Cómo vive la otra mitad: crítica al sufrimiento de las clases pobres de la ciudad de Nueva York del siglo XIX


Beatriz Pérez Sánchez (Barcelona, 1974) colabora con esta revista desde octubre de 2007. Es Licenciada en Pedagogía y Diplomada en Educación Social por la Universidad de Barcelona. Combina su labor profesional en Servicios Sociales con la creación y la formación en técnicas como la danza contemporánea, las artes escénicas o la poesía. En 2009 fue finalista del Premio de Poesía Concursalia “Luis Cernuda” de Barcelona.



Jacob Riis marca un hito en la historia del periodismo y del fotoperiodismo con su obra Como vive la otra mitad (How the other half lives) publicada en 1890. En su obra el autor explica de manera muy personal su visión sobre los problemas de las clases pobres de los barrios bajos de Manhattan en la ciudad de Nueva York. Se trata de un viaje próximo al sufrimiento humano: tabernas caóticas, bebés enfermos, madres sin recursos para alimentar a sus hijos, las cloacas como refugio provisional o el hacinamiento de las casas de vecindad. Y el alcohol, el suicidio o la delincuencia como otra forma de entender la vida (o la muerte) y evadirse de las duras condiciones a las que estaba sometida la mayor parte de la población de Nueva York.

Riis, ya fuera por su carácter inquieto como profesional del periodismo o por su propia experiencia como inmigrante sin empleo, tuvo la sensibilidad para captar los graves problemas de miseria de la ciudad y sacarlos a la luz pública. No obstante, su postura se podría considerar conservadora en la actualidad porque dirige su crítica a las clases acomodadas planteando el asistencialismo y la inversión privada como solución. También son cuestionables algunos de los juicios que elaboraba sobre los colectivos con problemas o las personas inmigrantes. Sin embargo, debe reconocerse que su obra supuso una crítica a los proyectos tanto urbanísticos como de reforma social. Como vive la otra mitad fue clave para la elaboración de un modelo de ciudad diferente al existente en la época. 

 


Cómo vive la otra mitad

Si parece que los sufrimientos y los pecados de la “otra mitad” y el mal que engendran no son sino un justo castigo a la comunidad que no le dio otra opción, es porque ésa es la pura verdad”. (Pág. 17)

Cómo vive la otra mitad se inicia con un cuestionamiento al sistema capitalista a la vez que una búsqueda de respuestas para solucionar los problemas de una gran cantidad de población sin techo, explotada o que vivía hacinada en las casas de vecindad. Éstas supusieron una solución fácil para los trabajadores de talleres y comercios. En treinta y cinco años, la población de Nueva York pasó de cien mil a medio millón de habitantes a causa de las personas desplazadas tras la Guerra de 1812 y las necesidades del comercio. Fue así como las elegantes calles de la ciudad cayeron en manos de propietarios y agentes inmobiliarios que transformaron las amplias casas en múltiples habitáculos para vivir. Las rentas eran extremadamente elevadas para las deplorables condiciones de las viviendas. Todo era aprovechable y susceptible de ser dividido (patios, altillos o lavaderos) o convertido en barracón. No se realizaba mantenimiento, así como tampoco se solicitaba un comportamiento con respecto al cuidado y limpieza de los espacios. Por lo tanto, las epidemias, fruto del desorden y de la aglomeración, generaban muertes de forma extendida. Los constructores justificaban esta oferta por la gran demanda de ocupación inmediata, mientras que la Sociedad para la Mejora de las Condiciones de los Pobres decía:

Edificios viejos y peligrosos, casas de vecindad traseras abarrotadas, construidas en patios sucios, sótanos oscuros y húmedos, buhardillas con goteras, cobertizos y establos convertidos en viviendas, aunque aptos para alojar bestias: ahí es donde habitan miles de seres en esta rica ciudad cristiana” (Pág. 30)

 


Hombres en las calles de Nueva York


Hasta el año 1867 no se realizan los primeros pasos para cambiar la situación de las viviendas desde la Junta de Sanidad. Diez años después los resultados eran poco visibles. Se trataba de un trabajo muy complejo por dos razones: la resistencia de los inquilinos, que se habían acostumbrado a esta forma de vida, unida a la de los arrendatarios que consideraban que sus derechos individuales se reducían. A ello debía sumarse la dimensión física del problema, ya que cada vez se ocupaban más barrios de la cuidad.

