EL GENÉRO EPISTOLAR NO ES UN ANIMAL MITOLÓGICO

Introducción:

La epístola es una manifestación discursiva antiquísima. Aunque hay autores que, como Rico Verdú (1981:133), sitúan su aparición en Roma no podemos ignorar la tradición griega, es de justicia citar al menos a Homero (Ilíada, VI), Heródoto y las cartas apócrifas de Aristóteles y Demóstenes La epístola, con toda su larga y extensa historia ha ocupado a lo largo de los siglos un espacio primordial en la comunicación, la literatura y la sociedad, definiéndose básicamente como composición literaria en formato de carta, en la que el autor se dirige a un receptor determinado, real o imaginario, que se considera ausente.

La epístola clásica, entendida tanto en su relación con la literatura como en la Biblia o en sus distintas manifestaciones de tipo administrativo, ha sido objeto de un buen número de estudios críticos. La historia de tan conflictiva forma literaria es amplia y presenta abundante variedad formal, temática y funcional, como ha puesto oportunamente de manifiesto López Estrada (1960), entre otros.

Hoy en día, las nuevas tecnologías puede que hayan cambiado los medios, pero no el contenido. Seguimos escribiendo cartas, ciertamente de manera distinta, hasta puede que con un nuevo lenguaje, hay expertos que afirman que los mensajes de móviles, por ejemplo, están favoreciendo en cierto modo el renacimiento del género epistolar. El lingüista asturiano Salvador Gutiérrez, considera que "el lenguaje es un organismo vivo, que cambia y se transforma". Por eso cree que la aparición de las nuevas tecnologías está teniendo una serie de consecuencias para el español que no siempre son negativas. Entre los hechos más positivos, el académico incluye el uso del e-mail. Gutiérrez subraya que "internet ha hecho renacer el género epistolar, que estaba prácticamente muerto. Ahora se vuelven a escribir cartas a través del correo electrónico.

En un intento de que las cartas o relatos en forma de carta, con todas sus formas y volúmenes, sigan su proceso de adaptación a los nuevos tiempos, y en su forma más “formal” no se conviertan en un animal mitológico, os presentamos esta semana dos ejemplos, la primera de Juliana Mediavilla, y la segunda de mi autoría, esperamos que disfrutéis de estas dos respiraciones epistolares.

Marián Raméntol Links de interés:
http://www.cervantesvirtual.com
http://www.lavozdeasturias.es

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JUALIANA MEDIAVILLA Carta a la abuela

Barcelona, 7 de noviembre de 2007

Hola, abuela: te extrañará recibir esta carta después de tantos años de incomunicación; aunque en mi vida has estado presente muchas veces y aún hoy sigo viendo tu figura menuda con la toquilla en pico, la cintura breve y las largas sayas.

Hace tiempo que quiero hablar contigo, abuela, a pesar de que te fuiste la primera, aquel abril de 1957. Ya entonces le vi la cara a la muerte, desde la incomprensión de mi niñez y, no te lo creerás, pero estuve muchos meses sin poder mirar tu viejo sillón de mimbre vacío.

Soy Juliana, “mi Julianita” –decías- con ese afán de anteponer el posesivo a nuestros nombres y alargarlos después con el diminutivo. Ya sabes, la mediana de las chicas: un tanto diluida entre el brillo de la mayor y el encanto innato de la pequeña. Quizá por eso –tú que todo lo intuías- me arropabas siempre y nació entre las dos una complicidad especial que todavía me enternece, ahora más, porque yo también soy abuela de una niña que tiene los ojos negros y soñadores, como la larga saga de niñas que se han ido sucediendo en la familia desde que tú no estás.

No heredé de ti ese punto de rebeldía ante la vida, ya me hubiera gustado; creo que tiro más a la madre (a ella le debo muchas cartas, pero todavía no le puedo escribir), tiendo a ser más sumisa y resignada, actitudes que me recrimino constantemente, porque, frente a la tranquilidad de la muerte, la vida es una lucha despiadada, en particular la que libramos contra nosotros mismos.

