En La Nausea iniciamos hoy un ciclo musical bajo la mirada de un colaborador de una sensibilidad excepcional, Francisco Javier Irazoki, que nos deleitará en los próximos meses con un pormenorizado viaje por La Nota Rota.
Antes de empezar con el artículo propiamente dicho, querríamos situar al lector en el escenario de esa “nota” con la que compartiremos momentos, estamos seguros, de máximo interés.
Con “La Nota Rota” de Francisco Javier Irazoki, no sólo nos encontramos ante una cuidada selección de biografías musicales escogidas bajo el criterio personal de un también compositor. Si no ante un viaje por “The Dark Side of the Moon”, un lugar donde los protagonistas luchan por escapar de una realidad previsible y programada, y emprenden un camino hacia la independencia creativa, la autodeterminación personal y la reafirmación.
La mayoría de los casos relatados por Irazoki, constituyen una proeza por el simple hecho de vivir, más aún cuando con sus particulares principios atacaron la creación musical y la llevaron hasta terrenos desconocidos. Como en el caso de Rokia Traoré, perteneciente a la etnia bambara (Malí cerca de la frontera con Mauritania) y alumna del mismísimo Ali Farka Touré, el hombre que unió las tradiciones musicales de Malí con el Blues rural más primitivo.
Casi cincuenta notas biográficas, pequeñas reseñas, relatos sobre la disidencia, la obstinación y la esperanza. Dice Irazoki que el criterio que reúne a estos músicos y no a otros, se basa en sus gustos personales, en su afinidad personal. Una afinidad que se decanta por pioneros, innovadores y luchadores en general.
Pocos géneros quedan ausentes en estos retratos; jazz, pop, rock, flamenco, e incluso músicos clásicos, cómo Ludwig Van Beethoven (En segundo de armonía, el profesor quiso saber si conocíamos la autoría de varios compases. Me parecieron los sonidos de una motosierra que bailaba sobre una hilera de adoquines). Músicos innovadores que no pocas veces han tenido una biografía trágica.
De Claudio Monteverdi a Béla Bartók, pasando por Leonard Cohen o Heitor Villa-Lobos, Irazoki desgrana relato a relato una forma de entender al creador musical, un cosmos de descubrimientos y de sorpresas que parecen reivindicar el valor de los principios y de la ética en el proceso creativo. Muchos de los referenciados podían haber accedido a un estatus mucho más cómodo, pero renunciaron a ello para encontrar una pureza de intenciones y un discurso original e innovador.
El propio autor declara no haberse alejado demasiado de la poesía con este conjunto de mini biografías. El exquisito cuidado en la redacción de cada “nota” da fe de ello. Y es ese lenguaje rico a la par que austero y preciso, el que confiere una cama perfecta para “La Nota Rota”. Lejos de asistir a una interminable lista de músicos raros o desconocidos, el lector es llevado en ocasiones por vidas de personajes muy famosos o tutelado en aspectos biográficos menos conocidos e incluso de personajes no tan populares.
A pesar de todo, nos regala algunas excepciones, y a veces, como gotas que salpican el océano, alguna vida placentera y cómoda reafirma al resto y les dota de mucha más fuerza y coherencia.
Este viaje se antoja delicioso y entretenido, resultando en ocasiones como una pequeña lección de historia musical.
Cesc Fortuny i Fabré, lunes 02 de Noviembre de 2009, Monistrol de Montserrat
Francisco Javier Irazoki (Lesaka, Navarra, 1954) fue miembro del grupo surrealista CLOC. La Universidad del País Vasco editó en 1992 toda la obra poética que Irazoki había escrito hasta el año 1990. El volumen, titulado Cielos segados, comprende los libros Árgoma, Desiertos para Hades y La miniatura infinita. La editorial Hiperión le publicó en 2006 el libro de poemas en prosa Los hombres intermitentes. Desde 1993 reside en París, donde ha cursado diversos estudios musicales: Armonía y Composición, Historia de la Música, etc.
JANIS JOPLIN
Tengo quince años cuando ella abandona una fiesta de muchos alcoholes, sube a su habitación y se inyecta una dosis de heroína demasiado pura.
