Federico Gallego Ripoll (Manzanares, 1953), es miembro fundador del Aula de Poesía de Barcelona. Su obra poética publicada comprende: Poemas del Condottiero (1981), Libro de las metamorfosis (1985), Crimen pasional en la plaza roja (Accésit del “Premio Adonáis”, 1986), Escrito en No (“Premio Castilla-La Mancha”, 1986), Caín (1990), Tarot (1991), Tratado de Arquitectura (1991), Ciudad con puerto (“Premio Barcarola”, 2001), La Sal (“Premio Feria del Libro de Madrid”, 2001), Para entrar en la nieve (2002), Quién, la realidad (“Premio Jaén”, 2002), La torre incierta (“Premio San Juan de la Cruz”, 2004), Mal de Piedra (2005), Cantos Prófugos (“Premio Ciudad de Irún”, 2006), Los poetas invisibles (y otros poemas) (“Premio Emilio Alarcos”, 2007), Un lugar donde esperarte, Antología 1981-2007 (2008). Dentro del día, acaso (“Premio Ciudad de Badajoz”, 2011) y Quien dice sombra (“Premio Villa del libro”, 2017). Desde 1995 vive en Palma de Mallorca.
LA TRAMPA Y LA LLAVE
LA TRAMPA Y LA LLAVE
(Una
aproximación a “Leopardo”,
de Raúl Nieto de la Torre)
Por Federico Gallego Ripoll
Raúl Nieto de la Torre. (Madrileño de 1978, doctor en
Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid y
profesor de Lengua castellana y Literatura en un Centro de Educación
de Personas Adultas, Raúl Nieto de la Torre ha publicado como poeta,
desde su inicial “Zapatos de andar calles vacías” (Vitruvio,
2006) -traducido al francés y publicado en Francia bajo el título
“Pas perdus dans des rues vides” (Pleine page, 2008)-, “Tríptico
del día después” (2008), “Salir ileso” (2011), “Los pozos
del deseo” (2013), “Leopardo” (2017) y “Una jaula vacía
cerrada por dentro” (2019). Su labor –desde la agudeza de su
particular actitud poética de original vehemencia y lucidez-, es
también considerable como narrador, ensayista y crítico literario.)
De los árboles solitarios y otras utopías
Conviene
alejarse de vez en cuando de la frondosidad del bosque para disfrutar
de la sombra clemente de los árboles exentos, sabios y escuetos en
la verdad de su independencia. También la sombra de los árboles
solitarios hace lenguaje, recicla emoción, subvierte la precariedad
inútil de la excluyente ortodoxia, tensiona el aire en torno a las
palabras, y nos humedece como una lluvia horizontal que nos nutre a
pesar de los muchos prejuicios de que adolece este cada vez más
defensivo acto (revolucionario) de leer nueva poesía en tiempos de
tanta entelequia intelectual, tanto rimado pretencioso, tanto
desatino.
Raúl Nieto de la Torre (en quien
hay que fijarse con atención, pues lo merece), es uno de los nuevos
poetas consolidados que avanzan construyendo con solvencia su poesía
desde el consecuente acto de querer ser, ajeno a pactos distintos al
de su propia responsabilidad, consolidando cada palabra sobre las
previas y comprometiendo nuestra lectura en la propuesta de la
emoción inteligente de una poesía de línea clara pero de denso y
nada improvisado fundamento. Aunque este comentario se centra en
“Leopardo” (Ed. Tigres de Papel, 2017), su actitud centinela
viene de lejos, desde “Zapatos de andar calles vacías”, de 2006,
y se mantiene alerta en una permanente disposición tamizadora de la
realidad, que a través de sus palabras adquiere ese don de ser pura
sustancia desprovista de sargazos, porque la suya es una mirada
superadora de lo ya asimilado, y bien distante de la tediosa
inconsistencia que generalizan las viejunas nuevas (?) voces, desde
la complicidad inexplicable de ciertos sellos editoriales.
