Eduardo Moga (Barcelona, 1962), ha publicado los poemarios Ángel mortal (1994), La luz oída («Premio Adonáis», 1995), El barro en la mirada (1998), Unánime fuego (1999), El corazón, la nada (1999), La montaña hendida (2002), Las horas y los labios (2003), Soliloquio para dos (2006), Los haikús del tren (2007), Cuerpo sin mí (2007), Seis sextinas soeces (2008) y Bajo la piel, los días (2010). Ha traducido a Frank O’Hara, Évariste Parny, Charles Bukowski, Ramon Llull, Carl Sandburg, Richard Aldington, Tess Gallagher, Arthur Rimbaud, Billy Collins y William Faulkner. Practica la crítica literaria en «Letras Libres», y «Turia», entre otros medios. Es responsable de las antologías Los versos satíricos (2001) y Poesía pasión. Doce jóvenes poetas españoles (2004). Ha publicado también los compendios de ensayos De asuntos literarios (México, 2004) y Lecturas nómadas (2007). Codirige la colección de poesía de DVD ediciones.
Ofrecemos a continuación, la grabación del encuentro del día 15 de diciembre de 2011:
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Lectura de los poemários La Misteriosa Canción de la Sangre, Paisaje con reflejo, Canciones del bloque, y La montaña efímera de Cesc Fortuny i Fabré, Rafael Mammos, Andreu Navarra y Joan de la Vega, respectivamente, todos publicados por Paralelo Sur, y presentados por Eduardo Moga el día 15 de diciembre de 2011, en el local "El Recó":Fotografías cedidas por Marian Raméntol.
La misteriosa canción de la sangre, de Cesc Fortuny, se ofrece como un libro violento y surreal. Sus motivos principales son la carnalidad, la materialidad, la corporeidad: lo que construye el ser; y, simultáneamente, la enfermedad, lo morboso, lo patológico, con el corolario inevitable de la muerte: lo que lo destruye. Se trata de un poemario desgarrado, de intensos trémolos existenciales: «no hay medicación para soportar la existencia», afirma el autor; y también: «aborrezco el mundo, lo aborrezco todo», «el infierno es la única realidad de la existencia», y este verso entre frívolo y alucinado: «qué bonito es sufrir muchísimo». La misteriosa canción de la sangre presenta también un intenso factor de desvarío, de locura, en el que se advierte la influencia de Leopoldo Mª Panero, una de las más perceptibles del poemario: «la esquizofrenia es dulce como el almizcle o la muerte,/ como el horror implícito en el nacimiento». Las figuras del padre y la madre (o su correlato ultraterreno, Dios y sus encarnaciones: Cristo, los ángeles), como responsables de la existencia, sufren igualmente las invectivas de un ser atormentado. El alcohol asoma asimismo, no se sabe si concausa o consuelo del dolor. Sin embargo, en ese cuerpo dolorido está el sexo. En el anhelo o constatación de la muerte palpita también un ansia de creación, de (re)nacimiento. Por eso Cesc Fortuny construye muchas de sus imágenes alrededor de ciertos motivos genésicos: semen, esperma, vagina, eyacular. Y de la minucia patológica salta a una grandeza desesperada, en la que resuena un aliento épico: «Húrgame dentro,/ en el fondo de la muerte,/ y átame al precipicio de tu sangre». El tono es desquiciado, con visiones delirantes e imágenes baconianas.Pese a su desenfreno imaginístico, los poemas observan una estructura firme: muchos empiezan con una afirmación que involucra al verbo ser, prosiguen luego con su desarrollo y acaban con una síntesis o epifonema que ratifica o desmiente la afirmación inicial. También retóricamente acogen un sinnúmero de recursos, que subrayan el descoyuntamiento, el dolor significado: destacan el entrecruzamiento de caudales léxico, y algunas figuras de orden musical, como esa aliteración «murmurando un estruendo mudo», de nítidas resonancias vallejianas.
