Alejandra Pizarnik. Mis impresiones.

Marian Raméntol Serratosa

Marian Raméntol Serratosa. (Barcelona, 1966).

Miembro del grupo poético LAIE (Barcelona) desde el año 2004.


Obra publicada:

“La Noria del Festejo” (Ediciones Atenas) 2005.

“Hay un área de descanso un poco más abajo de mi vientre” (Ediciones Atenas) 2006.

“Versos Diversos- Antología” (Ediciones Atenas) 2007.


Obra premiada:

XVI certamen de Poesía “Antero Jiménez” de Torredelcampo (Jaén). 1er premio con el poemario “Un Blues no es suficiente razón para morir” (2006)


2º accésit de micro poesía de Callosa d’en Sarrià . Ayuntamiento de Callosa d’en Sarriá (Alicante) 2005, con el poema Geodèsia dels sentits.


Finalista del XII Certamen Internacional de Poesía Ciudad de Torrevieja. Instituto de Cultura Joaquin Chapaprieta (Torrevieja, Alicante), (2007), con el poemario La Renuncia huele a Cloroformo.


Finalista VIII Premio “Porticsvs” de Poesía. Ayuntamiento de Villanueva de la Serena (Badajoz) (2007) con el poemario Paleta Incolora.

Finalista de I Premio Internacional de Poesí­a Hipálage 2006,. Editorial Hipálage, con el poemario Amazona de Aguamarina.

Finalista I Premio de Poesí­a en castellano Vicente Martín. Exmo. Ayuntamiento de Torrejón de la Calzada (Madrid-2006), con el poemario La Renuncia Huele a Cloroformo.


Colabora con:

Ediciones Atenas:www.ediciones-atenas.com

Revista La Nausea:http://lanausea2000.blogspot.com

O.D.I:http://www.odiritualdrone.tk http://www.myspace.com/odiritualdrone

Alejandra Pizarnik



Alejandra Pizarnik. BIOGRAFÍA.

Alejandra Pizarnik

Hablando de Alejandra Pizarnik, el diálogo entre creación y destrucción, coherencia y diversidad contradictoria, se resuelve en una biografía llena de serios equívocos. Consta en el registro que su natalicio fue el 29 de abril de 1936. Su raigambre es ruso-judía, y ésa es la identidad que defienden sus padres, llegados a la Argentina tras haber permanecido algún tiempo en París, donde vive un hermano del cabeza de familia, Elías Pozharnik. Ya habrá notado el lector una variante en la ortografía del apellido, un hecho atribuible, según la versión de César Aira, a «uno de los muy corrientes errores de registro de los funcionarios de inmigración. Tenía veintisiete años, y no hablaba una palabra de castellano, lo que era el caso asimismo de su esposa, un año menor, Rejzla Bromiker, cuyo nombre pasó a ser Rosa» (Alejandra Pizarnik, Barcelona, Ediciones Omega, col. Vidas literarias, 2001, p. 9). Con los Pizarnik instalados en la capital argentina, el árbol genealógico acoge a dos niñas: Myriam y Flora, más tarde llamada Alejandra. El clan ocupa una espaciosa vivienda en Avellaneda, mantenida gracias al negocio de venta de joyería al que se dedica Elías. El destierro, por doloroso que parezca, es en este caso providencial, pues el resto de los Pozharnik y Bromiker, «con excepción del hermano del padre en París, y la hermana de la madre en Avellaneda, pereció en el Holocausto, lo que para la niña debió de significar un contacto temprano con los efectos de la muerte» (César Aira, op. cit., p. 10).

En 1954 concluye los estudios secundarios y comienza un periodo de titubeo académico. A medio camino entre las aulas de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires y las de la Escuela de Periodismo, Alejandra procura descubrir una vocación literaria que le anima a seguir el catedrático de Literatura Moderna, Juan Jacobo Bajarlía. Ya por estas fechas, «la fascinación de la infancia perdida —escribe Enrique Molina— se convierte en ella, por una oscura mutación que cambia los signos, en la fascinación de la muerte, igualmente deslumbradora una y otra, igualmente plenas de vértigo» («La hija del insomnio», Cuadernos Hispanoamericanos, sup. Los complementarios, n.º 5, mayo de 1990, p. 5). Ahora sabemos qué la condujo al taller del pintor surrealista Batlle Planas. Por algo recuerda Aira que los cuadros de Batlle reproducen escenas espectrales, «con algo de Tanguy y algo de Arp o Miró. El interés de la poeta en este tipo de pintura deriva evidentemente de su figuración metafórica; sólo admitió una desviación hacia la pintura llamada naïf, que fue una escuela floreciente en la Argentina en ese entonces» (César Aira, op. cit., p. 11). Con todo, más allá de estas sutilezas, Alejandra juega a convertirse en reportera, y llega a asistir al Festival de Cine de Mar del Plata de 1955. Pero la experiencia periodística queda apartada en beneficio de otras inquietudes.

En el desván sentimental de Alejandra. De hecho, ni la pintura ni la poesía bastan como terapia, y ella experimenta el breve y peligroso fenómeno psicodélico de las anfetaminas. También cura el dolor con analgésicos y frecuenta los somníferos para escapar de la vigilia nocturna.

