Si observamos la realidad, y nuestra mirada es algo superficial, tendremos la sensación de que el situacionismo ha quedado olvidado en el fondo del baúl de los recuerdos. Sí, evidentemente, se le nombra en los artículos sobre arte, pero casi siempre como un atributo, como un simple adjetivo que se adhiere al discurso sobre la obra de arte para, de esta forma, darle lustre y brillo. Un lustre a todas horas retórico que se acaba convirtiendo en un residuo cultural, en un adorno.
Por otra parte, ya anticipo que yo no soy ningún entendido en graffiti y que desconozco en gran parte sus técnicas y sus normas intrínsecas. Sin embargo, siempre me ha fascinado que los graffiteros se denominen “escritores”, “escritores de graffiti”. También hemos de tener en cuenta que no hay que confundir “graffiti” con “street art” o “arte urbano” y que el graffiti no deja de ser un texto más o menos comprensible.
El graffitero escribe su nombre (un nombre con el que se ha bautizado, con el que se reconoce y se presenta) para sumergirse en una actividad ilegal. El graffiti es, pues, una actividad ilegal que en la mayoría de las ciudades está estigmatizado y perseguido con fuertes multas y que (esto será polémico) es, sin duda, un arte. Es un arte que (aunque algunos lo considerarán simplemente una forma de vandalismo) tiene una cultura propia que contiene toda una serie de actitudes y normas que se han creado a lo largo del tiempo y que han conformado una tradición. Entiendo que a la gente que le han escrito un graffiti en su puerta o fachada, esto que estoy escribiendo le parezca una tontería y que, además, se enfaden. Pero una cosa no quita la otra, y el arte, ilegal o no, sigue siendo arte.
Pero vayamos al grano, ¿Por qué hablo de situacionismo y graffiti? ¿Por qué junto dos conceptos en apariencia tan distantes? La respuesta no parece difícil de adivinar. El situacionismo pretende cuestionar la forma de vida capitalista provocando “situaciones” que revelen las contradicciones y paradojas de nuestra forma de vida. El situacionismo creó diversas estrategias, tales como el détournement, la deriva o la psicogeografía, que no dejan de ser esparcimientos que podemos practicar, pero que han quedado relegados a juegos de mesa para exponer en las diversas instituciones artísticas.
Los graffiteros, conscientes de ello o no, son de los pocos que han recogido el guante situacionista y se han jugado el tipo. Vagan por las ciudades buscando en el territorio urbano los lugares adecuados para ejercer su arte, evitan la ley, descubren nuevos parajes entre la periferia y la marginalidad de la urbe, crean sus mapas, se renombran como artistas, construyen sus propios patrones de conducta y establecen sus modelos estéticos. Y escriben y escriben para afirmarse, para manifestar su presencia como “otredad”, como “alteridad”. Crean nuevos estilos, compiten, se juntan en grupos o “Crews” para colaborar y expandir su escritura. Exploran nuevos territorios urbanos, cuestionan nuestra seguridad y, evidentemente, crean “situaciones” que nos deberían interpelar, no sobre ellos, sino sobre nosotros mismos, sobre nuestras opiniones y prejuicios, sobre cómo aceptamos una realidad que muchas veces detestamos.
El graffiti no se puede comprender, si desconocemos las vivencias
y el entorno de todo lo que rodea a los escritores.
Seguramente, muchos de los graffiteros no tienen ni idea de qué coño es el situacionismo, pero, para practicar su arte, tampoco les hace ninguna falta. Es curioso que el graffiti haya quedado como una isla abandonada por los curators del mundo del arte que parece que no entienden que el graffiti no se puede exponer únicamente desde el punto de vista gráfico, estético, en un cubo blanco que ignora todo el contexto, todo aquello que rodea a esta cultura.
El graffiti no es tanto la obra resultante, aquello todos nosotros vemos, como todo aquello que ignoramos. El graffiti obtiene todo su sentido cuando somos capaces de captar todos los matices, todas las vivencias que acompañan al hecho de escribir graffiti. El graffiti no se puede comprender, si desconocemos las vivencias y el entorno de todo lo que rodea a los escritores.
Esta práctica de escritura no tiene nada que ver con la literatura, tampoco con la poesía visual. Tiene que ver con la autoafirmación de una identidad que está al margen de la sociedad. Escriben para darse a conocer, para marcar territorio, para gritar que ellos también existen, que están ahí, que nos rodean. Son capaces de transformar una vida urbana alienante y embrutecedora en una experiencia estética, son capaces de transformar nuestra ciudad en un infinito campo de juego, lleno de posibilidades desconocidas, son capaces de mostrar puntos de fuga en este encierro de cemento.
Puedes maldecirlos, ignorarlos o aplaudirlos, pero su actitud, su voluntad, la reivindicación de su existir como un “otro”, sus manifestaciones artísticas y su propuesta de alteración del espacio urbano les hace herederos de aquellos situacionistas que, una vez, creyeron que la realidad existente no era sino una de las muchas posibilidades a construir.
Ferran Destemple
Soy filólogo de formación, pero siempre he rebuscado en lo visual y en
lo sonoro aquello que el texto no me llega a ofrecer. Para mí no hay
jerarquía entre estos elementos, se mezclan, se arañan o se fusionan
mejor o peor dependiendo del soporte. El soporte determina el contenido y
el contenido busca el soporte adecuado.
Destripar los interiores del texto, del sonido y de las imágenes y
volverlos a montar, como si de un monstruo de Frankenstein se tratara,
es un divertimento al que no pienso renunciar.
Me considero un amateur y eso me libera de angustias y obligaciones y me permite fracasar y equivocarme más y mejor.
Si
os pica la curiosidad podéis visitar la web de AutismosAutomáticos que
coordino al alimón con Pepa Busqué.
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