EL NEGRO SEMEN DE LA CODICIASoy un autómata del alcohol.Llora pelo púbico sobre las hojas de platacuando el cactus acecha y los niños sin dientesescapan de los cofres para comer el oro crudo.Las vírgenes no tienen clavos con que atar a las avesmientras los dioses forjan nuestro destino con mares de nada,sudando polvo como lentos mamíferos.Los mármoles se enferman encerrados en su epidemia,y eyaculan hongos sobre la madre que flota,masticando cristales entre las burbujas.Si los labios de mi hermano menor tejen la sombra,las voces del mundo suenan mudas y los muertos huelen a flujo.Qué bonito es el hogar de las víscerasencerradas en la vagina del monstruo,habitadas por un príncipe que acecha con la cabeza rotay que custodia el tesoro de los hijos que caen en la miseria.Si el arbusto dobla hacia la casa, será nuestro padresino, al caer en el útero, veremos raíces y troncos,y comprenderemos el léxico de la humedad,la ortografía del musgo, encontrando el panencerrado en la basura,y cayéndonos los ojos como al ciervo quieto.Cuando los psiquiatras pacen en los camposy el negro semen de la codicia me emborrachacomo a los árboles,se alzan los muros y las cruces que conducen al olor del fuego,de la llama ardida tantas veces,como un montón de tallos clausurados por el aireque son cobijo blasfemo, y como la madre que se peinabajo las aguas, en la pureza de la gangrena.No hay medicación para soportar la existencia.*LOS ETERNOS VALLESEn la playa de la nochemostraba mis ojos a las sirenasque jugaban impunemente con mi penecon el falo que en el lecho malolientedeshacen los sueños y cae la piedradel pensamiento al suelo.Lepoldo María Panero “Amanecer sobre la Tumba”Somos una excusa.En el futuro ataúd, eres masa tediosaque al soñar busca en el rebañoinsólitos odios guardianes.Siete muertes en nuestras pesadillas,en el mundo de los pedazosdonde soy el rey enfermo en el sepulcro,y los dientes abandonan nuestras cabezasescoradas.Del cascabel de mis nombrescrece una sábana blanca,vacío que comienza donde las flores se agotan,en la víscera del cosmos, que no se permite sentimientosdonde la primavera reclama su neoplasia.Uníos en el baile ausente.Recorred su promesa de fantasmay sobre el mármol, súplica y perdóncomo migas de carne emigranteen el cuerpo de la mentira.Los valles infinitos esconden el solataviado de alquitránpara comprar el descansocon que alimentar su tiempo.Los hijos de la impacienciapueden ver nuestro coma y corresponder la locuracon gestos obscenos, y dibujarlosdespués, con 100 alimentos podridos,luces de farolas y un poco de barro.Sin vender tus deseos en la piscina del plasma,te llevo a la penetración disparando mordiscos,te llevo a la penetración por los poros de tu coraza.No hay entierros lo bastante profundos.Cesc Fortuny i Fabré, Barcelona 1971, fundador de la revista LA NAUSEA y del colectivo de música experimental ARTILLERÍA PESADA, ha participado en certámenes y festivales de arte experimental y está vinculado a diversas bandas musicales. Ha publicado en diversas antologías. Interesado en esoterismo y religiones comparadas, de cuyo estudio se alimenta su obra, que tanto pictórica, musical o literaria, se