JANUSZ SZUBER. Una ficticia objetividad (III) por Xavier Farré

L’Espluga de Francolí, 1971 es poeta y traductor. Traduce del polaco y del esloveno. Cabe mencionar sus traducciones de Czesław Miłosz (Travessant fronteres. Antologia poètica 1945-2000, Proa, Barcelona), de Adam Zagajewski (Tierra del Fuego/Terra del Foc, Deseo, Antenas, todas en Acantilado, Barcelona) y los ensayos de Zbigniew Herbert; y del esloveno, las traducciones de Aleš Debeljak (La ciutat i el nen, Barcelona, Edicions la Guineu) y Lojze Kovačič (Los inmigrados, Siruela, Madrid).
Como poeta, ha publicado Llocs comuns (Lugares comunes) (2004); Retorns de l’Est (Tria de poemas 1990-2001) (Retornos del Este –Poemas escogidos, 1990-2001) (2005); Inventari de fronteres (Inventario de fronteras) (2006). En 2008 aparece su último libro de poemas: La disfressa dels arbres (El disfraz de los árboles). Algunos de sus poemas han sido traducidos al croata, esloveno, inglés, polaco y sueco.


Janusz Szuber: Construir una identidad (III)



Construir la identidad a través del discurso literario puede llegar a ser una de las actividades más escurridizas en la sociedad contemporánea. El autor, siempre enmascarado en un yo o en una multiplicidad de éstos, tan sólo deja entrever algunos retazos de lo que es. La literatura desenmascara algunos aspectos de la realidad a través del enmascaramiento. Todo es a la vez una ficción y una realidad, pero una realidad tamizada, concretada por un discurso que dirige al lector y actúa sobre él. En tiempos de la modernidad líquida, también aparece la identidad líquida, el cambio constante para saber amoldarse a unos cambios constantes. El sociólogo polaco Zygmunt Baumann afirma que “en el fondo, la identidad se nos aparece como algo que hay que construir, y no descubrir; como el objeto de nuestros esfuerzos, una “finalidad” que hay que alcanzar; como algo que todavía tenemos que unir a partir de varias partes o elegir de totalidades que tenemos al alcance, y después luchar por él y protegerlo. Sin embargo, para lograrlo, la verdad sobre un estado incierto de la identidad tiene que ser eliminada y escondida concienzudamente. Y es así como se realiza”. Por otra parte, el poeta polaco Janusz Szuber presenta este “Ensayo sobre la identidad”:

Florecieron cerezos silvestres, perales y endrinos.
En los pastizales aún descansaba la nieve.
Rojos hayales con un poco de violeta.
Un azul intenso. Una pequeña ola golpeó
Los maderos del puente en la bahía.
Un puesto de frituras. Una rueda de madera en el techo.
Una zona silenciosa para los alerces y abedules jóvenes.
Al quitarse los cinturones negros de seguridad
Avanzaron perfectamente separados, cortando la claridad,
Libres, llevaban consigo las temporadas anteriores.
Rechinó con sus cadenas un barco de recreo.
La identidad de la chapa, del barniz, del hormigón y del agua.