Con todos los rasgos de la bohemia juvenil podría hacerse una suerte de patrón de conducta, relativamente fiel a la personalidad de Pizarnik, salvo en un detalle nada desdeñable, y es que ella «tuvo una invencible aversión a la política, que justificaba con el hecho de que su familia en Europa hubiera sido sucesivamente aniquilada por el fascismo y el estalinismo. (...) Para ella, la literatura tenía un único compromiso con la calidad» (César Aira, op. cit., p. 17). Así, pues, la vida literaria es una empresa que ella acomete con máximo interés. Entre los primeros tejados bajo los que se guarece, figura la revista Poesía Buenos Aires (1950-1960), foco del grupo de los llamados invencionistas, paralelo a otro, el surrealista, cuyas inquietudes también son las propias de la joven poetisa. Curiosamente, la autora de Las aventuras perdidas (1958) frecuenta la consulta del psicoanálisis aun cuando André Breton recuerda «a los jóvenes y a las almas novelescas que, porque este invierno está de moda el psicoanálisis, necesitan figurarse como una de las más prósperas agencias del charlatanismo moderno, la consulta del doctor Freud, con aparatos para transformar los conejos en sombreros» («Entrevista con el profesor Freud», Los pasos perdidos, traducción de Miguel Veyrat, Madrid, Alianza Editorial, 1998, p. 89). ¿Contradicción? Más bien al contrario: coincidencia de freudianos y surrealistas en el vórtice del subconsciente.

No obstante dentro del panorama surrealista, hay dos poetas que coinciden con Alejandra: Enrique Molina y Olga Orozco. Con esta última, por cierto, «tendría una relación que excedió la literatura» (César Aira, op. cit., pp. 21-22). Casi en paralelo, la joven accede en 1955 a las creaciones de Antonio Porchia, un poeta «fundamental en la creación del estilo y el procedimiento de Pizarnik. No fue la única que sacó enseñanzas de su obra: el otro fue Roberto Juarroz, y es instructivo hacer un paralelo entre ambos discípulos» (Ídem, p. 25). Al reseñar la correspondencia que mantuvo nuestra poeta con el escritor y pintor manchego Antonio Beneyto (Dos letras, edición de Carlota Caulfield, Barcelona, March Editor, 2003), Blas Matamoro intuye que, para ella, «los poemas son aproximaciones a la Poesía. No son obras ni textos, sino intentos, borradores, ensayos». Con todo, a través de ese tanteo cabe establecer un inventario de cualidades personales: «ser hija y habitante de la noche, esa madre antigua y regia; buscar con afán la recuperación de los olvidos infantiles; cultivar sin confusión el laberinto de una compleja identidad, centrada en deseos nítidos; existir en una soledad sin fondo y sin horror; practicar una estética de la locura (Artaud, Lautréamont) como defensa contra la locura» («Alejandra de cerca», Blanco y Negro Cultural, suplemento del diario ABC, 12 de julio de 2003, p. 21).

En esa lucha contra la entropía, Alejandra Pizarnik ensaya diversas estrategias. Una de ellas es el destierro, puesto en práctica en París desde 1960 hasta a 1964. Pero ni siquiera ese nuevo extrañamiento relaja su íntima tensión. «En el fondo —escribe el 25 de julio de 1965— yo odio la poesía. Es, para mí, una condena a la abstracción. Y además me recuerda esa condena. Y además me recuerda que no puedo «hincar el diente» en lo concreto. Si pudiera hacer orden en mis papeles algo se salvaría. Y en mis lecturas y en mis miserables escritos» («Diarios 1960-1968», Frank Graziano, introducción y compilación, Alejandra Pizarnik. Semblanza, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1992, p. 271). Ya se ve: el ensimismamiento hermético y la muerte son los dos puertos que la esperan. Otra empresa posible es el silencio, que se presenta de dos maneras en su obra. «La primera —temible y peligrosa para la palabra poética, aún en antítesis con ella— corresponde a la incapacidad de enunciación. (...) La otra —atracción y fuerza de la palabra poética— simboliza un mundo auténtico, intacto y perdido, y confina con la poesía misma, además de ser el componente necesario de la resonancia propia del lenguaje lírico» (Anna Soncini, «Itinerario de la palabra en el silencio», Cuadernos Hispanoamericanos, sup. Los complementarios, n.º 5, mayo de 1990, pp. 7-8).

Claro que, en casi todos los temas que tratamos de ordenar vuelve a infiltrarse la muerte, cuyos códigos descifra en el periodo durante el cual publica Árbol de Diana (1962) y Los trabajos y las noches (1965). «Leí mi libro —escribe el 26 de agosto de 1965—. La muerte es allí demasiado real, si así puedo decir; no el problema de la muerte sino la muerte como presencia. Cada poema ha sido escrito desde una total abolición (o mejor: desaparición) del mundo con sus ríos, con sus calles, con sus gentes. Esto no significa que los poemas sean buenos» («Diarios 1960-1968», op. cit., p. 273). Pese a figurar como detalle anecdótico, sorprende que, aun definiéndose en esa totalidad de la muerte, Pizarnik cultivara a ratos y con buen estilo el donaire social. Una vez más, el lenguaje era su instrumento privilegiado. Por ello censura Ivonne Bordelois que los autores de semblanzas no hablen nunca de «la extraordinaria voz de Alejandra y de su aún más extraordinaria dicción. Alejandra hablaba literariamente desde el otro lado del lenguaje, y en cada lenguaje, incluyendo el español y sobre todo en español, se la escuchaba en una suerte de esquizofrenia alucinante» (Correspondencia Pizarnik, Buenos Aires, Seix Barral, Editorial Planeta Argentina, 1998, p. 15).

