CICLO DE CRÍTICA LITERARIA: "El contador de gotas", poemario de Francisco Javier Irazoki

La visisón de Fernando Aramburu 

Alguna vez, quizá con más descaro que ciencia, vaticiné que el futuro de la poesía como género creativo (y no como mera reiteración de formas métricas heredadas) estaba en la prosa. Se entiende que no en cualquier prosa, tampoco en el estilo bonito, azucarado, de adjetivación excesiva, que algunos, sin mala intención probablemente, nos han querido vender como poesía. No me molesta leer un buen soneto reciente como tampoco le hago ascos a la música del laúd, y todavía, por fortuna, compruebo que cierto tipo de versos me permiten activar la experiencia poética.
Uno de los escritores que, a mi juicio, ha contribuido con mayor pericia y acierto literario a la creación de una prosa poética moderna es Francisco Javier Irazoki, de quien habíamos leído Los hombres intermitentes (2006) y Orquesta de desaparecidos (2015), ambos títulos editados en Hiperión. A estos dos libros de poemas en prosa, como el propio autor gusta de llamarlos, se añade ahora El contador de gotas (2019), con el que culmina el proyecto. No sabemos si Irazoki ofrecerá en el futuro algún nuevo título de las características de los ya publicados. Lo que sí sabemos, porque el propio autor se ha encargado de manifestarlo, es que la idea inicial consistía en escribir tres obras pensadas para integrar la terna que hoy ya podemos disfrutar completa.
Las tres obras guardan una armonía de temas y estilo, este último caracterizado por una contención elegante y una fina musicalidad verbal que fluye de maravilla tanto en la lectura silenciosa como en la recitación en voz alta.
También El contador de gotas reúne textos, cuarenta y cuatro en total, de sabor autobiográfico, si bien en un sentido no anecdótico. Son textos, por así decir, vividos, sacados por tanto todos ellos de la peripecia vital de quien los escribió, al mismo tiempo que exhiben una rica imaginería. El propio Irazoki lo ha dicho en una entrevista bellísima recientemente publicada en El Cultural (donde, además, ejerce de crítico de poesía): “En realidad, todos mis libros son autobiográficos.” Y especifica con una punta de ironía: “Todavía ignoro cómo se describe literariamente lo que no me ha ocurrido.
Irazoki tiene esas tres cosas que no faltan nunca al poeta grande: escritura, un mundo propio y una filosofía de la vida, que en su caso reposa sobre un suelo moral básicamente humanista. Hay, en este como en sus libros anteriores, dolor y agradecimiento, toma de postura sin tapujos y seres concretos. La suya es una poesía habitada, no escasa en nombres propios, ya sea dentro de la composición o en las dedicatorias. Ahora bien, no es mi intención escribir aquí una reseña al uso sino dar noticia, a quienes conserven la capacidad de sentir y disfrutar, de un libro hermoso, muy hermoso; de un libro emocionante, magníficamente escrito, de una enorme densidad humana. O, dicho de otro modo, El contador de gotas es un título mayor de uno de nuestros poetas mayores.

La visión de Álvaro Valverde

Francisco Javier Irazoki, una reseña y un poema



El contador de gotas
Francisco Javier Irazoki
Hiperión, Madrid, 2019. 113 páginas.