Ante la identidad grupal que se opone a lo que le es extraño, la identidad de Szuber es constantemente la búsqueda de lo particular. Lo extraño aparece igualmente, pero la importancia que tiene es otra, puesto que lo extraño es lo que define. Ante la construcción, la observación. Ante la protección, poder descubrirse a lo externo que modela y configura la percepción del mundo. Son dos visiones casi opuestas en sus premisas. El sociólogo tiende a mirar la construcción dentro de unas coordenadas de identidades diversas, en la que la individualidad se disipa en virtud de una identidad mayor. El individuo busca refugio en unas señas que puede compartir con otros individuos y así puede formar parte de una comunidad concreta. Donde el asombro es más una sensación de peligro que de inclusión. En cambio, el poeta no busca las identidades diversas, todas las identidades tienden a explicar tan sólo una, la propia. En la que no cabe una identidad mayor, puesto que lo particular representa la única manera de ubicarse en la realidad. Y el asombro ante lo ajeno, lo diferente, es el proceso para poder configurar la propia posición.
Tanto en un caso como en otro no es el curso del pensamiento lo que destaca más, sino la mirada. Intentar apoderarse de lo que uno presencia y tiene ante sí en cada momento o intentar observarlo como si fuera una y otra vez siempre nuevos. Siempre diferentes. Lo que extraña no es lo que nunca se ha podido percibir con anterioridad, es lo que se ha percibido siempre, en todo momento. Lo que se tiene más cerca, y que por ese motivo pasa desapercibido.
En esta extrañeza familiar Szuber construye la casa en la que habita. Las paredes se han alzado a lo largo del tiempo con las manos de las generaciones que han dejado sus huellas inconfundibles, con un deseo de ser desentrañadas y comprendidas. Aceptadas. Las habitaciones están pobladas de muebles que ya estaban allí mucho antes de cualquier mirada. Y hay que descubrirlos, hay que pasar las manos como para pulirlos y desentrañar el mensaje que transmiten. Toda la casa está llena de sombras que aparecen y comunican cuando la mirada es la adecuada. Cuando se intenta escudriñar los recónditos significados que muestran.
Szuber habita un espacio, habita una casa construida a partir de los elementos que le rodean, una casa donde la extrañeza se da la mano con la familiaridad. Es como la situación de un exiliado que intenta arraigar en un nuevo suelo, en una nueva situación donde todo lo que ve no deja de maravillarle o confundirle. Lo externo lo construye.
En relación con el exilio y con la casa, con el lugar que uno intenta modelar, Edward Said me remite a Theodor Adorno. ¿Es válido intentar combinar dos estructuras, dos reflexiones tan alejadas entre sí como la dimensión social y la dimensión individual? ¿Es lícito explicar la poesía de Szuber, de carácter íntimo, personal, casi intransferible, o mejor, engañosamente intransferible, con el discurso de los pensadores contemporáneos que presentan una preocupación constante sobre la inserción del individuo en un grupo? La poesía gana en este caso la partida, porque en ella el hombre se acerca más a sí mismo, mantiene un diálogo que resulta ser mucho más fructífero. Said remite al fragmento 18 de Minima moralia, escrito en 1944, tres años antes de nacer el poeta polaco. Dice el pensador alemán (cito según la traducción de Joaquín Chamorro publicada en Akal): “El modo como están las cosas hoy en día en la vida privada se muestra en sus escenas. Ya no es posible lo que se llama propiamente habitar. Las viviendas tradicionales en las que hemos crecido se han vuelto insoportables: en ellas, todo rasgo de bienestar se paga con la traición al conocimiento, y toda forma de recogimiento con la reñida comunidad de intereses de la familia. Las nuevas, que han hecho tabula rasa, son estuches diseñados por peritos para pequeños burgueses o alojamientos obreros extraviados en la esfera del consumo, ambos sin ninguna relación con el que los habita; más aún: dan en rostro a la añoranza –que, con todo, ya no existe– de una existencia independiente”. Vayamos un paso más adelante e interpretemos la afirmación de Adorno en términos metafóricos. Y la poesía de Szuber se erige como un antídoto a esta postura. En él, la vivienda tradicional sigue siendo el lugar de bienvenida, un lugar donde ocurre todo el pasado, el presente e incluso la configuración del futuro. Y la añoranza que surge de las nuevas casas no es tal, sino un intento de seguir manteniendo los mismos asombros, las bases de la existencia propia. Leemos en un poema de Szuber titulado Skansen (un skansen es un museo al aire libre, o un ecomuseo como acuñaron los franceses):

SKANSEN

El país era de madera. Un poco de maíz,
patatas, avena, aves de corral, terneros, telas.
Los pechos a pares de las chicas olían a reineta.
Mujeres viejas que bordan manteles
No se lamentan por los antiguos amores perdidos.
Se ha puesto el sol, han aparecido las estrellas.
Pecados inconfesados, alegres tentaciones.
Que la pregunta unde malum atormente a los locos.
Ha rechinado soñolienta la Rueda del Eterno Retorno.
Los animales corrieron por el lecho de un arroyo:
Corzos chapoteando, martas impetuosas.

El escritor es siempre un exiliado, no en el sentido político, claro está, a pesar de que la historia ha brindado demasiados ejemplos de escritores, de poetas exiliados, antes bien en un sentido interior, es un desplazado porque no encuentra su posición en una sociedad que lo atenaza. Edward Said, en su reflexión sobre el escritor y el exilio sigue con las palabras de Adorno, y determina que “para un hombre que ya ha dejado de tener una patria, la escritura se convierte en un lugar para vivir”. No sé si Szuber tiene una patria a la que acogerse, aparte del reducido espacio que conforma la región donde se encuentra Sanok, en la confluencia de Polonia, Ucrania y Eslovaquia (en Sanok también pasa el buen soldado Svejk, cuya identidad se revela y rebela a partir del humor), pero sí demuestra que su casa es la escritura, y allí habitan personas y se encuentran muchos otros lugares que llegan a la salvación en la memoria y los poemas del autor polaco.

Publicar un comentario

1 Comentarios

  1. Javier, excelente acercamiento ensayístico a la obra e intimidad de Szuber. Le confieso no haberlo conocido antes, pero sentir, a través de su brillante exposición, saberlo de tiempo, penetrar en ese espacio exílico de austeridad o posguerra,y a la vez vibrar con la aguda crudeza de sus letras.

    J. Jesús A. Z.

    ResponderEliminar