Cuando el 30 de abril de 1966 retoma las páginas de su diario, se observa recién llegada a los treinta años, sin saber aún nada de la existencia. «Lo infantil —escribe— tiende a morir ahora pero no por ello entro en la adultez definitiva. El miedo es demasiado fuerte sin duda. Renunciar a encontrar una madre. La idea ya no me parece tan imposible. Tampoco renunciar a ser un ser excepcional (aspiración que me hastía). Pero aceptar ser una mujer de 30 años... Me miro en el espejo y parezco una adolescente. Muchas penas me serían ahorradas si aceptara la verdad» («Diarios 1960-1968», op. cit., p. 277). Al cabo, la substancia nativa de la poesía y de la biografía se confunden, y aunque ello pueda ser discutido por numerosos analistas, lo cierto es que los motivos recurrentes de una no se explican fácilmente sin el auxilio de los que atañen a la otra: «la seducción y la nostalgia imposibles, la tentación del silencio, la escritura concebida como espacio ceremonial donde se exaltan la vida, la libertad y la muerte, la infancia y sus espejismos, los espejos y el doble amenazador» (Ana Nuño, en Alejandra Pizarnik, Prosa completa, edición a cargo de Ana Becciú, Barcelona, Editorial Lumen, 2001, p. 8).

Mediante el simbolismo desmesurado de Extracción de la piedra de locura (1968), la sola cita del dolor y la impotencia configura el tablero poético, pero no ya por medios convencionales, sino a través de una constatación —rica en consecuencias— de la falta de fe en su propia imaginación creadora. «Si no fuera así —escribe el 24 de mayo de 1966— no leería para aprender sino para gozar. ¿Aprender qué? Formas. No, no es el deseo de frecuentar modos de expresión. Mis contenidos imaginarios son tan fragmentarios, tan divorciados de lo real, que temo, en suma, dar a luz nada más que monstruos. (...) Creo que se trata de un problema de distribución de energías. Pero lo esencial es la falta de confianza en mis medios innatos, en mis recursos internos o espirituales o imaginarios» («Diarios 1960-1968», op. cit., pp. 279-280).

Desde luego, sólo en este clima de bloqueo y melancolía es posible estudiar de forma pormenorizada títulos como Nombres y figuras (1969), La condesa sangrienta (1971) y El infierno musical (1971). En cierto modo, podemos insinuar un propósito testamentario, aunque ese fin también es propio de creadores que no conciben el suicidio entre sus planes. El caso es que, si bien permite que la imprenta reitere sus palabras, Alejandra no quiere perpetuarse y por eso elige morir en la madrugada del 25 de septiembre de 1972. Cincuenta pastillas de Seconal sódico le interesan como un símbolo de su decisión, y es que la muerte «es la mayor disonancia o, quizá, la armonía radical del silencio» (Blas Matamoro, Puesto fronterizo, Madrid, Síntesis, 2003, p. 174). En todo caso, según detalla Ana Nuño, la mitificación de su propio fallecimiento «ha acabado produciendo una especie de «relato de la pasión que la recubre con el velo de un Cristo femenino». Abundan los retratos del poeta suicida y Alejandra ingresa en esa galería de espectros añadiendo una etiqueta más a su obra. ¿Alguien discute, a estas alturas, que el malditismo sea un rótulo atractivo?

Como es obvio para Nuño, resultan graves las consecuencias de esa patología consistente en vincular vida y obra. La lectura de todo ello nos conduce a la cuestión del género: «La melancolía, la soledad y el aislamiento, cuando se ponen de manifiesto en la vida de una mujer, son rasgos que admiten ser interpretados como la prueba de un desequilibrio psíquico de tal naturaleza, que puede conducir a su autora al suicidio o la locura. Si es varón el escritor, en cambio, y su obra o vida o ambas manifiestan parecida contextura —la lista es larga, de Hölderlin y Rimbaud a Kafka y Beckett—, ésta suele recibirse como una confirmación del talante visionario del hacedor» (Ana Nuño, op. cit., p. 7). A vueltas con esa conexión entre la obra literaria y la realidad de su autora, Frank Graziano cree que «la obra suicida de Pizarnik sólo puede nombrar una muerte literaria y nunca una real». Es más, el debate sobre si la escritora cometió un suicidio o simplemente erró la dosis, resulta académico en lo concerniente a su creación literaria, pues dicha obra «sólo nombra la muerte que sufrió Pizarnik como autora, como personaje de su propia ficción, cualesquiera que fuesen las intenciones específicas de Pizarnik como persona» («Una muerte en que vivir», Alejandra Pizarnik. Semblanza, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1992, pp. 12-13).

Pese a algún exceso romántico y a más de un fraude piadoso, las biografías que han ido reconstruyendo el pasado de Alejandra Pizarnik reúnen hechos ciertos, aunque guiados por una relación mudable, de sabor barroco. En rigor, no son juegos imaginativos sino manifestaciones vibrantes, cuya materia prima es de las que fecundan una generación. Al fin y al cabo, reconstruir una vida de esta naturaleza conlleva un acto de soberbia en el que los biógrafos se creen capaces de expresar sentimientos y formas delirantes, pero también es un acto de humildad, también es un deseo de perfeccionar literariamente lo que en el pasado se ve como imperfecto y quebradizo. (http://cvc.cervantes.es/actcult/pizarnik/biografia.htm)

Mis Impresiones

La pretensión de estas líneas no es hacer un monográfico sobre esta gran poeta, puesto que en Internet podemos acceder a múltiples estudios amplísimos y muy serios sobre su vida y su obra, tal y como demuestra la pormenorizada biografía que he incluido en la introducción de este artículo, (http://www.sololiteratura.com/piz/pizarnik.htm, http://cvc.cervantes.es/actcult/pizarnik, entre otras muchas) por lo tanto, me dedicaré únicamente a relatar el impacto de la llegada a mi vida de esta autora hace ahora ya bastantes años.


