HEGEL SE MIRA EL OMBLIGO Y LA FILOSOFÍA PIERDE EL ALMA

Ricardo Desola Mediavilla
Licenciado en Filosofía por la Universidad de Barcelona.

Obra Publicada:
  • Causas Perdidas (1º Premio Águila de Poesía de Aguilar de Campoo, 2005)
  • Geoda (Seleccionada Certámen Ciudad de Zaragoza 2007)
  • Versos Diversos (antología), Ed. Atenas 2007.
  • Experimento poético (antología), Educarte, 2007.
  • Sabadell Nord, Ca n'Oriach, Can deu, Can puiggener…, (estudio sobre la historia de las migraciones en la zona norte de Sabadell), Museu d'Història de Sabadell, 2008.
Otros premios:
  • Hermanos Caba 2008, por Concretamente tú.
  • Asociación literaria Verbo Azul, 2008, por El animal que nombra.
  • 2º premio Amanecer de la Casa de Andalucía en Barcelona 2008 por Yo te imagino.
  • Accesit Premio Luys Santamarina 2006.


HEGEL SE MIRA EL OMBLIGO Y LA FILOSOFÍA PIERDE EL ALMA:

Hegel expone su pensamiento acerca del arte en sus Lecciones sobre estética (1829). La primera norma que debía cumplir la estética hegeliana era, claro está, la de encajar en su sistema, como ocurría también con la ciencia, la política, la religión y todas las demás cosas habidas y por haber. Hegel es, por lo tanto, un pensador monista entre los monistas: todo en su filosofía queda reducido a la unidad, todo forma parte del Espíritu Absoluto. Toda forma de conciencia, todo modo de conocimiento es una parte del Conocimiento Absouto, que no es otra cosa que la autoconciencia del susodicho Espíritu Absoluto. Como vemos, la palabra “Absoluto” (así, con mayúscula) es una constante en la obra hegeliana. ¿Y qué papel ocupan la belleza y el arte dentro de este “Todo-en-Uno” que es el pensamiento hegeliano?
Para Hegel no tiene sentido hablar de la belleza fuera del arte, y el arte no es otra cosa que la manifestación sensible de la idea (de la idea Absoluta, se entiende). No es que la belleza natural no exista, es que sólo el arte es capaz de expresar nuestra condición espiritual, es decir, sólo el arte tiene contenido. Al albergar un componente espiritual, el arte participa del Espíritu universal, que se plasma a si mismo y se contempla en cada una de las obras de arte particulares.
Dice Hegel:

Mas, consecuentes con esta manera de ver, creemos poder afirmar que lo bello artístico es superior a lo bello natural porque es producto del espíritu. Por ser el espíritu superior a la naturaleza, su superioridad se comunica por igual a sus productos, y por tanto al arte (20)

Y, poco después, concluye:

Todo lo que procede del espíritu es más elevado que lo que existe en la naturaleza.