Nueva York se transformó en una cuidad cosmopolita con pocos habitantes del propio país, pero sí repleta de colonias de inmigrantes alemanes, italianos, holandeses, rusos, chinos, africanos, bohemios o judíos. Ello construía un amplio abanico de relaciones en las casas que daba para ser analizado extensamente. Cada comunidad tenía unas maneras de actuar propias y ocupaban unos trabajos determinados. Los italianos, competitivos y ambiciosos según el autor, se hacían cargo de las paradas de fruta de la calle. Riis pensaba que aumentaban el caos y la suciedad de la ciudad por sus costumbres traídas del Mediterráneo y su afición a las tabernas. Sin embargo, los consideraba ahorradores, coloridos, alegres y honestos. 

 



Mujer sola en una casa de vecindad


El Bend

El barrio del Bend representaba el paisaje de las calles más deprimidas, sucias y pobladas de Nueva York. Todo el mundo estaba al sol: madres solteras, niños gateando, mujeres trabajando y hombres sin trabajo sentados en la calle, maltrato, sangre y crimen.

En el año 1882 murieron 155 niños. El índice de mortalidad del barrio era el más alto de la ciudad. Los índices sobre casas de vecindad que estaban al límite de gente viviendo en ellas también eran los más elevados. Mientras, paradójicamente, disminuían las exigencias de espacios por parte de las administraciones sanitarias en cuanto a ventilación que pasaba de 16,8 a 11,2 metros cúbicos Los datos oficiales registraban más de cuatrocientas casas de vecindad en estado de urgencia en este barrio. Las inspecciones policiales detectan insuficiencias en las habitaciones y los apartamentos alquilados tanto por el mantenimiento como por la cantidad de gente que convivía, pero parecía tener carácter momentáneo.

El anterior efecto efímero también parecía existir en las tabernas clandestinas. Se trataba de espacios subterráneos, repletos de personas sin techo y población tanto femenina como masculina que iba a beber cerveza conseguida de forma ilegal. Eran lugares insalubres y generadores de conflictos, pero un negocio como tantos otros. Los vagabundos eran clientes habituales que también podían ser contratados para sentarse en la puerta próximos a un fuego y así atraer a la clientela. Riis habla de ellos con dureza. El autor piensa que son sujetos sin ánimo de trabajar que se desorientan desde el primer momento que aceptan una moneda. El periodista los ve como individuos que se creen con derecho a ser mantenidos por la sociedad.

“Un hombre sale de su primera noche sobre la fría losa del centro de acogida y se va a la litera de marinero en un barco que zarpa, a la oficina de reclutamiento, a cualquier trabajo honrado; o bien se va al diablo o a los antros, que es lo mismo, dice mi amigo el sargento, que sabe de lo que habla.” (Pág. 110)

Otra posibilidad dentro de los extremos en la situación de la vivienda eran las llamadas casas de huéspedes a bajo precio que eran alquiladas por horas o noche. Se trataba de nidos de criminalidad por el tipo de sujetos que los frecuentaban y los proyectos criminales que se organizaban allí. Eran el trampolín hacia la delincuencia de muchos jóvenes por la presencia de ex-presidiarios y organizadores de robos y crímenes. Riis se mostraba crítico con respecto a las normativas tanto de Sanidad como de la Policía hacia los “hoteles de bajo precio”. El autor apoyaba la idea de un cambio a través de las reformas legales y los proyectos de ayuda caritativa como las medidas de reparto de alimentos.


Diferencias por barrios: chinos, judíos, bohemios y negros

Uno de los juicios más duros del libro los expresa Riis contra los chinos. Habla de ellos como forasteros que se iban muriendo mental, física y moralmente. Desde un punto de vista religioso, los considera poco susceptibles de ser convertidos al cristianismo. Diferencia esta comunidad por su aburrimiento, silencio, limpieza y desconfianza. Los espacios de ocio clandestino, como los fumaderos de opio visitados por jóvenes menores, eran catalogados como lugares de vicio. Riis creía que el orden del barrio chino era únicamente una apariencia. Y, para solucionar lo anterior, pensaba que la acogida de los inmigrantes chinos con sus esposas sería una posible medida de mejora.