Vivir duele
En
“Leopardo” la realidad del poema es una otra realidad intercalada
y simultánea a la indiscutida. Nieto de la Torre escribe desde ese
estado de conciencia expandida al que el lector atento debe procurar
acceder. La sustancia de lo escrito convierte la ordinaria en
realidad virtual. Lo que existe ES el poema. (Y lo externo, para ser
verosímil, ha de saber adaptarse a él.) El poeta / leopardo no se
embosca para atacar, sino para sobrevivir, protegerse y anular la
inercia de una objetividad adusta donde ver es una facultad vinculada
al dolor. Vivir duele, la responsabilidad pesa, conocer compromete;
sólo compartiendo lo decantado de la existencia el poeta descansa,
intenta entender, puede avanzar dentro de esos zapatos “manchados
de poemas / como de sangre seca”, que son frontera táctil,
reconocible, entre el yo y lo otro.
En Raúl Nieto de la Torre hay un
punto de irracionalidad intuitiva que dota a sus imágenes de una
sinceridad germinal: no inventa, describe cuanto huele, saborea,
escucha, toca y ve; (también cuanto comprende, discute, padece y
soporta). Se trata de conectar, de conocer, con la capacidad no
controlable del lector, lo tampoco controlable del poeta, lo que se
escapó a su dominio teórico del poema, que no es un formato
objetivable, sino un vehículo de transmisión de aquello que no
puede ser comunicado de ninguna otra manera. El poema (su mensaje)
depende de sí mismo, y lo que le da en “Leopardo” esa cualidad
de inefable es el que, en gran medida, excede a la potestad del poeta
el controlar lo más auténtico y genuino de la poesía que se
contiene en el poema, (cosa que no siempre acontece en otros
contemporáneos, porque poema y poesía no son conceptos sinónimos).
Las
palabras tienen un poder superior al de su propio significado en
función de la importancia que les queramos otorgar o del lugar donde
se sitúan. Un título obliga, y en una obra de creación, como es la
poesía, más. Así, en este libro concreto, la palabra “leopardo”,
escrita en el tímpano de su frontispicio, es la raíz que sostiene
en pie el edificio poético. Sin evidenciarse, condiciona; el lector
la tiene ante sí como reclamo que se busca en la lectura de los
textos: no está pero no se puede obviar, el poeta es un animal
silente, nocturno, fiel, acechante... (¿o no?) ¿En qué, de
leopardo, se asume el poeta?, ¿y el libro? Las palabras nunca son
inocentes, y aún lo es menos nuestra intención al usarlas en un
contexto determinado. No importa que el significante no aparezca
hasta el antepenúltimo poema: el leopardo acecha dentro de la
escritura, “de nada a nada”, que en el poeta es intensidad sin
reservas, clarividencia intuitiva, acierto. Quizás lo que Raúl
Nieto de la Torre quiere que sepamos es que el leopardo, como “el
verdadero poema, no está donde lo oímos”.
Hay un tú versátil, mudable en una
identidad a veces concreta de alguien ante quien el poeta considera
que se debe justificar, y que en otras ocasiones adquiere la
maleabilidad que le prestan los vasos comunicantes de los poemas,
donde el líquido absoluto de su conciencia se acoge al abrazo y al
reposo de una forma cambiante, ajena a él; ”como quien oye el
blanco de la nieve”, no escucha, oye (cualidad animal vinculada a
la supervivencia, a la defensa del territorio, al desvelo). Es
siempre en el reverso, en el más allá (o más acá) de los poemas,
donde la emoción suele agazapar sus arquetipos permitiendo ese rumor
silente de la brasa escondida, la combustión interna donde el poeta
se mimetiza con los versos en el mismo momento en que son destilados,
hasta propiciar el que, en determinadas ocasiones, no se pueda
delimitar quién escribe a quién. Poesía del desconcierto y de la
verdad, poesía inevitable.
Apostar el resto
Las
dos partes del libro se articulan de manera equilibrada y permiten un
itinerario que se va recorriendo de manera lenta y consciente, en ese
aprendizaje continuado de lo que es forma y fondo de manera
entrelazada, vinculante. Ser mientras se va siendo. Forma en la que a
veces la presión de la realidad evidente, al ser verbalizada, exige
una salida a las afueras de la tensión para encontrar aire o reposo.