Alejandra llegó a mí a modo de “deberes” impuestos por quien en aquel momento ejercía de “tutor” sobre mis primeros pasos poéticos (José María Pinilla Ballesteros), quien insistía hasta la saciedad en que el primer eslabón para aprender a escribir dignamente estaba basado en tres principios ineludibles: leer, leer y leer.


Tengo que reconocer, que al empezar la lectura por los trabajos que circulan en la red sobre Alejandra Pizarnik, no tenía intención de imprimirlos, la idea inicial era leerlos en pantalla y tomar anotaciones cuando fuera necesario.


Imposible. Las anotaciones eran tan continuadas que no tuve más opción que imprimir de cabo a rabo todo lo que encontré sobre ella, y lápiz en mano, dedicarme a ensuciar las páginas con subrayados, anotaciones, exclamaciones y puntualizaciones para posteriores lecturas.


Estos son los trazos generales que apunté en mi bitácora de aprendizaje, que bien podrían resumirse en la seducción desde el espanto, y que ahora comparto humildemente por si a alguien le sirve o interesa:


La última inocencia (1956):


La síntesis en el lenguaje que es característico de esta autora (a lo largo de toda su obra), que al principio me deja un tanto fría, pronto se transforma con imágenes que traspasan los límites de la estupefacción para dejarnos literalmente fuera de combate, tanteando siempre el milagro y asomándose de pleno a una locura exquisitamente elegante.

En el amplio análisis de la obra de Pizarnik que podéis encontrar en http://cvc.cervantes.es/actcult/pizarnik/obra/inocencia.htm , se dice de este libro:


Pizarnik declara su complacencia en un mundo íntimo y estable en el cual busca cobijo. Un mundo con su propia mitología y sus propias urgencias. las zonas de placer y angustia que el libro delata forman parte de esa patria poética que Bernardo Ezequiel Koremblit resume del siguiente modo: «cosmogonías, infancia genesíaca de un astro virginal y luego adultez apocalíptica, erotismo tan delicado y sutil como paroxismal y en ascuas, la muerte»”

(las anotaciones que se hagan a partir de ahora extraídas de esta página, o de otras fuentes de Internet, se publicarán en cursiva para mayor claridad)

Así por ejemplo en Salvación: “Se fuga la isla/ Y la muchacha vuelve a escalar el viento/y a descubrir la muerte del pájaro profeta...,


Se fuga la isla

Y la muchacha vuelve a escalar el viento

y a descubrir la muerte del pájaro profeta

Ahora

es el fuego sometido

Ahora

es la carne

la hoja

la piedra

perdidos en la fuente del tormento

como el navegante en el horror de la civilación

que purifica la caída de la noche

Ahora

la muchacha halla la máscara del infinito

y rompe el muro de la poesía.


O en La Jaula: ... Sé gritar hasta el alba/cuando la muerte se posa desnuda/en mi sombra; o en La Carencia, su último verso: Pero creo que mi soledad debería tener alas.


Afuera hay sol.

No es más que un sol

pero los hombres lo miran

y después cantan.


Yo no sé del sol.

Yo sé la melodía del ángel

y el sermón caliente

del último viento.

Sé gritar hasta el alba

cuando la muerte se posa desnuda

en mi sombra.


Yo lloro debajo de mi nombre.

Yo agito pañuelos en la noche y barcos sedientos de realidad

bailan conmigo.

Yo oculto clavos

para escarnecer a mis sueños enfermos.


Afuera hay sol.

Yo me visto de cenizas.


Se desprende una angustia existencial latente (también característico de toda su obra, tal y como ya hemos visto en su biografía literaria) y que se cuela por casi todos los versos... por ejemplo, en Despertar: Recuerdo mi niñez/cuando yo era una anciana...

A León Ostrov


Señor

La jaula se ha vuelto pájaro

y se ha volado

y mi corazón está loco

porque aúlla a la muerte

y sonríe detrás del viento

a mis delirios


Qué haré con el miedo

Qué haré con el miedo


Ya no baila la luz en mi sonrisa

ni las estaciones queman palomas en mis ideas

Mis manos se han desnudado

y se han ido donde la muerte

enseña a vivir a los muertos


Señor

El aire me castiga el ser

Detrás del aire hay monstruos

que beben de mi sangre


Es el desastre

Es la hora del vacío no vacío

Es el instante de poner cerrojo a los labios

oír a los condenados gritar

contemplar a cada uno de mis nombres

ahorcados en la nada.


Señor

Tengo veinte años

También mis ojos tienen veinte años

y sin embargo no dicen nada


Señor

He consumado mi vida en un instante

La última inocencia estalló

Ahora es nunca o jamás

o simplemente fue


¿Cómo no me suicido frente a un espejo

y desaparezco para reaparecer en el mar

donde un gran barco me esperaría

con las luces encendidas?


¿Cómo no me extraigo las venas

y hago con ellas una escala

para huir al otro lado de la noche?


