Federico Gallego Ripoll (Manzanares, 1953), es miembro fundador del Aula de Poesía de Barcelona, ciudad donde integró el grupo de poetas que editaron entre 1993 y 1996 los cuadernos de poesía Bauma.. Su obra poética publicada comprende: Poemas del Condottiero (1981), Libro de las metamorfosis (1985), Crimen pasional en la plaza roja (Accésit del “Premio Adonáis”, 1986), Escrito en No (“Premio Castilla-La Mancha”, 1986), Caín (1990), Tarot (1991), Tratado de Arquitectura (1991) Ciudad con puerto (“Premio Barcarola”, 2001), La Sal. (“Premio Feria del Libro de Madrid”, 2001), Para entrar en la nieve (2002), Quién, la realidad (“Premio Jaén”, 2002), La torre incierta (“Premio San Juan de la Cruz”, 2004), Mal de Piedra (2005), Cantos Prófugos (“Premio Ciudad de Irún”, 2006), Los poetas invisibles (y otros poemas) (“Premio Emilio Alarcos”, 2007) y Un lugar donde esperarte, Antología 1981-2007 (2008). Desde 1995 vive en Palma de Mallorca.
EN EL SIETE HACEN YOGA LOS CANGREJOS
(Una aproximación a Santiago Sastre Ariza –Toledo1968, poeta, doctor en Derecho y licenciado en Ciencias Religiosas, profesor en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de Toledo, académico correspondiente en la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo– a partir de su libro “El reloj de Gulliver”, Ediciones Trébedes, Toledo 2009)
Santiago Sastre Ariza sale a la calle sin prejuicios. Como los niños, ignora que posee el don, pero lo usa, y lo sabe transmitir con la naturalidad con que acontecen los sucesos cotidianos en la naturaleza. A través de él vienen las palabras a contarnos sus propios misterios y nos convierten en el espacio que generan expandiéndose, porque Santiago somete el lenguaje a la tensión del despropósito para provocar la convulsión de nuestros propios referentes. Cada nuevo libro suyo es un artefacto poético que nos puede (y debe) estallar entre las manos. Inventor y piloto de vehículos extraños, en su compañía surcaremos mares interiores que desconocíamos, venceremos el vértigo de la banalidad si logramos aferrarnos a la cola de su cometa y, sin duda, cuando termine el viaje al que nos invita, algo habrá cambiado sutilmente en nuestra previa concepción del tiempo, aunque sea –nada más– del tiempo literario. Los poetas como él restauran en nosotros una identidad que desconocíamos, compatible con otras identidades, como seres complejos y contradictorios que somos, una identidad que brilla como una moneda encontrada o como esa fracción de eternidad que consumen en su caída las Lágrimas de san Lorenzo.
Escribir como forma de existencia
Su visión del mundo, de su mundo, es la que procede del sueño tranquilo y de la naturalidad de quien vive de manera consecuente sin establecer en el cuánto su objetivo. No es un hombre distante del sufrimiento ajeno, sino explícitamente solidario. Coherente y franco, despliega su brillante poesía con la insolencia de quien se sabe a resguardo de la estupidez de las glorias efímeras. Así, desde la absoluta libertad de su conciencia crítica y sensible, compone su discurso sin considerar lo oportuno, ni atenerse a normas ni hormas no emanantes de su propio conocimiento poético. Distante de quienes prevén su poesía y la desarrollan de acuerdo a un itinerario que les inserte en la tendencia dominante, o les enfrente conscientemente a ella, escribir es, en él, una forma de existencia, sujeta, por lo tanto, a las mismas vicisitudes y sorpresas que la propia vida. Y esta característica tan evidente de su independencia de temas y modos, presente desde sus primeros libros, se hace más patente ahora, cuando la madurez poética y humana no ha hecho sino reafirmarle en los principios seguidos desde aquella “Escucha silente” de 1988, a la que dieron continuidad “Zoom” en 1994, “La tierra transparente” en 1997 (cuatro años antes de la aparición del libro homónimo de Blanca Andreu), y “Dentro” en 2005.
En “El reloj de Gulliver”, su reciente libro, Santiago Sastre nos invita a viajar en su nueva arca, y asistimos, desde “El tiempo de las brevas” a “El tiempo de los higos”, a un despliegue incesante de recursos poéticos que nos va contando el tiempo, su tiempo, y lo que en él ocurre; un viaje circular para el que habremos de atravesar el espejo que nos convierta en protagonista de sus propias sorpresas, descubrimientos y compañías. Porque ésta es una poesía habitada y habitable, que nos sacude para despertarnos de lo anodino o pretendidamente original y nos lava los ojos facilitándonos el regreso a la poesía como lugar de todos los prodigios y todas las verdades. Con naturalidad compartiremos camarote con Bruce Springsteen, René Magritte, Jonathan Swift o fray Juan de la Cruz, en un universo cuyo tiempo es regido por el peculiar reloj del Hombre-Montaña que pone en evidencia los tantos Lilliput que nos condicionan. Y habremos de pedir, o ceder el paso, a Sean Penn, Benjamin Button, Vetusta Morla y Thomas Merton. Nada es ajeno al corazón del hombre. Nadie está previamente excluido de la poesía ecuménica de Sastre Ariza, que comparte así una experiencia de la vida que no puede ser transferida de ninguna otra manera, porque la percepción de la realidad a que accede a través de su poesía no es transmisible por ningún otro medio. Siempre la poesía auténtica, lejos de narrar, genera y comparte, transformando la previa realidad del poeta y el lector.
