PIOTR SOMMER (II). ESCARBANDO EN LA SUPERFICIE por Xavier Farré

L’Espluga de Francolí, 1971 es poeta y traductor. Traduce del polaco y del esloveno. Cabe mencionar sus traducciones de Czesław Miłosz (Travessant fronteres. Antologia poètica 1945-2000, Proa, Barcelona), de Adam Zagajewski (Tierra del Fuego/Terra del Foc, Deseo, Antenas, todas en Acantilado, Barcelona) y los ensayos de Zbigniew Herbert; y del esloveno, las traducciones de Aleš Debeljak (La ciutat i el nen, Barcelona, Edicions la Guineu) y Lojze Kovačič (Los inmigrados, Siruela, Madrid).
Como poeta, ha publicado Llocs comuns (Lugares comunes) (2004); Retorns de l’Est (Tria de poemas 1990-2001) (Retornos del Este –Poemas escogidos, 1990-2001) (2005); Inventari de fronteres (Inventario de fronteras) (2006). En 2008 aparece su último libro de poemas: La disfressa dels arbres (El disfraz de los árboles). Algunos de sus poemas han sido traducidos al croata, esloveno, inglés, polaco y sueco.
 
 


PIOTR SOMMER (II). ESCARBANDO EN LA SUPERFICIE

¿QUÉ PODRÍA SER?

El poema tiene que ser lo que es.
No debería fingir la épica
ni tampoco al vicepresidente del distrito,
ni a una dependienta que tiene la regla.
No debería expresar el espíritu de la época
ni no expresarlo, no debería ser
un documento, ni tampoco no serlo.
(De vez en cuando podría preguntar.)
Debería poder imaginarse
Qué podría ser si no fuese por esto
o por aquello.

 

El artículo anterior sobre Piotr Sommer terminaba con un poema de carácter metapoético, en el que se reflexionaba sobre la misma poesía, sobre el deber de ésta y sobre la funcionalidad de lo que convenimos en llamar poema. Era de carácter sobrio, sin atisbo de ironía, y allí enfocaba el autor polaco sus inquietudes acerca de la creación poética. Representaba el inicio de un debate con la poesía anterior dentro de la tradición polaca, una poesía que tenía una función concreta, un mensaje, una vocación de entrar en el ánimo del lector para que éste reflexionase sobre su paso por el mundo, sobre su propia sociedad, sobre la historicidad y los tiempos que le había tocado vivir, sobre la capacidad, la validez de poder escribir encima de las ruinas de las ciudades, de los escombros de los incendios, de la barbarie a la que oponía la cultura. La cultura de la palabra escrita, de la palabra poética, de la literatura que traspasaba de esta manera cualquier frontera para plantear al lector su propio abismo. A ese tipo de poesía el poema de Sommer respondía con la necesidad de buscar otras alternativas, otro tipo de poesía cuyo eje no debería ser la búsqueda de ese camino moral, ético. En el poema con el que hemos empezado hoy la postura es radicalmente diferente. La ironía, o quizás mejor, la burla, el pastiche avanzan y dan como resultado un texto que hace estallar todas las convenciones.
Las asociaciones de imágenes, inconexas, absurdas, remiten a una voluntad de desmitificar la imagen que habitualmente se tiene de la poesía. Aquí se pasa por el tamiz de cualquier postmodernidad, donde nada es lo que parece ser, todo son simulacros, como el mismo poema, que no tiene ninguna función, aparentemente, pero donde la misma escritura plantea una función, una pregunta ¿qué debería ser el poema? Una pregunta a la que Piotr Sommer no nos da ninguna respuesta. La sorpresa en este poema se encuentra a partir del segundo verso, y hasta el cuarto, con la imagen arriesgada de la vendedora. Es como una sucesión de noes, o de no se debería. Finalmente, después de una racionalidad en cuanto al espíritu de la época o de documento, versos en los que ataca la poesía más reciente de su país (aquí podríamos apreciar un ataque tanto a la poesía de Czeslaw Milosz como a la de Zbigniew Herbert, estéticas distantes entre sí pero con nexos comunes, como la visión de un cierto documento que es la poesía), el poeta vuelve a sorprendernos jugando con el concepto de que el poema pudiera preguntar cuál es su función. Evidentemente, imposible.

 

ESTO ES SEGURO


Los jóvenes provincianos tienen esperanzas literarias.
Serán partidarios de la primera lírica cálida,
después un poco más amarga, pero más madura.
Serán de la opinión de que la lírica sirve a la comprensión
de uno mismo y del mundo, que perfecciona.
Mirarán con desconfianza a la vanguardia
y con una cierta superioridad, lo que encontrará la expresión
en su modestia, en su sólida habilidad lírica
y en su consciente limitación de sus intenciones
(esto es seguro, mejor modestamente, aunque a conciencia).

