Es evidente que, desde sus orígenes, el género lírico ostenta una larga y articulada tradición en que lo femenino está codificado como objeto poético –musa inspiradora-, mucho más raramente reconocido como sujeto de discurso. Las mujeres que esporádicamente han trasferido el propio yo al papel han recibido la atención de los críticos y de los intelectuales, en todo tiempo y no solo en Italia. Sin embargo, gracias a un camino de emancipación en diversos ámbitos sociales y conquistas civiles, iniciado ya a fines del siglo XIX, las mujeres en el Novecento comienzan a ocuparse con mayor frecuencia de la actividad literaria e intelectual. Entre las primeras que dieron una importante contribución al debate sobre la cuestión femenina estuvo Sibilla Aleramo (1876-1960). La autora en 1906 publica aquella que es considerada, aún hoy, su obra crucial, la novela Una donna, prueba significativa, tanto en términos formales como temáticos, de una existencia vivida y contada, en el rechazo del papel tradicional de la mujer. De las biografías de las autoras de versos del Novecento se deduce una obstinada intensidad, y la común conciencia del propio talento junto a la fatiga de cultivarlo y afirmarlo. Piénsese, por ejemplo, en la participación femenina en el futurismo, que ha sido rica, por más que las poetas no ocuparon una posición central. Estas voces han quedado muy a menudo al margen de la tradición poética, consideradas anómalas o casos literarios, difícilmente insertables en corrientes y movimientos. Una vía de soledad, atrapada entre gracia y sombras, es la de Antonia Pozzi (1912-1938). Qué reservada y rigurosa fue su breve vida. Sus palabras, según la lección hermética, “son secas y duras como las piedras” o “vestidas de velos blancos desgarrados”, reducidas al “mínimo de peso”, como las describió Montale. Su producción ha sido publicada póstumamente, hay aún materiales inéditos. También Anna Maria Ortese (1914-1998), escritora visionaria, recorre un camino autónomo, independiente, fuertemente subjetivo alejado de escuelas y modelos; sus poesías son una rêverie en que el sentido del tiempo sigue un latido íntimo. La soledad, sin duda, parece también representar una etapa indispensable para escuchar la propia voz, como admitieron Margherita Guidacci (1921-1992), que reafirmó la propia incompatibilidad con el hermetismo, y Cristina Campo (1924-1977), que se demostró siempre indiferente a las modas literarias. Esto explica también cómo poetas que, en los años sesenta se han acercado a la neovanguardia, mantuvieron de todos modos, una fuerte autonomía. Considérese, por ejemplo, el caso de Amelia Rosselli (1930-1996), que se interesó por el Grupo 63, conservando una firme originalidad. Fuera de los esquemas, Rosselli es reconocida hoy como punto de referencia desde hace más de una generación de autoras contemporáneas: un icono de la poesía italiana del siglo XX, única presencia femenina en la antología Poeti italiani del Novecento de Pier Vincenzo Mengaldo (1978). Una de las voces más significativas del segundo Novecento es, seguramente, Maria Luisa Spaziani (1922-2014), poeta, traductora y ensayista. Con los años ha publicado intervenciones, poesías y ensayos en las más prestigiosas revistas de crítica y literatura. Tuvo una larga asociación intelectual y afectiva con Eugenio Montale, a quien conoció en Turín en 1949. Su época poética empieza en 1954 con una recopilación publicada por Mondadori. En 1978 funda junto a Mario Luzi y a Giorgio Caproni el Movimento Poesia que, a la muerte de Montale, para honrar la memoria de su amigo poeta, se convirtió en Centro Internazionale Eugenio Montale (Universitas Montaliana). Entre las autoras menos conocidas, que han atravesado todo el siglo XX, está Clelia Rotunno (1911-2001): se inicia como poeta en 1981 en Roma presentada por Maria Luisa Spaziani; su escritura se declina en una búsqueda crepuscular y pascoliana. Se recuerda también a Gabriella Sobrino (1925-2016), poeta, guionista y traductora, histórica secretaria del Premio Viareggio, animadora de la escena cultural italiana durante cerca de cuarenta años. La aventura literaria de Goliarda Sapienza (1924-1996) representa un caso singular por la fuerza de una subjetividad fuera de los cánones. Atraviesa diversos campos de expresión, viviendo primero una intensa época teatral para luego arribar a la literatura. Su poesía es de difícil ubicación en el panorama poético italiano del Novecento, puesto que ella misma nunca ha buscado un panorama literario del que formar parte. Autora de continua producción poética ha sido Alda Merini (1932-2009), ligada a la inmediata narración de un ánimo profundamente marcado por las experiencias de vida; son conocidas las vicisitudes afrontadas por la escritora milanesa y precisamente por este motivo su vida y su producción no pueden ser circunscritas a una categoría. Poeta-fenómeno de comunicación y de gran eco, es amada también por un más vasto público. Otra voz poética fuera del coro es Jolanda Insana (1937-2016) que debutó en 1977, ya cuarentona, gracias a Giovanni Raboni, el cual publicó algunos textos de la recopilación poética Sciarra amara en la colección “Quaderno collettivo della Fenice” (Guanda), dirigida por él. Una voz salvaje, hereje y mística, caracterizada por un plurilingüismo y por una “concreción visionaria”, como sostuvo Raboni.
Estas han sido las voces que han tratado de confiar a la poesía aquella “misión sublime” de la que hablaba precisamente Antonia Pozzi, o sea, “coger todo el dolor que nos espumea y nos rebota en el alma, y apaciguarlo, transfigurarlo en la suprema calma del arte, así como desembocan los ríos en la celeste vastedad del mar”.
Entre otros libros, ha publicado:Variazioni belliche, Serie ospedaliera
En español:Sin paraíso fuimos (Serie hospitalaria) traducción de Carlos Vitale, Editorial Sexto Piso, Madrid, 2019.
UN SOL CELESTE
Un sol celeste, una rociadura de grumos de cristal
mañana temprano, la luz no se ha apagado: barrios rebosantes
de senilidad: la lavandera con el cesto pero sus hombros
tiemblan.
¡Dedicada tranquilidad en pequeñas dosis! rojo
el malestar, si tu cabeza dormita.
UN SOLE CELESTE
Un sole celeste, una irrorazione di grumi di cristallo
mattino presto, la luce non s’è spenta: quartieri traboccanti
di senilità, la lavandaia con il cesto ma le sue spalle
tremano. Dedicata tranquillità a piccole dosi! rosso il
malore, se la tua testa sonnecchia
LA INFELIZ LUNA…
La infeliz luna se inclinó llorosa.
Arroyuelos inocentes, barcas semivacías, grandes lagos de las
montañas
anteponen que yo sea tuya, y obediente.
L’INFELICE LUNA…
L’infelice luna si chinò piangente.
Rivoli innocenti, barche semivuote, larghi laghi delle
montagne
premettono ch’io sia tua, e obbediente.
EL CORAZÓN PIENSA...
El corazón piensa: nada puede detenerlo de pensar
el corazón es bueno”, ya no puedo
conducir al rinoceronte. ¡Pero si ganar
la guerra es honor, resplandor, precisión de
la virtud (bostezando) entonces ganar al corazón
es vengarse!
IL CUORE PENSA…
Il cuore pensa: nulla può fermarlo dal pensare
il cuore è buono”, non ce la faccio più
a guidare il rinoceronte. Ma se vincer
guerra è onore, bagliore, precisione della
virtù (sbadigliando) allora vincere il cuore
è vendicarsi!
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