DICES, de Eduardo Moga

Eduardo Moga (Barcelona, 1962), ha publicado los poemarios Ángel mortal (1994), La luz oída («Premio Adonáis», 1995), El barro en la mirada (1998), Unánime fuego (1999), El corazón, la nada (1999), La montaña hendida (2002), Las horas y los labios (2003), Soliloquio para dos (2006), Los haikús del tren (2007), Cuerpo sin mí (2007), Seis sextinas soeces (2008) y Bajo la piel, los días (2010). Ha traducido a Frank O’Hara, Évariste Parny, Charles Bukowski, Ramon Llull, Carl Sandburg, Richard Aldington, Tess Gallagher, Arthur Rimbaud, Billy Collins y William Faulkner. Practica la crítica literaria en «Letras Libres», y «Turia», entre otros medios. Es responsable de las antologías Los versos satíricos (2001) y Poesía pasión. Doce jóvenes poetas españoles (2004). Ha publicado también los compendios de ensayos De asuntos literarios (México, 2004) y Lecturas nómadas (2007). Codirige la colección de poesía de DVD ediciones.




DICES

     he chismorreado, me he sonrojado, me he sentido agraviado, he mentido, he robado, he tenido envidia, he sido avieso, colérico, concupiscente, he albergado deseos inconfesables,
he sido caprichoso, engreído, avaricioso, superficial, taimado, cobarde, malévolo,
el lobo, la serpiente, el cerdo, no me han sido ajenos,
la mirada engañosa, la palabra frívola, el impulso adúltero, no han faltado,
rechazos, odios, posposiciones, mezquindades, desidias, nada ha faltado
«El ferry que cruza Brooklyn», Walt Whitman

me desespero por todas estas cosas y por otras cuya enumeración sería interminable
«Derrota», Rafael Cadenas

Te has caído del guindo, Eduardo. (¿Qué es un guindo?). Te has caído, pero no has llegado al suelo.

Te has roto antes de ser uno. (Pero acaso solo en la fragmentación haya unidad).

Te has maniatado, sin tener manos. (¿Se maniatan los ojos, las sombras?).

Todo lo que te constituye, Eduardo, te precede. Tu nombre, Eduardo, te precede: detrás no hay nada. Tu sexo te precede: solo sigue un nombre, Eduardo. No hay experiencias que te digan: tu latir es tu balbuceo; tu latir es tu muerte.

Aquí estás, otra vez, Eduardo. Aquí, perversa, fantasmalmente aquí, Eduardo, inobjetablemente Eduardo, incomprensiblemente aquí, hoy, de nuevo, tantas veces, Eduardo.

Aquí, con el sudario del grafito, horizontalmente ultimado (ulcerado), con la esperanza de convertir en ser lo que no eres, urgido por tu propia escisión a escindirte más, a escindirte hacia dentro, a escindir la oquedad que eres (¿qué es escindir?), a caer en el mundo, Eduardo, como quien atraviesa la corteza del mundo.

[Los homosexuales] piensan ya desde niños que tienen atracción hacia personas de su mismo sexo y, a veces, para comprobarlo, se corrompen y se prostituyen o van a clubs de hombres nocturnos. Os aseguro que encuentran el infierno.
Juan Antonio Reig Pla, obispo de Alcalá

La palabra se pospone: su violencia es su ocultación.

Como la luz que se despierta en el lomo escamoso del cetáceo, así elude la palabra su raíz, la solidez, amalgamada de ausencia, con la que se hurta al silencio.

Cuanto dices es otro quien lo dice: tus labios te desamparan, Eduardo; tus labios desconocen tu nombre.

Devastemos la clausura. Que sea áspero el silencio.

Que el vuelo se ahínque en esta tierra en la que parpadeas como si el cuerpo te hubiera sido arrebatado.

Que el sueño diga quién eres, ya que tú no puedes hacerlo.

Que este lápiz convulso se contraiga hasta el espasmo, y libere olas mutiladas, de cuyos muñones broten la benevolencia y el horror.