Pero estarán llenos de entusiasmo.
Y de optimismo.
Porque se trata de cuestiones serias.
Alejados de las disputas de la capital
saben qué deben pensar sobre esto.
Tienen siempre los paisajes al alcance:
el bosque, el río, los trozos arremolinados de las nubes,
o incluso la empalizada de madera medio roída por el tiempo.

Hay algunos lugares donde sencillamente
se imprime lo que es bueno.
Pero se puede obviar este problema e ir al campo
por un agujero en la valla, mejor si es un anochecer otoñal,
mirar al cielo, o a los árboles,
a cualquier cosa,
¡es esto lo que recuerda lo que es pasajero!

 

De nuevo, la ironía transita por todo el poema que acabamos de citar. Aunque también deja un sabor amargo, el sabor amargo de la frustración, de todo lo que es perecedero, e incluso, en cierta manera, del fracaso. No solamente es una crítica que no acaba de serlo del todo, puesto que en ningún momento el autor plantea un ataque hacia los poetas provincianos, relata más bien un estado de hechos. ¿Cuáles son las diferencias en una sociedad donde realmente todo lo que ocurre tiene que pasar por la gran ciudad, por la capital? Se entiende mucho más este poema si tenemos en cuenta que Polonia tiene lo que convendríamos en denominar una gran ciudad, que es Varsovia, y una serie de ciudades más pequeñas, algunas llegando a los 700.000 habitantes, pero donde la sensación es de un continuo provincianismo. Y después, una gran parte de la población vive en zonas rurales, alejadas de cualquier posibilidad de acceder al gran centro donde todo ocurre. A pesar de que haya centros de actividad poética en varias zonas del país, la verdad es que todo pasa por el centro. Siguiendo este razonamiento, se podría llegar a pensar que este poema cae en el error que se denunciaba en el poema antes citado, el poema corre el riesgo de convertirse en un documento, en una plasmación de las diferencias sociales que existen en el país. Y no obstante, Piotr Sommer no actúa en esa dirección. A partir de la mitad de la segunda estrofa aparece un cambio que determina el resultado final del poema y evita que éste se convierta en un documento. Así, la parte anterior puede ser vista como un pretexto, una introducción para realizar el salto a la reflexión que surge después. ¿Qué importa toda esta existencia anodina, condenada a un cierto fracaso, si lo que en el fondo tiene el poeta provinciano está más allá de la poesía? O, realmente, es la poesía misma, es el hecho de la observación que nos acerca a un estado metafísico.
Este poema muestra una manera muy habitual del universo poético y la creación de Piotr Sommer, basculando entre los contrarios, guardándose muchas veces un as en la manga para cambiar por completo la dirección del poema y así desempañar la cara oculta de la realidad, como si estuviera tras un cristal en un invierno frío. Al despertarnos vemos el cristal blanco, a veces incluso con curiosos dibujos que la helada nocturna minuciosamente ha diseñado por la noche. Y al verlo empieza el proceso de descubrimiento del mundo, de intentar vislumbrar que hay detrás y que aparezca la realidad a la que nos acostumbramos. En Sommer funcionaría al revés, como si el proceso de diseño de la helada nocturna es lo que queda oculto, lo que hay que descubrir, y que en el fondo, es una realidad tan auténtica como la que aparentemente damos por sentada. Y la imagen que vemos una vez el cristal se ha desempañado es una simulación más que el lector/espectador acepta casi sin discusión. La poesía de Sommer quiere llevar a cabo así una función de volver a crear unos límites, como los dibujos helados del cristal. Y a veces, estos dibujos pueden ser tan reales como la soledad ante ellos, como la soledad ante uno mismo, cuando aparentemente uno está rodeado siempre de otras personas.

 

ENTRE LA PARADA Y LA CASA

Vas a visitar a un amigo después de ver una película,
tu mujer se ha quedado sola en casa,
tu madre, en quien empiezas a pensar
al bajar del autobús, está en otra ciudad,
enferma, ayer recibiste un telegrama de ella;
entre la estación del autobús de la línea 140-bis
y la casa de tu amigo (es decir, pasando al lado
de la tienda cerrada, comprando cigarrillos
en un estanco delante de la casa y después en el ascensor),
antes de entrar en la casa y empezar
la conversación nocturna con él y su mujer, estás solo;
tu hijo se fue ayer
a casa de los padres de tu mujer, está solo,
sin ti y sin su madre.
Piensas en todo esto antes de que se abra la puerta,
cuando la nieve te salpica la cara, aunque sea
la tercera década de marzo, recorriendo rápidamente
esta corta distancia entre la parada y la casa.
De repente percibes esta soledad cotidiana, como en contra
de ti mismo y en contra de aquéllos en los que piensas.

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