Debo placeres musicales a un artista que no ha dejado
huellas biográficas.
En el país natal de Pérotin, los empleados de las tiendas
donde es posible adquirir música antigua me acercan las orejas atenazadas entre
sus dedos pulgar e índice y piden que repita el nombre del compositor. Después
arrojan la pereza al agujero negro de internet y acaban la despedida con su llanto mercantil de costumbre: “désolé”.
Sin embargo, Pérotin
-probable diminutivo de Pierre que con frecuencia lleva añadido un
contradictorio “le Grand”- existió y sabemos que fue uno de los principales
autores de la escuela parisiense de Notre-Dame. Sólo dos cronistas del siglo
XIV, el poeta inglés Johannes de Garlandia y el universitario Anonymous IV, se
refieren al mejor representante del Ars Antiqua. En algunos papeles
españoles se le denomina Perotino.
A falta de documentos, yo
imagino la celda de una abadía. En ella Pérotin se dedica a la tarea de revisar
las partituras de Léonin, su preceptor. Al tiempo que el alumno corrige y
termina los responsorios, graduales y aleluyas del maestro, oye los ruidos de
unos albañiles y carpinteros que se afanan en otra reconstrucción: la de una
iglesia de París llamada Bienheureuse Vierge Marie. El muchacho es especialista
en el discanto, una variante polifónica que se extingue en el siglo XIV pero de
cuya agonía nace el contrapunto. Empecinado en experimentos, Pérotin quizá
inventa el motete. Afuera, los artesanos dan a Notre-Dame una forma parecida a
la actual.
En la ciudad donde se
crearon esas dos obras artísticas,
David Lampel me hizo conocer la composición medieval Viderunt omnes.
Mientras sonaba la música, puso sobre mi mesa de estudiante la fotocopia de
varios compases escritos para festejar las navidades de 1198. A duras penas logré concentrarme
en el trabajo escolar, porque la belleza de los melismas me paralizaba.
Los jóvenes investigadores no se rinden. Como cachorros perdigueros, con
hocico agudo olfatean y siguen las pistas del músico. Han levantado una pieza, Petrus
succentor, clérigo que trabajó hasta 1238 bajo las órdenes del obispo de
Odón. Los cazadores aseguran que es el compositor oculto entre pergaminos
durante ocho siglos. Pero no tienen nuevos datos de su vida, y la música de
Pérotin continúa desnuda de anécdotas.
A
menudo pienso que Pérotin sirve de modelo a quienes aspiran a una profundidad
sin adornos.
FRANCISCO JAVIER IRAZOKI
(Del libro “La nota rota”; Hiperión,
2009)
1 Comentarios
Lástima desconocer hasta ahora a Javier Irazoki
ResponderEliminarNo así la música de Pérotin, a cuyas auras flotantes hemos acostumbrado oídos felices y entonado con mayor o menor éxito más de un responso y aleluya.
Delicia para los sentidos!