Borís Pasternak Traducción de José Mateo, revisada por Xènia Dyakonova

enia Dyakonova nació en San Petersburgo en 1985

Xenia Dyakonova nació en San Petersburgo en 1985. Licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Autora de dos poemarios en ruso, Moya zhizn' bez menya (Mi vida sin mí, 2003) y Kanikuly (Vacaciones, 2007). Es cotraductora de Catálogo de novedades cómicas de Lev Rubinstein (Zonabook, Barcelona, 2007), en colaboración con José Mateo. Actualmente vive en Barcelona e imparte clases en la Escuela de Escritura del Ateneo Barcelonés.


José Mateo nació en Barcelona en 1974. Licenciado en Física y en Filosofía. Ha traducido a Shakespeare, Pushkin, Ajmátova, Gumiliov y otros poetas. Es cotraductor de Catálogo de novedades cómicas de Lev Rubinstein (Zonabook, Barcelona, 2007), en colaboración con Xènia Dyakonova. Algunas de sus traducciones se han publicado a las revistas virtuales EOM y Tinta China.




Biografía de Borís Pasternak


Borís Pasternak (Бори́с Леони́дович Пастерна́к: Moscú, 10 de febrero de 1890, Moscú, 30 de mayo de 1960), se formó en un ambiente refinado y cosmopolita, en el seno de una familia de origen judío. Su padre era un pintor conocido y su madre, pianista; la casa era frecuentada por intelectuales de distintos ámbitos; entre ellos, personajes como Sergei Rachmaninov, Alexandr Scriabin, Rainer Maria Rilke y Lev Tolstoi.

Quiso ser compositor; pero, tras seis años de estudio, interrumpió su carrera musical: en 1910 marchó a estudiar filosofía en Marburg (Alemania), donde enseñaban los neokantianos Herman Cohen y Nicolai Hartmann. Allí fructifica su vocación poética.

A partir de 1913 se dedicará a la poesía. Inicialmente, formó parte del grupo de futuristas moderados Centrifuga. En 1914 publicó su primera colección de poemas: “El gemelo entre las nubes” (Близнец в тучах), a la que sigue “Por encima de las barreras” (Поверх барьеров, 1917).

En 1922 con la publicación en Berlín .de Mi hermana la vida (Сестра моя — жизнь), escrita seis años antes, Pasternak es reconocido como un gran renovador de la poesía rusa. El tono de la poesía de Pasternak se mantiene a lo largo de los primeros años veinte. A pesar de que su obra fue más apreciada por los círculos intelectuales que por el gran público, Pasternak era uno de los poetas más celebrados del momento.

En 1932, publicó “El segundo nacimiento” (Второе рождение), con un estilo más austero que en las anteriores colecciones de poemas. Durante toda la década de los treinta, y hasta la guerra, Pasternak pasó por una crisis creativa. Subsistía traduciendo poetas georgianos y grandes clásicos de la literatura universal: Shakespeare (Hamlet, Macbeth, King Lear), Goethe (Faust), Rilke (Requiem für eine Freundin), Schiller, Verlaine. Establecido en Peredelkino, pueblo de residencia de escritores, bajo los rigores del stalinismo, Pasternak se ha convertido en una figura aislada en muchos sentidos. En los años cuarenta publica En trenes de la mañana (1943) y La vastedad terrestre (1945).

En 1957 se publicó en Italia, tras bastantes peripecias, su novela El Doctor Zhivago (Доктор Живаго), que contiene la colección “Poemas de Yuri Zhivago”. Pasternak alcanza ahí una gran altura poética y culmina la evolución de su poesía hacia la simplicidad; de algún modo, permanece el asombro, la mirada maravillada ante la vida. La novela valió a Pasternak la fama en Occidente y la pertinaz persecución de los órganos de represión de su país.

En 1958 se le concedió el premio Nobel: inmediatamente, agradeció el galardón; pero en un segundo telegrama, dos días más tarde, renuncia al premio, presionado por el gobierno soviético.

Pasternak murió de cáncer en 1960. Parte de su obra estaba prohibida en su país.


