rimbaud describió con justeza y parece que (casi) de una
vez y “para siempre” (al menos para este periodo histórico): “Si
lo que trae de allí abajo tiene forma, da la forma —si es informe,
da lo informe”.
El
hacer poético (que, repito, es un qué-hacer-soñar-desear) consiste
en una pura/impura “sujetividad”
objetiva (‘sujetobjeto’: concatenación indisoluble), donde no es
“uno” el que importa sino lo hecho
que se mueve (o se detiene, o lo que sea) en una posibilidad
colectiva y mundana por así decir finita-infinita.
De ahí que: “Seres pasan, obras quedan”. “Cuando quedan”
—hay que agregar.
A
propósito de todo esto: si en alguna coordenada de los tiempos
alguien se atreviese a intentar una definición de mi actividad
poética, yo vería bien que usara conceptos similares a los que
subrayé en un párrafo que Dylan Thomas dedica a Wilfred Owen (en su
selección “De pronto, al amanecer”).
Salvando las diferencias, me identifico plenamente —hasta casi
poder constituir una especie de nudo gordiano o mini Manifiesto
propio— con estas palabras:
“No
se puede hacer generalizaciones sobre la edad y la poesía. Los
poemas de un hombre, si son buenos poemas, son siempre muy mayores
que él mismo; y a veces no tienen edad. Sabemos que la forma y la
estructura de sus poemas sufrirían continuos e infatigables cambios;
aunque el propósito que los sostenía hubiera permanecido
inalterable, habría experimentado sin cesar sobre su técnica,
conduciéndola cada vez más adentro, hacia la
intensidad final del lenguaje: las palabras detrás de las palabras.
La poesía, por naturaleza, es
experimental. Todo impulso
poético se dirige hacia la creación de una aventura. Y la aventura
es movimiento. Y el final de toda aventura es un nuevo impulso que
otra vez se resuelve en creación. (…) Los
sucesos dictan el curso de la poesía.”
Con
las últimas palabras de esta cita puede quedar clara mi adscripción
a una concepción por así decir ‘monista-dialéctica’ de,
también, el quehacer poético, que en alguna página redefiní así:
“una concepción monista dialéctica
del poema”, ya que individual y
colectivamente hablando “somos seres histórico-naturales
y meta-psico-físico-sociales”.
Sin
duda de este modo aparecen condensadas la mayoría de las cuestiones
poéticas que me interesan y a las que considero haberme entregado,
“así como se arroja uno a la
corriente del río”.
*
Alberto
a. Arias selecciona poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
Escrito sobre el papel
Al poeta sin oficio, al sin profesión de ojos penetrantes,
al artífice de la pluma-que-fue-de-un-pájaro,
l a s v i s i o n e s
bajo su mirar heredero de Leonardo, del Oscuro o de Redon
–que veían en la noche–,
las apariciones, las escenas, los ritos de imaginación
(imprescindibles)
no podrían velarle demasiado tiempo otras visiones, figuras:
ahí en el papel / blanco / alisado / con filigrana / o apenas sucio
donde traza sus signos para un nuevo tiempo,
como otra filigrana sensible a faros de contra-viento-y-marea
están los ecos del caer vencidas unas plantas y papiros derruidos,
el chirriar de sierras, los motores, del torniquete la urgencia,
otros árboles, mecanos y sustancias que no sé,
la tensión de unos músculos absolutamente imprescindibles
(aunque chefs de SinAlbúmina se jactan y dicen: ‘sólo
por ahora, sólo por poco tiempo más’)–
Y están ahí las horas sin paga real alguna, aplastamiento de
triunfos fugaces,
e n o r m e s v i c t o r i a s
t r a i c i o n a d a s –
Ahí, todo a lo largo y exhaustivo de las vidas en obrajes malparidos
están los kilolitros de semen sangre y sesos –pensamientos vivos–
que hombres, mujeres y niños de vida dura
escupen a la cara del pulcrífero
que en un muy decente
periódico de moda
nos pregunta–
y se ríe–
: ‘pero
qué es un obrero?’
(1990)
*
Para
que arda Roma
(gratis
doy)
Toco instantes en
la Torre del Blabladar —
¡y creen que me
tienen en cerrado! —
Cada hablar es una
senda, cada letra es una piedra,
pero este camino
empiedrado no conduce a
«Roma La Eterna»
—
Desando, y desanudo,
esos lazos entre
pasos, objetos, historias, huéspedes,
galaxias de amor y
muerte —
"vida" y
"sentido", "sensación" y "deseo" —
Y en ello vivo
gratis,
pues gratis doy —
hasta el aniquilar mismo —
revolución
mediante — de todo valor de cambio —
¡Hasta el cambio
de todo valor! —
Cada instante
gratis que toco y pongo
es mi camino
arduo, lento y persistente de regreso a nos —
¡Lejos quedaron ya
« Hogar –
Patria – Familia – Propiedad » ! —
¡Ahora la galaxia
es mía y no me pertenece!