Hegel gira el timón de la estética hacia el arte de una manera tan brusca que la belleza natural se esfuma por completo. Los bellos paisajes y el hermoso canto de los pájaros, el inconmensurable espectáculo del cielo estrellado, el colorido de una puesta de sol, la perfección de una geoda, todo eso carece de interés para el Espíritu Absoluto, que sólo se complace (de forma un tanto onanista) en aquellas manifestaciones que comparten su naturaleza espiritual. La superioridad de lo bello artístico respecto a lo bello natural no explica, sin embargo, este nuevo giro de la estética. Como ocurría en el caso de Kant, las ensoñaciones metafísicas se mantienen en la obra de Hegel, como muestra su idea de un Espíritu universal que se conoce a si mismo, o la supuesta escala ontológica según la cual lo espiritual está por encima de lo sensible, y por ello es más digno de estudio. Supongamos que los biólogos anunciaran, de repente, que a partir de ahora centrarán sus estudios en los mamíferos en lugar de hacerlo en los microorganismos, ya que los mamíferos son formas de vida superiores. Todos pensaríamos, con razón, que los biólogos se han vuelto locos, y que un microorganismo (desde el punto de vista de la biología) es tan interesante y digno de estudio como un mamífero. Pero con la filosofía no ocurre lo mismo; puesto que lo bello artístico es superior a lo bello natural, queda justificado que la estética abandone la naturaleza y se centre en el arte.
Abandonar la naturaleza es, precisamente, lo que ha venido haciendo la filosofía desde el nacimiento de la ciencia empírica, como hemos explicado más arriba. Desde éste punto de vista, el desplazamiento hacia el arte en la obra de Hegel es perfectamente comprensible, no sólo para el Espíritu Absoluto, sino también para nuestros pobres espíritus particulares.
El desplazamiento del objeto de estudio de la estética desde la belleza hasta el arte deja a la belleza natural completamente huérfana e indefinida. Ya nadie volverá jamás a ocuparse de ella.
Este giro artístico de la estética (tan aparentemente arbitrario) ha sido asumido de forma completamente acrítica por los pensadores posteriores a Hegel. Los filósofos del siglo XX ya no hablan de la belleza, sino del arte, y más aun; desvinculan por completo los conceptos de arte y belleza. En el siglo XX el arte ya no tiene por qué ser bello, e incluso puede ser descaradamente feo sin dejar, por ello, de ser arte.



Los primeros estetas consideraban el arte como algo digno de estudio precisamente porque poseía belleza. Si las circunstancias han cambiado, cabe preguntarse qué es lo que posee el arte para ser considerado el objeto prioritario de estudio de la estética y (más importante todavía) qué es lo que no posee la belleza natural para ser abandonada en la cuneta.
Como no podía ser de otro modo en un sistema como el hegeliano, lleno de tesis, síntesis y antítesis, el desarrollo del arte a través de la historia se compone de tres fases: arte simbólico, arte clásico y arte romántico. No vamos a detenernos aquí en una explicación detallada de los tres estadios; baste decir que en el arte simbólico la forma supera al contenido, en el arte clásico se logra el equilibrio entre ambos y en el arte romántico el contenido desborda la forma por completo. Por lo tanto, la belleza como adecuación perfecta entre forma y contenido es, para Hegel, cosa del pasado, o dicho de otro modo, el arte ya no tiene ninguna misión histórica que cumplir. Es por eso que Hegel y sus seguidores anuncian “el fin del arte”. A los filósofos siempre les ha gustado anunciar el fin de las cosas (el fin del arte, el fin de la historia, el fin del hombre, incluso el fin de la propia filosofía).
El fin (o la muerte) del arte no significa que ya no se puedan seguir haciendo obras de arte, sino que tales obras ya no contribuyen a la autorrealización del Espíritu universal, porque el camino que el arte debía recorrer a tal efecto ya ha sido completado.
Hegel muere en 1831. Para entonces, los descubrimientos de la ciencia empírica se extienden mucho más allá del campo de la física, y sus aplicaciones técnicas son ya tan importantes y espectaculares que empiezan a cambiar radicalmente el modo de vida de los seres humanos, su entorno y su concepción del universo, lo cual tendrá una influencia decisiva en el pensamiento filosófico.
Cuando Hegel muere ya se han inventado el pararrayos, la hélice, los fósforos, la locomotora de vapor, el globo de aire caliente y la pila eléctrica, por poner tan sólo unos ejemplos. También se han descubierto las vacunas y se ha adoptado en muchos países el sistema métrico decimal. Nos hallamos en los albores de la fotografía, técnica que cambiará por completo el mundo del arte, especialmente en el campo de la pintura, como señala Benjamin: a partir de ese momento la pintura sufrirá su propio giro desde lo figurativo a lo abstracto.
El impacto del desarrollo científico sobre el arte es tan poderoso que cambia por completo su naturaleza y le obliga a recorrer nuevas vías de expresión a través de nuevos soportes. Pronto la fotografía se convierte en un arte más, con una identidad propia y diferenciada. La música puede ser captada y almacenada para ser escuchada en el momento deseado y en cualquier parte a través de los primeros gramófonos. No tardará mucho tiempo en aparecer el cinematógrafo. A finales del siglo XIX (recordemos que Niezsche muere en el año 1900) el desarrollo científico y tecnológico resulta ya imparable: se descubren los anestésicos y los rayos X, se fabrican los primeros buques con casco de hierro, se inventan artefactos que habrán de cambiar radicalmente la vida humana. El telégrafo deja paso al teléfono, el motor Diesel contribuye al desarrollo de los automóviles, la prensa rotativa permite imprimir periódicos a gran escala, la red ferroviaria facilita los desplazamientos de personas y mercancías por todo el mundo.