* * *

Borís Pasternak

Traducción de José Mateo, revisada por Xènia Dyakonova


Amada, ¡qué miedo! Cuando ama el poeta,

quien ama, quien pena, es un dios desquiciado

y el caos aflora otra vez a la tierra

igual que en los tiempos de los dinosaurios.


Chorrean sus ojos arrobas de bruma.

Se queda cegado. Es como un mastodonte;

su tiempo pasó, y él lo sabe: no gusta,

no agrada, imposible, ya no corresponde.


Ve cómo a su lado festejan las bodas;

se embriagan, se acuestan, despiertan al rato,

ve que a ese caviar de mil ranas lo nombran,

después de vestirlo de seda, «prensado»;


que abarcan la vida, como a un caprichoso

Watteau jaspeado, con la tabaquera;

y están en su contra y se vengan, tan sólo,

quizás, porque allí donde tuercen y fuerzan


e inciensa el confort con mentiras y place,

donde como zánganos rozan y zumban,

él toma a tu hermana, como a la bacante

de un ánfora, la alza del suelo y la usa;


y vierte en un beso los Andes de hielo,

y el alba en la estepa, aún bajo el dominio

de turbias estrellas, cuando por el pueblo

se alumbra la noche con blancos balidos.


Y cuanto sopló en los barrancos por siglos,

lo oscuro de una sacristía botánica,

impregna el jergón, melancólico y tífico,

y se desparrama en un caos de ramas.

Amanecer

Tú lo decías todo en mi destino

después llegó la guerra, el malvivir,

y en largo, largo tiempo, ni un indicio,

ni un rumor que me hablara de ti.


Con emoción, volví a escuchar de nuevo

tu voz, después de muchos, muchos años.

La noche que leí tu testamento

sentí que regresaba de un desmayo.


Quiero estar con la gente, entre el tumulto;

en medio de las prisas matutinas;

hoy puedo hacer añicos todo el mundo,

o hacer que todos se hinquen de rodillas.


Y bajo avidamente la escalera

como si por primera vez pisara

estas calles con nieve en las veredas

y la desolación en las calzadas.


Amanece. Por todo hay luces, humo...

y hacen té, presurosos por tomar

el tranvía, y en cosa de minutos

es irreconocible la ciudad.


Fuera caen con espesor los copos

que la ventisca teje en una red;

para no llegar tarde corren todos

sin terminar apenas de comer.


Siento por ellos, por la muchedumbre

como si hubiera estado en su pellejo:

me fundo, como nieve que se funde,

y, como la mañana, frunzo el ceño.


Los árboles, los niños y familias:

conmigo siempre está la gente anónima;

por todos ellos mi alma está vencida

y es esta solamente mi victoria



Definición de poesía

Es un silbido vertiéndose de golpe,

es la noche congelándose en las hojas,

son carámbanos que crujen y se frotan,

es un duelo singular de ruiseñores.

Es, en la planta, el postrer guisante fino,

es un llanto universal en las escápulas,

es Fígaro con atriles y con flautas

sobre el bancal desplomándose en granizo.

Es cuanto la noche espléndida rastrea

en lo más hondo de lóbregos estanques

para volver al jardín con una estrella

entre las manos mojadas y temblantes.

Es placa plana en el agua: ¡y qué sofoco!

El cielo entero se eclipsa en los alisos:

pueden reír las estrellas a su antojo;

pero el mundo es un lugar en el olvido.

* * *

Hoy mi hermana la vida se rompe a torrentes

contra todos en ráfaga de primavera,

y se queja la gente con joyas, y muerde,

tan amable como una serpiente en la avena


Los ancianos nos dan sus razones. Con todo,

con todo, hace reír tu razón: que si estalla

la tormenta son lila las hojas y el ojo

y el horizonte huele a reseda mojada.


Que si en mayo te lees en ruta el horario

de trenes de la línea de Kamischí,

es aún más grandioso que el Libro Sagrado

aunque lo releyeras entero hasta el fin.

O que apenas el atardecer ilumina

la legión de aldeanas sobre los andenes,

ya lo escucho otra vez: la estación no es la mía,

y hasta el sol, ocultándose, me compadece.


La campana tres veces diciéndome adiós.

se deshace en excusas: lo siento, aquí no era.

Una noche encendida atraviesa el estor,

y la estepa en peldaños se estampa en la estrella.


