CARIOSUS IMPIUS


Se arrastra, sus irregulares vértices carraspean contra el suelo. Ya no tiembla ni se estremece con la brisa. Ha dejado de ser un punto brillante en ese particular océano de vida verde. Podría ser aplastada por distracción o por el azar. Ya no es mecida por la brisa, esa misma brisa que hoy la humilla frotándola contra el asfalto. Obligada a imitar a los reptiles en un nada gracioso viaje a través de diez metros de un frotarse patético. En un instante, pasa por encima de tus pies, y sigue su forzado camino. No tardan en seguirla pequeños grupos de compañeras que se acumulan y se dispersan, tan secas como ella, en reuniones espirales breves y desesperadas. Están muertas, y aún así, se ven forzadas a arrastrarse por el mundo de los vivos, como almas en pena, como viejas plañideras que reptan hacia otro entierro. Rascando, llorando ... por todos. ¿Cuantas más caerán del árbol?
Retumba el suelo bajo tus pies, sacudiendo, zarandeando en lo profundo de tu alma. Miras de nuevo a este árbol que expulsa impasible las hojas muertas, ya no le sirven.
¿Te das cuenta? tus ojos sin vida reflejan un atónito desespero.
No puedes protegerte, ni siquiera obligarte. No eres nadie, ni mucho menos. Quisieras salvarte, alejarte y vaciarte, pero no puedes. ¿Quien eres, que como un humo que algunos respiran, terminas como el residuo que quieren excretar?
El rostro amigo te devuelve la desazón traidora. Casi veintisiete años escondido dentro de tu cabeza como una rata furtiva, royendo el córtex. Prepara tu Nausea, respira el olor de mi agrio aliento. Ahora somos uno con la bestia, con su vientre repleto de mierda que nos espera para inmortalizarnos. Prepara tu Nausea, yo seré tu Nausea.
Ahora como tus jugos gástricos, ahora pruebo tus heces. Devorando lo que atesoras, una bulimia caníbal.
Siento este hedor que me ahoga, como de crisálida abortada y putrefacta.
Estertores sudorosos en la vieja cámara nupcial. Animales pequeños y duros, que juguetean. Insectos negros, rápidos. Un mar de colillas en el cenicero. Te sientes cansada y odias. Tus palabras todavía retumban en estas insanas paredes, aburridas y pobres.
¿"Abuela porque me lo escondías?" Y la abuela siempre muda, galletas dulces pero mudas. "Habla con tu madre, hija, no habláis nunca." Y de vuelta al silencio, no entiendo como lo soportaste tanto tiempo. En este lugar en que las tragedias son nuestro futuro, permanecemos como las piedras de una cantera, absurdas, esperando algún sentido. Y no hacemos nada, y pasa el tiempo ...
Pequeños cuerpos alienados correteando, con esa distorsión en la memoria responsable del pecado, un nacimiento obligado y una permanencia inconsciente, me gustaría despertarte.
Aquel maldito aparato rectangular, frío como un tam-tam de mármol. "Madre porque me lo escondías?. Cómo odio hablar con el mármol, pero es ya la única manera de hablar contigo." Los dedos marcan el teléfono sin pensar. Vuelves cada día a tu mundo de tiniebla, y buscas desesperada una respuesta que no llega. Una respuesta que quizás no has querido atender, escuchar. Indicios y evidencias que ignoras, que ignoras con firmeza. No quieres abrir puertas, pero quieres conocer, sabes que eso es imposible y eso te tortura.
¿"Que pasó madre?, porque no habláis nunca la abuela y tú?, porque ya no habláis nunca la abuela y tú?"
Cosmos terrible y hostil de vómitos sangrantes, descontrolados. La vieja baja los ojos llenos de su lluvia salada. Vuelve a la cocina, galletas dulces pero mudas.
¿Te acuerdas del viejo de hoy?, un viejo desconocido te ha hecho un regalo. Siempre son bienvenidos los presentes, esas ofrendas desinteresadas.
"Sin derramamiento de sangre no se hace remisión" (Hebreos 9:22). Ya no hay más sacrificios por el pecado, porque estamos seguros que todos han sido perdonados para siempre. ¿Que te ha dado ese hombre? ¿No te acuerdas? Acuérdate.