Sin embargo, cabe destacar un gran descubrimiento científico que ocurre precisamente en el período de tiempo que transcurre entre la muerte de Hegel y la obra de Niezsche, y que cambiará por completo la concepción que el ser humano tiene de si mismo. Se trata de la teoría de la evolución de las especies.
En el Renacimiento la ciencia empírica había arrebatado a la filosofía los cielos y la tierra. Pero la filosofía podía contar con un territorio que, de momento, resultaba inaccesible a los científicos: el alma humana. El alma (la parte no física del ser humano) ha sido concebida por la filosofía de maneras muy distintas. Pero, ya fuera una res cogitans cartesiana, un sujeto trascendental kantiano o una determinada manifestación del Espíritu Absoluto de Hegel, en todos los casos el alma humana era algo distinto y superior al mundo físico, algo que trazaba una línea divisoria entre el campo de acción de la ciencia y el de la filosofía.
Especialmente en la tradición racionalista, el hombre siempre había sido considerado como un ser compuesto por dos naturalezas distintas, una de ellas física y la otra espiritual. La parte física del hombre pertenecía ya al dominio de la ciencia (de la biología o de la medicina), pero su parte espiritual permanecía en el dominio filosófico. Y no sólo eso: la parte espiritual era superior a la material (lo que colocaba a la filosofía en un plano superior a la ciencia).
La parte espiritual del hombre (el alma) era precisamente aquello que le diferenciaba de los animales, aquello que le convertía en un ser especial, el lugar donde se ubicaba la razón.
Darwin publica El origen de las especies en 1859. Lo que la teoría de la evolución significa es que el ser humano no es distinto de los animales, o dicho de otro modo, el hombre es un animal más (concretamente un primate). Descubrir que nuestra especie es hermana de los chimpancés y los gorilas fue un duro golpe para la sociedad de la época. Cuentan que una dama de la alta burguesía inglesa, al conocer la teoría de la evolución, exclamó alarmada: si es cierto que el hombre viene del mono, es preciso que no se entere el populacho. La preocupación de aquella buena mujer estaba plenamente justificada. Si el ser humano es tan sólo un animal más, entonces no tiene alma, todo en él es físico y pertenece a la naturaleza, todo en él es naturaleza. Al no existir el alma, el pensamiento se transforma en un proceso orgánico (exactamente igual que la digestión); lo espiritual desaparece por completo.

Pero aún hay más: si el pensamiento es un proceso físico, entonces también es susceptible de ser estudiado por la ciencia. De hecho, es precisamente en esos momentos cuando nace la psicología como disciplina científica. El hecho de que el alma deje de ser alma y pase a ser tan sólo mente o pensamiento (en un soporte puramente físico) representa un gran peligro para la filosofía y permite que la ciencia llegue hasta la mismísima frontera de algunos territorios que anteriormente le resultaban completamente ajenos, como la ética. De hecho, algunos comportamientos que tradicionalmente habían sido considerados éticamente reprobables, como asesinar a alguien o ser un borracho, hoy son descritos por la medicina como patologías, y tanto el psicópata como el alcohólico no son ya, respectivamente, malvados o viciosos, sino sencillamente personas enfermas. Dicho de otra forma, la ciencia empírica tiene ya algunas respuestas para explicar determinados comportamientos que, en otros tiempos, eran juzgados tan sólo desde un punto de vista ético.
La filosofía (que ya había perdido el cuerpo) acaba finalmente por perder el alma.

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