“La Nota Rota” de Francisco Javier Irazoki: RAM NARAYAN

Francisco Javier Irazoki (Lesaka, Navarra, 1954) fue miembro del grupo surrealista CLOC. La Universidad del País Vasco editó en 1992 toda la obra poética que Irazoki había escrito hasta el año 1990. El volumen, titulado Cielos segados, comprende los libros Árgoma, Desiertos para Hades y La miniatura infinita. La editorial Hiperión le publicó en 2006 el libro de poemas en prosa Los hombres intermitentes. Desde 1993 reside en París, donde ha cursado diversos estudios musicales: Armonía y Composición, Historia de la Música, etc.









RAM NARAYAN

El pintor francés Martin Dieterle nos convoca urgentemente. Uno de los prestigiosos músicos hindúes, reacio a los discos, va a grabar en París. Llegamos al apartamento y ahí está Ram Narayan, vestido de blanco y sentado sobre una alfombra. Sostiene en posición vertical su sarangi, instrumento de mástil ancho, sin trastes, con tres cuerdas de tripa y, debajo de éstas, muchas más cuerdas que resuenan. El sarangi se frota con un arco y su sonoridad se parece a la voz humana. A Ram lo acompañan el joven Vineet Vias, percusionista, y Mohommad Torabi, que toca la tambura, un laúd utilizado como bordón. Ante ellos, el técnico de sonido y una decena de espectadores silenciosos.
Recuerdo la vida de Ram Narayan (Udaipur, 1927) mientras escuchamos las primeras notas. Su padre era músico cortesano. Cuando el niño cumple seis años, un asceta errante le confía su sarangi. No viene a reclamárselo, y el pequeño Ram busca la varilla y las fibras necesarias para fabricar un arco. Aprende las lecciones paternas. A los trece años ya actúa de solista, incluso imparte clases. En la adolescencia sigue a su guía, el cantante Madhav Prasad, y se aleja de la familia. Siente nostalgia en los jardines mongoles de Lahore, pero se impone un reto: quiere trabajar con el vocalista irascible Ustad Abdul Wahid Khan. Lo consigue y, después de dar conciertos con Ravi Shankar e intervenir en emisiones radiofónicas y películas, difunde el conocimiento adquirido. Prueba la madurez en una larga gira por China, Afganistán, EE UU, Europa. Los violonchelistas Pablo Casals y Mstislav Rostropovich y el violinista Yehudi Menuhin le dedican elogios; el gobierno de su país le concede distinciones. Pero la muerte de Chaturlal, el hermano tablista, lo deja desanimado. Durante bastante tiempo guarda luto con riguroso silencio musical.


Llevamos ahora algunos minutos de una raga llamada Jaupuri y observo la relación entre Ram Narayan y su hijo Brij, situados uno frente a otro. Ram agacha un poco la cabeza, improvisa nuevos compases y al final se endereza para conocer el efecto causado en el hijo. Las miradas dialogan. La comunicación dura una hora de música. Nunca había presenciado una complicidad tan intensa entre dos artistas.
Para entender la importancia de la unión entre el maestro y su discípulo, Martin Dieterle nos explica que, en el país de Ram Narayan, los secretos de la música sólo se transmiten oralmente. La memoria sucesiva debe ser la única partitura. Según la mentalidad india, el papel pautado no permite al alumno encontrar el propio camino artístico. «Es como si la escritura fijase insidiosamente el pensamiento de otro en su cerebro», dice el pintor. Y, aunque nuestra escala compuesta de siete notas proviene de la India, los compositores hindúes abandonaron los signos musicales en el siglo VIII.
La segunda raga se titula Kafi Malhar, y se repiten la belleza y la comunicación entre el padre y el hijo.
Avanzada la noche, Ram se levanta y cede el puesto a su hijo. Brij es solista de sarod, también instrumento de cuerda. Lo pulsa con plectro y la caja de resonancia tiene forma de tazón. El intérprete demuestra pericia, pero aún le falta la hondura del viejo que lo mira a los ojos. Al despedirnos, en el patio se oyen frases sobre esa maldita frontera que separa la brillantez y la profundidad.




FRANCISCO JAVIER IRAZOKI
(Del libro “La nota rota”; Hiperión, 2009)

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