UNA POSIBLE FUENTE DE LA BECQUERIANA RIMA XVI. Agustín Porras

Buen aficionado al mundo de la poesía (dirigió, entre otras, las revistas Poesía, por ejemplo, La primera piedra y El invisible anillo), coordina hoy El Alambique.
Es autor de una pequeña biografía de Gustavo Adolfo Bécquer (Ed. Eneida, Madrid, 2006), de la reciente y sorprendente edición de Nuevas rimas de Gustavo Adolfo Bécquer (Olifante, Col. Veruela, Zaragoza, 2010) y de la antología Cuatro gatos. Otras voces fundamentales en y para la poesía española del siglo XXI (Huerga y Fierro editores, 2009), un acercamiento a la obra poética de Ángel Guinda, Javier Salvago, Lorenzo Martín del Burgo y María Antonia Ortega. Como poeta, ha publicado el libro Ojalá (Huerga y Fierro editores, Madrid, 2006) y el simpático romance La mosca becqueriana (Olifante, Papeles de Trasmoz, 2009).



UNA POSIBLE FUENTE DE LA BECQUERIANA RIMA XVI.
   Incluida en la primera edición de sus Obras (1871) sin variantes importantes con respecto al manuscrito de Libro de los gorriones (se reducen a unas correcciones en cuanto a la puntuación y a ciertas tildes), esta rima debió serle especialmente querida a Gustavo Adolfo Bécquer. Al menos, eso parece desprenderse de la cantidad de versiones que conocemos de la misma; pues, aparte de la publicada en El Museo Universal (1866) cuando el poeta se hizo cargo de su dirección, contamos además con otros dos manuscritos enormemente interesantes: el hallado por Pedro Martínez en el Rastro madrileño poco antes de la guerra civil, y el aparecido en uno de los álbumes que nuestro poeta dedicó a Julia Espín, fechado en mayo de 1860. Recordemos aquí el texto según su última redacción:


Si al mecer las azules campanillas
de tu balcón,
crees que suspirando pasa el viento
murmurador,
sabe que, oculto entre las verdes hojas,
suspiro yo.

Si al resonar confuso a tus espaldas
vago rumor,
crees que por tu nombre te ha llamado
lejana voz,
sabe que, entre las sombras que te cercan,
te llamo yo.

Si se turba medroso en la alta noche
tu corazón,
al sentir en tus labios un aliento
abrasador,
sabe que, aunque invisible, al lado tuyo
respiro yo.

    Habida cuenta de que el asunto tratado en esta ocasión (la invisible pero permanente presencia del amado) era uno de los tópicos que más fortuna tuvieron en la época que le tocó vivir, es lógico que los numerosos estudiosos de las Rimas hayan ido ofreciéndonos algunos poemas de amigos y contemporáneos del sevillano que presentan características muy similares al suyo. Y es cierto que cualquiera de los ya conocidos textos de Ángel María Dacarrete o de los chilenos Guillermo Blest Gana y Guillermo Mata que José Pedro Díaz nos dio a conocer ya en 1953 (Gustavo Adolfo Bécquer. Vida y poesía, La Galatea, Montevideo) podrían sin duda haberse anticipado a la creación del becqueriano; no así el de Eulogio Florentino Sanz, cuya composición “Tú desde lejos me miras” aparece publicada cinco años después de haberse escrito la versión becqueriana que contenía el álbum de Julia Espín. Poemas todos ellos que pudieron haber bebido en la fuente de la famosa composición de Goethe “Nähe des Geliebten”, sobre todo ésta que nos ocupa ahora, ya que sigue a la del alemán incluso en la curiosa combinación de versos endecasílabos y heptasílabos.

