HUME O EL SENTIDO COMÚN

Sucedo en un entorno desvaído,

El giro estético de la filosofía pivota sobre la obra de dos grandes pensadores: Hume y Kant. Ambos parecen seguir el mismo patrón: se interesan en primer lugar por la metafísica, más tarde por la ética y finalmente por la estética (recuérdese el orden cronológico de las tres críticas kantianas).

Ningún otro filósofo antes que Hume había realizado una revisión crítica de los viejos conceptos tan profunda y demoledora como la que él llevó a cabo, dejando a la metafísica en una especie de callejón sin salida. El propio Kant afirmaría más tarde: “Hume me despertó de mi sueño dogmático”.

Como buen empirista, Hume sostiene que la única fuente de conocimiento posible nos viene dada por los sentidos. Es la sensibilidad la que nos aporta el material con el cual la razón ha de trabajar; una razón sin experiencia es una razón vacía. No existe, por lo tanto, ningún conocimiento que sea a priori. Recordemos que Descartes había descubierto la existencia de Dios y la suya propia antes de afirmar la existencia del mundo.

Hume distingue entre impresiones (los datos de la sensibilidad) e ideas:

Con el término impresión me refiero a nuestras más vívidas impresiones, cuando oímos, o vemos, o sentimos, o amamos, u odiamos, o deseamos. Y las impresiones se distinguen de las ideas, que son impresiones menos vívidas de las que somos conscientes cuando reflexionamos sobre alguna de las sensaciones anteriormente mencionadas.

Las impresiones son, por lo tanto, inmediatas, mientras que las ideas parecen generarse a partir de una elaboración del entendimiento, siendo meras copias de las impresiones sensibles, como especifica un poco más abajo:

Una proposición que no parece admitir muchas disputas es que todas nuestras ideas no son nada excepto copias de nuestras impresiones, o, en otras palabras, que nos resulta imposible pensar en nada que no hayamos sentido con anterioridad, mediante nuestros sentidos externos o internos (Investigación sobre el entendimiento humano, secc. 2).

Todas nuestras ideas proceden, por lo tanto, de nuestros sentidos internos y externos (Hume entiende por internos aquellos que nos aportan información sobre nuestro propio cuerpo, como el dolor o el placer). Incluso las ideas más fantasiosas provienen directamente de las impresiones; así, por ejemplo, combinando las ideas de “hombre” y de “caballo” (que proceden de sus respectivas impresiones) el entendimiento es capaz de construir la idea de “centauro”. Hume nos invita a considerar todas nuestras ideas preguntándonos de qué impresiones proceden.

La capacidad humana de formar ideas a partir de las impresiones y de combinarlas entre sí creando nuevas ideas compuestas, tiene como contrapartida el hecho de que podamos albergar ideas (e incluso creer firmemente en ellas) que no se correspondan con la realidad, como ocurre en el caso del centauro. Incluso la idea de Dios (tan clara y distinta para Descartes) parece ser una idea compuesta, sin un origen directo en la impresión simple, sin ninguna experiencia sensible que la avale.

La propia idea de “yo”, es decir, de sujeto pensante en un sentido cartesiano (res cogitans), es también una idea compuesta. Según Hume, la conciencia es una especie de teatro donde aparecen los distintos juicios sucediéndose los unos a los otros; pasan, vuelven, se marchan y se mezclan en una infinidad de posturas y situaciones. No existe, pues, nada que unifique toda esta sucesión de juicios, imágenes e impresiones, no existe un núcleo de personalidad que permanezca inalterable; el sujeto no es otra cosa que ese devenir constante.

Hume asesta también un duro golpe a uno de los conceptos clásicos de la filosofía (que ya fue abordado por Aristóteles); el concepto de causa. Nuestra experiencia sensible nos muestra que algunos fenómenos parecen ocurrir siempre de forma sucesiva, es decir, uno detrás de otro, como si el primero implicara necesariamente al segundo. Cuando ponemos una olla de agua sobre el fuego, al cabo de unos minutos el agua comienza a hervir. Pero lo que nosotros observamos son tan sólo los dos fenómenos sucesivos en el tiempo; en ningún momento tenemos experiencia sensible de ningún vínculo necesario entre ellos. Es tan sólo el hábito, la costumbre de haber visto que el segundo fenómeno siempre sucede al primero lo que nos invita a pensar que uno es consecuencia del otro y a esperar que en el futuro las cosas sigan ocurriendo de la misma manera. Pero según los postulados del empirismo, tan sólo podemos dar cuenta de aquello que hemos percibido con los sentidos, y está claro que en ningún caso hemos percibido nada parecido a una causa. Buena parte de las supersticiones son consecuencia de esta manía que tiene el entendimiento de andar por ahí vinculando fenómenos; si yo salgo de casa un par de veces con un jersey amarillo y en ambas ocasiones me ocurren cosas malas, puedo llegar a la conclusión de que el jersey amarillo causa mala suerte.

