Rolando Revagliatti nació en Buenos Aires (ciudad en la que reside), la Argentina, el 14 de abril de 1945. Publicó en soporte papel un volumen que reúne su dramaturgia, dos con cuentos y relatos y quince poemarios, además de otros cuatro sólo en soporte digital.
Todos sus libros cuentan con ediciones electrónicas disponibles en http://www.revagliatti.com.
Ha sido incluido, entre otras, en las siguientes antologías: “Dramaturgia Latinoamericana: Argentina” (en República Dominicana, 2008); “Minificcionistas de ‘El Cuento’ Revista de Imaginación” (en México, 2014); “Poesía Argentina Año 2000” (Tomo 1, selección de Marcela Croce, 1999), “MeloPoeFant Internacional” (bilingüe castellano-alemán, coedición en Perú y Alemania, 2004), “Pequeña Antología de la Poesía Argentina” (selección de Jorge Santiago Perednik, 2004), “El Verso Toma la Palabra” (México, 2010), “Italiani D’Altrove” (bilingüe castellano-italiano, Italia, 2010), “El Cine y la Poesía Argentina” (selección de Héctor Freire, 2011), etc. Sus producciones en video se hallan en
Todos sus libros cuentan con ediciones electrónicas disponibles en http://www.revagliatti.com.
Ha sido incluido, entre otras, en las siguientes antologías: “Dramaturgia Latinoamericana: Argentina” (en República Dominicana, 2008); “Minificcionistas de ‘El Cuento’ Revista de Imaginación” (en México, 2014); “Poesía Argentina Año 2000” (Tomo 1, selección de Marcela Croce, 1999), “MeloPoeFant Internacional” (bilingüe castellano-alemán, coedición en Perú y Alemania, 2004), “Pequeña Antología de la Poesía Argentina” (selección de Jorge Santiago Perednik, 2004), “El Verso Toma la Palabra” (México, 2010), “Italiani D’Altrove” (bilingüe castellano-italiano, Italia, 2010), “El Cine y la Poesía Argentina” (selección de Héctor Freire, 2011), etc. Sus producciones en video se hallan en
Alejandra Correa: “La niña que fui anduvo por aquí y por allá inventando sus mundos de aire”
Alejandra
Correa nació el 12 de abril de
1965 en Minas, capital de Lavalleja, República Oriental del Uruguay,
y reside en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
Estudió Periodismo. Es Comunicadora
Social egresada en 1986 del Instituto Grafotécnico. Efectuó en 2005
el posgrado de Políticas Internacionales en Comunicación y Gestión
Cultural en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
(FLACSO). Entre 2002 y 2004 se desempeñó en el Área de Arte y
Comunicación de la Comisión por la Memoria, en la ciudad de La
Plata, integrada por organismos de Derechos Humanos. Participó en
mesas de lectura, festivales de poesía, seminarios y foros
internacionales de Gestión Cultural y Poesía en Paraguay, Bolivia,
México, Ecuador, Uruguay, España y en varias localidades de la
Argentina. Ejerció el periodismo gráfico
en diarios y revistas. Un ensayo de
su autoría integra el volumen colectivo “Historia
de las mujeres en la Argentina”. En
co-autoría con Marisa Negri se socializaron otros dos volúmenes:
uno, de didáctica y trasmisión de experiencias: “Poesía
en la escuela. Cómo leer y escribir poesía en el aula”
y otro, una compilación de poemas escritos por niños y
adolescentes: “Pie firme sobre cálido
cielo. El libro de las chicas y los chicos de Poesía en la Escuela”.
Fue incluida en las antologías
“Ruptura y desafíos de la poesía argentina y
ecuatoriana”, “Infancias”, “Color pastel”
y “Atlas de la poesía argentina”. Desde 1998 publicó los
libros de poesía “Río partido”, “El grito”,
“Donde olvido mi nombre”, “Cuadernos de caligrafía”
(1ª edición, 2009; 2ª edición, 2014), “Los niños de
Japón”, “Maneras de ver morir a un pájaro”,
“Extranjerías” (con dibujos de Florencia Fernández
Frank, edición artesanal numerada) y “Si tuviera que
escribirte” (1ª edición como libro-objeto y con ilustraciones
propias, en Madrid, España, 2015; 2ª edición con ilustraciones de
Cecilia Afonso Esteves, en 2017).
1 — Estuve en numerosas
localidades uruguayas y en varias oportunidades. Pero no en Minas. El
gran Buscador me orientó.
AC — Nací
en esa ciudad en 1965, en el sitio y el mes en los que, si se
diera el caso, Dios elegiría bajar a la tierra. Al menos, eso dice
una canción del lugar: “…si Dios baja a la tierra / por el
altar de la sierra / baja en Minas, y en abril”. Y nada la ha
desmentido aún. Minas queda en el departamento de Lavalleja, una
suerte de provincia de Córdoba a escala uruguaya.
