Motto
Adentrarse en otras literaturas es un ejercicio saludable y beneficioso para cualquier poeta. Muchas veces, uno encuentra en voces de otras poesías afinidades que no comparte con los autores contemporáneos de su propia tradición. El destino me ha deparado encontrarme entre diferentes culturas, entre diferentes lenguas y, si se tiene una oportunidad como ésta, lo más lógico es poder encontrar lazos con otras poéticas. De esta manera, entre mis afinidades electivas se encuentran poetas polacos, eslovenos o también portugueses. Muchas veces, son poetas que dentro de su propia tradición forman poéticas aisladas que tampoco tienen una relación directa con otros poetas que escriben en la misma lengua.
Tomasz Różycki. Uniendo geografía e imaginarios. (I)
En numerosas ocasiones, puedo recordar perfectamente la primera lectura de un autor, de un poeta, y relacionar los elementos externos, incluso el momento en el que compré el libro de poemas, o con quién compartí algunos de los poemas. Después, recordar también el interés creciente hacia la obra de aquel autor, cómo habré ido recopilando todos sus libros, y los momentos de felicidad o desilusión leyéndolos. En el caso de las novelas, muchas veces pesan más estos elementos que poder recordar el argumento, o algunos de los personajes (aunque sí recuerdo el estilo, el tono, el lenguaje). Cuando se trata de poesía, cabe decir que todos los elementos tienen la misma importancia, forman un todo compacto e indisoluble y se interrelacionan continuamente. Además de, claro está, poder recordar algunos poemas concretos, o imágenes, metáforas que me sorprendieron. Pero con Tomasz Różycki, de la misma manera que con otros autores con los que siento una verdadera afinidad, no es así. Quedan retazos de recuerdos que se van entrelazando en una historia que no se ha desarrollado del todo. Los contornos temporales o espaciales se diluyen en una neblina de la que a veces se vislumbran situaciones concretas: un encuentro, una cena, un viaje (todos realizados con el mismo Różycki). Por más que lo intente, no soy capaz de encontrar el momento en el que me compré el primer libro de Różycki, ni tampoco recuerdo cuando leí el primer poema de este autor, y no obstante, tengo la sensación de haber acompañado siempre su poesía, o mejor, que su poesía siempre me ha acompañado.
Seguramente, todo debió de empezar cuando Różycki ganó el premio Kościelski por su libro Doce estaciones (Dwanaście stacji, 2004), el que hasta ahora es su libro más conocido, y por el que se le relaciona más en Polonia. También es curiosa esta situación, muchas veces un observador externo encuentra elementos de mayor valor o importancia en las obras que en su propia tradición están menos consideradas, o que la crítica no tiene en un lugar privilegiado. en este caso, podemos encontrar un motivo evidente en esta elección. El largo poema o poema narrativo Doce estaciones plantea un diálogo con el gran poema polaco del Romanticismo que es el Pan Tadeusz (El señor Tadeo, aunque seguramente habrá quien no esté de acuerdo, me resisto a traducir Pan por Don, puesto que las connotaciones son muy diferentes en las dos culturas). Y también explora uno de los lugares comunes que se formaron en la literatura (y en la conciencia) polaca de postguerra, realizar un viaje a lo que en su momento fueron los confines del país (y actualmente, debido a los cambios históricos y a los acuerdos de ciertos señores en habitaciones bien tapizadas y adornadas que modificaron las fronteras, ya de por sí demasiado fluctuantes por estos lares).
O quizás fuera ya antes de la publicación de este libro. Seguro que ya había leído algunos poemas, pero no pude empezar a degustarlos tal como se merecían, lentamente y con repetidas lecturas, hasta que no pude conseguir el volumen Poemas publicado en 2004 y que recoge los libros que Różycki había publicado hasta la fecha: Vaterland (1997), Anima (1999), Chata umaita (2001) y Świat i Antyświat (Mundo y antimundo, 2003). La verdad es que me zambullí en los poemas de estos libros, que en aquel momento me parecieron mucho más reveladores que las Doce estaciones. Me sorprendió encontrar a una voz completamente diferente a la de los poetas que, por edad, podían compartir generación con Różycki, que nació en 1970. No se detenía en el solipsismo tan caro a otros poetas, disfrazado de ropajes postmodernos y de una dicción a la Ashbery. Różycki devolvía a la palabra tradición toda su dignidad, puesto que no se quedaba en ella sino que la hacía progresar hacia adelante a través de una lengua muy propia y del uso de unos recursos poéticas que ha dotado de nuevas vías. Era una voz singular en la poesía polaca, aunque muchas veces en las diferentes lecturas encontrara concomitancias con Joseph Brodsky, algunas de estas veces incluso una aproximación a su voz demasiado evidente (una voz que yo también tenía interiorizada en polaco, puesto que intento leer al poeta ruso en todas las lenguas posibles, siempre sorprende algún elemento, o también es un ejercicio fascinante para aprender los mecanismos de la traducción poética). Pero Różycki no se encerraba en su mundo, se abría al mundo exterior, su hábitat natural es el paisaje externo, la observación que más tarde se apodera de nosotros porque nos habla de nosotros mismos. El primer elemento es la vista, el paisaje, el detalle. Los poemas de Różycki se llenan de pinceladas descriptivas, de objetos, de la realidad que observamos tan sólo al levantarnos, o que dejamos de observar al cerrar los ojos, al entrar en la oscuridad de la noche. Entonces, los poemas se adentran en lo intangible, en el sueño, en el deseo, en el intento de describir lo que en el fondo quedará inasible, pero que aprehendemos a través de la realidad objetiva (es decir, del objeto). El segundo elemento es el sueño. No en vano, se ha intentado relacionar la poesía de Różycki con la prosa de aquel genial visionario que fue Bruno Schulz. La irrealidad que se describe a partir de los objetos más reales.
Tanto los objetos como los paisajes son constantes y son diferentes en cada momento, en cada estación, en cada geografía. En el viaje estamos ante nosotros sin ser nosotros, como si fuera una proyección que crea nuestra mente al alejarnos de nuestra cotidianidad. En el viaje, nos sentimos cerca y lejos a la vez de nuestras raíces, en un vaivén constante que descubre el exilio escondido en cada uno de nosotros. El tercer elemento es el viaje. En Różycki, la situación geográfica juega un papel de primer orden, con ella, el lector (así como el autor) ven su centro desplazado, pueden observar el paisaje con los ojos de un extraño y pueden entrar en el mundo del sueño porque ya se encuentran allí desde siempre. Es en la unión de los tres elementos que pivota buena parte de la poesía de Różycki.
Biografía de Tomasz Różycki
Tomasz Różycki nació en 1970 en Opole (Silesia, Polonia), su familia sufrió el desplazamiento obligado después del nuevo orden fronterizo al terminar la segunda guerra mundial (provenían de los confines orientales, de Lviv, como los también poetas Zbigniew Herbert o Adam Zagajewski). Licenciado en Filología románica, enseña francés y literatura francesa en la Universidad de Opole. Desde 1997, año de publicación de su primer libro, Vaterland, despunta como una voz nueva en la lírica polaca más joven. Ha publicado 5 libros de poemas (más una recopilación de los cuatro primeros) y el poema narrativo Doce estaciones. Ha sido traducido a varias lenguas.
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