CICLO DE CINE ARREBATADO: ENTER THE VOIDPensar que Gaspar Noé pueda saltar al vacío después de haber hecho películas como Irreversible o Solo contra todos es una idea inquietante. Noé es un director arrebatado, que se deja llevar por la creación artística sin importarle ni cual será el punto de partida ni mucho menos el de llegada. Por esa razón, cuando concibió Enter the void decidió que los espectadores debíamos vivir una experiencia que atravesara nuestras vidas, que nos llevara desde este mundo a otro más allá de nuestra propia existencia. Así, el protagonista de esta película, atraviesa el umbral de la vida y se encuentra flotando entre los muertos durante toda la película, observando cómo continúa la vida en su ausencia y, en particular, la de su hermana a la que le unía una fuerte relación. Noé destroza todos los tabúes en su demoledora visión de la vida a través de la muerte, que ya es de por sí un tabú: las drogas, el sexo, las miserias del mundo civilizado, la violencia y el deseo caben en una película lisérgica por definición en la cual el ciclo de la vida queda completado una vez finaliza este salto al vacío.
Cuando entramos en el vacío, sentimos el mismo placer melancólico que siente el protagonista. La muerte que plantea Noé es como una vida desasida de sentimientos, en la que no se puede intervenir ni gritar ni llorar, solamente observar impasiblemente las tristezas y miserias del mundo de los vivos. Caben los recuerdos, caben los placeres perdidos, los recuerdos de los momentos que nunca reaparecerán, pero es precisamente esa muda quietud de la muerte lo que inquieta de la película. Más de una vez, deseamos que los muertos intervengan en el mundo de los vivos, que se rompa esa maldita barrera que nos separa sin embargo, a medida que la película avanza, entendemos que eso no forma parte de las normas del juego, que hubiera sido demasiado fácil siquiera sugerir que nuestro mundo y el de los muertos pudieran comunicarse.
La perturbación que nos muestra Noé cuando entramos en el vacío es la misma que tenemos cuando salimos. No importa lo que hayamos sentido, visto, u oído. Más allá del vacío no hay nada, nosotros podemos llenarlo con nuestras distracciones mundanas, pero al final, no quedará nada. Y eso es lo que más nos aterra.
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