centra en la concepción del arte como herramienta para trabajar con el inconsciente.El paisaje de Paisaje con reflejo, de Rafael Mammos, es el de la cultura universal, y su reflejo, la proyección, la repercusión que tienen las historias narradas en el yo que las narra. Los poemas sobre otros –personajes de la historia, la mitología o la literatura– le sirven a Mammos para hablar de sí mismo, para representar sus preocupaciones, siempre con el velo, esto es, con pudor del personaje interpuesto, lo que le da un cierto carácter teatral. Solo en la parte final del libro, que es extenso, aparecen escenas de una cotidianidad más próxima al yo lírico, hechos coetáneos, que se tratan directamente y que revelan un sutil contenido sentimental.Nos encontramos ante una poesía concisa, compacta, pero no asimbólica, culta y hasta políglota: incluye citas, expresiones y versos en inglés, alemán y latín. El mundo griego clásico, cercano al autor por biografía y formación, asoma en los numerosos personajes de los relatos homéricos (los dedos rojos de la aurora, Patroclo, y al propio Homero) y del teatro heleno (Polinices, Tebas, el coro), así como en frecuentes alusiones a su mitología (Zeus, Atlas, Narciso, Hécate). Pero también aparece la poesía de la Grecia contemporánea, con una significativa alusión a Seferis. Otra figura capital de la lírica moderna a la que Mammos atiende con especial intensidad es Rainer Maria Rilke, al que le dedica los cinco estudios de la quinta parte del libro, con abundantes motivos religiosos —entre los que dedican las figuras tan rilkanas de los ángeles— y apóstrofes a la divinidad, y el poema “Die Welt, die Monden ist”, de la última sección. Pero no solo lo griego tiene protagonismo en Paisaje con reflejo: también lo bíblico y lo oriental, en un afán cosmopolita y omnicomprensivo. De lo primero dan testimonio Behemoth, el purgatorio, Lucifer, Emaús, entre muchas otras figuras, lugares y mitos, junto con un poema titulado “Llibre d’amic e amat”, de Ramon Llull, el gran filósofo de la Cristiandad tardomedieval; de lo segundo, Buda, la India, Krishna o Atman.BehemothAl agonizar la luzsurgen los latidos de la noche,enorme fábula de plomo.Como animal la ves ahora:sus pies hunden los caminos.El mar se aparta de su boca,y con temor a perderseel viento se enhebra en su melena.Persigue al firmamento: por sus ojospasa el sueño que le huyecomo bandada de pájaros.Le preceden horas rojas;le siguen oscuras razones.Al agonizar la luz despertéen el corazón de esta ballena.*ÁngelusEnviaré la aurora para que alguna cosade mí lleve hasta donde tú no esperas.Ligera pasará cuatro vecespor sí misma, y el día no dará másque para un color muy breve.Si te alcanza no rechaces su paz,que es la mía y la tuya también,la paz del recuerdo que sigue acudiendo
como a una rama caída
le crecen aún brotes en flor.
Rafael Mammos (Palma de Mallorca, 1982) es licenciado en Filología Clásica por la Universitat de Barcelona. Ha publicado los poemarios Indocilia (Erizo, 2002) y Paisaje con reflejo (Paralelo Sur, 2011). Ha participado también en el libro Domicilio de nadie. Antología de la nueva poesía barcelonesa (Isla Negra, 2008).