El distrito judío también tenía su idiosincrasia. La tasa más alta de enfermos por tifus de la ciudad se la llevaba este barrio que también tenía índices de población extrema y condiciones de mantenimiento deficitarias. Eran frecuentes las quejas de los profesores de las escuelas que debían enseñar hábitos de higiene básicos a los niños. Sin embargo, los niños de las familias judías eran los mejores en aritmética movidos por el deseo de ganar dinero de los padres. Era fácil pactar los sueldos bajos con los judíos negándoles el trabajo durante mucho tiempo. Sus casas estaban preparadas para extender las tareas de las fábricas o realizar la producción de forma ilegal a coste muy bajo. Toda la familia, hasta niños de corta edad, colaboraba en la confección de piezas de abrigo, sombreros o calcetines.

La mayor parte del trabajo del explotador se efectúa en las casas de vecindad, adonde no llega la ley que regula el trabajo de las fábricas. Para las propias fábricas que, cada vez en mayor número, están acaparando la función de los edificios traseros de las casas de vecindad, y en las que, en horario diurno, se agolpan obreros en número muy superior al autorizado por las autoridades sanitarias, estos talleres son como un añadido a través del cual se evade triunfalmente la ley.” (Pág. 156)
Con connotaciones diferentes, el barrio bohemio también sobrevivía mayoritariamente gracias a los talleres de puros y cigarros que se elaboraban en las casas de vecindad por inmigrantes que provenían del centro de Europa. Como las mujeres habían trabajado en ello en sus países de origen, se generó un conflicto con los sindicatos. Finalmente se aceptó el trabajo de las mujeres que supuso un beneficio para los fabricantes que fomentaban el problema para sacar provecho. La postura de Riis con respecto a esta comunidad es de defensa de su carácter tranquilo y pasiones por la música. Los compara a los irlandeses y los caracteriza por estar en contra del gobierno, tachándolos de ser susceptibles de ser estafados tanto a nivel laboral como en los alquileres de viviendas. El autor pone el acento en la falta de educación y lenguaje comunicativo de los bohemios. Pensaba que serían buenos campesinos si dispusieran del dinero para comprarse tierras.

Nueva York también aumentó el número de inmigrantes negros procedentes del Sur de Estados Unidos. Aún siendo considerados limpios, ordenados y rentables pagaban los alquileres más altos de la ciudad. El periodista tiene una visión muy positiva de ellos: vitales, elegantes, alegres y preocupados por su entorno. Únicamente deja de simpatizar cuando da su opinión sobre las tabernas, no aptas y generadoras de conflictos, donde se mezclaban con los blancos. Haciendo un balance de la situación de los negros de la época cabe destacar lo siguiente:

Si, a la hora de hacer un balance entre razas, alguien dice que el negro apenas responde a las expectativas tras veinticinco años de libertad, habría que mirar el otro platillo de la balanza y comprobar cuánta culpa tienen el prejuicio y la codicia que le han impedido progresar bajo una carga de responsabilidad a cuya altura difícilmente puede estar. Desde esta perspectiva, podemos considerar que ha avanzado mucho más y más deprisa de lo que se podía sospechar y que, al fin y al cabo, con un tratamiento justo, promete tanto como nosotros, sus conciudadanos de piel blanca, tenemos derecho a esperar”.
(Pág. 195)


El sufrimiento humano: enfermedad, infancia y pequeños golfos

Riis intenta expresar el sufrimiento que observa en las casas de vecindad mediante la falta de proyección de los sueños de los jóvenes. Tras largas horas de trabajo extenuante, éstos únicamente tenían la taberna o la prostitución como actividades. Enfermedades fáciles de superar suponían la muerte de un hijo por la falta de recursos para mantener al resto de la familia. Las situaciones límite de pobreza generaban enfermedad mental y el sufrimiento por la retirada de los hijos. El estancamiento y la forma de vida al límite también tenían sus paradojas: deber dinero y gastar todos los ahorros en un funeral. No obstante, a pesar de las dificultades, surgían redes de solidaridad entre los pobres que compartían las pocas cosas que poseían.