Es muy difícil, si no imposible, otorgarle un claro antecedente a esta famosa rima (sobre todo, cuando la puesta en escena participa de un esquema formal sobradamente conocido), pero me ha parecido conveniente aportar en este pequeño apunte una nueva hipótesis, a la vista de una sorprendente Canción con que acabo de toparme al repasar las colaboraciones aparecidas el 22 de febrero de 1857 en el Semanario Pintoresco Español. Hago notar que en tal fecha dirigía dicho semanario Don Manuel de Assas, el mismo erudito a quien un jovencísimo Gustavo Adolfo Bécquer ofreció ese año participar en el primer tomo de su ambiciosa y truncada Historia de los templos de España.



    Bajo el título “El suspiro de mi amor” (verso que se repite a modo de estribillo al final de cada una de las cuatro estrofas que lo componen) nos encontramos con la clara advertencia, aunque sorprendentemente ha pasado desapercibida hasta ahora, de que la poesía en cuestión fue puesta en música por (agárrense) D. Joaquín Espín (hijo). He aquí las dos primeras estrofas, las más interesantes para nosotros en este asunto:

I
Si al fulgor de las estrellas
en la noche silenciosa
sobre el aura vagarosa
llega a ti leve rumor,
sal por Dios á la ventana
disipando mi amargura,
que es la voz que allí murmura
un suspiro de mi amor.

II
Si el frenético murmullo
del festín llega a tu oído
y percibes entre el ruido
un acento de dolor,
es mi alma enamorada
que a ti vuela, amor buscando,
por donde pasa dejando
un suspiro de mi amor.

    Dejando al margen imágenes tan atractivas (por familiares) para los amantes de Bécquer, como las de aura vagarosa, leve rumor, alma enamorada… o algunas noticias relativas a su hasta ahora para nosotros desconocido autor, Nicolás Mazón Solana (de quien sólo he podido saber que dicho poema, impreso de nuevo el 15 de julio de 1875 en el número 13 de Revista Galaica, había sido creado en Ferrol en 1850), creo que lo realmente interesante de este asunto es que ambos textos eran cantables; al menos, ambos parecen haber sido musicalizados: éste, nada menos que por el hermano de la entonces omnipresente Julia; la rima XVI, por el propio Gustavo Adolfo Bécquer, pues no olvidemos que a la cabeza de su autógrafo figuraba claramente que estábamos ante una “Serenata”. Comparto con mi amigo Jesús Rubio la idea de que no es un asunto menor el poder estudiar en profundidad la formación y cualidades musicales de que nuestro autor disponía por esas fechas, en las que ya había firmado con García Luna algunos libretos de zarzuela. Aunque el poema a partir del cual Joaquín Espín creó su melodía esté compuesto de versos octosílabos, sería interesante disponer de la partitura en cuestión. Quizá podríamos encontrarnos alguna sorpresa musical que hermanara ambos textos.

    Sabiendo que ya en torno a 1859 nuestro poeta asistía con cierta regularidad a la tertulia de don Joaquín Espín y Guillén, con quien posiblemente también coincidiría en sus visitas al Teatro Real, no parece muy aventurado imaginar que fuera en una de esas veladas familiares donde oyese a su jovencísimo hijo la pieza que había compuesto sobre el poema que estamos comentando ¿no? Texto que Bécquer debió leer en El Semanario Pintoresco y que, con agradable sorpresa, volvía a oír ahora. Lógico parece también suponer que sería Julia la intérprete de ésta y de tantas otras composiciones musicales como deberían tener lugar en aquella artística casa. A partir de aquí parece obligada la feliz conclusión de este cuento: el soñador sevillano encontró la excusa, la estrategia ideal con la que conseguiría poner en boca de su amada lo que hasta ese momento, tal como le dijo en clave en ese mismo álbum, sólo se había atrevido a comunicarle con los ojos.

Agustín Porras

Publicar un comentario

1 Comentarios

  1. Me alegra pasar por aquí...Es un espacio que te abre y te desentoxica de otras historias absurdas. Me encantó el comentario y el análisis. Un abrazo. Tino

    ResponderEliminar