CICLO DE POESÍA DEL ESTE: SVETLANA MAKAROVIČ. LA FUERZA DE LAS RAÍCES por Xavier Farré

L’Espluga de Francolí, 1971 es poeta y traductor. Traduce del polaco y del esloveno. Cabe mencionar sus traducciones de Czesław Miłosz (Travessant fronteres. Antologia poètica 1945-2000, Proa, Barcelona), de Adam Zagajewski (Tierra del Fuego/Terra del Foc, Deseo, Antenas, todas en Acantilado, Barcelona) y los ensayos de Zbigniew Herbert; y del esloveno, las traducciones de Aleš Debeljak (La ciutat i el nen, Barcelona, Edicions la Guineu) y Lojze Kovačič (Los inmigrados, Siruela, Madrid). Como poeta, ha publicado Llocs comuns (Lugares comunes) (2004); Retorns de l’Est (Tria de poemas 1990-2001) (Retornos del EstePoemas escogidos, 1990-2001) (2005); Inventari de fronteres (Inventario de fronteras) (2006). En 2008 aparece su último libro de poemas: La disfressa dels arbres (El disfraz de los árboles). Algunos de sus poemas han sido traducidos al croata, esloveno, inglés, polaco y sueco. 
 
 
 
SVETLANA MAKAROVIČ. LA FUERZA DE LAS RAÍCES.
 

 
Escribo desde Buenos Aires, una ciudad que engloba a su vez muchas otras ciudades, muchos mundos diferentes. Aparte de la arquitectura, aparte de las grandes avenidas bulliciosas, y de los paseos por barrios más tranquilos, antes de venir tenía ya interés en encontrar los libros que desde esta ciudad publica una editorial independiente, Gog y Magog, que tiene en su catálogo un buen elenco de poetas eslovenos contemporáneos. La búsqueda ha sido muy ardua, llena de preguntas, de respuestas que lindaban con el silencio, o con la indiferencia más absoluto. He podido apreciar de manera clara el predominio del mercado editorial por el mundo hispano-peninsular. Ya lo había percibido antes en México, pero pensaba que quizás no era así en todo el continente americano. Los anaqueles de poesía están copados por dos editoriales españolas, y encontrar ediciones argentinas es una empresa difícil, aunque no imposible. Por otra parte, los autores argentinos que más se encuentran en son precisamente los que han sido editados en España. Y las librerías no se diferencian unas de otras, parecen una enorme cadena internacional en la que encontramos tan sólo espacios diferentes (qué maravilla la librería Ateneo, que antes había sido un teatro), pero donde el producto se repite como los cromos que comprábamos de pequeños y en los que siempre nos aparecían aquellos que ya teníamos. En aquel entonces, pensábamos que los que confeccionaban los cromos dejaban algunos con muy pocos ejemplares a propósito. Y esto es lo que parece también con las librerías, con la única diferencia que no son los libreros los que tienen la opción de elegir. Ellos son los que compran los cromos antes que nosotros. Por suerte, siempre hay alguien que consigue, no se sabe cómo, los cromos. Hay libreros que te encuentran lo que quieres. En una pequeña librería del barrio de Palermo entablé conversación con un librero que tenía algunos ejemplares de la editorial mencionada. Y en cuestión de un día, me consiguió lo que le pedí. Una maravilla. La desgracia es que esta actitud sea cada vez más una excepción en el mundo editorial que se va quedando muy rezagado en las innovaciones que ya tenemos aquí. Quizás el libro electrónico será una salvación para las pequeñas editoriales, y para aquellos libreros-intermediarios que conozcan el producto. Pero actualmente nos queda ir buscando las novedades y así podemos también pasear por las calles de las ciudades en busca de rarezas que le colman a uno de felicidad. Como al conseguir a estos poetas eslovenos editados por Gog y Magog.
 

 
Uno de los libros que han publicado con gran acierto los editores de esta pequeña empresa argentina es Mujer ajenjo de Svetlana Makarovič, una de las figuras principales de la poesía eslovena del siglo XX. Makarovič nace en 1939 en Maribor, aunque pasa la mayor parte de su vida en la capital del país, Ljubljana. Ha alcanzado gran reconocimiento tanto por su poesía para adultos como también para niños, por sus colaboraciones con el teatro, en definitiva, por su dedicación a varias ramas artísticas. No obstante, es una piedra en el zapato de la sociedad eslovena, su carácter crítico con su país y su sociedad le ha reportado más de una discusión. Es una poeta que no ejerce de mujer poeta, no quiso ser incluida en una antología de poesía eslovena femenina porque el criterio era tan sólo el de género y no el de la calidad. A pesar de esto, Makarovič figura entre las grandes poetas europeas que ha dado el siglo XX, la polaca Wisława Szymborska, la búlgara Blaga Dimitrova o la lituana Janina Degutytė, por nombrar tan sólo unas sucintas referencias. Su línea poética se enmarca en un tipo de creación que ha encontrado suelo fértil y grandes creadores en los balcanes o, especialmente, en la antigua Yugoslavia. Se trata de la reelaboración de elementos del folclore para analizar la situación de la sociedad contemporáneo, del hombre que se encuentra inmerso y completamente perdido en esta sociedad, llena de crueldad, despiadada, que tiene como objetivo (aunque no sabemos si tácito o no) la destrucción del individuo. Una línea que ha tenido su máximo exponente en el poeta serbio Vasko Popa, y que también encontramos en autores como el también esloveno (y pareja de Makarovič) Gregor Strniša, y después en los dos grandes introductores de esta corriente tanto en el resto de Europa como en Estados Unidos, se trata del serbio-americano Charles Simic y del británico Ted Hughes. Evidentemente, la nómina no termina aquí, pero son estos poetas los que han conseguido traspasar las fronteras de sus propias lenguas. 
 