Parpadea, titila. Hay quien duerme a esta hora,

y ella duerme, la amada, como un hada morgana,

y el corazón salpica por las plataformas:

con las puertas del tren por la estepa resbala.


Entretenimientos de la amada

Moviendo una rama aromada,

sorbiendo su bien en tinieblas,

de cáliz a cáliz manaba

licor embriagado en tormenta.


De cáliz a cáliz caía,

fluyó y se prendió entre uno y otro

y en una gran gota ambarina

se cuelga: reluce... medroso.


Inútil que el viento en redor

torture la gota y apriete;

no rompe, está entera, son dos,

aún, que se besan y beben.


Y ríen e intentan soltarse

y erguirse otra vez: nada haría

la gota caer de los cálices;

ni a tiros podrán desunirla.


El espejo

En el tremol humea la taza de cacao,

se agita un tul en el jardín, y justo

en medio del camino, entre ramas y caos

el tremol se abalanza hacia el columpio.


Allí los pinos llenan el aire, se cimbrean

y urtican con su brea, allí ha perdido

la valla extenuada las gafas por la hierba,

allí una sombra está leyendo un libro


Allende a las tinieblas, detrás de los portones,

a la estepa, al olor a fármaco en reposo--,

el camino, que cubren ramos y caracoles,

arroja cuarzo titilante y tórrido.


Un inmenso jardín se ajetrea en la sala,

sobre el tremol... ¡y el cristal no se quiebra!

hay como un colodión que por todo se empapa

desde el armario, al arrullo en la leña.

Un hielo sin efluvios parece que revista

al torrente espejado en todas partes,

por que no amargue el ramo, que no aromen las lilas─:

no podrá hacer que la hipnosis se acabe.


Envuelto en mesmerismo todo un mundo camina

ensimismado, y sólo el viento agarra

lo que irrumpe en la vida y se rompe en el prisma

Lo que ríe y chispea en una lágrima


No hace que emerja como de un salitral el alma,

ni exhuma su tesoro de la tierra.

Un inmenso jardín se ajetrea en la sala,

en el tremol... ¡y el cristal no se quiebra!


Y no se puede hacer que aparte la mirada

cuando entro en este hipnótico país,

en el que, tras la lluvia, se arrastran las limazas

igual que ojos de estatua en el jardín.


Murmulla en los oídos el agua y, gorjeando,

un pardillo camina de puntillas;

pueden embadurnarles los labios con arándano

que nunca se hartarán de niñerías.


Un inmenso jardín se ajetrea en la sala,

va hacia el tremol con el puño,y lo aprieta,

se abalanza al columpio, lo atenaza, lo mancha

lo hace oscilar... ¡y el cristal no se quiebra!

* * *

¡Febrero!, conseguir tinta y llorar,

escribir con desgarro, de febrero;

mientras incendia el crepitante cieno

la primavera con su oscuridad.


Conseguir un calés. Por unos copeks,

y con el traqueteo y toque a misa

correr adonde la tormenta se oye

con más fragor que lágrimas y tintas.


Donde miles de grajos como peras

carbonizadas caerán a plomo

desde los árboles; y la tristeza

se expandirá en el fondo de los ojos.


Abajo, es negro el claro del deshielo

y el viento viene hendido con reclamos;

cuanto más al azar, con más acierto,

los versos se componen con desgarro.

* * *

Preguntarás: ¿quién es el que hace

arder el discurso del loco ?


¡Que se derramen las palabras

abundantes, sin estridencias,

como en un jardín, fruta y ámbar:

ligeras, ligeras, ligeras!


Y no hace falta discutir

por qué se pinta la verdura

con delicadeza sin fin

con los limones y la rubia.


¿Quién lagrimeó las espinas

y alcanzó a través de las perchas

partituras; y estanterías

por las persianas y compuertas?


¿Quién tras las puertas una alfombra

ha antimoniado con semillas,

en un lienzo de primorosas

contínuas, temblantes, cursivas?


Preguntarás: ¿quién es el que hace

que el mes de agosto sea inmenso,

y todo luzca y se regale,

que esté en el acabado inmerso

de una minúscula hoja de arce

y nunca el puesto haya dejado

desde los tiempos ancestrales

junto a su labra de alabastro?