... el chico se ve condenado por los suyos a un trabajo tedioso y mal pagado, sujeto a la mano de quién debería esforzarse por sacarlo a flote. Su casa, que debería ser el factor más importante en la formación de los jóvenes, tan sólo es para él un agujero en el gallinero que comparte con muchas otras bestias humanas” (Pág. 223)

 



Niña trabajando

Riis escribe sobre los niños y las niñas de forma desoladora. Su relato refleja un profundo sentimiento de amargura hacia la precaria situación de la infancia: sin salir de las callejuelas, sucios y con la expresión de la mirada muerta por la falta de alegría. Desde las instituciones de de Nueva York se realizó un trabajo importante de protección de la infancia, como la Sociedad de Ayuda a los Niños que acogió a trescientos mil niños sin hogar y huérfanos en treinta y cinco años. También la Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Niños ayudó a veinticinco mil niños que sufrían maltratos. Aún observando la necesidad de trabajar con los niños y las niñas para erradicar la pobreza, el periodista se muestra pesimista por lo que respecta a los esfuerzos realizados por el Estado, abandonando la cuestión en manos de la caridad privada en forma de limpieza de conciencia.

Otra de las caras de la infancia de la ciudad de Nueva York era la de los niños y niñas expósitos, abandonados por las familias, con un índice de mortalidad elevado. El abandono se realizaba en la calle o bien eran llevados a las comisarías para ser tutelados por el municipio posteriormente. Cuando no se podía pagar el funeral, los niños eran abandonados en las calles. Una institución religiosa, Las Hermanas de la Caridad, se ocupaba de la acogida de los bebés. La imagen típica de la cuna en la puerta de la casa por la noche no se pudo llevar a cabo durante mucho tiempo porque se llenaba rápidamente. Cuatrocientas madres que no querían su hijo fueron obligadas a dar el pecho a un bebé además del suyo. Se contrataban nodrizas para que los bebés no murieran. Desde una perspectiva aún más dura, aparecieron las granjas infantiles donde una persona provocaba la desaparición de recién nacidos no deseados haciéndoles pasar hambre y certificando la muerte por un médico de forma ilegal. Sin embargo, se realizaron intervenciones importantes con tal de mejorar la situación de instituciones como las guarderías, la Fundación para el Aire Fresco o la Casa Five Points que recogió a sesenta mil niños y niñas de la calle.

Otra figura de la infancia de Nueva York es la del pequeño golfo que vivía en grupo sin ley, ni techo. El trabajo con ellos era muy complejo. Burlaron la autoridad policial hasta que una casa de acogida comenzó a trabajar con ellos y valoraron las comodidades que jamás antes habían tenido. El origen del problema provenía de las casas de vecindad donde las duras condiciones ya comentadas con anterioridad, provocaban la huída de los chicos de casa para poder sobrevivir. El trabajo desde el hogar de acogida era muy interesante. En vez de intervenir a partir de la reclusión y la reeducación, la orientación tenía muy presente la libertad de los niños y sólo aplicaba unas normas básicas de higiene y propuestas de trabajo. El autor apoya la tarea de las personas que donaban grandes cantidades de dinero o iniciaban proyectos para la protección de la infancia, alabando los buenos resultados de las instituciones de la época a favor de la erradicación de la figura del pequeño golfo.

El periodista introducía la idea de falta de espacios de ocio sano en la ciudad. El alcohol de los bares y las tabernas suponía una de las únicas alternativas de la población de las casas de vecindad para intentar evadirse de las duras condiciones de vida que tenían que soportar. Existía una relación directa entre poder político e intereses económicos de los propietarios de las tabernas, por lo que medidas como la prohibición de venta de alcohol a menores estaba lejos de ser llevada a cabo. Para Riis estos lugares eran la cuna de los asesinos. Ello generaba grupos y bandas organizadas que mataba a personas inocentes. Se trataba de personajes famosos que mataban de forma violenta y sin escrúpulos. Y si algo les caracterizaba era su gran capacidad para huir de la autoridad trasladándose a otros barrios donde los acogían otros delincuentes. Podían salir fácilmente de una detención con ayuda de algún cargo político relacionado con las tabernas. Por tanto, se sentían potentes y con inmunidad para actuar. La condena en la prisión podía hacerles replantearse otra manera de ganarse la vida, pero la tolerancia de la sociedad era poca y al mínimo error quedaban excluidos de las formas de vida normalizadas perpetuándose así el regreso a su antiguo entorno.


