"La pared del caracol" de Ana Alvea, por Isabel Martín Salinas




La poeta Ana Isabel Alvea Sánchez es licenciada en Derecho y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Granada (2008). Es también diplomada en Estudios Avanzados (DEA) y ha obtenido el Postgrado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada con el trabajo de investigación: El texto poético. Concepto, caracteres y métodos de análisis.
 



Profesora de talleres de poesía y directora del Club de lectura de poesía de la Casa del Libro en Sevilla e impulsora de numerosas antologías, es autora de Interiores (2010), Hallarme yo en el mundo (2013), publicados por Ediciones en Huida y Púrpura de cristal (2017) en Ediciones Torremozas.


En La pared del caracol, premio del XXXV Certamen Poético “Ángel Martínez Baigorri” 2020, nos sorprende con una reveladora mirada sobre el mundo.
El libro se estructura en tres partes: El tiempo y su impronta, De maizales y muros, y Turbinas, que versan sobre el paso del tiempo, los sueños perdidos y el afán por vivir.
Para Ana Isabel Alvea la poesía es un gorrión que acaricias/ para pensar su canto/ para sentir tu sed. Y el acto de escribir se convierte enfisura insalvable y cernudiana/ entre realidad y deseo, poesía que nos permite reivindicar la parte de nosotros que nada a contracorriente y reclama su espacio en medio de la aceptación de la normas sociales. Esta visión poética informa todo el libro.  
La pared del caracol constituye así una profunda mirada interior. Una voz lírica y emocionada a la búsqueda de reparación a través del Arte y de la contemplación del paisaje. En varios poemas el esplendor de la naturaleza colma la mirada de alegría: Vienen a mí los campos de espliegos. El Arte es entendido como salvación o bálsamo.
La autora desliza entre sus versos el sentir melancólico del paso del tiempo, su persistencia, el peso del ayer y su huella en el presente, todavía dolorosa. La huella del tiempo sobre las personas y el paisaje, los recuerdos que, si bien pierden vigencia o se distorsionan en la distancia –el río borra algunos/ se deterioran otros–, mantienen su eco en forma de pisadas de sangre.  
La pared del caracol deviene así en el cauce para cantar los sueños perdidos, las antiguas heridas, grietas que no pueden soldarse, y el debate cernudiano entre la realidad y el deseo, esa constante de la existencia humana. Y la mordaza con que viven los que nadan a contracorriente; su claudicación ante el muro del mundo. La imposibilidad de cumplir los sueños, que ya nacen estériles en una estepa reseca y cuyo son reverbera en la conciencia. Las ilusiones truncadas que ya sufrieron otros soñadores antes que nosotros: Miguel Servet, Oscar Wilde, Martin Luther King… 
Hay, sin embargo, una esperanza implícita en otros poemas: cuando puedan desvanecerse los recuerdos y al fin su huella desaparezca, será posible construirse de nuevo y que otra savia nazca.
Por eso late también en estos versos el deseo de dejar atrás lo que somos, la construcción presente de uno mismo, fruto de los avatares vividos. El anhelo de reinventarse y renacer para liberar aquella pureza del principio –sin el lastre que el tiempo ha creado en nosotros– y volver a sonreír con la inocencia primigenia, con una canción en los labios. Porque con Machado hoy es siempre todavía.
En un bellísimo y breve poema denuncia la autora esta vida nuestra contra la luz, adiestrados, adorando el dinero, sumidos en la sociedad de consumo, viviendo de puntillas, sin ser verdaderamente lo que queremos ser, de tal manera que si mirásemos de frente veríamos la sublevación de la luz.
En la tercera parte, Turbinas, subraya que a pesar de todo hay en el vivir un impulso imparable que nos urge a continuar adelante con la paciencia del caracol que escala en la pared. Por el calor de los afectos vale la pena vivir. Y desde el pasado ya desvanecido, en sus últimos poemas nos invita a resurgir y dejar que la vida se desborde/ intensa.
Ana Isabel Alvea nos recuerda la transcendencia de la belleza –en la poesía, en la naturaleza, en el Arte– en cuanto remedio para el dolor de la vida. Algunos versos traen a la memoria nombres relevantes: Van Gogh y su búsqueda de sí mismo en la naturaleza, Munch cuando libera su angustia en El grito, Anna Ajmátova y su poesía para resistir, o Primo Levi, soportando el horror nazi con la Divina Comedia de Dante. Porque incluso la locura puede ser mitigada: en otro momento enfatiza la labor terapéutica de la psiquiatra Nise da Silveira: el Arte puede salvarnos, leemos en el poema Nise: el corazón de la locura.Mediante frecuentes referencias literarias o artísticas, La pared del caracol se construye con un léxico culto y preciso (deflagrar, tundra, prelucir…), con términos provenientes de la arquitectura gótica y su estética de luz (ojival, vitrales…), que convive con otro registro más coloquial para referir el mundo urbano (centros comerciales, pantallas planas, polígonos industriales...) el ámbito rural o los sencillos ritos cotidianos tomados como material poético. Encontramos un guiño al poema Felicidad de Raymond Carver, una mención al arte japonés de reparar con oro los objetos rotos, Kintsugi, deseable modo de reparar nuestras grietas.
Y todo ello con un acento armonioso que solo ocasionalmente se vuelve apasionado para sentir con furor con ardor con ímpetu.
Predomina en el poemario el tono sereno, de emoción contenida y momentos de gran lirismo, y un estilo que busca, sobre todo, sugerir: un paisaje apenas visible/ velado por la niebla.
Hay una preferencia por los poemas breves, a veces, un leve trazo. Se trata de una poesía concisa, densa y muy lograda gracias a las vívidas imágenes y a los versos inesperados, sorprendentes e iluminadores con que finalizan sus poemas.
Utiliza recursos literarios que inciden en la subjetividad, como los epítetos (frágil caída, arenosas dunas), o intensifican la emoción poética mediante paralelismos o anáforas (Porque eres la naturaleza…). Acentúa el lirismo gracias a sus bellas personificaciones (el pino que atiende solo al vuelo). Otras veces recurre a la sencillez de las comparaciones (como una pared sin escribir) o interpela con preguntas retóricas que la autora nos hace y se hace (¿Cuál es vuestra mordaza?).
Preocupada por el mundo que nos rodea, Ana Isabel Alvea dedica también algunos versos a denunciar los males de la sociedad: la fragilidad de la vejez, el dinero como anestésico de la vida, la banalidad del mal, el enfrentamiento de unos contra otros. El carácter opresor de la sociedad, que nos hace vivir amordazados, como en una camisa de fuerza, y que imposibilita la realización personal. 
En suma, La pared del caracol muestra un rico mundo interior sugerido a través de una extraordinaria sensibilidad. Ana Isabel Alvea nos conmueve con su sentir melancólico sobre el paso del tiempo, su preocupación social y el afán por vivir superando heridas y recuerdos a través del Arte, la belleza, el afecto. Con la paciencia del caracol. Y el poder fundamental de la poesía como salvación, como santuario. 

Isabel Martín Salinas


Isabel Martín Salinas. Dramaturga, ensayista y poeta, con numerosas publicaciones, fue finalista del Premio Andalucía de la crítica de teatro (2012) y galardonada en 2019 con el Escudo de oro de la UNEE.

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