Hasta los tres años anduve
cruzando el cerro desde la casa de mis abuelos a la que mis padres
construían. El recuerdo es de una profunda noche perfumada por
mentas y salvias, ranas lloronas y una atmósfera suspendida donde
flotan las palabras.
2 — El cerro cruzabas
hasta los tres años. Y qué más cruzabas.
AC — Eran épocas
muy complejas, en Uruguay comenzaba un proceso político que terminó
con el “exilio económico”. Mi padre tenía el oficio de
electricista, mi madre había hecho un curso de corte y confección.
Eso era todo. Cuando nació mi hermano yo tenía menos de tres años
y ya se avecinaba el éxodo. Mi padre vino a Buenos Aires buscando
oportunidades, consiguió un trabajo y alquiló una habitación en un
hotel familiar del barrio de Almagro. Y nos fue a buscar. Mi madre
vendió las pocas pertenencias, entre ellas su máquina de coser, y
estuvimos un tiempo en un conventillo de la ciudad de Montevideo, del
que tengo imágenes muy fragmentarias, hasta que mi padre nos vino a
buscar.
De la nueva vida se destaca
en mi memoria mi primera escuela, la 22 de Almagro y un mundo
superpoblado de imágenes e impresiones en el cuerpo. Y las
salvadoras visitas a un campo en General Rodríguez, donde recuperaba
algo de aquellos cerros que habían quedado atrás.
“era la
risa, la libertad, el verano” —diría, parafraseando a Héctor
Viel Temperley—: era el campo, la fuerza de la naturaleza, el
misterio, la mirada sensible. La muerte se lo llevó y en su lugar me
dejó un ojo nuevo con el que ver lo que al unísono llamamos “la
realidad”, pero que como sabemos no es una sino infinitas.
Así fueron las cosas hasta
que cuando tenía ocho años y mi hermano cinco, mi padre falleció
en un accidente de trabajo, electrocutado. Mi padre
Mi madre no quiso volver a
Minas. Allá la esperaba un padre demasiado autoritario del que se
había librado para siempre. Salió a la gran ciudad, ella, una
muchachita de pueblo, y consiguió un trabajo de muchas horas y paga
escasa. Desde los ocho años, tuve la misión de “cuidar” a mi
hermano todo el día. El objetivo principal era que el muchachito
llegara sano y salvo a cada noche, cuando mamá volvía. Y no era
nada fácil porque, como descubrí a poco andar, el mundo estaba
lleno de peligros.
En el hotel familiar nos quedamos una
eternidad. Recién cuando yo tenía diecinueve años nos mudamos a un
departamento. Viví toda la infancia y la adolescencia allí. La
habitación vuelve en sueños como encierro, oscuridad, pasadizo
secreto. Al hotel se sumó la dictadura. Doble candado, pura
claustrofobia.
Sin embargo, la niña que fui
anduvo por aquí y por allá inventando sus mundos de aire. La
lectura fue una de sus aliadas. Hubo también cierto diálogo con la
luz de los días, con el resplandor, con mi padre ausente, con el
pasado, con los fantasmas, con el deseo. Y puede ser que de ese
diálogo haya nacido la poesía.
Cuando pude elegir, elegí
proyectarme al mundo. Por eso, apenas concluido el colegio secundario
salí a trabajar y estudié Periodismo en el Instituto Grafotécnico,
que era privado, porque entonces —1983— no había carrera de
Comunicación Social en la Universidad de Buenos Aires. Había vuelto
la democracia y todo era efervescencia, se recuperaba la calle, el
espacio público, las ideas, la historia reciente hablaba en mí por
primera vez. Había estado hibernando en la adolescencia en
dictadura. Iba a todas las marchas, quería gritar y no parar de
gritar nunca más.
3 — Y no habrás parado.
AC —
No, es cierto. Con el tiempo descubrí que había otras formas de
gritar (de hecho, mi segundo libro de poesía se titula “El
grito”). Pero volviendo al 83, por
aquella época me enamoré algunas veces. Cuando terminé de
estudiar, conocía un poco más del mundo. Y hacia él salí a buscar
aventuras. Conseguir un trabajo como periodista fue la primera de
ellas. Enamorarme y decidir compartir la vida con alguien, la
segunda. Ser mamá, la tercera. Javier es el hombre que me acompaña
desde entonces y Marina, nuestra primera hija que nació en 1993,
encarna lo increíblemente poderosa que es la vida.
Viví cada cosa, cosas
simples para otros mortales o al menos al alcance de la mano, como si
se tratara de una hazaña como subir una montaña y plantar una
bandera en la cumbre. Puse en ello mucha tenacidad. También
rebeldía: el mundo no iba a lograr hacerme hablar en su idioma.