Sabemos qué es lo que hay que hacer, y lo vamos a hacer, y por eso hacemos lo que hemos dicho que íbamos a hacer, y por eso seguiremos haciendo aquello que nos toca hacer, a pesar de que alguno no se crea que vamos a hacer lo que hemos dicho que íbamos a hacer [aplausos del público].
José Ramón Bauzá Díaz, presidente de la Comunidad Autónoma de las Islas Baleares

Que este estómago que te atormenta con sus alacranes ebrios te conduzca a un cielo habitado por prostitutas y madres.

Que con el concurso de tantos órganos descabalados, arrumbados en playas sin amanecer, puedas entonar cantos que ignoras, y decir lo que evitas decir, y alzarte otra vez, cubierto por la inmundicia de la esperanza, por las heces de tus semejantes, que en nada se asemejan a ti.

Te has caído, Eduardo, en el mismo punto que ocupabas antes de caer: querías trascender esa identidad, como la abeja quiere trascender el pétalo, como el supliciado quiere trascender el dolor. Pero un punto es siempre el lugar al que no llegamos, Eduardo, la estructura cuyo principio es siempre, el perímetro sin final.

Y ahí, Eduardo, donde creías que había un vientre bueno, un espacio sin adarves ni esporas, encuentras una boca que sugiere otro tú, un dictamen de ti, un cardumen de sombra, leche luctuosa, lubrificada por la maldad.

Y esa boca procura lo indecible, lo que nunca sonríe, lo que nunca habrías querido oír, que aquí concurre como una medusa calcárea, bañada de noche, empapada de sinrazón, ahíta de hogueras tenebrosas, humillada por el sacerdocio de la intransigencia, amortajándose en discurso, desnucándose de hiel, sin el hígado de los pájaros, sin la aureola de lo que hemos sido despojados, encaramada a las profundidades de un número que aún no ha sido formulado.

Esa boca, Eduardo, eres tú, y esa boca vaticina, se dilata como una nube que fuese también una cueva, esa boca configura la oscuridad como una incisión candente en el vientre de la misericordia.

El régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva.
José María Aznar López, presidente del gobierno

Dices, Eduardo, que tus huesos son huida. Tus vértebras no sostienen sino el artificio del relámpago. La voz carece de huesos.

Dices que la metáfora oculta la sangre. (La sangre es metáfora de la muerte).

Dices que esta noche has pensado en ella, siendo ella otra, cualquiera, tú; siendo muchas, nadie, siendo nunca.

Dices que lo incivil tiene asiento en la exudación que depositas en la voz, en el timbre con que apelas a los espejos.

Dices que, ante el espejo, cada mañana, todo dardo se clava en ti.

Dices que no estás seguro de amar al aire, al dolor, a los hijos.

El gobierno español solo habla con terroristas, homosexuales y catalanes. A ver cuándo se decide a hablar con gente normal.
Federico Jiménez Losantos, periodista

Dices, Eduardo, que la carne no te construye ni te basta, que la calcificación del tejido es una añagaza de la fragilidad, que nada con lo que penetras alcanza su objetivo, porque carece de corazón, porque no se anuda a tus llagas.

Dices que, cuando amas, te ensombreces.

Dices, la boca dice, tu descomposición habla como si te estuviera moldeando, como si introdujera en tus articulaciones flores de metralla, como si arrancara de ellas partículas de mundo, asuntos espectrales.

Dices, Eduardo, te dices, te acumulas, te sustraes al viento y al tiempo, te retrotraes a lo que no era pólvora ni boca, a lo que se asomaba a tus ojos con la esperanza de descubrir otro cuerpo, otro yo, en el que volcar una inocencia devastadora.

Dices que el agua que bebes se transforma en tinta, pero que la tinta, después, se convierte en lava.

Dices, Eduardo, que el Adagio para cuerdas de Barber, que ahora escuchas en la radio, es lunar, pero la luna no fecunda ni perece: solo baliza el vacío; la luna persevera en su senectud blanca, adoquina el firmamento.

Oyes, Eduardo, la trepidación de esta casa en la que habita tu cuerpo, oyes a la casa roerse a sí misma, desballestar su humo y sus enzimas, y anticipar su hundimiento, sin perjuicio de su tiesura. Acontece la visión de su trasvase, y te aferras a sus ángulos inasibles para conjurar el peligro de que la casa se caiga, para administrar la alegría de que la casa se caiga, y de que, de los cimientos abruptamente expuestos a la luz, como una vagina exhumada con ardor, surja otra luna, otra boca, otro Eduardo, otra palabra, Eduardo, que condiga con tu inmarcesible disolución, y permita a tu cuerpo rebasar los huesos, y los vasos sanguíneos, y la placenta de que careces, para alcanzar, más luminosamente, la gloria de la destrucción.