Preguntarás: ¿quién es el que hace

que al entrar septiembre se abrasen

los labios de las dalia y los de áster,

que la hoja chica de los sauces

caiga sobre húmedas baldosas

de las cariátides canosas

en hospitales otoñales?


Preguntarás: ¿quién es el que hace?

El dios supremo del detalle,

el dios supremo del amor,

de Eduviges y Jaguellón.


No sé si hay luz para el misterio

del más allá; pero la vida,

como el silencio del otoño,

en mil matices se prodiga.






Primavera

Primavera: vuelvo de la calle, donde el álamo se asombra,

donde se asusta la distancia, donde la casa tiene miedo de caer,

donde el aire es azul, como un hato con la ropa

de quien acaba de salir del hospital.

Donde la tarde está vacía como el cuento

inacabado que una estrella interrumpió,

para sorpresa de miles de ojos

bulliciosos, insondables, sin expresión.


Ruptura

1

Oh, mi ángel traicionero, si fuera al poco, al poco,

te habría hecho beber una tristeza limpia.

Pero así no me atrevo; así es ojo por ojo;

oh aflicción infectada de raíz con mentiras

oh pena, oh pena con la lepra.

Oh mi ángel traicionero, no es mortal esta lacra

como un corazón, corazón con un eccema,

¿por qué en tu despedida me agasajas el alma

con una enfermedad de la piel?¿ Por qué besas,

sin más, como las gotas de lluvia, y entre risas,

como el tiempo, ¡ ante todos, por todos, me aniquilas!?

Ruptura

4

Intenta, impídemelo.

Ven, trata de extinguirlo.

Este ataque de pena, que retumba,

como el mercurio en el vacío

de Torricelli. La locura,

proscríbeme... oh, venga, arremete,

impídeme hacer ruido

de ti. No te avergüences, no hay testigos.

¡Oh, extingue, extingue! Más ardiente.

Ruptura

9

Habrá un piano, lamiéndose la espuma de los labios,

que vibra; y te arrebata, te arranca esta locura

──Mi amor ─dirás entonces. ──No ─gritaré yo─, ¡nunca

delante de la música!: ¿cómo estar más cercanos


que en penumbra arrojando, con todos los matices,

los acordes al fuego, por años, como diarios.

¡Divino entendimiento! Bastará un gesto vago,

dí que sí, y ya verás qué sorpresa, ¡eres libre!


Marcha, no tengas miedo. Que nada te retenga.

Ve hacia el mundo, hacia otros. No escribiré otro Werther.

Pero hoy día también el aire huele a muerte:

Y abrir una ventana es abrirse las venas.

Epílogo

No fui yo la razón de tu melancolía,

ni quien te hizo olvidar dónde estaba tu tierra:

era el sol inflamado en las gotas de tinta,

como en racimos polvorientos de grosella.


Y la sangre de mis pensamientos y cartas

se tornó cochinilla.

Esta púrpura del corazón me es extraña;

no fui yo la razón de tu melancolía.


Fue la tarde que se hizo de polvo y, temblando,

te besó; y jadeabas en ocre y en polen.

Fue la umbría tomándote el pulso. Y tú al campo,

desde el seto, tendías la cara encendida,

que flotaba, en aceite sobre los portones

salpicados de sombra, amapola y ceniza.


Fue el verano incendiado en carteles, que en pozas,

moteadas, igual que maletas al sol,

sobre el pecho con lacre selló al sirgador

y después hizo arder tus sombreros y ropas .


Fue tu vista, aturdida entre tanta viveza,

fue la furia del disco, que libre de yugo,

corneando las tablas, tiraba la cerca.

Fue Occidente en tu pelo que con un carbunclo

se metía, zumbaba, expiraba... en minutos,

esparciendo un color de tagete y frambuesa.

No, yo no: fuiste tú; con tu propia belleza.

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2 Comentarios

  1. Muy buen trabajo, Gracias por acercarnos los autores de otros paises.

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  2. Me interesa conocer poetas difíciles de conocer si no te los acercan. Muy buena situación de contexto.

    Un saludo y bienvenidos a bordo.

    Beatriz Pérez

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