Dimitrie Cantemir, El Príncipe de nuestra cultura antigua por Daniel Dragomirescu

DANIEL DRAGOMIRESCU


Escritor y publicista rumano, miembro de la Unión de los Escritores de Rumania, nacido en 1952 a Bucarest. Su obra contiene cuentos (Cel din urmă rapsod şi alte povestiri / El último rapsoda y otras cuentos, 2002), novelas (Cronica Teodoreştilor / La crónica de un mundo perdido, 2003-2008, 5 volumenes), critica e historia literaria (Liviu Rebreanu. Romancierul şi lumea sa / Liviu Rebreanu. El novelista y su mundo, 2002; Coordonate ale prozei româneşti / Coordenadas de prosa rumana, 2003). También ha publicado la novela Karma. Nopţi de mătase / Karma. Noches de seda, 2008, escrito en colaboración con Maria Ardeleanu-Apşan. Colabora con prosa y artículos a las revistas “Rumania literaria”, “Conversación literaria”, “La Familia”, “La revista 22” y muchas otras. En el extranjero colabora a las revistas “Gracious Light” de Nueva York y “Word of Truth” de Edmonton, Canada etc.
Algunos escritos suyos han sido traducidos y publicados en inglés, francés y español.
Empezando con el año 2008 es el redactor-jefe de la revista bilingüe y multicultural “El horizonte literario contemporáneo”.
Acerca de sus escritos han sido publicados artículos críticos en algunas de las más importantes revistas culturales rumanas.
En 2008 la novela La Crónica de un mundo perdido ha sido nominalizada al Premio por Prosa por la Unión de los Escritores de Rumania, en Iaşi.
Traducido al español por Diana Dragomirescu




El Príncipe de nuestra cultura antigua




En el espacio histórico de la cultura rumana, Dimitrie Cantemir es una figura simbólica y asimismo única. Nadie mejor que él ha representado en su época nuestras virtudes espirituales. Y nadie en aquel tiempo y mucho tiempo después alcanzó su nivel espiritual. Igual de significativo nos parece el hecho de que – y lo subrayamos – si hasta entonces, nuestra cultura contaba con unos nombres – honrados – de cronistas y otros sabios, hombres amantes del estudio y del pueblo, como Ureche, Costin, Nicolae Milescu, Varlaam o Dosoftei, vemos que gracias a Dimitrie Cantemir, nuestra pequeña cultura alcanza el nivel de la gran cultura europea de aquellos tiempos.
Su personalidad se destaca por complejidad y profundidad. Erudito de estudios superiores en las escuelas de gran tradición de Elada, Cantemir redacta escritos de filosofía y moral, etnografía y folklore, investigación histórica y geográfica, teología e incluso historia de las religiones, y por encima de todo, de literatura. Su primera obra, Divanul sau Gâlceava înţeleptului cu lumea (Iaşi, 1698) muestra una asombrosa madurez intelectual para un joven de sólo 25 años. De su contenido extraemos un verdadero código de vida del hombre sabio, lo que encontraremos al cabo de unos siglos en la Glossa de Eminescu. Con su Istoria ieroglifică (1705) Cantemir elabora las bases de la novela en nuestro país, en unos tiempos en que, en Francia, Voltaire – con quien el príncipe moldavo trabó amistad a través de las cartas – modelaba el idioma nacional con los textos de sus novelas. El hecho de que la novela de Cantemir no circulara en su época y no pudiera por ello aportar una gran contribución a la evolución del genero en nuestra literatura culta es otra cuestión. Hasta Ciocoii vechi şi noi de Filimon (1862) tendrá de pasar mucho tiempo.
Alcanzó la fama de docto (de importancia europea) sobre todo por la obra Istoria creşterii şi descreşterii Curţii Otomane, que fue muy importante en esa epoca. La edición y la reedición de su Istoria en los idiomas más importantes en Europa testifican el gran interés del público de aquel entonces. La consagración de Dimitrie Cantemir había llegado ya en 1714, cuando fue
nombrado miembro titular de la Academia de Berlín. Debería pasar muchos años hasta que otro rumano llegara a ser miembro de una academia extranjera. Como solicitud de parte del gran club de los científicos
alemanes, el príncipe moldavo escribió
Descriptio Moldaviae (1716), obra con la cual a veces esta relacionado su nombre. El valor excepcional de la obra sobre el establecimiento de los rumanos en el
espacio geográfico y espiritual europeo no necesita destacarlo más. Podemos imaginarnos cuanto les importaba a los extranjeros la figura del erudito rumano, llevando peluca y armadura, que ellos quisieron
saber detalladamente qué tipo de país era su Moldavia natal. Como testimonio de la apertura del erudito rumano fuera de su mundo patriarcal y ancestral, podemos mencionar
Cartea sistemei sau a stării religiei mahomedane (Petersburg, 1722). De aquí en adelante, Mircea Eliade empezará – un par de siglos después – su camino hacia el estudio de distintas religiones del mundo. La ultima obra importante de Cantemir es Hronicul vechimei a romano-moldo-vlahilor (1722), trabajo que llegó a ser al cabo de poco tiempo el libro más importante de los corifeos de la Escuela Transilvana.
No es casualidad que la Academia Francesa le rindiera homenaje con las mismas palabras con las cuales le había rendido homenaje a Moliere: “rien ne manquait a sa gloire, il
manquait a la notre”.
En verdad, la cultura rumana puede dejar al panteón de su posteridad la corona de elogios debida a los hombres más importantes. Príncipe de nuestra cultura antigua, el es, al mismo tiempo, un nombre venerable del patrimonio cultural europeo e universal.



Daniel DRAGOMIRESCU

Traducido al castellano por Gabriela Stanciu-Tofan
 

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