EL RINCÓN DEL RELATO: 7.38, por Manuel Gris Lorente



                Manuel Gris Lorente lleva escribiendo desde que tiene uso de razón, quizá incluso antes, pero como no tiene recuerdos de esa parte de la vida prefiere no arriesgarse a la hora de hacer una afirmación tan tajante.
                Influenciado por autores como Chuck Palahniuk, Charles Bukowski, Bret Easton Ellis, Janne Teller, Amy Hempel o Craig Clevenger su escritura está caracterizada por un uso de la locura y la anarquía literaria con la que intenta no dar pistas de qué va a pasar a continuación en sus relatos y novelas. De cuál será el siguiente paso.
                La escritura es una forma de escapar del mundo y lo que hay en él, de todo lo que nos para a la hora de ser nosotros mismos, tan intensa y rica, tan grande, que no sabe expresar ese sentimiento con palabras, así que no lo hace. Solo sigue adelante, sin tenerle miedo a la página en blanco, y con la seguridad de que cada letra que usa solo le da algo más de libertad.

 7.38


Una alarma, nada más. La vida a veces se limita a eso, avisos y señales que nos dicen qué hacer y decir. Suena de nuevo. Ya voy pesada.
 Las 7:36.
Un día más se asoma entre mi flequillo alborotado, nada es aun real, ¿y cuando lo es?, me pregunto aun dormida. No hay respuesta.
Todo es mejor a través de mi flequillo. No puedo ver nada.   
El vaso de leche, la tostada rancia, la ropa interior arrugada, todo se encamina a un aburrimiento absoluto y sin escapatoria, pero a estas horas de la mañana, y con esta resaca, nada parece importar. Todo se limita a continuar sin remisión. Una sucesión de segundos, que forman minutos, que crean horas, que juntas harán un día, y ya está, sin control, un poco más cerca de la muerte. Así de fácil y estúpido, así de absurdo, ¿y qué no lo es?
Solo un sorbo de leche rompe el silencio.
Unas llaves, una puerta, un garaje, un motor, una carretera, un trabajo. Vida que se cruza conmigo, que no sirve, como yo, pero ahí está, estorbando. Nada parece útil a estas horas, ni tan siquiera la existencia, porque, si existo, ¿qué utilidad se tiene cuando uno ni tan siquiera es consciente de que realmente está en el mundo?
Hoy mi guerra es el trabajo.
Otras veces, simplemente andar por la calle.
La mesa no parece diferente a otros días; mismos papeles, grapadora azul con etiqueta amarilla (aviso de que es mía), lápices desperdigados sin control ni ánimo, ordenador con páginas de compra de perfumes on-line en el archivo de favoritos con otro nombre, claro, botella de agua caliente a causa del sol de la ventana abierta. Todo es lo mismo, pero diferente. La mente es tan rara a veces, los recuerdos visuales no sirven para mucho cuando todo parece moverse con libertad. Nada es del todo real hasta que se toca y, aun así, seguimos engañados, nos confiamos, y todo cambia sin poder actuar, para contrarrestarlo. El día esta gris, sin descripción posible, lo siento, y la gente camina con paraguas a causa de las 3 o 4 gotas contadas que caen. ¡No os despeinéis, taparos, que esas gotas son asesinas!
Sentada en mi trono marrón con ruedas me siento sin ánimo. No hay nada que hacer, más que hacer algo, y la imaginación adormilada es un amante que te quita todo el jugo.
Durante un segundo cierro los ojos y un frio me rodea. Los abro.
Mi cama está alborotada, miro el reloj.
Las 7:37.
Un día ha pasado, en un minuto, sin apenas darme cuenta.
La vida sigue sin tener sentido, pero nada se puede hacer, solo matar el tiempo a falta de víctimas que se lo merezcan de verdad.
El vaso de leche me supo igual que en mi imaginación.
¿Cómo saber que esta vez estoy realmente despierta?
Nunca lo estamos realmente, así que qué más da.

Publicar un comentario

0 Comentarios