El periodismo me permitió
asomarme a todas las realidades imaginables. El lunes hablaba con un
fabricante de sombreros, el martes con un piloto de la Fuerza Aérea
que se había eyectado de su avión en llamas, el jueves entrevistaba
a una bailarina clásica de fama internacional, y el viernes
degustaba platos en un encuentro de chefs. Esa riqueza aleatoria que
era la vida, fue lo que más me interesó del periodismo. Entender
que, para otras personas, las cosas tenían otro orden y tener
permiso para entrar y salir de él, era fascinante: podía ser otra
aunque fuera por un rato. Después escribía y les contaba a los
demás mis “descubrimientos” y me pagaban por ello.
a
la revista “Trespuntos” y colaboré con muchos medios
(“Noticias”, “Todo es Historia”, entre otros). La poesía iba
como telón de fondo de los días. O no: era el cristal por el que
veía el mundo, pero aún no lo sabía. Cuando empecé a saberlo, la
escritura de notas me empezó a parecer banal. Sentía que no iba a
poder escribir con las mismas palabras una nota y un poema. Y preferí
elegir el poema.
En 1998 decidí
publicar mi primer libro, con muchísimo miedo, por cierto. ¿Qué
dirían los demás de mi poesía? Esa parecía ser la pregunta más
angustiante, pero había otras: ¿por qué mi palabra sería tan
importante como para dejarla impresa? ¿A quién iba a interesarle mi
forma de ver las cosas? Y así. Hasta que simplemente quedamos mis
poemas y yo a la intemperie. Y ya no hubo preguntas. Conocí al poeta
Roberto Raschella, quien me pareció la persona más indicada para
pedirle que presentara mi libro en sociedad. Gané un amigo enorme
que tengo el honor de que me haya acompañado estos últimos veinte
años. Desde ese primer libro, “Río partido”, la vida
comenzó a trenzar su trama a la poesía. La poesía adelante,
empujando el hilo y todo lo demás, detrás.
En 1999, con Javier y Marina,
le dimos la bienvenida a Francisco y Nicolás, que quisieron llegar
juntos al mundo. Una sinfonía se despertó de su modorra. Dos niños
juntos que vinieron a mostrarme aquello de que el corazón —y la
paciencia— son muy elásticos. La crianza fue un trabajo enorme, ni
qué decirlo. Nuestra hija menor tenía seis años, así que eran
tres los niños y dos los padres a repartir. Durante años el
movimiento fue permanente y frenético. También divertido, agotador,
energía en estado puro, frenesí. La poesía sucedía mientras
preparaba una mamadera, cambiaba un pañal, cocinaba o me tomaba un
té antes de dormirme a las tres de la mañana.
4 — ¿Y en 2000?
AC — En 2000 empecé
a trabajar en la Comisión por la Memoria de la ciudad de La Plata.
Esto me permitió conocer más sobre el movimiento de Derechos
Humanos. Era la editora de una revista sobre memoria colectiva,
llamada “Puentes”. Y también participé activamente de la
creación del Museo de Arte y Memoria de La Plata. Tal vez fue esto
lo que me llevó a pensar en el quehacer de la Gestión Cultural como
posible horizonte. Publiqué libros en 2002 y 2005 (“El grito”
y “Donde olvido mi nombre”), en la Editorial Alción, de
Córdoba. Por esa época, mi relación con el mundo literario tenía
que ver con los movimientos de esa editorial en Buenos Aires.
En 2004, ya tenía pensado
qué quería hacer: un archivo audiovisual con entrevistas, audios y
videos de escritores, donde se indagara sobre el proceso creativo de
la escritura. Es decir, el proyecto utilizaba herramientas de la
Comunicación, pero gestionarlo ya era un terreno diferente. Así,
tras mucho andar, nació la Audiovideoteca de Escritores, dentro del
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Entre 2004 y 2011, la
codirigí. Fue un equipo multidisciplinario que estaba integrado por
doce personas, en su mejor momento. Mientras estuve allí, se
relevaron y compilaron unas cinco mil horas de audios y videos sobre
escritores, se editaron setenta programas de tv, varios de radio, un
sitio web con fragmentos de las entrevistas, y se realizaron más de
doscientas entrevistas a escritores argentinos.
En 2008 fue un momento
importante para mí en lo personal con relación a la poesía. Fue
como si me dijera: ¿vas a seguir este camino o lo vas a abandonar? Y
la respuesta fue, lo voy a seguir. Hoy, diez años más tarde, ya no
hay dudas al respecto.
En 2010 conocí a Marisa Negri, poeta y
docente, y a su proyecto incipiente: Festival de Poesía en la
Escuela. Me enamoré de esa poesía leyéndose en la inquietud de un
patio con trescientos jóvenes. Le propuse acompañarla en el desafío
y sumarme desde lo que sabía como gestora cultural. Trabajamos mucho
y logramos un montón. Casi todo ha sido trabajo voluntario, un
enorme aprendizaje. En 2018 realizamos el X Festival. Calculamos que
en estos años unos 50.000 chicos y docentes han participado de las
actividades (lecturas, talleres de arte y poesía, música, entre
otras) y unos 300 poetas y artistas.
