Un paseo por el cosmos poético de Eduardo Moga, por Marian Raméntol

Tener en mis manos un libro (o dos, o tres) de Eduardo Moga, es una experiencia casi mística, sí, porque Moga es en cierto modo místico, una mística particular, donde sin desprender los pies de la experiencia terrenal, la palabra se eleva y asciende a otro plano, un plano desgarrado y lacerante, donde "el cielo se va", y los ciclos de creación y destrucción o la concreción incomprensible del ser, están patentes de manera quirúrgicamente precisa.
Un recorrido por la obra de Eduardo Moga por Marian Raméntol

Eduardo Moga se define poeta por encima de todo, y tal y como nos cuenta en la reciente entrevista publicada en Revista de Letras, http://www.revistadeletras.net/eduardo-moga
le exige a la poesía que le sacuda, que le emocione, que le haga vibrar. Según Moga, la emoción tiene muchos órdenes: no es sólo sensitiva; puede ser también intelectual. Un poema reflexivo, que ahonde en los pliegues del pensamiento, que bucee en la gestación y desarrollo de la razón, o que se aproxime a la realidad con una perspectiva analítica, e incluso científica, puede también trastornarle.

Antes de iniciar nuestro particular paseo por su mundo poético, os dejamos aquí un resumen de su trayectoria.

Bio-bibliografía

Eduardo Moga (Barcelona, 1962), ha publicado los poemarios Ángel mortal (1994), La luz oída («Premio Adonáis», 1995), El barro en la mirada (1998), Unánime fuego (1999), El corazón, la nada (1999), La montaña hendida (2002), Las horas y los labios (2003), Soliloquio para dos (2006), Los haikús del tren (2007), Cuerpo sin mí (2007) y Seis sextinas soeces (2008). Ha traducido a Frank O’Hara, Évariste Parny, Charles Bukowski, Ramon Llull, Carl Sandburg, Richard Aldington, Tess Gallagher, Arthur Rimbaud, Billy Collins y William Faulkner. Practica la crítica literaria en «Letras Libres», «Revista de Libros», «Archipiélago» y «Turia», entre otros medios. Es responsable de las antologías Los versos satíricos (2001) y Poesía pasión. Doce jóvenes poetas españoles (2004). Ha publicado también los compendios de ensayos De asuntos literarios (México, 2004) y Lecturas nómadas (2007). Codirige la colección de poesía de DVD ediciones.


Iniciamos el paseo:

Iniciamos la ruta en “El Corazón, la nada” (1999), los poemas toman cuerpo de bloque, de pequeños fragmentos de prosa en los que la poesía nos desarma, nos desbanca, donde cada palabra tiene su preciso lugar y espacio, con todo su peso (porque el peso de las palabras es importantísimo en la obra de Moga) y conformando una respiración enérgica dentro de un escenario trascendente, donde ese misticismo particular del que hablaba flota por todos los rincones del libro:

“Tu materia lo es: nada. El cuerpo en tu nada, la nada que late, el espesor invisible: lo hueco ha creado la carne. Sigue, junto a la cama, la ropa confusa, la indiferencia de los zapatos. Tu oscuridad ha olvidado la tibieza en que resides, la rígida tormenta, el nombre. Sangras, como mis ojos, leche quieta. Ya no hay conocimiento en tus poros, sino una hendidura en el sueño que revela tu extinción.

El fuego detuvo el polvo de la nada y trocó en lluvia el silencio que goteaba como la piel, como la demolición futura.

En tu cuerpo recuerdo el aire. Fluye la linfa de la luz. Duermes en el insomnio y en tus axilas hay silencio”

Esos versos cortos, anidados bajo la piel del conjunto, otorgan sensación de sentencia a los poemas, el lector se siente sumergido ante una mirada observadora, la del autor, que desde una supuesta distancia objetiva, nos lanza en caída libre a la subjetividad de su pensamiento desnudo y, a veces, descarnado.

“Llueve silencio, sequedad, e las sábanas. Desde la penumbra observo cómo te quema la quietud y el aire se posa, derruido, en tu negrura. Una hiedra ausente ha ocultado los caminos. En la sombra anidan sombras muertas. La distancia es fría como el viento.

Lluvia inmóvil. Pese a tu cuerpo, soy.”



Poeta de contrastes, sus figuras juegan con la humedad de las palabras, con lluvias inmóviles, mañanas embarrancadas, sangre desecha en las hélices del tiempo, metal que se desvela, ceniza que gime, piel que se cierra, nichos que susurran miradas, luz que se palpa de noche, latidos que se comen, transparencias oscuras, olas ardientes, soledades tensas de tarde, azules lentos, música fetal, ojos que escriben después del olvido, el musgo, la muerte… todo un microcosmos que Moga combina para que, con sus matices grises y existenciales, podamos sin embargo flotar.