Todos los objetos de la razón e investigación humanas pueden, dice Hume, dividirse en dos grupos: relaciones de ideas y cuestiones de hecho. Al primer grupo pertenecen las matemáticas y al segundo las ciencias de la naturaleza. Y prosigue con una afirmación tajante:

Si (al recorrer los libros de una biblioteca) cae en nuestras manos, por ejemplo, algún volumen de teología, o de metafísica escolástica, preguntémonos: ¿contiene algún razonamiento abstracto relativo a una cantidad o a un número? No. ¿Contiene algún razonamiento experimental sobre cuestiones de hecho y de existencia? No. Entonces, arrojémoslo a las llamas, porque sólo puede contener sofismas y supercherías.

Evidentemente, la filosofía no contiene ni razonamientos abstractos relativos a una cantidad o a un número, ni razonamientos experimentales sobre cuestiones de hecho. Lo que está diciendo Hume es que la filosofía, o más concretamente la metafísica, no tienen un objeto de estudio real.

En lo que respecta a las relaciones entre ideas, el entendimiento funciona de forma deductiva, es decir, extrae conclusiones particulares a partir de leyes universales. El lo que respecta a las cuestiones de hecho, el método empleado es inductivo; un cierto número de experiencias particulares son generalizadas para formular una ley universal. Como todos los cuervos que hemos visto hasta ahora han sido negros, cabe suponer que todos los cuervos son negros. El método inductivo siempre se halla a merced de la experiencia, y en cualquier momento la experiencia puede refutarlo en forma de cuervo blanco.

Claro que si uno se ha dado cuarenta golpes contra la pared y las cuarenta veces ha dolido, es mejor no probar la experiencia cuarenta y uno. El método inductivo (utilizado desde siempre por el hombre para sobrevivir en la naturaleza) responde al sentido común y ha demostrado sobradamente su utilidad. En cualquier caso, la obra de Hume supone una crítica lúcida y profunda al método científico y al tipo de conocimiento que se obtiene de él.

Conviene, ahora, detenernos en sus aportaciones a la ética y a la estética.

La ética humenana se rebeló contra la concepción racionalista según la cual es inherente a la razón del hombre el saber distinguir entre el bien y el mal. Hume pone de relieve que no es la razón la que guía el comportamiento moral, sino las emociones y sentimientos. No es sensato ni insensato ayudar a alguien que necesita ayuda; si nos decidimos a hacerlo, son los sentimientos los que nos empujan. Por otra parte, diríamos que una buena persona es aquella que posee buenos sentimientos, no aquella que razona correctamente. También en el juicio estético son las emociones el criterio que nos legitima a considerar un objeto como bello. Al final de su Investigación sobre el conocimiento humano, Hume escribe:

La moral y la crítica no son tan propiamente objetos del entendimiento como del gusto y del sentimiento. La belleza, moral o natural, es sentida más que percibida. (4)

Resulta extraño que un filósofo fundamente la ética y la estética en los sentimientos, tanto más extraño en un momento en el cual la metafísica parece haber llegado a una vía muerta. Porque si son los sentimientos, y no la razón, los únicos que pueden fundamentar una ética y una estética, ¿qué papel le queda a la filosofía?

Si la filosofía opera en el mundo de la razón, una concepción semejante de la ética y de la estética situaría ambas disciplinas fuera del campo de acción filosófico. Además, los sentimientos nunca fueron muy bien vistos por la filosofía; las pasiones siempre fueron consideradas como lo opuesto a la razón.

Aunque el caso de la ética resulta más problemático, parece una obviedad decir que la belleza tiene que ver con los sentimientos. Existen personas muy inteligentes que apenas poseen sensibilidad para apreciar la belleza y, por el contrario, personas estúpidas que se emocionan fácilmente ante una puesta de sol o una obra de arte. Aparentemente, el juicio del gusto no parece depender de nada que sea “racional”.

En La norma del gusto, Hume afirma lo siguiente:

Todo sentimiento es correcto, porque el sentimiento no tiene referencia a nada fuera de si, y es siempre real en tanto un hombre tenga conciencia de él.

Unas líneas más abajo, prosigue:

Entre un millón de opiniones distintas que puedan mantener diferentes hombres sobre una misma cuestión, hay una, y sólo una, que sea la exacta y verdadera, y la única dificultad reside en averiguarla y determinarla. Por el contrario, un millar de sentimientos diferentes, motivados por el mismo objeto, serán todos ellos correctos, porque ninguno de los sentimientos representa lo que realmente hay en el objeto (Hume, La norma del gusto).

Hume admite que el gusto puede ser entrenado para apreciar sutilezas que, sin una debida instrucción, no sería capaz de reconocer. Un hombre carente de toda formación literaria difícilmente apreciará en su justa medida los sonetos de Shakespeare. Pero eso no significa nada; la belleza y el arte siguen en el terreno de lo emocional, aunque sea posible que el ser humano logre adquirir mediante formación una cierta disposición hacia ellos.

En cualquier caso, si hablamos de giro estético de la filosofía, no podemos pasar por alto el pensamiento de Hume; su obra ejemplifica perfectamente la conversión de una filosofía metafísica en una filosofía de los valores.

Ricard Desola

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1 Comentarios

  1. wow que articulo, he aprendido algo nuevo el dia de hoy. ah y claro para mi exposicion acerca del empirismo, no hay ejemplo mas claro que hume!
    gracias y muy buen articulo felicidades!

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