En 2014 integré con Marisa
Negri, María Julia Magistratti e Inés Kreplak, la coordinación de
la Red Federal de Poesía, un proyecto hermoso que quedó
interrumpido con el cambio de gobierno. En marzo de 2015 hicimos el
Primer Festival Federal de Poesía, con la presencia de más de cien
poetas de todo el país.
Insisto: un nuevo universo se
abrió: participé de muestras en diferentes lugares. Hoy esa pasión
me acompaña. Desde 2008 aproximadamente,
también me dedico a fotografiar buscando con mi cámara de aquí
para allá, escribiendo con la luz y las sombras.
5 — ¿Y tu relación con
“la vecina orilla”?...
AC — Mi relación
con Uruguay es otro de mis “temas”. Cuando
cumplí los veintiún años decidí adoptar la nacionalidad
argentina. El decir, el gentilicio que mejor me define sería el de
rioplatense. Siempre pensé que mi nacionalidad se reúne en un punto
impreciso del Río de la Plata. Desde 1987,
también soy ciudadana argentina, sabiendo que para la ley de Uruguay
(y para mí) siempre seguiré siendo uruguaya. En mi poesía estuvo
el Río de la Plata. Este año y en este mes de diciembre, se
cumplen dos décadas de la edición de mi primer libro de poemas.
Allí, pero también en “El grito” y “Cuadernos de
caligrafía” retomé la infancia y los mitos que fue
construyendo. Son tres momentos diferentes de esa mirada sobre el
pasado. En “Cuadernos de caligrafía” se trata de dialogar
con mi padre, yo adulta, él detenido en sus 33 años. Soy más vieja
que él. Hablamos de la vida, del pasado, de los hijos, de la
escritura.
Fotografía de Cecilia Afonso Esteves |
En 2014, presenté dos obras
al concurso que realiza anualmente el Ministerio de Cultura y
Educación: Premio Nacional de Literatura de Uruguay. Y las dos obras
merecieron premios: “Si tuviera que escribirte”, el Primer
Premio de Literatura Infantil y Juvenil, y “Maneras de ver morir
a un pájaro”, el Segundo Premio de Poesía Inédita. Viajé a
recibir estas distinciones y fue para mí, en lo personal, algo así
como un cierre de capítulo. Volvía al país que había expulsado a
mis padres, y volvía de la mano de la poesía. Se
cumplía un “plan” que había sido bastante impensable.
6 — Mientras, claro, tus
hijos han ido creciendo…
AC — Los hijos han
crecido. Mi misión es acompañarlos de la mejor forma en las
elecciones que hagan. Ahora, lo que puedo decir es que todo está
activado: la poesía, el arte en papel, el trabajo en cultura, los
afectos, el amor de los hijos y el compañero de camino. Todo indica
que estoy preparándome para envejecer, si ese fuera mi destino.
Tengo cincuenta y tres años y no soy de las personas que quieren
trabajar y dedicar mucho tiempo para que los años no se noten. Estoy
sentada debajo de un viejo olmo, escucho el viento, veo lo que hace
con las hojas y la luz, y aquí me quedaría escribiendo y
respirando. Si supiera rezar, mi plegaria solo pediría morir antes
que mis hijos y si fuera posible de una manera plácida.
7 — La segunda edición
de “Si tuviera que escribirte” fue premiada
por la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil Argentina.
AC — Sí, la Asociación ALIJA, que pertenece a la International Board on Books for Young People (IBBY), cada año tiene una edición de “Destacados” que se realiza en el marco de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, en base a todo lo editado en Argentina para chicos y jóvenes el año anterior. Y en 2017, “Si tuviera que escribirte”, en la edición del libro que publicó Ediciones de la Terraza de la ciudad de Córdoba, recibió dos de estas menciones: Mejor ilustración (por la obra de Cecilia Afonso Estéves) y mejor edición (valorando al libro en su totalidad). ¡Fue una enorme alegría para un trabajo en equipo, muy artesanal, laborioso y cuidado que nos llevó dos años!
8 — “Si tuvieras que
escribirle” a Marosa di Giorgio, ¿qué le dirías, contarías,
preguntarías, dibujarías, escribirías?...
AC
— Sería un diálogo en un Jardín
de las Delicias, pero ambientado en el Río de la Plata. Hablaríamos
de amores imposibles, de animales que se comportan como seres
humanos, de plantas que tienen capacidades intuitivas. Yo ilustraría
para ella alguno de sus versos, así como bordé para una muestra sus
palabras sobre mi vestido de Comunión: “Yo
parecía una pastora guiando, en cambio de una oveja, a un lobo”.
Pero… todo eso lo hicimos, a pesar de que ella esté muerta. Porque
¿qué es “leer” sino la posibilidad de encontrarnos con alguien
en un mismo universo de maravillas? Te puedo asegurar que, más de
una vez, Marosa ha respondido a mis cartas.
9 — Entre 1986 y 1988
incursionaste en televisión en la esfera de la producción
periodística. Y en 1989 participaste nada menos que en el programa
de mi admirado Jesús Quintero: “El Perro Verde”
AC — Sí.