El Estatuto abre la puerta a la poligamia.
www.fundacionfaes.org, sobre el proyecto de reforma del Estatuto de  Autonomía de Cataluña

Dices.

Dices que no existe esta penumbra que te asalta, inmóvil, desde el otro lado del cristal, por cuya superficie basáltica se desplazan los muertos, esta invisibilidad magenta en la que brotan pedúnculos fétidos, fulgores llovedizos.

Dices, Eduardo, que el ruido solo es el estertor de tu conciencia. (Pero tu conciencia no existe: es solo lo que has dicho, o lo que has creído ser cuando lo decías, la crepitación que cunde en acto).

Dices que esta ciudad es como cualquier otra, pero en la identificación de dos realidades disímiles [y todo es disímil] subyace el miedo a lo lejano: a que la lejanía te degüelle.

Dices, y oyes, Eduardo, oyes el acúfeno, sigues oyéndolo con sobrecogedora tenacidad, y también el rasguñar del grafito, y el bramido de los coches, asordinado por el cristal, y el sonajero del televisor, y la falta de hembra, y el horror de Dios, y la mierda que colma los intestinos como una herida que pugna por florecer, y el quejido del cerebro que persigue otros quejidos, otros desechos con los que defenderse de la explosión de ser, de la desolación de ser.

La boca te persigue, porque no hay nada más que boca, solo boca boqueando, erguida a bocados, abocada a ser boca, a vocalizar la busca de otras bocas, a invocar la alegría y el infierno, a avocar idilios y litigios, a desbocarse entre corazones, a embocar en ese espacio en el que buscar es sobrevivir, en el que vivir es boca, y lo que dice la boca y lo que oyes tú, Eduardo, aunque nada se diga, aunque la boca permanezca cerrada, como la bocana de un puerto infranqueable, como la verja de un cementerio.

Dices, profuso. Pero en la profusión radica el núcleo.

El tema de las listas de espera quirúrgicas es muy preocupante. A mí me preocupa tanto que comprometo mi palabra en ello: tengo decidido que, si en dos años, algún madrileño tiene que esperar más de 30 días para ser operado, yo dimito de la presidencia del Gobierno.
Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid

Dices lo mucho, el pedernal de lo mucho, y ahí hallas el sostén, que es también una argolla. Ahí dices, oyes, Eduardo, ahí eres numérico, ahí te apenumbras, numeroso; ahí eduardeas, arrancándote olvidos de las muelas, y descubriendo en la lengua besos que ya no recuerdas quién te ha dado, y desposeyendo al paladar de sus oscuros privilegios, de su monacato anfibio, hasta creer que el oxígeno es piedra, y que tú eres otro, y que la noche es roja.

Pero, a continuación, dices que eres el mismo. Dices los pies que te incriminan, dices la camisa que se carcajea, dices el ordenador que te abduce, dices los testículos que te atormentan, dices lo que has sido, y que no hay nada, dices nada, y eres tú.

Dices, ahora, Eduardo, este silencio asediado, pero en el que nada irrumpe, este silencio que percibes como un gran manotazo de quietud, pero que también eres tú: tu pecho es el dique que lo contiene y la boca que lo consagra; tu vulnerabilidad es su coraza. Lo oyes, crepitante como un beso agusanado; lo sabes, Eduardo, en tu nombre, en el ajetreo de los insectos que taracean la soledad, en la enfermedad de las hojas que, acosadas por el frío, aún no se han rendido al frío.

Dices la sonrisa y la negación de la sonrisa: revelas, sin que nadie lo oiga, los sótanos de la sonrisa, la arquitectura de la ausencia que se amadriga en tu serenidad, el engaño que te mana de las uñas como un vacío espeso.

¿Oyes, sigues oyendo el silencio?

¿Oyes el ensamblaje de las nubes, resuelto en un mar de cobalto, en una infinitud cuya correspondencia es tu aliento?