GIRASOLES  
Yo voy por el campo,
entre los girasoles amarillos,
ahí estaré de pie tanto tiempo,
hasta ser un girasol.

Y llega la noche hermosa,
viene volando hacia mí una criatura mortal,
me clavará el pico en la cabeza,
y caeré en el pasto gris.

Los pájaros picotearán
mis ojos girasol,
mis hermanos vegetales
esperarán el sol,

esperarán el sol,
sin saber nada,
inclinaran la cabeza
sólo, porque estará oscuro.[1]
 
La estructura del poema es de una canción, y en el original se mantienen los versos breves junto con una rima que combina la asonancia con la consonancia sin seguir un patrón previamente definido. Son los elementos que enlazan directamente con la tradición y que a la vez aportan una novedad en el poema, puesto que no queda anquilosado en unas estructuras rígidas. Aparece la crueldad por una parte, y el destino irremisible del girasol que puede ser entendido perfectamente como un símbolo. Es ésta una poesía donde el efecto metafórico, incluso la parábola a través de la metáfora se eleva hasta la máxima potencia de la expresión. Es una especie de juego de espejos, donde lo que se refleja somos y no somos nosotros a la vez, nos transmite una imagen en la que no somos nosotros pero donde nos reconocemos e incluso nos vemos en la profundidad de nuestro ser, como ejemplifica un poema de la autora titulado precisamente El espejo:
 
Abre los ojos y en un instante está despierta.
Surge del espejo un rostro extraño.
Intenta quitarse la máscara de la propia piel.
Intenta ahuyentar el frío con velas.
En la puerta el picaporte cruje, se mueve.
A la décima hija se le hiela la sangre en las venas.
Detrás de la puerta no hay nadie. El portón vacío.
Bolas de oscuridad en los rincones. Olor a basura.

Siente sus manos extrañas, sudadas
en las mejillas ardientes, empapadas de nieve.
Sobre su cabeza oscila la garra de la luna,
y se horroriza el cielo sin tiempo.
Y es como si alguien estuviera justo acá al lado
y como si le susurrara algo,
no es voz humana y no son palabras,
es algo – algo enteramente distinto.

En este momento advierte, que está en casa ajena,
como siempre, después de cada estación,
y otra vez carga el bolso de pobre sobre el hombro,
empuja la puerta, se estremece y se va.
Esta noche se refugió en mi pieza,
donde con velas ahuyentó el frío feroz.
Pero esta no es una máscara, esto es piel viva.
De los espejos me mira su rostro.[2]
 
Están aquí algunos motivos del folclore esloveno, como la décima hija, que le da un carácter de reconocimiento en su propia cultura, donde es un elemento de pérdida principalmente, de tener que abandonar el hogar. Pero en la poesía de Makarovič no nos topamos con un surrealismo del todo particular como en el caso de Popa, el elemento de cultura popular sirve para ampliar las connotaciones de temor, de pérdida, de saberse desorientado. Después, la misma autora da a veces la clave de la interpretación dentro del mismo poema, como en los versos finales de El espejo. Sobre todo en el verso final, donde hay un cambio de perspectiva, de persona. Y junto con Makarovič, podemos decir que del fondo de sus poemas me mira u observa mi rostro. En una lección de conocimiento. El arte, la cultura popular, que hemos ido perdiendo a lo largo de los siglos, resurgen aquí para enfrentarnos a nuestros propios temores, a un destino que no deseamos aceptar, pero que está allí, acechando, siempre que volvemos la cabeza.


[1]     En Svetlana Makarovič, Mujer ajenjo, trad. De Julia Sarachu, Buenos Aires, Gog y Magog, 2010. Cito según la edición sin modificar nada, a pesar de que hay varias soluciones que no comparto, y especialmente la coma del último verso que denota una dependencia extrema de la puntuación del texto esloveno.
 
[2]    Ídem.

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