Uno de mis primeros trabajos fue como investigadora periodística en
“Historias de la Argentina Secreta”, un célebre programa
documental que transmitía ATC, Canal 7. Eran colaboraciones, nada
estable, pero aprendí muchísimo de la mano de Otelo Borroni y
Roberto Vacca, grandes maestros. A mí me encantaba “El perro
verde”. Veía la versión española. Y cuando supe que Jesús
Quintero venía a producir una versión argentina de su programa, me
presenté con una carta a pedirle trabajo. Él me atendió y me
ofreció ser una suerte de asistente personal. Yo tenía veinticuatro
años y fue una aventura de tres meses en los que me peleaba
constantemente con él; lo recuerdo como una persona muy caprichosa y
difícil. Conocí a su novia Maribel (gran artífice de las preguntas
que hacía Jesús, por cierto), su entorno… lo acompañaba a
probarse sacos de cuero y le decía cuál le iba mejor con el
pantalón que llevaba y después iba con él, el realizador y alguien
de Prensa del Luna Park, a Mar del Plata para que se entrevistara con
Carlos Monzón en la Cárcel de Batán (yo no ví a Monzón, te
aclaro y Monzón pedía mucho dinero por dar una entrevista, así que
nunca se hizo). Entre lo que rememoro como hazañas: le puse el
micrófono a Isabel Sarli sobre su mítico escote y charlé con ella
sobre vestidos y sobre lo que la ponía nerviosa de la entrevista; me
paré al lado de Charly García y comprobé que era altísimo; me reí
con Batato Barea, y otras pequeñísimas anécdotas que hoy son solo
pinceladas de color. Lo cierto es que nunca vi a la gente llamada
“famosa” más que como personas con talento y eso se ve que me
convertía en alguien con quien compartir un momento relajado. Evoco
esa época de mi vida y rescato con ternura a esa joven ávida por
conocer el mundo y las personas. Y en ese punto, no he cambiado.
10 — Coordinaste
talleres de poesía y collage. Y no sólo expusiste tus obras en
muestras colectivas sino que también en individuales.
AC — Así es. Los talleres de poesía y collage fueron una idea compartida con Claudia Contreras, quien fue mi maestra de collage. Hicimos dos o tres temporadas de talleres en la Casa Nacional del Bicentenario. Yo proponía la obra de algún poeta y ella las claves del trabajo visual. Fue realmente hermosa la experiencia. Como mi ingreso a este universo del arte visual fue a los cuarenta y cinco años de edad y de forma casi autodidacta, conservo una relación de juego muy intensa con este espacio. Y en ese sentido, me dejo sorprender por lo que va sucediendo con estas pequeñas obras de papel que realizo. Si me invitan a participar de algo, me sumo con alegría. En 2015, hice mi primera muestra individual en la Casa Castelví de Asunción (Paraguay) y en 2016, en la Casa de la Cultura de Coronel Dorrego, en la provincia de Buenos Aires. Esta muestra se llamó “Un movimiento Hansel y Gretel” y fue impulsada por dos mujeres hermosas que la propusieron: la poeta Laura Forchetti y Eliset Nomdedeu. Tenía una acción participativa donde invitaba a la gente a dejarle un mensaje a la niña o niño que habían sido. Los mensajes se iban atando a piedras que atravesaban toda la sala. Y también participé de varias muestras grupales. Lo colectivo es un espacio realmente rico cuando se trata de compartir experiencias artísticas. Trabajo con papeles antiguos, imágenes, investigo sobre las posibilidades que tiene el papel de ser cosido. Hago vestidos con diferentes tipos de papel, cruzo el papel y la tela en algunas obras. A veces con objetos como cajas, zapatos, juguetes, vestidos de tela, guantes, etc. La infancia, el tiempo y la palabra, siempre están presentes en las obras.
11 — “Extranjerías”.
¿Por qué ese título? Hablemos de esa edición artesanal, de tu
asociación con Florencia Fernández Frank, de si prevés una segunda
edición.
Extrajerías. Edición artesanal. |
12 — “…(¿y
por qué no agregar que la poesía / es una abreviada forma personal
de la ansiedad?)…”, leo en un poema del entrerriano
Alfredo Veiravé (1928-1991). Alejandra, ¿la poesía es una
abreviada forma personal de la ansiedad?
AC — No,
no para mí al menos. De ansiedad, nada. De por sí, no soy una
persona ansiosa. Por supuesto que a veces me pongo ansiosa con
algunas situaciones, pero no me considero ansiosa y menos aun cuando
escribo poesía. Más bien todo lo contrario. La poesía requiere de
una tranquilidad específica, de una suspensión de lo que va a
suceder o está sucediendo que anularía toda forma de ansiedad.
