SABICAS por Francisco Javier Irazoki

Francisco Javier Irazoki (Lesaka, Navarra, 1954) fue miembro del grupo surrealista CLOC. La Universidad del País Vasco editó en 1992 toda la obra poética que Irazoki había escrito hasta el año 1990. El volumen, titulado Cielos segados, comprende los libros Árgoma, Desiertos para Hades y La miniatura infinita. La editorial Hiperión le publicó en 2006 el libro de poemas en prosa Los hombres intermitentes. Desde 1993 reside en París, donde ha cursado diversos estudios musicales: Armonía y Composición, Historia de la Música, etc.








SABICAS

    Casi todos los días, durante tres años, pasaba por delante de la casa donde nació el guitarrista. Muchas veces me detuve frente al número 7 de la calle Mañueta de Pamplona.
     En su infancia, a Agustín Castellón Campos (Pamplona, 1912 – Nueva York, 1990) le ponen un sobrenombre, Sabicas, por la glotonería con que come habas (“las habicas”) crudas. Ese golpe humorístico lleva el sello de la pobreza de su familia gitana, y el niño busca en la música un techo contra la penuria: pide al padre la guitarra flamenca que ve en un escaparate. A solas aprende a tocar el instrumento, y con once años da el primer concierto.
    Al principio de la adolescencia gana el jornal en Madrid, en locales donde el arte es solamente un adorno del jaleo. Lo ha visto y retratado un testigo que describe el milagro musical del mocito en medio de la indiferencia de los clientes. “¿A qué aspira?”, pregunta el cronista. En España, únicamente los piojos son alegres en los divertidos años veinte, y el chico se conforma con llenar su plato.
    Por esas fechas ya no basta el cante con las percusiones rítmicas del martillo de la fragua. Las guitarras de Ramón Montoya, Manolo de Huelva y Niño Ricardo acompañan a las mejores voces, o suenan en solitario, y Sabicas aporta la imaginación. El muchacho admira a Montoya, su pariente, pero introduce las variaciones de un talento renovador: la técnica del alzapúa, los picados de los bordones, los trémolos que imitarán las generaciones siguientes.
    Durante una década, hasta el 18 de julio de 1936, colabora con varios cantaores. Huye de la guerra civil española y se une a Carmen Amaya, la gitana que, nacida en una barraca, viste un pantalón de talle y con braceos y zapateados briosos innova el baile. Él responde con el mismo lenguaje revolucionario. Su pasión amorosa de nueve años los guía por diversos países de Suramérica. Es el mejor momento de la vida de Sabicas, y a mí me impulsará a escuchar su música una fotografía que por entonces le hacen en Argentina. En ella se le ve atildado y risueño, contemplándose en la guitarra que sujeta como si fuese un espejo. La imagen de hombre feliz que los dos amantes rasgan al despedirse en México.
    Actúa para el presidente norteamericano Franklin Roosevelt y, cumplidos los cuarenta años, fija su residencia en Nueva York. Se relaciona con los más notables jazzmen (Thelonious Monk, Miles Davis, Gil Evans, Charles Mingus), que a su lado asimilan el flamenco. De tarde en tarde lo visitan los nuevos artistas españoles. Así conoce a un jovencísimo Paco de Lucía, quien se replantea su carrera porque descubre “una limpieza de sonido que yo nunca había oído, una velocidad que igualmente desconocía hasta ese momento y, en definitiva, una manera diferente de tocar”. Sin embargo, en el diálogo, el veterano aconseja esquivar la larga sombra de los maestros. Gracias a esa sugerencia, Paco de Lucía empieza a componer música.
    La discografía de Sabicas es extensa, abarca trabajos con Mario Escudero y versiones de obras del ruso Nicolai Rimsky-Korsakov o del cubano Ernesto Lecuona; también un álbum con Enrique Morente y una chocante alianza rockera con Joe Beck (Rock encounter). Rafael Riqueni y la Orquesta de Córdoba le estrenan su Gipsy concert. 

    ¿Nos acordamos de él? En su tierra de origen, que es la mía, truenan la jota y las murgas futboleras. El orgullo racial no es capa leve. Entierran a Sabicas y un amigo echa al aire las cenizas del hermano Diego. Y debemos hojear enciclopedias o ir a Andalucía para que el nombre del guitarrista tenga todo su significado.
Fue en abril, el mes odiado por el poeta T.S. Eliot. Volví a pararme ante la casa del músico cuando él murió lejos de nuestro abandono.


FRANCISCO JAVIER IRAZOKI
(Del libro “La nota rota”; Hiperión, 2009)

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1 Comentarios

  1. Acompañaré como Nº197
    ¡Adelante!
    http://enfugayremolino.blogspot.com/

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