El principio ha dado a luz el final

Todo continuará igual

Las sonrisas gastadas

El interés interesado

Las preguntas de piedra en piedra

Las gesticulaciones que remedan amor

Todo continuará igual


Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo

porque aún no les enseñaron

que ya es demasiado tarde


Señor

Arroja los féretros de mi sangre


Recuerdo mi niñez

cuando yo era una anciana

Las flores morían en mis manos

porque la danza salvaje de la alegría

les destruía el corazón


Recuerdo las negras mañanas de sol

cuando era niña

es decir ayer

es decir hace siglos


Señor

La jaula se ha vuelto pájaro

y ha devorado mis esperanzas


Señor

La jaula se ha vuelto pájaro

Qué haré con el miedo


En este libro, todo parece ya llamar continuamente a la muerte, casi de manera obsesiva, como única causa, fuente y objetivo mezclado todo ello con signos oníricos y surrealistas que se desarrollan en todo su esplendor en la oscuridad como una alucinación, a veces, peligrosa.


la escritora sitúa la extrañeza que siempre le produce la vida. Una huida, o quizá un seguimiento, más bien un rastreo en clave poética”.


El árbol de Diana (1962):


Prologado por Octavio Paz, esta obra supuso el reconocimiento definitivo de la autora por parte de la crítica. Los poemas son mayoritariamente cortos, todos en verso libre.

Y aquí, la síntesis, sencillamente rompe (no se me ocurre mejor manera de definirlo), uno no puede hacer más que romperse, con legitimada vergüenza, cuando se encuentra antes versos como: ahora/en esta hora inocente/yo y la que fui nos sentamos/en el umbral de mi mirada.

Es increíble la capacidad de Pizarnik para parir la palabra justa en cada verso, la única palabra posible, insustituible, irrepetible, capaz de dotar al poema de “otra dimensión” y con tanta naturalidad y simplicidad que parece fruto de una casualidad (obviamente no existente).

O, por ejemplo: Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler, mi/vida, déjate enlazar de fuego, de silencio ingenuo/ de piedras verdes en la casa de la/noche, déjate caer, déjate doler, mi vida.

Continúa lo funesto, la desesperanza y la muerte. Hasta el nacimiento de la propia vida es triste, los pájaros se petrifican. La soledad como protagonista de los nombres que mueren, los espejos como umbrales de la nada, espejos de cenizas.

La soledad de la conciencia, del ser humano, se afronta sin contemplaciones y sin renuncias. La gente habla para no verse, evita cuestionarse a sí misma para no caer en la desolación. El lenguaje puede ser una trampa, hay que conocerlo bien para lograr intuir una vía de comunicación entre nosotros. Y a eso se dedica Alejandra, a desenmascarar las palabras y darles un sentido verdadero para ella, una traducción exacta de lo que piensa y de lo que siente. [Blanca Gago, Literaturas.com]”

Los colores más utilizados son el verde (amado), lila (caliente, embriagador) y gris (el todo). La figura de La dormida (ella misma? la enajenada? O el resto del mundo exterior?) aparece con una fuerza indiscutible.

Incluyo aquí el prólogo de Octavio Paz por su claridad y belleza.

Prólogo de Octavio Paz:

Árbol de Diana de Alejandra Pizarnik. (Quím.): cristalización verbal por amalgama de insomnio pasional y lucidez meridiana en una disolución de realidad sometida a las más altas temperaturas. El producto no contiene una sola partícula de mentira. (Bot.): el árbol de Diana es transparente y no da sombra. Tiene luz propia, centelleante y breve. Nace en las tierras resecas de América. La hostilidad del clima, la inclemecia de los discursos y la gritería, la opacidad general de las especies pensantes, sus vecinas, por un fenómeno de compensación bien conocido, estimulan las propiedades luminosas de esta planta. No tiene raíces; el tallo es un cono de luz ligeramente obsesiva; las hojas son pequeñas, cubiertas por cuatro o cinco líneas de escritura fosforescente, peciolo elegante y agresivo, márgenes dentadas; las flores son diáfanas, separadas las femeninas de las masculinas, las primeras axilares, casi sonámbulas y solitarias, las segundas en espigas, espoletas y, más raras veces, púas. (Mit. y Etnogr.): los antiguos creían que el arco de la diosa era una rama desgajada del árbol de Diana. La cicatriz del tronco era considerada como el sexo (femenino) del cosmos. Quizá se trata de una higuera mítica (la savia de las ramas tiernas es lechosa, lunar). El mito alude posiblemente a un sacrificio por desmembración: un adolescente (¿hombre o mujer?) era descuartizado cada luna nueva, para estimular la reproducción de las imágenes en la boca de la profetisa (arquetipo de la unión de los mundos inferiores y superiores). El árbol de Diana es uno de los atributos masculinos de la deidad femenina. Algunos ven en esto una confirmación suplementaria del origen hermafrodita de la materia gris y, acaso, de todas las materias; otros deducen que es un caso de expropiación de la sustancia masculina solar: el rito sería sólo una ceremonia de mutilación mágica del rayo primordial. En el estado actual de nuestros conocimientos es imposible decidirse por cualquiera de estas dos hipótesis. Señalemos, sin embargo, que los participantes comían después carbones incandescentes, costumbre que perdura hasta nuestros días. (Blas.): escudo de armas parlantes. (Fís.): durante mucho tiempo se negó la realidad física del árbol de Diana. En efecto, debido a su extraordinaria transparencia, pocos pueden verlo. Soledad, concentración y un afinamiento general de la sensibilidad son requisitos indispensables para la visión. Algunas personas, con reputación de inteligencia, se quejan de que, a pesar de su preparación, no ven nada. Para disipar su error, basta recordar que el árbol de Diana no es un cuerpo que se pueda ver: es un objeto (animado) que nos deja ver más allá, un instrumento natural de visión. Por lo demás, una pequeña prueba de crítica experimental desvanecerá, efectiva y definitivamente, los prejuicios de la ilustración contemporánea: colocado frente al sol, el árbol de Diana refleja sus rayos y los reúne en un foco central llamado poema, que produce un calor luminoso capaz de quemar, fundir y hasta volatilizar a los incrédulos. Se recomienda esta prueba a los críticos literarios de nuestra lengua.