Los periódicos difunden la noticia de la muerte de esa mujer que no conozco. Casi una década más tarde, busco discos de rhythm’n blues y jazz cantados con alma negra. Del rimero de álbumes extraigo el titulado Pearl, envío un mensaje a Fernando Aramburu, y juntos escribimos el poema Janis Joplin se incrusta el último alarido.
¿De dónde viene la voz que nos impresiona? Janis Lyn Joplin (Port Arthur, 1943 – Hollywood, 1970) nace cerca de un lago, al sureste de Texas, en una familia burguesa. El padre es dirigente de una compañía de petróleo, y la madre trabaja en una escuela de comercio, pero no logran influir sobre la muchacha, que cuenta con dos asideros: el blues y los libros de poemas. La emperatriz errante y pobre que canta en la calle, Bessie Smith, y el bluesman que transmite en las canciones su experiencia carcelaria, Leadbelly, son los maestros musicales. Aún menor de edad, se despide de la familia y actúa en los bares de Houston. Acaso para tranquilizar la conciencia, hace un gesto con la cara vuelta hacia el hogar lejano: se matricula en la universidad de Austin.
Los figones de obreros dejan un hueco de tolerancia, y ahí se acomodan Janis y otros estudiantes que quieren expresarse con las guitarras. Ella es la solista del trío Waller Creek Boys, y al punto sobresalen su fuerza vocal y su afición a las anfetamimas y a los licores. Huidiza, viaja en autoestop a San Francisco y se integra en el grupo Big Brother & The Holding Company. Compone músicas y letras, y publica el primer disco, que incluye un tema, Down on me posiblemente pensado para subir la cuesta del éxito comercial.
La joven que ha sufrido las bromas gruesas de los compañeros de aula (“es el chico más feo de la facultad”, decían) electriza a una muchedumbre en el verano de 1967. Al lado de Jimi Hendrix y Otis Redding, Janis Joplin participa en el festival de Monterrey, y una película recoge la furia y los quejidos de la cantante. Rara vez las guitarras eléctricas del rock han estado tan cerca de la desesperación primitiva del blues.
Por entonces sale al mercado el segundo disco de la banda, Cheap thrills, con carátula del dibujante Robert Crumb. La versión de Summertime, el clásico de George Gershwin y Dubose Heyward, todavía produce escalofríos. En 1969 crea el conjunto Kozmic Blues Band y, con el refuerzo sonoro de una trompeta y dos saxos, edita I got dem ol’Kozmic blues again mama! Fuera de los escenarios, Janis es manejada caprichosamente por su adicción a la heroína.
El año en que va a morir empieza con la pausa de los desasosiegos. Aprovecha una primavera sin pesadillas ni drogas y funda el nuevo grupo, Full-Tilt Boggie Band. La placidez se prolonga gracias a un viaje con Grateful Dead por tierras canadienses. Al acabar el verano entra en un estudio de grabación y registra los temas del álbum Pearl, apodo de Janis, donde destacan tres piezas: Cry baby Me and Bobby McGee y Mercedes Benz.
Al miedo llamado Dios se le han pedido muchas cosas. Pero uno de los mejores cócteles de angustia, ironía y cinismo lo prepara Janis Joplin para solicitarle a la divinidad un coche Mercedes Benz. Y, sin que suene ningún instrumento en la canción, Janis mezcla los ingredientes de la bebida agitándolos con una risa final.
FRANCISCO JAVIER IRAZOKI (Del libro “La nota rota”; Hiperión, 2009)
3 Comentarios
¡Cuánto vamos a disfrutar con esta serie!
ResponderEliminarDesconocía a este autor,y agradezco a La Nausea que publiqe alguno de sus textos y este sobre Janis Joplin, que siempre me ha parecido una artistas de las pocas que suele parir el mundo.
ResponderEliminarsaludos
Lo cito y le reproduzco en uno de mis "articulados" también le envio alguno de los comentarios que he recibido sobre éste de gente de nuestra generación. Un saludo
ResponderEliminar"hermanito mío lassallista, que bonita nota mandas de la vida de janis,me regresaste muchos años tengo todos sus discos en acetato.
saludos a tu señora y un abrazo para tí."
http://www.kaosenlared.net/noticia/cultural-rock-escultura-pintura-musica-exponentes-casa-grande