Dimitiré si se demuestra que hubo financiación ilegal.
Josep Antoni Duran i Lleida, presidente de Unió Democràtica de Catalunya, sobre el caso Pallerols, de financiación ilegal del partido

Haces preguntas porque sabes su respuesta. ¿Qué sentido tiene preguntar, cuando se desconoce? ¿Qué razón asiste al náufrago, sino la estricta deshidratación, el extravío en una superficie sin otra frontera que lo inimaginable, el milimétrico deshacerse en la enormidad de su aislamiento?

Dices para abrir puertas, aunque también las puertas abonen la incertidumbre. Dices para contradecirte.

Dices para ser.

Tu boca, Eduardo, es el estercolero de la paradoja, la forja de las rebabas de la hipocresía, el crisol en el que se amalgaman los amaneceres de la ruindad.

Dices tu cadáver, este que ahora escribe, ensordecido por la logorrea del asfalto, espantado por la actividad de sus vísceras. Oyes su precipitarse en las horas, y cómo las horas lo arrastran a una inexistencia fértil, a una mineralización multitudinaria de los cartílagos y los vacíos, y oyes el rigor de su no ser, que aja los minutos igual que las olas martirizan la arena.

Dices tu cadáver, Eduardo, y tu cadáver comparece. Es este que aún escribe, anudado al infortunio. Pero el infortunio es él: su casa invariable, su semilla inaudible, el equilibrio que lo descalabra.

Oyes lo que la boca no dice, Eduardo, oyes al ciclista que pasa vistiendo una casaca guateada, y a otro con un traje de buzo, oyes el grito de auxilio que profieres, sin que nadie acuda, ni tú mismo, oyes al cuchillo que hurga en los espacios intercostales, oyes el fragor aséptico de tu finitud y el retumbar sin fin de tu ignorancia, oyes la parálisis de las palabras.

Puede haber menores que sí lo consientan [el abuso sexual] y, de hecho, los hay. Hay adolescentes de trece años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso, si te descuidas, te provocan.
Bernardo Álvarez, obispo de Tenerife 

Dices para callar. O para que no te pregunten. (O para no preguntarte tú: te sorprendería la respuesta que ya conoces).

Dices la lluvia que está por venir. La boca del cielo liberará una saliva trepidante, que quemará cuanto acaricie, que obliterará la garganta de los árboles y el humor en el que sobrenadan las córneas. Luego se cerrará, como los ojos de un desahuciado.

Tu boca, Eduardo, es una boca sin lluvia.

Dices que has vulnerado las manos que te han sido confiadas. (También, que has oprimido hasta el dolor los pechos de los que has gozado). Dices que no has tenido respeto por las sombras ajenas, por las bocas ajenas. Todo ha perecido bajo el manto de tu insensibilidad. Es legítima la mentira: es aciaga.

Tu boca, Eduardo, es una boca arrasada por aludes de yeso, poblada por acacias y despropósitos, seca, de una sequedad selenita, impúdica en su aspereza, lujuriosa de insomnio y esparto, acometida por sus propios dientes, sus molares sin hijos, sus caninos homosexuales, sus epitelios deshojados en la bóveda palatina, su glotis cainita, el enjuto fielato de la úvula, sus borracheras y comistrajos, sus acolchamientos papilares, en los que jamás ha descansado una verdad, su tumefacta turbamulta de mucosas y lateralidades, su tiniebla bilabial, la acedía de sus aftas, el hedor que atraviesa el istmo de las fauces, su abalanzarse inelegante sobre el sexo y su beber en él, sin que de ese acto ciego se derive humedad alguna, solo un doliente sabor a piélago y acero, a semen recíproco, su espiritrompa escondida, que liba, obscena, de la ingenuidad de tus semejantes, su mascullar ahogado por el desconcierto de las úlceras y las libélulas, su envoltura de tanta deshonestidad, su almacenaje de insultos pensados pero nunca dichos, que se pudren a la velocidad del amanecer, como escarabajos acurrucados en la bosta, tu boca sedicente e indigente e inconcluyente, que destila acíbares amables, benevolencias calamitosas, poliptotos con piel de melocotón, y cuya piel es también de melocotón, algodonosa como la tortura, acaparando desposesión, descoyuntándose como un artefacto senil.
(…)

EDUARDO MOGA

[Dices, fragmento inicial, Libros En Su Tinta, 2014.]

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