Octavio Paz, París, abril de 1962

De los Trabajos y las Noches (1965).

Bajo mi punto de vista, en algunos poemas se intuye un cierta reconciliación, donde se permite en contadas ocasiones alejarse de lo fúnebre y deja escapar algún hilo de dulzura, o mejor cierta amabilidad, se permite el uso de palabras como Hermosura, y la aparición de los perfumes que no huelen a muerte. Por ejem. En Reconocimiento o sentido de su Ausencia.

RECONOCIMIENTO

Tú haces el silencio de las lilas que aletean

en mi tragedia del viento en el corazón.

Tú hiciste de mi vida un cuento para niños

en donde naufragios y muertes

son pretextos de ceremonias adorables.



SENTIDO DE SU AUSENCIA

si yo me atrevo

a mirar y a decir

es por su sombra

unida tan suave

a mi nombre

allá lejos

en la lluvia

en mi memoria

por su rostro

que ardiendo en mi poema

dispersa hermosamente

un perfume

a amado rostro desaparecido



La noche es un símbolo en la poesía de Pizarnik. Ya aparece anteriormente en su obra, pero es aquí donde adquiere su pleno significado. La noche es contradictoria, es a la vez ausencia y presencia del otro, temor y seguridad. La noche es el mundo en su estado natural, que ella siente deslizarse y escurrirse, es la nostalgia de los recuerdos, es el fluir de la vida en oposición a un sol “quemante y estéril”. La luz diurna no inspira en los poemas más que rechazo. Pero la autora no puede aprehender todo lo que la noche le ofrece, es incapaz de olvidarse un segundo de sí misma, de su miedo y su soledad, para entrar en comunicación con el exterior. Y al final, la derrota, la impotencia, el aislamiento... (Blanca Gago. Literaturas.com)”


Fragmentos para dominar el silencio, de La extracción de la piedra de la locura, (1968):

Aquí se identifica con la durmiente, la yacida, la niña muerta que anida en ella con máscara de loba.


I


Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos. Y lejos, en la negra arena, yace una niña densa de música ancestral. ¿Dónde la verdadera muerte? He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz. Los ramos se mueren en la memoria. La yacente anida en mí con su máscara de loba. La que no pudo más e imploró llamas y ardimos.


II

Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo.

Las damas de rojo se extraviaron dentro de sus máscaras aunque regresarán para sollozar entre flores.


No es muda la muerte. Escucho el canto de los enlutados sellar las hendiduras del silencio. Escucho tu dulcísimo llanto florecer mi silencio gris.


III

La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante. Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo. Aún si el poema (aquí, ahora) no tiene sentido, no tiene destino.


Aproximarse a Pizarnik, y sobre todo en Frangmentos para dominar el silencio, implica descubrir una poética inquieta, parte de la mano de la mujer y otra buena parte de la mano de la niña que corre en paralelo y se crece en importancia en este trabajo en particular, esculpiendo la conjunción entre arte y vida. Creo sinceramente que para acercarse a sus poemas hay que saber paladear lo sublime del encanto derrotado y el espanto, y bailar la danza de la muerte entre sus versos manteniendo la vida entre los dedos.

Alejandra grita con la palabra la oscuridad del alma que transita por la alquimia de la existencia, y nombrándose viajera, nos arroja a su mundo, un mundo de convulsión.


ALGUNOS POEMAS DEDICADOS A ALEJANDRA PIZARNIK


Memoria de Alejandra


No la mataron en ningún lugar histórico

de nuestro siglo despiadado:

no la mataron en Trblinka ni en My Lai

ni en Camiri ni en Texas,

pero igualmente la mataron

en el lugar inexorable

donde está cada uno,

donde a todos nos puede de pronto suceder

que se nos viene encima esa tiniebla

que odia y aplasta todo cuanto vive.


Sólo fantasmas mudos, ah, en su cuarto.

Y allí, entre los fantasmas,

ella de pronto hablaba como los volcanes,

como los condenados, como los horizontes:

a fuego puro y hondo.


Y era una niña triste que creía en la magia,

que conjuraba a los demonios,

que soñaba con pálidos vampiros

y barbazules quejumbrosos

y rubias baronesas más crueles de palabra

que en realidad de obra.


¡Oh la palabra y todo lo que inventa!

¡Amores, glorias, universos!

Pero la pobre, la infinita

palabra no la pudo defender

de esa tiniebla que odia

y aplasta todo cuanto vive.


Alejandra murió.

La pequeña, la triste, la que armaba ....

zapatos con cabellos y aureolas de ángel,

dalias en cuyo afecto fulguraba el amor.

La que estaba fundada en poesía

y no lo supo en el momento necesario:

los literatos no se lo dijeron,

yo no le dije, nadie se lo dijo,

y ella se descuidó, se alejo de su lámpara,

se perdió en la tiniebla

que odia y aplasta todo cuanto vive.


.. Dónde estará con sus tristezas

con sus endriagos y sus larvas?

¿Se quedará con ellos para siempre?