Canciones del bloque, de Andreu Navarra, constituye una reflexión sobre el propio derrotero vital, y no amable ni optimista. El poeta expresa un sentimiento de reclusión o empequeñecimiento: «alambrada de mí mismo (…),/ reloj con barrotes acunándonos./ (…) Ya no soy más que yo»; también de decaimiento y dolor, con un yo lírico absorbido por una cotidianidad lacerante («las llagas/ de cada día»), y de privación, de desposesión, como revela con nitidez «Ideología», un poema construido enteramente con cláusulas negativas o introducidas por la preposición «sin». Aunque la congoja expuesta se ve matizada por alegrías concretas, como las que deparan los viajes: «Oh, pequeños campanarios de mi vida», escribe en «Praga-Amsterdam». En esta constatación del devenir vital tienen que ver también, a modo de contraste, los recuerdos del pasado, melancólicos chispazos diluidos en el flujo lírico.En Canciones del bloque aterriza el sentido existencial, cósmico, que ha tenido siempre la poesía de Andreu Navarra: se posa en la oscura materialidad de los días, y no solo en la del individuo, sino también en la de la comunidad, como revela la preocupación social de algunos pasajes. Aunque también se manifiesta en composiciones explícitas, como «Palabras a la nada», un poema extenso, reiterativo, obsesivo, vanguardista, que funciona a modo de torrente, o de martillo pilón, o de tuneladora: el ser es una herida, algo agujereado, doliente, que se pudre; es ser en la inexistencia: un muñón, una manquedad. También «Palabras a Cioran», como homenaje explícito a uno de sus autores tutelares, con el que tiene más de una similitud, expone esta laceración y este sinsentido: «no soy más que una pequeña nada», escribe en él. El poeta juega a menudo con el verbo ser, como un modo de interrogarse sobre él, sobre su desmantelamiento o su difícil supervivencia.Andreu Navarra gusta de las enumeraciones y las paradojas, tan existenciales, pero también del humor, que siempre tiene en él un punto de grotesco: «amplia es la frente de la desesperación/ y sin embargo/ cómo ceno». Y sus imágenes, de corte irracional, pero firmemente ancladas en la racionalidad poética, dan en el blanco: «el poema es (…)/ el clavarse de lo informe y lo diamantino».CARRETERAen la piel de la página en el interior de mi seresta carretera incendiada y rectala cuneta rasurada del olvidocomo un pubis de petróleorezumando la baba clandestina y negraen la sierra que pregunta por el seren las fauces de una alimaña idiotamatorrales con espinas cercenadascabeza anubada anillo que se cierracon el borde dentado a través del asfaltorotomartillo sin mástil que mendiga panpiedras abombadas en la manohuevos que se aplastan a sí mismosaviones cansadostosesayesen esta parte de un país que se derrite*IRAinauguro un ámbito sin límitesdonde amplío mis brazos hasta que me los arrancomientras se desprenden los paneles de la leylleno el vaso de plasma y de orquídeasme convierto en una espina grisque horada el centro del cielolo azul me secuestra desgajándomeirisados infinitos explotan sobre míyo un glaucoma de mí mismola esfera cerebral hoy alzándose como un solcomo aquella dulce pústulaperfumada por dioscomo una sinfonía lamida desde un sitialcataplasmas negras para mi interiorcomo apósitos mojados de ranadesapruebo andar por algo que no sea el tiempocombino las letras a mi antojopara que desaparezca el niñose licuen mis órganosme recorro como una hormiga sin patasresulto difícil de explorarel vello la erudiciónme siento ebullirmetamórfico mientras atrapo moscasmoscas que se me parecen y me regalan élitrosuna plateada ofrenda sobre una hoguera ritualmis cejas el combustiblemediante el que abrazorespiro acaloradopoblado de fuellesdoblo mi universo y me lo llevoadonde no me conozcan aúnAndreu Navarra Ordoño (Barcelona, 1981) es doctor en Filología Hispánica y ha publicado los poemarios Suicidio súbito (2006), Fiebre y ciudad (2009) y Canciones del bloque (2010). En el año 2008 prologó y coordinó la antología Domicilio de Nadie. Muestra de una nueva poesía barcelonesa, publicada en San Juan de Puerto Rico.