Tampoco soy ansiosa al momento de editar. Confío en que siempre se
alinearán los planetas y que las opciones que se presenten, serán
las indicadas. Tal vez es que no tengo un “a priori” en todo
esto. Me gusta pensar que el camino se va armando y solo requiere de
mí un acompañamiento, estar dispuesta. No hay un sitio al que
quiera llegar. Confío en que donde estoy —sea cual sea ese lugar—
es el sitio en donde debía estar.
13 — ¿Luchás con las
palabras? ¿O es otra cosa lo que te ocurre con ellas? ¿Cómo
definirías lo que con ellas hacés?
AC —
No, no lucho. En el principio lo que hice fue luchar conmigo para que
ellas pudieran hacer lo suyo. Pero a las palabras con las que voy a
escribir tengo que amarlas. Y tanto como para poder crearles una
casa, escenografía o escenario... Me gusta pensar un libro de poesía
como un hábitat con sus propias dinámicas. Y me parece que lo que
hago es construir ese hábitat primero y después escribir allí.
Universos, digamos. Uno es el universo de “Cuadernos
de caligrafía” con un padre que
practica letras al llegar de su trabajo y una hija que le habla a
través de los años y la muerte, proponiendo un diálogo imposible.
Otro universo es el de “Maneras de
ver morir a un pájaro”, una
suerte de distopía donde los pájaros caen como bombas sobre las
cosas del mundo. Otro universo es en el que vive la voz que habla en
“Si tuviera que escribirte”.
Por supuesto que a veces escribo porque tengo que ponerle palabras a
algo que me ha conmovido en un momento determinado. Pero tal vez esos
poemas no van a los libros. Tengo muchos poemas sueltos. El libro
para mí sigue siendo una apuesta hacia esos universos posibles. De
todos modos, ampliando la respuesta: creo que hay una relación
primigenia de una persona que escribe (que respira o habla, incluso)
con la palabra. Algo así como un temperamento que está en el ADN de
la lengua, como si en ese cuerpo que es el lenguaje hubieran quedado
marcas relacionadas con la fuente que las dio a luz. Y en mi caso, mi
palabra siempre estuvo relacionada con la necesidad de alzarse sobre
el mundo que parecía querer aplastarla debajo del zapato del poder y
sus prácticas. En mi palabra poética está la pobreza y la rabia,
está el éxodo y el destierro, están la oscuridad y la necesidad de
buscar nombres a todo lo que no se dijo para poder olvidar. Está el
enfrentarse a la muerte —una lucha que sé perdida de antemano,
pero que sigo creyendo que vale la pena dar—. Hay una rebeldía
allí, hay crudeza, hay pelea no “con” la palabra, sino “desde”
la palabra como posible “arma” de resistencia, de testimonio y
denuncia. En muchas oportunidades, comprobé que esta cuestión
aparentemente sutil, prescindible y que suele promocionarse como algo
inútil y menor, y que anida en el terreno de la fragilidad del
mundo, va dejando su voz entre las voces. Y se hace escuchar aun en
su aparente pequeño registro. Qué sería de nosotros sin las
palabras y los universos poéticos. Sería una completa pesadilla. En
la poesía hay refugio, hay palabra que contrasta con los discursos
alienantes, hay posibilidad de subversión del orden simbólico que
se nos propone desde los poderes que nos dominan y moldean nuestras
humanidades. En la poesía aún hay espacio para respirar.
14 — ¿Con la piel de
gallina, poner ojos de carnero, ver en alguien a una dulce palomita,
esperar que las vacas vuelen o a que cada chancho le llegue su San
Martín?
AC —
Más bien escuchando la canción infinita con la piel que habito y
los ojos atentos de una lechuza, viendo a ese alguien en sus
posibilidades y contradicciones, creando estrategias para que vuele
todo lo que —aun terrestre— pudiera echar vuelo, sin apuro ni
venganza.
15 — ¿Cuál es
tu opinión de la poesía argentina de este siglo XXI —hasta donde
vos sepas, claro— respecto de la que se escribe en otros países de
Latinoamérica, e incluso, España?
AC —
Este es el tipo de preguntas que es imposible responder siendo justo.