Irazoki (Lesaka, 1954), componente en su juventud del grupo CLOC, crítico musical y literario, residente en París desde 1993 (con doble nacionalidad, francesa y española, desde el año pasado), reunió en Cielos segados (1992) sus tres primeros libros de poesía (ÁrgomaDesiertos para Hades y La miniatura infinita) y en 2002 dio a la imprenta Notas del camino (con fotografías de Antonio Arenal), pero para el común de los lectores se dio a conocer con Los hombres intermitentes, publicado en 2006 por Hiperión, su editorial desde entonces. A ese título le han seguido La nota rotaRetrato de un hiloOrquesta de desaparecidos y Ciento noventa espejos.
Su poesía adopta la forma del poema en prosa, por más que lo lírico se anteponga a cualquier otra consideración; a pesar de que, como ha escrito, sigan “activos los vigilantes del dogma literario. A su juicio, la poesía debe limitarse a unas líneas recortadas y un lenguaje selecto”.
El contador de gotas se abre con una elocuente cita de Ramón Eder: “Sin compasión no hay cordura”.
Desde la primera línea (y qué fuerza tienen los primeros versos de Irazoki, frutos, parecen, de la inspiración y no del cálculo), se aprecia cómo todo fluye a favor del misterio, que, como ya dije, linda con lo mágico y hasta con lo surrealista, donde las metáforas son verídicas y accesibles y no meros artilugios retóricos, donde la imaginación, en fin, se abre paso con el adecuado sigilo y no con el alarde de la pirotecnia verbal. Fernando Aramburu, uno de sus mejores lectores, se ha referido, con solvencia, a “esa especial destreza suya para la creación de imágenes y símbolos”.
“Lentamente comienzo a escribir ante un desierto helado”, afirma. A partir de ahí, la última línea del primer poema, Irazoki se deja llevar por los territorios de la memoria. Desde su Lesaka natal: “Nací en una familia de campesinos y pastores feos que enamoraron a mujeres de gran belleza”.
Al destello de la iluminación o la epifanía, al vislumbre del aforismo, se une la demora del relato (en “Humo paralelo”, por ejemplo), lo narrativo, siempre con voluntad de estilo, con clara conciencia literaria.
Se subraya la cualidad del solitario. De sus tíos, pastores desterrados en Norteamérica. Y del propio autor, quien en una metafórica alusión al zorro, dice: “Su poema está creado lejos del grupo. No imita al perro sumiso ni al lobo gregario”. “Su manada es interior”, “su soledad omnívora”.
Nos habla de Dioni, el hijo extremeño del guardia civil, y del fútbol (que a Irazoki le ocasionó de muchacho una lesión irreversible de columna), “una variante de la labranza”, mucho más que un juego. Como el ciclismo. Y de los emigrantes del Barrio Jaén. Y del silencio (“Éramos personas estropeadas por el miedo”).
La infancia, la adolescencia y la juventud son protagonistas. En la aduanera Irún (donde descubre la música, asunto de “Farmacia musical”). Durante los años amargos de ETA (léase “Brindis a la oscuridad”), cuando “la belleza era un país lejano”. Y ellos, unos racistas.
Abundan los retratos de seres solitarios: Blas de Otero, J. G. Aranguren, Verlaine, Ribeyro, H. Châtelain, M. Pagazaurtundúa, Dickinson… Como la poeta de Amherst, Irazoki escribe “para tamizar su angustia”. Como para ella, las palabras son su “única habitación”. Llena de bondad (una “conquista intelectual”) y compasión. Un  emocionado “escudo contra el dolor” (en el impresionante “Fábrica de desiertos”, acerca de un diagnóstico fatal). Su escritura es ante todo una ética. De estirpe camusiana, cabe precisar. Con pocas pero firmes convicciones (anotadas en “Cuadernos de juventud”). Entre ellas, “Que el perdón sea más fuerte que la herida”.


LOS AMENAZADOS 


Caminamos cerca de un cristal transparente. Su altura no puede ser abarcada por la vista de los hombres. Al otro lado, unos bultos imitan todos nuestros movimientos. 

El cristal nos sirve de espejo y contra él levantamos los días. Terminada la juventud, percibimos con menos confusión las siluetas que nos copian cada gesto. Las figuras dejan entrever fragmentos de su interior: el desgaste físico, bolsas de rutina, la enfermedad, unos hilos de descreimiento. 

En horas de miedo y cólera, golpeamos el cristal. O lo cubrimos con la invención de unas creencias. Ideales, devociones, certezas y aventuras son paños que esconden imágenes de una amenaza. 

Con agonía rápida o larga cruzamos el cristal. Nos deshacemos en los bultos borrosos que circulan a poca distancia de los vivos. 


NOTA: Esta semana se ha publicado en El Cultural una versión de esta reseña en la que figuran cortes que desvirtúan, siquiera en parte, su verdadero sentido. Cosas que pasan, ya se sabe, cuando del papel y sus limitaciones impresas se trata, lo que no obsta para que a uno, que se toma su modesto trabajo muy en serio, le duelan en el alma. A mí (no me consultaron los cambios), sí, pero también al autor y a los hipotéticos lectores, que habrán leído con estupor algunas afirmaciones mal expresadas. 
Me aseguran que en la versión digital del acreditado suplemento (el próximo lunes) se dará íntegra la recensión, pero esta vez prefiero adelantarme y ofrecer a quien quiera leer lo que en rigor escribí sobre este libro ejemplar. 