¿O la espera Endimión tras el espejo?

Su amado tan amado.


Me dijo amigo, me miró,

me dijo amigo hasta la vuelta,

pero no regresó


Se me quedó su voz temblando en un poema.


Raúl Gustavo Aguirre


Aquí como en cautiverio


teme la impiedad con que la amiga acosa

la eminencia de su voz su canción al alba


se ha despojado del antiguo graznar de las aves

recoje labios secos inermes llamas sobre el miedo

posee el paso de las que andan en pos de su paso

demora su entrada a toda cuidad en el pie de llanto

alguna vez el destrozado labio de la noche

ha poseído su grito detrás del ámbito imposible


escamosa herida precipicio del dolor aún no llegas

continuo devorar los muros roer la avidez de las manos

desollar el borde calcinado del último rostro

hasta encontrar la hermosa huella perdida


aquí como en cautiverio mostrada a la noche inocente

crece el lamento

arrastra a sus labios

un altar de gestos ráfagas del cuerpo expectante


arrecia su boca encadenada al silencio


La ronda de noche


Poseo el rostro de las que han de ir de casa en casa

mostrando sus manos.

Ahora sé hasta donde temor y temblor.

Ahora es ir entre columnas de arañas con el paso

increíble de quien ha extraviado su paso iniciado

el descanso a la cuna del canto.

Ahora es ir entre las alas del pájaro devorado por los

perros ocultosen la tierra.

Ahora es ir entre aullidos de perros para siempre

despiertos.


Sorprendida en la trampa de la tiniebla

ya no cierro mis ojos.

Vigilo mi cuerpo a fin de que no huya desolado.

Y tengo que velar sin descanso junto al lugar musical de la

noche.

Y tengo que velar sin descanso.

Algo o alguien aguarda al fin de mis manos.


Ana Becciu


Alejandra


tus ojos


un agua donde la alquimia no se atreve a descifrar otra muerte

que la mirada


¿quién hurga en la astrología para prevenir a tu ausencia

de la elección de tus manos?


¿quién tira las cartas para arrojar un puñado de arena y

correr a tu costado para detener lo indetenible?


tus ojos se daban demasiadas treguas


Alejandra;


este absoluto jardín en el que recortas la figura de tu cuerpo y

la ciñes a la lucidez de la que extrajiste la piedra del suicidio

que arrojaste contra todos contra todos


No contra un espejo en el que las tijeras velan la sonrisa de una

muñeca que llamabas Alejandra


Alicia Bello. Árbol de Fuego 8.82, (enero de 1975): 3.


Alejandra


Puesto que el Hades no existe, seguramente estás allí,

último hotel, último sueño,

pasajera obstinada de la ausencia.

Sin equipajes ni papeles,

dando por óbolo un cuaderno

o un lápiz de color.

—Acéptalos, barquero: nadie pagó más caro

el ingreso a los Grandes Transparentes,

al jardín donde Alicia la esperaba.


Julio Cortázar

Octubre 1972

Desquicio 4 (otoño 1972) París


No es un réquiem por Alejandra Pizarnik


Buscando vida en la verdad

andabas porque mueres, y no eres,

para sonreír para nosotros

buscando espejos trotamundos

y no para mirarte toda en soledad

cuando éramos los demás

los que te veíamos

a través de los espejos de tu rostro.


Si eres mendiga

estabas contemplativamente muda

estabas contemplativamente muda

y no eran deseos estallantes

ni delirios

la marca de las aromas

que media luz pedías para mayor vida.


Letargo de emociones,

serás en verdad

mi bautizo de amor

sin la materia de tu efímera ausencia.


Vicencio Durango


Elegia por Alejandra. (A Alejandra Pizarnik, en memoria)


Empujaste la puerta que no había sido abierta todavía para tí.

¿Qué terrible golpe, que suma de muertes, Alejandra,

qué sórdido viento te alcanzó hacia ella

privándonos de tus futuros cantos?.

“No es muda la muerte”, Sacha, no.

Ahora ya puedes escuchar, abrazada por los náufragos,

“el canto de los enlutados sellar las hendiduras del silencio”.


Extranjera en la Tierra

buscabas tu añorada patria en la palabra;

pero te pesaban tus amores muertos,

te llamaba tu infancia viva y muerta, muerta y rediviva,

muerta ya ahora tú “de vestido azul”.

Y te pesaba, si te pesaba,

tanto asfalto y lodo de este mundo.


“Niña densa de música ancestral”,

tus ojos prendidos a tanto asombro, tanto fuego,

acostumbrados a mirar tan dentro, tan en luz, tan en claro,

no estaban hechos para las trampas ni el terror de la selva.


Era otra mejor la música, no audible la que escuchabas,

fascinada viajera alucinada

que hiciste de tu campo ceremonía tan pura.

Era otro el reino al que te asías

a través de la palabra,

a través de los silencios,

de la poesía tu alimento.


Tampoco tú quisiste “cerrar los ojos ante la terrible claridad”

y hablaríamos como querías “con los ojos muy abiertos”.

Pero no pudiste, Sacha, no pudiste con tanta vida adentro

y te escapaste a la cita más ansiada.

Persefone te llamaba y allá te fuiste

para “restituirle al silencio su prestigio hechizante”.

Tú, “predestinada a nonbrar las cosas con nombres esenciales.”

hecha tu mirada para una claridad más hermosa,

buscadora del silencio perfecto y el jardín más bello,

golpeaste, antes de tiempo, las aldabas de tu reino.