De nuevo, las viejas lloronas se arrastran bajo tus pies, y eso te devuelve algo, el instante más íntimo que te pueden ofrecer, más allá del orgasmo. ¿Que te ha dado ese viejo? tu lo sabes, ¿verdad?
Te dio lo más sagrado. Ahora recuerdas el reguero de sangre que se acercó sinuoso a tus zapatos. Esa serpiente escarlata e indiscreta que te mostró la senda para llegar a su cabeza aplastada contra el asfalto. ¿Que te ha dado ese hombre? el instante más íntimo al tirarse de un segundo piso e ir a parar casi a tus pies. ¿Me comprendes ahora?
Pobre Helena, esas comidas de compromiso con tu madre, no cumplen en absoluto con la función de acercamiento con la que se excusan. Pretendes otra cosa, siempre lo has pretendido. Buscas con desesperación algo que no te atreves a tocar, y cuando te acercas, huyes de nuevo a tu cubil. Pero esta vez, el regalo de ese viejo ha perturbado la paz de las húmedas paredes de tu cueva.
La madre y la abuela no comen nunca juntas, ya no se hablan, quizás no se han hablado nunca, ya no lo recuerdas. ¿Porque se repiten los ciclos?
El viejo aplastado parece sonreírte. Voces del pasado te rascan la memoria con violencia, como oleadas salvajes que se despeñan contra un espigón. Va a ser inútil que pidas clemencia, to van a tenerla contigo. ¡"Dejadme"!
Los ojos se te llenan de lágrimas. ¿Es tu padre, éste que ves en tus sueños"?
Siempre has creído que tus actos eran los que te definían. Esos que proyectados de antemano, te permitirían hacerte un hueco entre los humanos. Tus grandes acciones.
Siempre creíste que estabas llamada agrandes gestas, que lograrías cambiar la miseria del mundo por la utopía.
Estableciste un pequeño plan de acción meticuloso, que debía ser eficaz. Han pasado los años, ¡mírate!
No es solo que ya no te respetes, te cansaste, eso es todo.
Nuestra realidad nos abandona a la eterna noche sin esperanza y nos propone una supervivencia sin grandezas, donde las grandes gestas se van reduciendo a un simple sudar. Pero no podías saberlo, no podías saber que te estaban tomando el pelo.
“Estudia hija mía y seras lo que quieras”
Tu jefe es un vago, y ni siquiera te molesta.
A eso me refiero, a tu conformidad, has ido tejiendo esta capa de moho, y ahora te refugias en ella.
Eras demasiado pequeña, pero recuerdas, recuerda y sufres. Rostro amigo, sacudida, zarandeo profundo del alma.
Madre se acerca con un cuchillo de cocina. ¡Un hombre medio desnudo, está en los pies de una cama de madera raída y gime "Piensa en nuestra hija!, te lo puedo explicar todo ..."
¡La abuela está en la cama raída, medio desnuda, apenas tapada con unas bragas de seda y gime "Nena, no hagas un disparate!, la culpa es suya, él me ha forzado..." sus viejas tetas cuelgan obscenas.
Tu, con siete años, miras la escena desde la puerta de la estancia.
¡Madre, desesperada y herida, impugna "Me habéis traicionado desgraciados!, ¡sois unos monstruos! y se adelanta hacia el padre amenazando con el cuchillo. El padre retrocede hacia la ventana abierta, el miedo no calcula distancias. El padre desaparece tras los tendederos de la ropa, las mujeres gritan. Una lluvia espesa forma un telón que cae para anunciar el fin del último acto. Retumba el suelo bajo tus pies, sacudida, zarandeo profundo del alma.
La ultima cosa que recuerdas, es el rostro amigo de tu padre desapareciendo por la ventana. Y el trompazo.
Helena, mira ahora al viejo aplastado a tus pies, te sonríe, reconoces un rostro amigo.
Esta tarde irás a ver a la abuela, tomaras café con leche y unas galletas, esas galletas mudas.
No preguntarás nunca más. te volverás muda, serás como las galletas, como la abuela, como la madre, como el viejo aplastado, y después de hoy, como el rostro amigo de tu padre.

(3er episódio de "Memórias de la Col Lombarda" de Cesc Fortuny i Fabré)

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