Para seguir
nuestro viaje al infinito acá
hasta que ya no
ardan romas y tramoyas,
trampas,
trínculos, tronos y truhanes
( — Ese sí
no será
un día
olvidable )
— Y por nunca
fin
seguiremos viaje
juntos hasta la última inalcanzable Luna
donde seremos
siendo sólo vos, él, yo, ellos, nosotros, ustedes —
Y nadie más —
ni
menos
(1993-94)
*
La
divisa en la frente
Pase lo que
pasare —
como bola de fuego
a través del hielo
o pedazo de locura
a través de la ciudad —
nada de
patria jamás
Pase lo que
pasare —
si a contraluz
escribo con la pluma anclada
en mi alta noche
encallada en el fablar —
nada de
patria jamás
Pase lo que
pasare —
con cada
para-sí... sin ton, ni son, ni ser...
en el mero hacer y
deshacer de sociedad —
nada de
patria jamás
Pase lo que
pasare —
mientras late
doble el corazón en cada puño
atrapado en la
masiva ola inmensidad —
nada de
patria jamás
Pase lo que
pasare —
al poder todo el
poder y después del poder
contra dineros,
guerras, señor y propiedad —
nada de
patria jamás
Pase lo que
pasare —
cuando la dulce
lengua indígena forme el mundo
y más y más se
haga amor, poesía y libertad —
nada de
patria jamás
(1993-2001)
*
El
nombre
A este ser que un
cierto día fue
podrán hundirlo
en las brumas gélidas de Auschwitz y Treblinka.
Podrán fundirlo
en los campos de exterminio de la argentina Patria
o sepultarlo bajo
los escombros de la heroica, altiva Gaza.
Tal vez busquen
ahogarlo en las aguas de las tierras de los pilagá
masacrados y casi
olvidados —
Eso: podrán
intentar que lo olviden, y olvidarlo.
Les place sin duda
desangrarlo, desgarrarlo, desmembrarlo.
Más aún: gozan
con arrojarlo en la fosa común, incinerarlo,
arrojar cal viva y
madera muerta sobre los despreciados despojos —
Eso: intentarán
que lo desprecien, y despreciarlo.
Podrán levantar
un muro, una montaña, multiversos de silencio.
Podrán sumir el
mundo todo en la parálisis, el terror y el espanto. —
Podrán eso y esto
y aquello — y mucho, mucho más.
Pero jamás podrán
—jamás—
hacerlo d e s
a p a r e c e r.
Porque este ser
que un cierto día fue,
tuvo un nombre y
fue n o m b r a d o.
(24
marzo 2016)
(A
40 años del genocida golpe cívico-militar en la Argentina.)
*
El
sol oculto de Monelle y Marcel
De la mano de
Marcel,
emergió Monelle
de las penumbras del mar que me tenía cautivado
en la hora previa
al crepúsculo.
Apenas recordaba
yo sus palabras antiguas,
nuevas en boca de
Marcel,
pero el viento
ululante y helado como una medusa abisal
volcó en mis
oídos el alfabeto primigenio de Monelle:
«No ames tu
dolor, puesto que no ha de durar».
Marcel la abrazó
entonces
para que el
congelante mar no les impidiese hablar y ser felices
en el «momento
fulgurante»:
«Agota en cada
momento la totalidad positiva y negativa
de las cosas».
Y Monelle redobló
ese abrazo fundente
para no sucumbir
ambos en el vórtice azaroso de una torpe nada
sino en el fluir
de la vida muerta y la muerte viva:
eterno río fugaz,
constelación esplendente,
fulguración del
universo inaccesible.
Delante de mí, en
el ocaso de la luz,
los cuerpos
enlazados de Marcel y de Monelle
se iluminaron poco
a poco
hasta alcanzar una
apariencia de roca arenisca
tocada por la baba
de un sol oculto.
Recordé entonces
lo que Monelle — ¿o acaso fue Marcel? —
sentenciaba, en el
remolino de pasadas penumbras:
«No te
preocupes por tu libertad: olvídate de ti mismo.
Sé el alba
mezclada con el crepúsculo».
(octubre 2017)
*
Pedido
de un cadáver
Recuerden que fui
un animal pletórico
de impulsos y destrezas—
un árbol frondoso
de saberes y deseos—
un surco vivo, una
pendiente al acaso—
el ocaso de un
breve sol.
Si me guardan en
una caja
pronto seré carne
triste
y peor aliento.
Sólo la materia
del sol nos libera
de las lindes del espacio —
y también del
tiempo.
(29 abril
2019)
*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: entre las ciudades de
Florida y Buenos Aires, distantes entre sí unos 16 kilómetros,
Alberto a. Arias y Rolando Revagliatti, mayo 2020.
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