Amante del fuego, de las lilas y el bosque,

devorada por los espejos y a la vez amándolos,

titilante como las estrellas,

asediándolos y asediándote.

Fina amante de la transparencia

¿cómo explicar con las palabras de este mundo tu sed primera,

tu claridad cegadora? tú que eras poesía concentrada,

Arbol de Diana, transparencia.

Ahora que te alejaste con tus mil cantos de primavera


desde el silencio amado nos dirás el poema

que nuestros oídos mortales no podrán escuchar

mientras huérfanos por tu fuga tras el jardín más bello

hemos quedado más solos los poetas

desde este lado, sin tus lilas, escuchando

el prolongado eco de tu canción eterna,

honda, triste,

tristísima ya

desde tan lejos.


Rita Geada


Proposiciones


¿adónde fue la obrera enamorada?

¿fue al aire la obrera enamorada?

la obrera de la palabra murió

¿por qué caminito se fue?


¿se fue por el camino que los días oscuros tejen

como hormigas desesperadas iguales?

¿como vaivén de pases ciegos en un cuarto?

¿tendría la obrera poca luz?


¿y quién le quito la luz a la obrera la constante?

¿quién le fue apagando uno a uno los rostros

de la palabra enterrándolos muertos?

¿quién le cegó la luz de la palabra?


¿la obrera se fue porque ya no podía trabajar?

¿el aire estaba sordo mudo roto y ella

apenas tenía su confianza en la palabra confianza?

yo digo: mejor no llorar


mejor hacer otro mundo

yo digo: mejor hacer otro mundo

mejor hagamos un mundo para alejandra

mejor hagamos un mundo para que alejandra se quede


oh eternidades débiles perdidas para siempre

y vacas tristes entre la duda y la verdad

y sedas y delicias de la sombra

mejor hagamos un mundo para que alejandra se quede


Juan Gelman. Nota: Este poema, que podría llegar a ser un velado homenaje a AP,

figura en “Relaciones”, 1973.


Pavana para una infanta difunta


A Alejandra Pizarnik


Pequeña centinela

caes una vez más por la ranura de la noche

sin más armas que los ojos abiertos y el terror

contra los invasores insolubles en el papel en blanco.

Ellos eran legión.

Legión encarnizada era su nombre

y se multiplicaban mientras tu te destejías hasta el último hilván,

arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.

El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.

El que los abre traza la frontera y permanece a la intemperie.

El que pisa la raya no encuentra su lugar.

Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;

noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro;

y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la muerte:

esa perversa tentación,

ese ángel adorable con hocico de cerdo.

¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la hérida del propio nacimiento?

¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?

Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín

donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.

Flor cruel, flor vampira,

más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro

y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral.

Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pié,

abismos hacía adentro.

Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.

Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;

te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;

amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;

te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;

te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos

como lazos en manos del estrangulador.

¡Ah los estrágos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba

y esos labios exangües sorbiendo los venenos en la inanidad de la palabra?

Y de pronto no hay más.

Se rompieron los frascos.

Se astillaron las luces y los lápices.

Se desgarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro laberinto.

Todas las puertas son para salir.

Ya todo es al revés de los espejos.

Pequeña pasajera,

sola con tu alcancía de visiones

y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:

sin duda estás clamando para pasar con tus voces de ahogada,

sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela

en busca de otra,

o tiemblas frente a un ala de insecto que cubre con su membrana todo el caos,

o te amedrenta el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.

Pero otra vez te digo,

ahora que el silencio te envuelve por dos veces como un manto:

en el fondo de todo hay un jardín.

Ahí está tu jardín,

Talita cumi.


Olga Orozco


Alejandra Pizarnik


Y pidió que la llevasen al desierto porque

no conocía el silencio ni el fuego.


Y transformó el silencio en fuego para no estar

tan sola.


Mario R. Sampaolesi. Cielo Primitivo, Palabra Gráfica y Editora Soc. Anónima, 1984.



A MODO DE CHULETA

Siempre, cuando acabo mis “deberes” suelo apuntarme a modo de chuleta o resumen práctico cuatro líneas como referencia, en este caso fueron las siguientes:


Figuras que utiliza a lo largo de su obra:

Espejos: los espejos se pulsan, son como compuertas a la nada, al vacío interior.

Hilos: los hilos son de hielo, anudan, oprimen y nunca son conductores de nada.

Muros.

Pájaros: los pájaros generalmente se petrifican o están muertos, anula la capacidad de vuelo, la libertad, pájaros en jaulas.


Colores:

Verde: lo ama, pero el verde siempre muere.

Lila: caliente, energético.

Gris y Negro.


Si tuviera que resumir la esencia de la obra de Alejandra, lo haría utilizando dos de sus versos bajo el epígrafe 23 de El Arbol de Diana: una mirada desde la alcantarilla/puede ser una visión del mundo.



Marian Raméntol

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2 Comentarios

  1. Buenos días: Nos complace dejarles la invitación a la presentación de "La condesa sangrienta» de Alejandra Pizarnik y Santiago Caruso el próximo 3 de junio a las 19:30 en FNAC Triangle de Plaza Catalunya. Cordialmente, Libros del Zorro Rojo.

    http://librosdelzorrorojo2.blogspot.com/

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  2. Olé por esta extensa y pormenorizada biografía. Me anoto ese hábito que dices tener con las chuletas. Es una buena práctica para los análisis de un texto y memorizarlo con mayor facilidad.

    Mi felicitación por la revista y mi abrazo, Marian.

    Carlos

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