La montaña efímera, de Joan de la Vega, es el relato de un renacimiento, de un retorno al origen, a la vida primigenia y esencial. La montaña, los valles, la naturaleza, en suma, representa a una gran madre sanadora, a cuyos cuidados se acoge un ser maltrecho, necesitado de curación. Con frecuencia el léxico que los describe hace referencia al cuerpo, a lo más físico y material; y también al propio lenguaje, como si la recuperación de la vida fuera al mismo tiempo la recuperación de la palabra. A menudo encontramos el sintagma «aún creo», como afirmación de esta existencia resistente, de esta palabra recobrada. Y también formas diversas de lo «sin nombre»: la naturaleza, es decir, el mundo, se ofrecen como algo inhollado por el ser humano, y que vincula su sentido taumatúrgico tanto a ese despojamiento existencial como a un nuevo nombrar, a una actividad bautismal y, por lo tanto, regeneradora. La presencia humana, en este sentido, resulta siempre perturbadora, negativa: «neófitos, urbanitas –cazadores de cumbres– desfilan pendiente arriba a poblar con premura lo ofrecido: su permanencia en falso».La primera parte del poemario, «La última cima», escrita en poemas en prosa, de aires gamonedianos, representa una ascensión; la segunda, «Lugar del amor», es una contemplación desde las alturas ganadas, que se materializa en composiciones de versos muy breves, longuilíneas, levemente caligramáticas, como si su delgadez sugiriera la altitud. Encontramos en esta segunda mitad poemas más despojados, más austeros, aunque las formas empleadas por Joan de la Vega sean siempre intensamente materiales, muy plásticas y sensuales, mordientes. La mirada vehicula una percepción estremecida, que se arremolina en metáforas o paradojas seductoras: «el día medita aguaceros»; «ahí,/ donde puedas/ llamarme/ sin pronunciar/ palabra alguna,/ me encontrarás». La paz existencial, que supone, al mismo tiempo, una cierta excitación, se plasma en la reviviscencia del amor, que asoma, no obstante, con sutileza, con cautela.Como sílabas son las notas de este río sin nombre,como palabras dictadas por una lengua extinguida.Un pájaro desierto sobrevuela el curso del agua quebrando el valle sin nombres. A un lado pacen ordenadas las artigas. Enfrente, la tersura infranqueable del bosque. Al fondo del corredor flota una cima inmóvil.
Aún creo en los valles como madres con voz de estío.Valle incandescente donde fluctúan los sueños sin retorno.*Huellas como senderos de largo recorrido.Rastros que enreda el barro y sellan los pasos hieráticos del camino.Neófitos, urbanitas –cazadores de cumbres– desfilan pendiente arriba a poblar con premura lo ofrecido: su permanencia en falso. Deseosos de solear sus vidas como el henasco cuando mendiga a los pies del soto húmedo. Seres que anhelan ser, allá en lo alto, retrato esmeralda, amasijo de nubes, claridad.Aún creo estar en el paisaje (yo que repudio todos los nombres).Frágiles señas que culmina la orfandad.Joan de la Vega (Santa Coloma de Gramanet, 1975) dirigió la editorial La Garúa Libros desde 2004 a 2010. Es autor de Intihuatana (Barcelona, Seuba Ediciones, 2002), Ladino (Gijón, Trea, 2006) que reúne sus tres primeros libros Intihuatana (Sin lugar a luz), Ixtab (La soga en el ojo) e Ipalnemoani (Por quien vivo); Trilces Trópicos. Poesía emergente en Nicaragua y El Salvador (Barcelona, La Garúa, 2006) y La montaña efímera (Paralelo Sur, Barcelona, 2011). Algunos de sus poemas han sido incluidos en Campo abierto. Antología del poema en prosa en España 1990-2005 (Barcelona, DVD Ediciones, 2005), Pájaros raíces, en torno a José Ángel Valente (Abada Editores, 2010) y en revistas como Alhucema, Turia, Piedra del Molino, Vulcane, Paralelo Sur, Nayagua y Letra Internacional.EDUARDO MOGA[Cesc Fortuny y Andreu Navarra, La misteriosa canción de la sangre/Canciones del bloque, Barcelona, Paralelo Sur, 2011; Rafael Mammos, Paisaje con reflejo, Barcelona, Paralelo Sur, 2011; Joan de la Vega, La montaña efímera, Barcelona, Paralelo Sur, 2011]
Ofrecemos a continuación, la grabación del encuentro del día 15 de diciembre de 2011:
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