“La Nota Rota” de Francisco Javier Irazoki: HOMBRES DEL DESIERTO


Francisco Javier Irazoki (Lesaka, Navarra, 1954) fue miembro del grupo surrealista CLOC. La Universidad del País Vasco editó en 1992 toda la obra poética que Irazoki había escrito hasta el año 1990. El volumen, titulado Cielos segados, comprende los libros Árgoma, Desiertos para Hades y La miniatura infinita. La editorial Hiperión le publicó en 2006 el libro de poemas en prosa Los hombres intermitentes. Desde 1993 reside en París, donde ha cursado diversos estudios musicales: Armonía y Composición, Historia de la Música, etc.










HOMBRES DEL DESIERTO




Aquí están también los hombres.
Mientras despliego el mapa de Argelia, me invitan a unos botellines de soda fría. Altos mercaderes o pastores, tienen en común una elegancia que no es el espejismo de un viajero poco habituado a los rigores del desierto. Al atardecer, con nuevos tragos, me llegan a los oídos unas notas de rebeldía.
Varios años después, veo en los distritos desfavorecidos de París, y sobre todo en los arrabales de la ciudad, la identificación de los jóvenes magrebíes con el raï. La palabra que define esa música significa “punto de vista”, y las mujeres corean el descaro de unas letras que contienen tantas curvas sensuales como la arquitectura de la Alhambra. Los integristas islámicos no se equivocan al censurar una corriente artística que aparece en los primeros años del siglo XX en un Orán de tabernas y zocos. Porque los sonidos y versos que escucho resultan incompatibles con las castidades impuestas a golpe de dogma coránico. Las raíces son dobles y remotas. Por un lado, la tradición de los poetas ambulantes que aconsejan o cantan en ceremonias de circuncisión y fiestas, con textos a veces religiosos. La segunda vía, irreverente, mezcla la cultura beduina con la ebriedad, los sentimientos menos pacatos y la euforia de la carne, y se comprenden los entusiasmos que estas canciones despiertan en las muchachas argelinas o marroquíes educadas en las libertades europeas.
Anochece en el Sáhara y brindamos por Cheb Mami (Saïda, 1966), que desde muy joven canta en las bodas del sur argelino. Se llama Khélifati Mohamed. La fama la obtiene por Desert rose, un tema interpretado a dúo con Sting, pero es una anécdota en el camino que va de los concursos radiofónicos locales a los conciertos en las ciudades de Europa y América. Y en París, donde se aprecia la vía abierta por Cheb Khaled o el asesinado Cheb Hasni, Mami acentúa su cosmopolitismo y añade aires de Turquía y Grecia al raï, y hasta lo espolvorea de funk y flamenco. El buen gusto cohesiona los materiales, y los escasos tres minutos de su Trab 2, con arreglos sabios de Ftati Mejdoub, son el ejemplo. Todo servido por una voz de muecín laico que no convoca a la oración sino a los amores físicos.



De arenas más lejanas viene la música del otro artista cuyos discos suenan en la radio de pilas. Ya noche cerrada, apunto el nombre de Ali Farka Touré (Gourmararusse, 1939), noble maliense convertido en granjero. Luego, en Francia, me cuentan la historia del niño aristócrata que toca el gurkel y el njarkala (guitarra y violín de una sola cuerda), con los ruidos de la lenta marcha de un conductor de rebaños, y que se transforma al conocer el blues de John Lee Hooker. Los amigos me hablan de un Bamako de “orquestas calientes”. Allí los pastores nómadas se dejan fotografiar encorbatados y exhiben sus trompetas, y el serio Farka Touré se aparta. A principios de los años noventa graba con Ry Cooder un álbum de éxito internacional, Talking Timbuktu, pero no cede ante las ilusiones del dinero; necesita quedarse en su pueblo sin luz eléctrica. El retrato de un músico contemporáneo de Ali Farka Touré, Momo Wandel Soumah, cantante violento y saxofonista delicado, resume el espíritu de la generación. Wandel pone la boca de su instrumento bajo el gran chorro de agua que sale del grifo de una fuente pública. Son creadores que proceden de familias pudientes, renuncian a los privilegios y llenan de gracia popular sus composiciones. Ali Farka Touré muere en Bamako en 2006.
A la mañana siguiente, en los sorbos del té a la menta humean estos dos recuerdos musicales.




FRANCISCO JAVIER IRAZOKI
(Del libro “La nota rota”; Hiperión, 2009)

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