Recuerdo con claridad lo orgullosa que estabas de todos nosotros, de tus nietos. Tu valentía para enfrentarte al padre o a la madre si se les escapaba la mano: “¡Me valga Dios!” –decías- y más que un ruego era una enérgica amenaza. Hoy también estarías orgullosa de nuestros hijos, tus biznietos. Ellos han crecido en lo que se llama la Democracia y no pueden imaginarse aquel túnel largo y oscuro de nuestra juventud. Unos más y otros menos han estudiado y tenemos titulados en todas las disciplinas: hasta un escritor de comedias y un actor, como lo oyes, cuánto hubieras disfrutado con ellos. “Ellos van para arriba y nosotros para abajo” -hubiera dicho la madre- y yo voy haciendo mías sus expresiones, con lo que se demuestra lo reiterativa y circular que es la Historia.

No estoy muy segura de que te gustara esta época. Recuerdo perfectamente tu reacción cuando oíste la música que salía de un transistor que llevaba un forastero subiendo hacia la Iglesia. Aquella anécdota te desconcertó porque no entendías el mecanismo. Hoy vivimos en un mundo lleno de fenómenos que no entendemos. Por ejemplo, se escriben cartas sin soporte de papel (correo electrónico lo llaman) y los mensajes viajan en el espacio y en el tiempo por etéreas vías que atraviesan países, océanos y continentes con inmediatez y precisión y sin necesidad de cartero. En estos asuntos, yo me quedé anclada en el siglo XX.

Se combaten muchos males, porque el cuerpo se conoce muy bien, pero la muerte sigue llegando cuando quiere, acaso, a veces, la entretienen un poco. Del alma se sabe menos: no la pueden auscultar ni hacerle radiografías, pero te aseguro que duele y las farmacias ofrecen pocos productos para el alivio de ese dolor.

Te explicaría tantas cosas que esta, mi primera carta, sería interminable. Mi memoria empieza a temblar, en particular con la historia más inmediata, sin embargo con qué nitidez y con qué cercanía acudes a mi recuerdo.

Hoy tengo que dejarte, abuela, aunque he tardado mucho, estoy muy contenta de poder hablar, por encima de la barrera de la muerte, de tú a tú, con los que estáis al otro lado, empezando por ti.

Un fuerte abrazo de tu nieta:

Juliana Mediavilla

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MARIAN RAMÉNTOL CARTAS DE
ENTRE-GUERRAS


Desde algún lugar sin tiempo

De nuevo a este lado del papel, en un intento mudo de acercarte y de olvidar este reloj de ausencia prematura, donde las piedras han dejado de llorar porque saben de mi hambre de luna y musgo.

Puede que naciera ciega, pero tengo ojos en la punta de los dedos, y en el estante superior de mi cabeza guardo mis relatos de furtiva, el canto de los cuervos y la receta primordial de mis instintos, y justo en la esquina izquierda, guardo también mis sueños, hoy mismo he colocado con suavidad el último réquiem escrito en las hojas de los sauces. Avanzabas como un astro, ningún canto podría haber borrado de tus pupilas el acero y su desmayo, el éxtasis de las manos, la mirada salivante de las nubes queriendo averiguar cuántas muertes guardabas en el bolsillo. Sí, estabas imponente, con tu nombre palpitante corriendo camino abajo, prisionero de la lentitud del sueño. ¿Cómo podría explicártelo? he sentido la agonía del verde, ese verde mutilado traficante de eternidades en mi jardín más triste, tú lucías una lúgubre cabellera negra sustituyendo al cielo en la playa desierta de mi cuerpo, y una confabulación de silencios me perseguía, llevaban en su espalda el perfume del fracaso y la sangre de la tarde, con el vidrio de los ojos haciendo iridiscencias para confundirme. Entonces tú me regalas una hoja lunar, y yo creo de nuevo, creo en la hiedra imposible del desierto, en el cielo y su herida, y en su lengua de noche que no osa oscurecer el mar.

Tengo que ordenar todas estas hojas secas algún día, las releo de vez en cuando y me doy cuenta que no son más que nuestras hijas aplastadas por la vida, demasiado delgadas y sin secretos. Son como sardinas colgando del esqueleto del cielo, sin casi cuerpo, sin casi voz, tiritando entre las llamas del espanto, con las manos sucias de tierra coagulada.