Porque —a no ser que fuera académica y me dedicara a estudiar
particularmente el tema— cada quien elige qué leer y es en base a
esa elección que puede balbucear una respuesta más o menos
interesante. Y cuando se responde a algo tan general, se responde
desde esa pequeña visión en la que se habita. A mí me supera la
pregunta, porque la verdad es que tengo una visión relativa sobre lo
que sucede. Puedo intentarlo y decir que hay una poesía muy valiosa
en la Argentina y que hay muchas voces que han logrado una
convivencia interesante. Y me refiero específicamente a poetas que
hoy tienen más de treinta y cinco años. Es decir, una poesía del
siglo XXI que —en una gran cantidad de casos— comenzó a
escribirse o se ha escrito en buena parte, en el siglo XX, poetas que
han vivido y pueden escribir desde una búsqueda vital, madura. Hay
infinidad de paisajes posibles en esta poesía. Y muchísima riqueza
de sentidos y búsquedas estéticas. Y una presencia muy grande de
las mujeres que estuvieron manteniendo espacios con una insistencia
sostenida a través de estas últimas décadas. Lo que he conocido de
la poesía latinoamericana a través de libros o lecturas compartidas
con poetas más o menos de mi generación en estos años, tiene
diferentes paletas de colores, por decirlo de alguna manera. Hay una
poesía que se sigue haciendo en muchos lugares que rescata la
tradición estilística y un lenguaje que parece haber quedado
cristalizado, y esa poesía a mí no me conmueve y para los poetas
argentinos eso es algo superado hace tiempo. Y luego leo voces que
están discutiendo con eso… y que son más interesantes. Pero creo
que, en el caso argentino, se ha trabajado con intensidad en estos
años. Incluso hay jóvenes escribiendo con una relación diferente
con sus “mayores”, con menos diálogo y menos enfrentamiento
también, es como si no se preocuparan por lo que estuvo antes que
ellos. Considero que hay gente que está trabajando a conciencia en
esa búsqueda de novedad y renovación para escribirle a un mundo de
permanente cambio. También veo que alguno de ellos y ellas no
piensan que es importante o recomendable dedicar tiempo a leer lo que
se hizo hasta ahora en el terreno de la poesía. O que no creen que
sea importante la lectura de poesía para escribir poesía, como
hemos pensado las y los poetas de mi generación y generaciones
anteriores. Veo apuro, ansiedad, búsqueda de inmediatez, también
favorecida por las nuevas formas de circulación que me parece que
apuntan más a una disputa por el espacio en la vida de las otras
personas y que muchas veces —y sin ánimo de generalizar— va en
contra de la calidad y de lo que se dice. Hay afán de publicar y
figurar, más que de escribir y que esa escritura entrañe una
búsqueda de sentidos y profundidades. Pero, claro, sabemos que la
época no valora ninguna de esas dos cualidades: ni sentido, ni
profundidad. Tal vez somos dinosaurios no extintos que cohabitan con
la nueva era. Pero me es muy complejo poder sacar conclusiones sin
caer en un estrechamiento que no me representa en absoluto. Me gusta
lo que fluye y cambia. Me gustaría ver en qué deriva todo esto y
evitar ese discurso de desconfianza hacia los más jóvenes que tanto
me disgusta en los demás. Hay que darles tiempo. En cuanto a la
poesía española, me quedé en Antonio Gamoneda. No tengo mucho
contacto con ella, y lo que me llega en la actualidad (ojo, que esto
habla más de mis limitaciones que de un conocimiento) no ha logrado
entusiasmarme.
16 — Octavio
Paz:
“Cada poema es único, en cada obra late, con mayor o menor grado,
toda la poesía. Cada lector busca algo en el poema, y no es insólito
que lo encuentre: ya lo llevaba dentro.” Paul
Auster:
“El ojo mira el mundo en estado de flujo. La palabra es un intento
de detener el flujo, de estabilizarlo. Y, sin embargo, nos empeñamos
en el intento de traducir la experiencia en lenguaje. De ahí la
poesía, de ahí las vocalizaciones de la vida cotidiana. Ésta es la
fe que previene la desesperación universal... y también la
provoca.” Julio
Cortázar:
“En los grandes poetas, las palabras no llevan consigo el
pensamiento; son el pensamiento. Que, claro, ya no es pensamiento
sino verbo” Paz,
Auster, Cortázar: ¿qué cita te convoca más honda o
abarcativamente?
AC
— En
este caso, me veo más cercana a Auster. Me gustan: “ojo”,
“intento”, “flujo”, “traducir la experiencia del lenguaje”,
“la vida cotidiana”, “la fe”, “la desesperación
universal”. Me gustan así, extraídas de contexto, en orden
flotante. Ahí me encuentro. Ese es mi espacio de escritura.
17
— Advierto —y no en primera ni segunda lectura— en tu detalle
curricular: “En
2013 realizó la memoria escrita del Grupo Teatral Catalinas Sur”.
Hablemos, por favor, de ese grupo de teatro fundado en 1983.
AC
— Bueno,
ellos pueden dar cátedra de la creación comunitaria en torno a un
proyecto artístico. En 2013, cuando se cumplían los treinta años
del grupo, fui invitada por su director, Adhemar Bianchi, a “ordenar”
esa memoria. El libro que finalmente salió editado, no fue
exactamente mi versión del asunto. Pero lo que puedo decir es que
recorrer treinta años del trabajo que realizaron me produjo una
enorme alegría y admiración. En lo personal, me sirvió para
comprender cómo una idea pequeña, puesta en el lugar adecuado y
regada pacientemente, puede hacer la diferencia. El Grupo de Teatro
Catalinas Sur es un ejemplo de espacio construido entre muchos, habla
sobre el rol del arte en la sociedad, del trabajo con las personas,
de los espacios que se pueden crear fuera de los grandes discursos
del poder sobre lo que somos y podemos hacer. Los aplaudo de pie.