Proseguimos nuestro paseo por “La montaña hendida” (2002), donde siguen las sentencias, esta vez los versos juegan con el espacio, interaccionan con el papel y con las pupilas del lector, entran, salen, se muestran caóticamente ordenados y dotan de una movilidad sinuosa al erotismo salvaje y tremendamente elegante que protagoniza este libro..

“La saliva, vertical, ilumina las mucosas”

“Tu humedad, bóveda veloz/ tú, cuchilla lábil/ en el ojo de la noche./Antes, los transeúntes lamían el atardecer/ como tú lamías mi mirada/ y ciclistas fosforescentes sobresaltaban tus yemas/ asomadas al temblor”

“La boca, derribada, se endurece:/ no la dignifican los pechos,/ ni el clítoris líquido como la llama.”

“En el silencio cae leche”

“La ternura vive en el himen, y en el caos”

Moga sorprende siempre, y de entre sus muchas habilidades, está la de combinar un arrebato de lirismo absoluto, de esos que te dejan fuera del mundo, al ladito y de la mano de la cotidianidad más inmediata:

“Porque la carne escribe sombras/ y la lengua visita los párpados/ y la mecanografía”

Y no sólo eso, yo me atrevería a decir, que en este libro (que sin duda alguna es tremendamente carnal), está implícito ese sentimiento trascendental a través del sexo, el sexo vivido como sublimación, como motor, como razón y argumento. Se enmarca dentro de su paleta de colores, gris-negro, por lo que figuras como el metal, el azufre, trozos de tumba y tibieza, o vísceras que proyectan su sombra, no iban a abandonarnos ahora, pero lo más fascinante de todo es que suenan exquisitas en este viaje alucinante por el deseo, yo lo concibo casi como un sólo cuerpo, con sus diferentes partes, pero como si en realidad se tratase de un único poema, y os aseguro que es el mejor y mayor poema lírico-erótico que he leído jamás.

Y llegamos a “Cuerpo sin mí” (2007), yo diría que éste es el libro donde mejor se combinan todos los elementos ya citados que, bajo mi punto de vista, conforman el ADN de la escritura de Eduardo Moga, es decir su misticismo (vanguardista, pero misticismo al fin y al cabo) y su cotidianidad, en el que el uno lleva al otro y viceversa.

“La claridad/ se endurece en la nieve: es ácida/ como la nieve/ y arraiga en ella, hasta alcanzar/ el centro del instante, el borde del instante, el cansancio que impregna las palabras/ heridas por la miel/ inalterable de lo sido./ Todo naufraga ahí, y se perpetúa./ Y las tinieblas/supuran/evisceradas por la claridad.”

“La luz tropieza/ en los nudos del aire/ y, en su caída,/ produce/ sonidos/umbríos”

Fin de trayecto, pero antes de apearnos definitivamente, y partiendo de la base de que yo no soy filóloga y no pretendo en absoluto hacer un estudio exhaustivo de la obra de este grandísimo poeta y por tanto subrayo que éste es un artículo de opinión en el que tan sólo expreso mi visión de sus hechos, me gustaría finalizar apuntando que la poesía de Eduardo Moga no es amable, no se trata de poesía aséptica ni arquitectónicamente estructurada, la obra de Moga es exigente con su marco grisáceo, con esa atmósfera de fríos y destrucciones amparadas por cierta luz oblicua, donde la muerte es tan cotidiana como el te, donde nos espera desde el alambre del día, y nos regala desde el ingenio casi visual de sus imágenes, el esplendor de la poesía en mayúsculas. Intuyo además cierta influencia de Vicente Aleixandre, en su fase irracionalista, donde coinciden algunas texturas, como la presencia del metal, las figuras “blandas” o “lentas”, o el uso de la fórmula interrogativa como pontenciador del discurso del texto.

Y ahora sí, fin de trayecto, queridos lectores, tan sólo añadir que os recomiendo vivamente que os hagáis con cuantas obras podáis de Eduardo Moga, y las disfrutéis despacio, muy despacio.

Marian Raméntol Serratosa.

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2 Comentarios

  1. Qué hermosa reseña has hecho! Ese recorrido por la piel poética de Moga es muy clarificadora de su poesía.
    ¡Ganitas tengo que conocerlo el día 12 junto a todos vosotros!
    Un besazo gordo.

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  2. no conozco la poesía de Serratosa, pero intentaré hacerlo.
    Un saludo

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