La
poesía discurre en “Leopardo” con lentitud, retrasada como sobre
un lecho de papel secante que obliga a las palabras a aferrarse al
soporte. No hay nada superfluo, es en lo esencial en lo que se
construye la poesía, y todo lo es, ningún concepto estorba o
degrada la intención del poeta, ese “mismo animal / paralizado
enfrente de la misma luz”. Una cruda exposición de criaturas
inocentes; lo sensible del yo decisorio es siempre factible de
recibir dolor: expuesto, frágil, una imperiosa necesidad de recibir
respuestas. El poeta vive a medio camino entre Hopper y Lucien Freud
(aunque todavía no lo sabe).
“Hablo tu idioma / y el mío tú
lo hablas / porque aún son el mismo, // pero no sé qué dices.”
Esta poesía habla desde la franqueza de su propia sorpresa, y en
ella se trasluce una reflexión más personal que poética. Su autor
no sabe no serlo, y los poemas se desarrollan desde la certeza de esa
cualidad de inevitable: vida y poesía se mantienen como condiciones
de realidad unívoca, porque a lo que accede el poeta es a lo que
accede el hombre, que avanza acompañado de su creciente
desconcierto. Raúl Nieto de la Torre siempre será un poeta en
riesgo mientras acepte el don: vivir al filo de lo inevitable, ir
reconociéndose en un lenguaje propio a medida que se despliega,
apostar en cada palabra el resto, porque late desde la verdad en
medio de tanta poesía prescindible.
El ojo de un caballo recordado en la infancia
La de “Leopardo” es una poesía que se instala más acá de lo urbano y de lo externo. La Naturaleza que se despliega es descarnada, esencial, metafísica; no es incompatible con la ciudad, sino que transcurre simultánea a ella, como realidad viva, cambiante, dentro de las cosas, dentro de la palabra, que es elemento sustancial donde la poesía se da como un fenómeno atmosférico, profundo. Aquí la poesía no se escribe: ocurre. El idioma es fruta y es silencio, esa rama interior donde se posa esta poesía, que es animal y sorpresa de serlo. Todos los elementos que aparecen van consolidando una realidad profunda a la que el lector accede desde la conciencia de que lo que se describe es sólo trasunto sutil de lo real, porque la vida se observa (y transcurre) en el ojo de un caballo recordado en la infancia. Hay una personificación constante: la flor vacía, el humo sin memoria, el corazón del aire, lo que ven las hojas de los chopos, el hielo que sueña, la espalda del mundo, la sordera de los árboles, el amarillo silencioso, el cielo que crece...
Aun en plena noche, “Leopardo” está escrito en el mediodía de los poemas –potestad poética-. A mediodía, la sombra se resguarda solapada bajo el ser, no hay ocultación posible. La palabra queda expuesta y ofrece su cuello, su indefensión consentida. Pero el lector evita lo vertical, se embosca en su posibilidad de interpretación de cuanto la luz no oculta. Siempre retiene su ventaja el lector (que lo tiene todo por decir: el poeta ya ha hablado) aunque caiga a veces en la trampa del poema; todo poema encierra una trampa y una llave con la que el lector puede elegir salir o quedarse. Estos poemas se desarrollan bajo una cruda luz cenital, configurados por líneas rectas y, a la vez, por una profunda luz nocturna, irreal, soñada. La naturaleza, la ciudad, el entorno, el amor, el miedo a la pérdida, la conciencia de la propia identidad, establecen su urdimbre y su trama en una horizontalidad expuesta, inerme, aunque el reverso del poeta aceche. El zapato, el andar, el camino consciente, son lugares para la poesía: lugar del dolor, porque caminar implica sufrimiento. Aun cantando a la muerte, a lo que se canta es a la vida desde esa realidad conjunta inseparable. Vivir es instalarse muchas veces “en el silencio de las cosas”, en esa lluvia “que no llueve para nadie”. Ése es también el lugar de la poesía de Raúl Nieto de la Torre. “Leopardo” es una realidad ya ajena a su autor, que busca nuestros propios bosques, que nos acecha y preserva. Es un libro que permanecerá haciendo permanecer la voz del poeta que lo ha escrito y compartido. La verdadera poesía tiñe. No se puede salir de la poesía del mismo color con que se entró. Después de “Leopardo”, hemos de aprender a identificar el nuevo color de nuestras manos.