18
— Además de poemas sueltos, ¿qué abordan, o
rodean, o atraviesan tus —ya nos dirás si existen— libros
inéditos? ¿Qué abordarían o rodearían o atravesarían eventuales
libros con los que pudieras fantasear?...
AC — Estoy
trabajando en un libro que tiene a la nieve y a la comunicación como
protagonistas. Y otro donde el tema central es el viaje y donde
quiero retomar la voz que “habla” en “Si tuviera que
escribirte”. Me resulta imposible imaginarme lo que vendrá
después porque será la propia vida la que vaya señalando el camino
de lo que me sea imprescindible escribir.
Alejandra Correa
selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
Sostiene
mi mano derecha
en su mano derecha
la contiene en el hueco
y aprieta mi puño en su puño
pulgar e índice apuntalan esta pluma
Dibujamos unos signos antiguos
Me lleva desde fuera de mi trazo
él es mi trazo
él se aventura, yo lo sigo
pero ya no es a él
es al movimiento y su música
su mano apretando la mía
su movimiento en el mío
Mojamos juntos la pluma en el tintero mínimo
(el olor agrio de la tinta negra
en mi pequeña nariz)
Volvemos el trazo interrumpido
se elevan nuestras manos
se acortan
se ciñen
se controlan
Dibujamos el idioma
Respira tan cerca
su profunda voz emite algún sonido
como dictando:
más corto, más largo, más reunido
Y entonces me dice:
—Ahora, vos sola
y me abre en un abismo
(de “Cuadernos de caligrafía”)
*
Tumba que te tumba
Tuve miedo de tu frío
de que tu frío se adueñara de mí
como un bloque de hielo
atado a mi espalda
en las noches
llorabas en mí de frío
y pensé en abrigarte
con una frazada de ribetes azules
supe mucho más tarde
(demasiado tarde)
que Anaïs quiso hacer lo mismo
con su muerto
(¿una solución literaria?)
en que entonces
el frío
vos y yo
éramos los únicos
en este mundo de locos
(de “Cuadernos de caligrafía”)
en su mano derecha
la contiene en el hueco
y aprieta mi puño en su puño
pulgar e índice apuntalan esta pluma
Dibujamos unos signos antiguos
Me lleva desde fuera de mi trazo
él es mi trazo
él se aventura, yo lo sigo
pero ya no es a él
es al movimiento y su música
su mano apretando la mía
su movimiento en el mío
Mojamos juntos la pluma en el tintero mínimo
(el olor agrio de la tinta negra
en mi pequeña nariz)
Volvemos el trazo interrumpido
se elevan nuestras manos
se acortan
se ciñen
se controlan
Dibujamos el idioma
Respira tan cerca
su profunda voz emite algún sonido
como dictando:
más corto, más largo, más reunido
Y entonces me dice:
—Ahora, vos sola
y me abre en un abismo
(de “Cuadernos de caligrafía”)
*
Tumba que te tumba
Tuve miedo de tu frío
de que tu frío se adueñara de mí
como un bloque de hielo
atado a mi espalda
en las noches
llorabas en mí de frío
y pensé en abrigarte
con una frazada de ribetes azules
supe mucho más tarde
(demasiado tarde)
que Anaïs quiso hacer lo mismo
con su muerto
(¿una solución literaria?)
en que entonces
el frío
vos y yo
éramos los únicos
en este mundo de locos
(de “Cuadernos de caligrafía”)
*
II
En japón
los niños fingimos infancia
un largo acto escolar
para quienes nos piden
que juguemos en la ladera
de la montaña nevada
donde los perros nos acechan
con sus ojos de muerto
¡jueguen! — ordenan
¡canten sus canciones!
quieren que soñemos
una ciudad de huesos
entre los cuerpos podridos
de una enorme fosa
(de “Los niños de Japón”)
*
En japón
los niños fingimos infancia
un largo acto escolar
para quienes nos piden
que juguemos en la ladera
de la montaña nevada
donde los perros nos acechan
con sus ojos de muerto
¡jueguen! — ordenan
¡canten sus canciones!
quieren que soñemos
una ciudad de huesos
entre los cuerpos podridos
de una enorme fosa
(de “Los niños de Japón”)
*
II
Yo no sé
si habrá belleza
en un mundo que olvida
su cuerpo de aire
(de “Maneras de ver morir a un pájaro”)
*
Yo no sé
si habrá belleza
en un mundo que olvida
su cuerpo de aire
(de “Maneras de ver morir a un pájaro”)
*
III
Somos tres sobre la tierra
vos
yo
y la muerte de todos los pájaros
(de “Maneras de ver morir a un pájaro”)
*
Somos tres sobre la tierra
vos
yo
y la muerte de todos los pájaros
(de “Maneras de ver morir a un pájaro”)
*
Entrevista realizada
a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, Alejandra Correa y Rolando Revagliatti, diciembre 2018.
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