Querido mío, mi hermano, te sueño en el azul que ya sólo vive en los suspiros del viento, ¿sabes? La luz es enfermiza a este lado del infierno. Qué clandestino se me hace tu recuerdo falsificando la plata de cada escama, con el aire envenenando cada branquia, en este exilio de salinas y arena que me llena la boca.

Hace mucho que mi geografía perdió el Norte y llueve sin parar en esta aberración de espacios decapitados. A contra-piel, siento como el azul se desploma y me integra en su caravana fúnebre.

Todas mis ciudades se espesan. Aumentan de talla a cada huella que engullen, y no pierden jamás el hambre en la mirada, dan miedo. Las moscas han tomado el poder, expertas en miserias, con los libros de texto aún bajo el brazo, pululan impunes sobre los restos de una humanidad cánida que se contenta con recordar la melodía de las canicas para no quedarse tan desnuda, tan sola, tan falta de identidad.

Las farolas dormitan mientras los Blues se matan entre ellos, se quedaron sin brújula musical ¿sabes?, todos los que perdimos la fe nos damos cita en esta plaza enferma, tío-vivo de tristezas, y esperamos a que huya la soledad, con su delantal de camarera y su sexo nuevo, que se vaya bien lejos, que aquí nadie la necesita para amontonar todos los minutos de oscuridad que se pueda.

Sí mi querido hermano, siempre nos hemos bastado a nosotros mismos para disfrazarnos de ratas muertas, para eso, no hacía falta ninguna guerra. Yo he quemado todas mis habitaciones, con sus techos y ventanas, y mis dudas se han aliado con el grito de las llamas para poder ser acusadas de alteración del orden público y comparecer así ante el tribunal supremo, donde un dios con las faldas arremangadas se merienda el destino de la humanidad.

Tengo que ordenar todas estas hojas secas, algún día… te lo prometo.

Siempre tuya.


Marián Raméntol

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5 Comentarios

  1. Me ha encantado tu epístola...

    he disfrutado leyéndola.

    Un saludo.

    Gio.

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  2. Barcelona, a 3 de octubre de 2008

    Queridas Marian y Juliana:

    he decidido escribiros esta carta después de haber disfrutado enormemente con la lectura de vuestro artículo. Lo cierto es que debo admitiros algo. En realidad, me he emocionado mucho.

    En los últimos años he sentido gran nostalgía por la pérdida de esos sobres con mi nombre y dirección que ya no se depositan en el buzón de casa. Recuerdo aquellos domingos por la tarde o algunas noches enamorada; eran momentos en los que solía sentarme tranquilamente a escribir cartas. Se trataba de algo muy especial. Compartía mis pensamientos y sentimientos con alguien invisible, pero presente a la vez.

    Creo que a vosotras os ha ocurrido lo mismo. Sí, no creo que seamos las únicas. ¿Habéis leído "Cartas de Cumpleaños" de Ted Hughes? A Marian le recité un par de poemas de ese libro después de unas copas de vino hace algunas semanas. Si no me confundo, Ted Hughes, tardó veinticinco años en escribirlos y son como una gran carta. Es impresionante cómo describe tan bellamente su relación con Sylvia Plath.

    Al no ser esto papel, temo que en cualquier momento llegue la censura informática y me corte. Prefiero, entonces, detenerme aquí.

    Con mucho cariño,

    Bea

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  3. Marián hola:

    Es precioso. Me ha encantado leerlo. Muy bonita.

    Gracias

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  4. Sois mágicas las dos, cada una en vuestro registro, pero mágicas al igual. He disfrutado enórmemente.

    Gracias por este ratito de tranquilidad

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  5. Mi querida niña:

    La nostalgia me puede incrementada por esta nueva relación "blogera" en la que leo nombres como Ricardi Desola, Juliana y el de mi niña ¿recuerdas que te gustaba te llamara así en Ppura?

    Llevo dos horas perdido por tu Web ganando prosas y versos, hasta en los comentarios me metí.

    Sin embargo, mi primera intención fue la de felicitarta una vez más por tu último premio y a la vista de lo visto he de hacerla extensiva a una labor tan laboriosa y exitosa la tuya, Mariam.

    Un gran abrazo con la coletilla "siempre mi amiga"

    Carlos
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