Biografía de la Muerte I por Ángel Guinda

ÁNGEL GUINDA (Zaragoza, 1948), reside en Madrid desde 1988. Es autor de los manifiestos “Poesía y subversión”, “Antimanifiesto” , “Poesía útil” y del ensayo El mundo del poeta, el poeta en el mundo.
Ha publicado los libros de poemas Vida ávida, El almendro amargo, Conocimiento del medio, La voz de la mirada, La llegada del mal tiempo, Biografía de la muerte, Toda la luz del mundo y Claro interior. Traductor de Cecco Angolieri, Teixeira de Pascoaes, Florbela Espanca, José Manuel Capêlo, Àlex Susanna y Ana Cristina Cesar.
Su poesía (traducida a las lenguas de la Unión Europea) aparece estudiada en trabajos como Ángel Guinda: pus esplendoroso del cielo (Manuel Martínez Forega) o Letras arrebatadas: poesía y química en la transición española (Germán Labrador Méndez); y está representada en diversas antologías, las más recientes: Metalingüísticos y sentimentales: Antología de la poesía española 1966-2000: 50 poetas hacia el nuevo siglo (edición de Marta Sanz Pastor, Biblioteca Nueva, 2007), 4 gatos: Otras voces fundamentales en y para la poesía española del siglo XXI (edición de Agustín Porras, Huerga y Fierro, 2009) y Avanti: Poetas españoles de entresiglos XX-XXI (edición de Pablo Luque Pinilla, Olifante, 2009).



Biografía de la Muerte

El tema de la muerte en mi poesía



La muerte es la más inquietante preocupación de la existencia humana. La muerte es también el gran tema de la Historia del pensamiento, del arte y de la literatura. Lo comprobamos en la obra de la mayoría de los filósofos. En la iconografía mortuoria a lo largo de la Edad Media con la Danza de la Muerte; en el desarrollo del género Vanitas (vanidades humanas) que puebla de calaveras obras maestras de la pintura, o presenta el esqueleto entero en el fresco de Valdés Leal “In ictu oculi” (“En un abrir y cerrar de ojos”);  en cuadros como “El entierro del Conde de Orgaz” de El Greco, el “Cristo crucificado” de Velázquez; y en las pinturas negras con los Desastres de la Guerra, de Goya. En escultura nos estremece recordar los “Pasos de Semana Santa” de la imaginería española, con Alonso Berruguete;  los Cristos yacentes de Gregorio Fernández o el “Cristo de la clemencia”, de Martínez Montañés. En fotografía nos atraviesan los testimonios demoledores de las guerras del mundo contemporáneo captados por la valentía, el compromiso y el talento visual de Gervasio Sánchez. En música clásica evocamos el “Réquiem” de Mozart o la “Marcha fúnebre” de Chopin. Y en poesía nos basta rememorar las tres monumentales elegías españolas: Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique; Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, de García Lorca; y la Elegía a Ramón Sijé, de Miguel Hernández.


I

Estado de mi situación


El tema de la muerte se puede tratar desde el punto de vista de la Filosofía, de la Teología, de la Religión, de la Ciencia en general, de la Medicina en particular, de la Sociología, de la Política, del arte, etc. Pero no soy filósofo, ni teólogo, ni creyente, ni médico, ni sociólogo, ni político, ni artista. Hablaré de la muerte como ser humano y, sobre todo, como poeta, es decir, desde la perspectiva del mundo de la imaginación, de los sentimientos y de las emociones, más que desde el foco del pensamiento. Antes confesaré mi adscripción filosófica y mi tendencia política para justificar algunas de las cosas que voy a decir. Filosóficamente me sitúo en una combinación de estoicismo, epicureismo, escepticismo y existencialismo. Políticamente, desde mi militancia juvenil en el PCE (en su aparato de propaganda), siempre he sido progresista, de izquierdas, y, naturalmente, republicano. Del estoicismo asumo el materialismo: lo real es lo corpóreo, el ser es fuerza y energía. Algo me mueve a creer la fatalidad del destino. Asumo el panteísmo, ya que si el mundo se crea a sí mismo, el mundo es Dios. Y acepto, con Epícteto, que no es la muerte misma lo terrible sino nuestra idea de la muerte. Del epicureismo me interesa el concepto de azar, la libertad de la voluntad, el acaso, la teoría del placer como ausencia de dolor y fuente de felicidad, la sabiduría práctica del vivir, un sí a la vida para el que ni la idea de la muerte debe ser un tropiezo: un sí gozoso a un existir que exprima el jugo a cada día sin preocuparnos por el después (el carpe diem de Horacio).

Tal vez del cruce de estas dos doctrinas filosóficas (estoicismo y epicureismo) proceda mi atención a fuerzas decisivas: la frivolidad del azar y la fatalidad del destino. Del escepticismo he heredado la importancia de la duda como fundamento. Del existencialismo me han marcado Heidegger, Nieztsche y J. P. Sartre. Heidegger con su consideración de que “el hombre es un ser para la muerte”, Nietzsche con sus tortuosas reflexiones acerca de la muerte de Dios, y Sartre con su idea nihilista de que el hombre es una pasión inútil, un condenado a la libertad que se encuentra solo en un mundo hostil sin otra salida que él mismo. Personal, política y solidariamente con las mujeres mente el aborto libre, condeno la pena de muerte, recomiendo el testamento vital, la muerte digna y estoy a favor de la eutanasia.
II

La muerte en mi vida

Para el oficio y artificio del poeta resultan determinantes las obsesiones y las intuiciones. Mis principales obsesiones son, a la vez, los temas principales de mi poesía: la vida, la muerte, el paso del tiempo, la soledad, la miserable condición humana, la solidaridad, la realidad, el misterio, el amor, el sexo, el miedo, la rebeldía, el desacuerdo con el mundo y la propensión a evadirse del mismo mediante técnicas de autodestrucción.
¿De dónde viene esa obsesión de la muerte en mi poesía?
La obsesión por la muerte en mi poesía proviene su constante presencia en mi vida, desde la infancia. Y esa invasión mortal me ayudó a comprender la afirmación de Jean Genet: “El niño es el padre del hombre”. Confesaré algunas anécdotas: Mi madre murió de mi parto: este hecho se manifestará en el verso “Nací matando”. Las visitas de la mano de mi padre al Cementerio de Torrero en Zaragoza, cuando yo tenía cuatro y cinco años. Las expectativas de vida que vaticinó el Dr. Labayén en Luesia cuando aún no había cumplido cinco años y aseguró a mi madrastra que yo no superaría los siete años (comentario que escuché tras un biombo mientras me vestía una enfermera). Y el cáncer de linfa que diagnosticaron a mi segunda mujer (“linfoma histiocítico en estadío 4”) -cuando ella tenía 20 años y yo 31- según el cual (me confesó la doctora) sus expectativas de vida eran de año y medio, experiencia que me llevó a escribir “convivo con la muerte” en el poema “Póstumo”.  (continuará ...)

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