El ojo de un caballo recordado en la infancia
La de “Leopardo” es una poesía que se instala más acá de lo urbano y de lo externo. La Naturaleza que se despliega es descarnada, esencial, metafísica; no es incompatible con la ciudad, sino que transcurre simultánea a ella, como realidad viva, cambiante, dentro de las cosas, dentro de la palabra, que es elemento sustancial donde la poesía se da como un fenómeno atmosférico, profundo. Aquí la poesía no se escribe: ocurre. El idioma es fruta y es silencio, esa rama interior donde se posa esta poesía, que es animal y sorpresa de serlo. Todos los elementos que aparecen van consolidando una realidad profunda a la que el lector accede desde la conciencia de que lo que se describe es sólo trasunto sutil de lo real, porque la vida se observa (y transcurre) en el ojo de un caballo recordado en la infancia. Hay una personificación constante: la flor vacía, el humo sin memoria, el corazón del aire, lo que ven las hojas de los chopos, el hielo que sueña, la espalda del mundo, la sordera de los árboles, el amarillo silencioso, el cielo que crece...
Aun en plena noche, “Leopardo” está escrito en el mediodía de los poemas –potestad poética-. A mediodía, la sombra se resguarda solapada bajo el ser, no hay ocultación posible. La palabra queda expuesta y ofrece su cuello, su indefensión consentida. Pero el lector evita lo vertical, se embosca en su posibilidad de interpretación de cuanto la luz no oculta. Siempre retiene su ventaja el lector (que lo tiene todo por decir: el poeta ya ha hablado) aunque caiga a veces en la trampa del poema; todo poema encierra una trampa y una llave con la que el lector puede elegir salir o quedarse. Estos poemas se desarrollan bajo una cruda luz cenital, configurados por líneas rectas y, a la vez, por una profunda luz nocturna, irreal, soñada. La naturaleza, la ciudad, el entorno, el amor, el miedo a la pérdida, la conciencia de la propia identidad, establecen su urdimbre y su trama en una horizontalidad expuesta, inerme, aunque el reverso del poeta aceche. El zapato, el andar, el camino consciente, son lugares para la poesía: lugar del dolor, porque caminar implica sufrimiento. Aun cantando a la muerte, a lo que se canta es a la vida desde esa realidad conjunta inseparable. Vivir es instalarse muchas veces “en el silencio de las cosas”, en esa lluvia “que no llueve para nadie”. Ése es también el lugar de la poesía de Raúl Nieto de la Torre. “Leopardo” es una realidad ya ajena a su autor, que busca nuestros propios bosques, que nos acecha y preserva. Es un libro que permanecerá haciendo permanecer la voz del poeta que lo ha escrito y compartido. La verdadera poesía tiñe. No se puede salir de la poesía del mismo color con que se entró. Después de “Leopardo”, hemos de aprender a identificar el nuevo color de nuestras manos.
Tres
poemas de “Leopardo”
Se
posa el pájaro en sí mismo,
tiene la rama dentro, eso explica
la gracia natural de su reposo.
Algún mandato incumple, sin
embargo,
pues no se queda allí sino lo justo
para que yo lo vea mientras vivo.
Como esa rama, acaso está la muerte
también dentro de él
y de mí mismo.
***
...Y
gira el mundo en busca de su espalda.
¿No es igual que cualquiera de
nosotros
tratando de quitarse algún puñal
clavado?
***
La
llave que me diste
no abría ninguna puerta.
La llave era la puerta
por donde tú saliste.
***
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