CARLOS EDMUNDO DE ORY Y EL MAR por Jorge DE ARCO


JORGE DE ARCO (Madrid, 1969).

Es licenciado en Filología Alemana por la Universidad Complutense. Profesor universitario de Escritura Creativa. Además de su labor como poeta, es traductor y ejerce la crítica literaria en muy distintos medios. -Pertenece a la Asociación Española de Críticos Literarios  (AECL)-
Ha recibido diversos de premios poéticos como el  “Vicente Aleixandre”, “Villa de Aoiz”, “Rodrigo Caro” “Fray Luis de León”, “Ciudad de Alcalá”, “Santa Teresa de Jesús”, “Andalucía”, “Martín Descalzo”, “Guadiana”, entre otros.
Su quinto libro publicado lleva por título La casa que habitaste, Premio Internacional de Poesía “San Juan de la Cruz”, 2009 (Rialp. Colección. Adonáis,). En noviembre de 2010, vio la luz su primer poemario infantil, Con el balón en juego, editado por Hiperión en su colección Ajonjolí
Está incluido en diferentes antologías como  La voz y la escritura, Un siglo de sonetos y Los 33 de radio 3, Los jueves poéticos, etc.
Es Director de la Revista Poética “Piedra del Molino”.

 CARLOS EDMUNDO DE ORY  Y EL MAR

   
     
     Cuando Carlos Edmundo de Ory vino a cenar a casa de mi padre, acompañado del escritor canario Justo Jorge Padrón, yo era aún un jovencísimo poeta que principiaba versos de amor devoto e inocente. Lo vi llegar con su barba blanquecina, sus ojos metafóricos y un aspecto quebradizo que me hizo pensar si ese sería el porte de muchos otros poetas a los que  ya comenzaba a leer. Yo prestaba mucha atención a aquella mesa de versos, humo, sopa de almendras y misterios, y la noche se fue volviendo “negrura feliz”, sombra y sueño de unos instantes emocionados que la memoria me devuelve.
Se marchó Carlos Edmundo de Ory con papeles y libros nuestros bajo el brazo y desde aquella madrugada no volvimos a saber más de él. Pareciera que el aroma francés al que regresaba al día siguiente, hubiera disuelto su ser y tan sólo quedase, alargada, la estela de su fuego. “Me parece que es sólo soledad lo que busco”, profetizaba en  “Cuatro estrofas”. Ahora que nos ha dejado, retorno una vez más a sus versos de sangre y agua.

     En 1945, la lírica no era el arma más propicia para cubrir el velo de un país herido. Dos años antes, el poeta gaditano había llegado a Madrid con el ímpetu de un joven veinteañero lleno de ambición. Aunque bien es cierto que, su `Primer Manifiesto´, distanciaba al lector potencial con sus atrevidos postulados. Su intención era llegar hasta  “el resultado de un movimiento profundo y semiconfuso de resortes del subconsciente tocados por nosotros en sincronía directa  indirecta con elementos sensoriales del mundo exterior, por cuya función o ejercicio de la imaginación, exaltada automáticamente, pero siempre con alegría, queda captada para proporcionar la sensación de la belleza…”. Tal vez, la excesiva teorización, eclipsó el preciso universo  lírico que salía de las plumas de tan diversos autores. Tal peculiar minoría tuvo a Ángel Crespo, Gloria Fuertes, Gabino-Alejandro Carriedo, Félix Casanova de Ayala… en su atractiva nómina, y en Cataluña,  nombres como los de Juan Eduardo Cirlot o Joan Brossa, se erigirían en representativos valedores de aquella inconsciencia necesaria, de aquella “locura inventada” que reclamaban para una ”nueva literatura” .    
Sorprende  que el primer libro de Ory no viera la luz hasta 1963 -`Los sonetos´-, en la colección “Palabra y tiempo”. Y sorprende, a su vez, encontrar en estos endecasílabos una intención mucho más luminosa y clarificadora de lo que en un principio signaran sus postulados: “Un verso más Dios mío y otro día/ y un paso más y un llanto más si cabe./ Pues que al verme vivir tan poco grave/ digáis que es porque vivo todavía”.
(Por cierto, que en la citada colección, dirigida por Luis López Anglada, se habían editado a poetas tan alejados de la estética postista como José García Nieto, Leopoldo de Luis, José Luis Prado Nogueira… No cabe duda, de que el propio Ory se cuidó de alimentar su causa vanguardista y distante de cualquier estética dominante. Mas el empeño de muchos por considerarlo un poeta maldito y postergado, resulta tan ridículo como falso. Entre 1970 y 1978, Ory publicó en España cinco libros, recogidos por Edhasa, Cátedra, Barral, Plaza & Janés y Editora Nacional. ¿Cuántos autores de posguerra habrían querido estar tan benditamente postergados como quieren hacernos creer que lo estuvo él?)