El poeta Francisco Javier Irazoki (Lesaka, Navarra, 21 de octubre de 1954) fue periodista musical en Madrid. Colaboraba en revistas como Disco Expres (bajo la dirección de Erwin Mauch) y El Musiquero (dirigida por José María Iñigo). Formó parte de CLOC, grupo de escritores surrealistas. Desde 1993 reside en París, donde ha cursado estudios musicales: Armonía y Composición, Historia de la Música, etc.
Como escritor, sus primeros poemarios editados fueron Árgoma (Estella, 1980) y Cielos segados (Universidad del País Vasco; Leioa, 1992), que incluía los tres volúmenes de versos escritos hasta esa fecha: Árgoma (1976-1980), Desiertos para Hades (1982-1988) y La miniatura infinita (1989-1990). Más tarde, Irazoki publicaría Notas del camino (Javier Arbilla Editor; Pamplona, 2002, con fotografías de Antonio Arenal), el libro de poemas en prosa Los hombres intermitentes (Hiperión; Madrid, 2006), La nota rota (Hiperión; Madrid, 2009), cincuenta semblanzas de músicos de épocas muy variadas, el libro de poemas en verso Retrato de un hilo (Hiperión; Madrid, 2013), el libro de poemas en prosa Orquesta de desaparecidos (Hiperión; Madrid, 2015) y el volumen de prosas variadas Ciento noventa espejos (Hiperión; Madrid, 2017). La Asociación de Escritores Extremeños y la Junta de Extremadura editaron en 2010 y 2012 tres antologías-plaquettes de Irazoki.
Sus poemas han sido recogidos en las antologías 23 (Hórdago; San Sebastián, 1981), Anales de Trotromrotro (Haranburu Editor; San Sebastián, 1981), Antología de la poesía navarra actual (Diputación Foral de Navarra, Institución Príncipe de Viana; Pamplona, 1982), Antologia della poesia basca contemporanea (Crocetti Editore; Milán, Italia, 1994), Poesía vasca contemporánea (Litoral; Torrelodones, Málaga, 1995), Navarra canta a Cervantes (Carlos Mata Induráin Editor; Pamplona, 2006), Nueva poesía en el viejo reyno. Ocho poetas navarros (Hiperión; Madrid, 2012), Abrazando esa tierra / Lurralde hori besakartuz (antología de poetas vascos publicada por GPU Ediciones; Villa María, Argentina, 2013), Diez bicicletas para treinta sonámbulos (Demipage; Madrid, 2013), Nocturnario, 101 imágenes y 101 escrituras (Editorial Nazarí; Granada, 2016), Libro de las invocaciones (Pablo Gallo; Reino de Cordelia; Madrid, 2016), Proyecto escritorio (Cuadernos del Vigía; Granada, 2016), El pájaro azul, homenaje a Rubén Darío (Artificios; Granada, 2016), Drogadictos (Demipage; Madrid, 2017), La poesía en Navarra. S. XXI (TK; Pamplona, 2017), En unos pocos corazones fraternos [antología solidaria] (Entorno Gráfico Ediciones; Granada, 2017). Un poema de Irazoki, "Habitación 306", es analizado por Fernando Aramburu en el libro Vetas profundas (Tusquets; Barcelona, 2019).
Ha seleccionado y traducido del francés los poemas del dramaturgo, cineasta y poeta Armand Gatti incluidos en el libro Antología (Demipage; Madrid, 2009). También ha hecho una selección de los poemas de Félix Francisco Casanova (Antología poética, Cuarenta contra el agua; Demipage; Madrid, 2010) y Jesús Munárriz (Materia del asombro; Hiperión; Madrid, 2015). Ha revisado la edición de las Obras completas de Félix Francisco Casanova (Demipage; Madrid, 2017).
En 2011 participó en el libro-homenaje a Raymond Queneau (Cien mil millones de poemas; Demipage; Madrid, 2011).
Durante cuatro años (2009-2013) publicó su columna Radio París en El Cultural, suplemento del diario El Mundo. Desde 2013 es crítico de poesía en dicho medio de comunicación.
Irazoki, que conserva su nacionalidad española, posee desde 2018 la nacionalidad francesa.

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