Y, sin embargo, si sus fechorías han contribuido a poner de manifiesto que cualquier esfuerzo por rescatar a los de sus calaña debe empezar por cambiar las condiciones de vida contra las cuales su propia existencia es una protesta, ni siquiera el matón ha vivido en vano. Al menos hay que concederle el mérito de que, con o sin su buena voluntad, ha sido útil para acelerar la batalla contra los barrios pobres que lo engendraron. En esa lucha, la vigilancia constante es el auténtico precio de la libertad y de la protección de la sociedad.” (Pág. 286)

La Sociedad de las Mujeres escribió:


Es un hecho de todos sabido que los sueldos de los hombres tienen un mínimo y que por debajo de él no se puede llegar, pero el salario de una mujer no tiene límite, ya que el sendero de la vergüenza siempre está abierto para ella. Es simplemente imposible que una mujer se mantenga sin otra ayuda que el salario tan bajo que gana una vendedora, sin privarse ella misma de necesidades básicas (...). Es inevitable que, en muchas circunstancias, las mujeres trabajadoras tengan que recurrir al mal.”


Ciento cincuenta mil mujeres trabajaban en las fábricas o de cajeras con horarios, penalizaciones y ambiente totalmente extremos. Muchas de ellas eran menores. Su alimentación era insuficiente y fácilmente sufrían enfermedades por el calor que pasaban en los comercios. En los talleres de las casas de vecindad tenían que coser durante horas por precios irrisorios, pero ello era necesario para poder mantener a la familia. Por esta razón, una boda prematura podía ser una solución fácil para las menores. El periodista enfatiza que se trata de una mayoría de mujeres humildes, pero con la suficiente dignidad como para quitarse un plato de comida al día con tal de no ejercer la prostitución. El mensaje final que Riis nos quiere mostrar es el de mujeres esperanzadas, con valores y fuerza para intentar cambiar su situación.

Otra realidad extrema era la de la población que vivía de la caridad. Un gran número de ellos eran impostores, todos asociados a las casas de vecindad. Para el autor la indigencia era una enfermedad que se extendía por la ciudad. A nivel moral la equiparaba a la delincuencia de los grupos organizados. Les atribuye el siguiente pensamiento “la sociedad está en deuda con estas personas que tienen que cobrar por su situación”. Por otro lado, la normativa que criminalizaba este acto fue inútil. Riis cree que es un problema de amor propio de las personas que se debe aumentar mediante la posibilidad de trabajo y mejora de las condiciones de vida.
Así como el periodista alaba el trabajo de las entidades para la protección de la infancia y su trabajo, realiza una crítica de las instituciones penitenciarias y del Hospital de la Caridad; espacios oscuros, con relativas y contradictorias normas representaban el último recurso de ayuda para una mayoría de personas en situación extrema de pobreza. Los mismos directores de las instituciones reconocían que el paso por ellas dejaba una marca, un sello en su identidad, imposible de borrar.


Un breve final


A modo de conclusión, y analizando el balance de Riis con respecto a la cuestión de las casas de vecindad, aunque se abolieron algunas formas de construcción y se mejoró la ventilación de las casas, los propietarios ejercían su poder y atribuían sus formas de actuar a unos supuestos derechos individuales. Por otro lado, las clases pobres eran consideradas poco colaboradoras en este sentido, ya que se dejaban llevar por la inercia del estado de las cosas contribuyendo a su empeoramiento. Las cifras de densidad de población no parecían disminuir. La previsión, contrariamente, era de un aumento del traslado de personas a las ciudades con el asociado riesgo de crecimiento de la pobreza. Riis valora la actitud de algunas comunidades, como la italiana y la africana, con la creencia de que son un modelo de persona que podría transformar los problemas de las casas de vecindad. El autor sostiene firmemente que la oferta de mejora de condiciones, desde la caridad y la intervención privada, sería aceptada por la población de las casas de vecindad y que ello significaría un paso adelante para el desarrollo de la población más pobre. 

 

  

  






Bibliografía:
Riis, J. Cómo vive la otra mitad. Alba Editorial. Barcelona, 2004.

 
 
 


 

 
 


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4 Comentarios

  1. Gran artículo, sobre una obra que me parece interesantísima.

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  2. Gracias por este artículo: vale la pena tener en cuenta la obra que comenta.

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  3. Muy interesante, desconocía el tema. Un beso

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  4. Amando Carabias, ALbert Lázaro-Tinaut y Encarna, muchas gracias por vuestros comentarios. Siempre son bienvenidas las críticas o los aportes interesantes que abran debate.

    Un abrazo,

    Beatriz

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