    La poesía de Ory fluctúa sin ambages por un sinfín de materias que rozan el dolor, el espanto, el silencio, la libertad,  lo lascivo, lo perdido…. En `Los Diarios´ que comenzase a pergeñar a su llegada a Madrid, escribe con fecha 5 de Abril de 1951: “La poesía sale de la niñez. Somos poetas si hemos tenido infancia. El poeta escribe sus poemas  cuando es hombre (…) Yo viví en un puerto de mar. Yo viví una infancia viva pero triste (…) Estaba solo. Amaba. Sólo tenía ojos para mirar el mar”.
Y en la entraña de esa remembranza casi albertiana, es en donde se entronca buena parte del hilo conductor de  la producción oryana. El impulso juvenil nunca dejó en el olvido esa ribera de soles que enmarca la bahía gaditana. Su reminiscencia es un ovillo que se abriga el corazón y envuelve de añoranzas el alma. Entre los marianistas de San Felipe Neri, en el Instituto Provincial, en la Escuela Naútica… pasó el poeta sus primeros y nostálgicos años. La aparición de `Melos melancolía´ (Igitur, Tarragona) en 1999, nos devolvía la luz de una niñez marítima, los jirones de un destierro costoso e imborrable:  “Cómo llegó mi voz a parecerse a mí/ trato de descubrirlo a orillas de la noche (…) Porque yo sigo siendo el mismo mudo místico/ imbuido de aquellos soplos iniciales…”.



     Aquellos ojos que miraban la espuma blanca de las olas, nunca se cerraban. A lo largo de su trayectoria, Ory no dio la espalda a sus vivencias ni a sus paisajes infantiles. En febrero de 1983, volvió a Cádiz para oficiar como pregonero del Carnaval, e inició su intervención con estas palabras: “Un servidor de ustedes, es un gaditano de la capital, nacido a pocos metros del mar, en una casa solariega de la alameda Apodaca. El mar o la mar es mi abuelo y mi abuela, Cádiz mi madre y España mi tía, Europa es mi suegra, el mundo mi tatarabuelo y el universo mi familia entera”.

     Y también su poesía va impregnándose de ese aliento marítimo que sabe combinar con sus habituales fogonazos de inteligencia, con sus disparos sonoros en el negror de la rutina (“Ser poesía es ser sorpresa”). A lo largo de su obra, el lector va tropezando con retales de ayer, de agua salada: “Mar hundible/ acércate y enciérrame”, anota en su poema “Texto postista” (1945).
Con un venir de ola y un huir de viento, su decir se encamina hacia los desvelos emocionados que le trae cuanto sostienen sus amatorias remembranzas: “Amo las cosas/ amo el laúd el lupanar y el mar (…) Amo lo que es milagro y peligro”.

     El pasado mes de octubre, la Junta de Gobierno Local gaditana aprobó albergar la futura Fundación Carlos Edmundo de Ory, que será presidida por la mujer del poeta, Laure Lachéroy. Hijo Predilecto de Cádiz (2003) e Hijo Predilecto de Andalucía (2006), Ory nunca quiso dejar en el olvido sus raíces -“Cuando yo era niño el color azul se puso de pie delante de mí”- y en sus personalísimos “Aerolitos”, también brindó el guiño de su devoción a sus tierra y a su océano: “Confundo la palabra Sur con la palabra Mar”.

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1 Comentarios

  1. Impresionante reseña. Emotiva, cercana, llena de lírica y con un sentimiento evocador de la figura de este poeta.
    Un saludo

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