Roberto Farona



Roberto Farona:

Zafra (Badajoz), 1973. Lcdo. en Filología Hispánica. Profesor de lengua y literatura española, periodista, escritor y poeta. Colabora en diversos medios impresos y digitales nacionales y latinoamericanos con artículos de opinión, crítica y creación. Colabora en la revista Boek861. Próximamente aparecerá la versión digital de la revista Galvanoplastia.

Ha participado en varias exposiciones colectivas de poesía visual y arte postal desde 1997.
Es autor de Poemas metálicos (1991) Canciones del barrio (1994), Funambulismos -junto a Martín Romero- (1998), El sol sale para todos (2004), Homenatge/ Homenaje a Guillem Viladot – junto a César Reglero y Agustín Calvo - (2005), Homenaje a Felipe Boso – junto a Agustín Calvo e Isabel Jover (2006), La huella presentida (2005) y Syntagma (2007) siendo editor de la carpeta de arte El signo móvil (2007) y fundador y co-editor de la revista Galvanoplastia.

También ha cultivado la narrativa: Mi vida Lola (2006) y Las fronteras culturales de Michael Noelke

Próximamente aparecerá el libro de poesía experimental Mass Media en Vigo editado por Julio Fernández.

Algunos enlaces de interés:

www.galvanoplastias.blogspot.com
http://lasafinidadeselectivas.blogspot.com/2008/06/roberto-farona.html
www.danielcasado.com/web/contenido/cartasfarona/00.portada.htm
www.boek861.com
www.clic.org.sv/noti_detalle.php?idnota=370&disenio
www.clic.org.sv/noti_detalle.php?idnota=385&disenio
No le es dado a cualquiera tomar un baño de multitudes

¿Dónde estás Ringo?


El camino ha sido tan largo, Ringo... He cabalgado río arriba hasta tu cabaña pero ya no estabas allí, el río me dio la corazonada pero ya no podía echarme atrás. Nadie sabe decirme de ti en el pueblo. El coronel se fue soñando un horizonte menos violento para su retiro, dejando colgada su guerrera en el perchero del saloon donde aún sigue, al igual que los muchachos del rancho de los Mc Gregor, que están jugando su eterna partida de póker al terminar la faena en el ocaso, escuchando las notas del piano del viejo Jeremías. Es extraño, no siento nostalgia. ¿Qué más da todo?. También yo podría estar jugando ahora con ellos en aquella misma mesa al caer la tarde. Yo mismo era uno más de la cuadrilla hasta que ocurrió todo.

Llegaba la cosecha llenando de ilusión a todos, había fiesta y baile y color, pero yo era el único que no podía sonreír. Entonces llegué a comprender que sólo podría vivir en paz de una manera. Sí. Había llegado la hora. Por fin estaba preparado para la venganza.

Mantén la mano en tu revólver y no te fíes de ninguno me dijiste aquel día Ringo cuando vimos llegar a los esbirros de Mortimer. Hoy ninguno de ellos puede contarlo pero jamás sabremos qué planes tenía aquel forajido que, como una epidemia, se adueñó de todo el lugar, sobornando al sheriff y a aquel juez que murió envenenado.

Cabalgo a lo largo del pueblo, en la misma calle donde retaste en duelo a aquel bandido. Nunca tengas el sol enfrente de ti, fueron tus palabras cuando cayó tu rival.

He seguido tus consejos Ringo, soy tan viejo como tú y estoy cansado. Fueron duros los años en el penal. Estoy cansado. Y ahora estoy aquí después de tantos años buscándote en donde nadie sabe o nadie quiere saber de ti, mi querido amigo. Todo se olvida Ringo. Menos este aire de miseria que sigue teniendo este maldito pueblo tantos años después.


Palinodia de la cigarra frente al hacendoso hormiguero


¿Acaso de nada han valido ya mis canciones?
Ahora desdeñáis mi lira
y de toda la alegría
que os he brindado,
(sin la que vuestra vida
no sería nada),
renegáis, hormiguero
contumaz, abarrotados
de pesadumbre
vuestros almacenes
sin sueño,
cuando hasta ayer mismo,
luminosas
y agradecidas
os mostrábais
por haberos hecho olvidar
la inanidad
de seres embrutecidos
en vuestra tenaz empresa,
disuelta hace tiempo
vuestra identidad
que he venido a recobrar
con mis versos
para llenaros
de claros horizontes.

Sin embargo,
habéis preferido
continuar engordando
vuestra vanidad
con esa insidiosa labor
en el marasmo
de lúgubres galerías
sin fin,
mareo de relojes
hundidos en el mar para siempre.

¿De qué ha valido mi sacrificio?
Ni siquiera me permitís en consuelo
un plato de comida,
habiéndome sorprendido
el invierno
con estas mis tristes ropas.

Avergonzadas de vosotras mismas
y asustadas al despertar
de vuestra propia libertad,
tras haber celebrado mi canto

me repudiáis.

Ahora vuestra arrogancia
me arroja
a la desolación más absoluta,
a una tristeza de mar sin orillas.
Mirad lo que habéis hecho de mí,
miradme:
sólo soy esto que veis:
el artista,
el más triste bufón del reino.

Roberto Farona marzo 08 Plasencia

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