Agua quieta y agua inquieta
En su poesía se advierte la tensión que propicia vida y la propaga. Ya en su introducción define la poesía como “una búsqueda incesante de una luz mineral que viene de lo hondo” para lo que utiliza un estilo alterno entre claro y difuminado “buscando de este modo la transparencia y otras veces la espesura, reflejo de lo que soy al mismo tiempo: agua quieta que deja ver el fondo y agua inquieta que sacrifica la transparencia por el movimiento de los peces y la visita de la lluvia”. Esa superficie apenas evaluable del agua es el escenario idóneo para que el hecho poético se manifieste como posibilidad de propiciar una experiencia particular. Su poesía nos interroga desde esa conjunción de parámetros únicos e intransferibles para cada lector, y nos desvela facetas del propio yo desconocidas, pues cada poeta genera una posibilidad específica de diálogo que ambos, poeta y lector, ignoran hasta que no se produce el acoplamiento de sensibilidades. El mundo que nos cuenta el poeta es único para cada cual, y el lugar del encuentro, paraíso o infierno, también lo es.
Se podría decir que el lenguaje está a gusto en sus manos, porque Santiago le anima a que corra descalzo y salte sobre los muebles, y consiente que siga vistiendo disfraz de pirata aun después de carnaval: la felicidad de sus imágenes permite afirmar que muchos de estos poemas podrían ser convertidos en sucesión de epigramas rotundos y originales. El libro está lleno de ejemplos continuos, y quizás sean su cantidad y concatenación los únicos elementos que por sobreabundancia puedan desconcertar en ciertos casos al lector ante la amplísima colección de imágenes acertadas.
Afín, más que heredero, del lenguaje brillante y el gusto por las metáforas extremas de las vanguardias irracionalistas y del postismo, (los horizontes duermen boca arriba, una luz con flato, el silencio de los platos que se quedan sin fregar, grifos alegres, el hígado (...) intermitente, color garcilaso) en su poesía se aglutinan cuantos elementos tomados de distintas tradiciones le sirven para transmitir un mensaje frutal y desembridado, jugoso y fresco, de asunción de la vida como espacio de lúcida lisonja, de felicidad familiar y minúscula, pero también de dolor asumido, de carencia compartida, de hermandad, reflejo de su profunda conciencia trascendente. Ya llevas la naturaleza escrita en ti, afirma en un momento de ontología doméstica: el Hombre como medida de peso y distancia, de volumen y altura y densidad. El Hombre en compañía, protagonista y artífice de una nueva Arcadia que establece en la esperanza su certidumbre de vencer la muerte desde dentro. La mayor eficacia de su propuesta, la más inmediata, acontece cuando nos interpela desde la sencillez que le acerca al tao y a las filosofías orientales, en los poemas breves y sustanciosos y en los haikus. Como en
AFILADA SENSIBILIDAD
Percibe el pájaro
que al roble le ha crecido
un nuevo anillo.
LA METAMORFOSIS
La margarita
en el sí marisquea
ser mariposa.
NATURALEZA ZEN
Es verdad que no habla el cerezo.
Pero el bosque ha hecho un sendero
para que todos puedan estar con él.
Un claro movimiento interior
En ocasiones, Santiago Sastre utiliza un tono narrativo que distrae conscientemente de su intención de sorpresa; cuando el lector quiere darse cuenta del ardid, el anzuelo ya está dentro, porque la suya es una poesía configurada por pequeños hallazgos que van jalonando un alegato consistente y sostenido. En otras, la alternancia de poemas breves con otros de mayor extensión, produce un efecto de sístole y diástole, de músculo vital en movimiento. Quizás considere preciso convulsionar el discurso para permitir que las palabras retomen la realidad del mundo y de la vida, francas de presupuestos. La verosimilitud de sus perspectivas distorsionadas sitúa al lector frente a una parte de sí mismo poco reconocida, y le obliga a contemplarse en una superficie que puede mostrarle su propia desnudez desde los ángulos menos gratos. Pero nada se nos antoja más ajeno a su intención que el pretender elaborar un discurso moralizante; sus puentes son de regreso a una parte de nosotros donde radica la posibilidad de renovación. La libertad con que estructura sus enumeraciones y el riesgo de aturdir con la abundancia de imágenes contrapuestas, son asumidos desde la firmeza que otorga el haberse puesto al servicio de la poesía sin intereses bastardos. Como algunos pájaros cantan, Santiago escribe por el placer de sentirse vivo, y compartirlo. Por eso genera su poesía como gesto natural, y a través de ella respira al ritmo de su particular morfología interna.
Pese a trabajar desde una gran inocencia de presupuestos, nada está dejado al azar. Su itinerario poético aparece firme, pues avanza con la certidumbre de lo que no quiere que sea su poesía. Ni busca la originalidad, ni el arroparse en el entorno de la tendencia que pudiera ser considerada hegemónica en la poesía que se publicaba mayoritariamente coincidiendo con sus primeros libros. Sastre Ariza actúa desde un movimiento claramente interior; la suya es una poesía generada de dentro a fuera, consciente de su personalidad, de su sensata y libre condición. A la manera de los pintores puntillistas, configura sus imágenes a base de pinceladas de colores puros, de expresiones rotundas, de conceptos claros, que adquieren su auténtica dimensión compleja tras la retina del lector, al fundir sus sabores y sus texturas en la redoma particular de cada cual.
Santiago Sastre o el corazón bisiesto
Lo que, en definitiva, Santiago Sastre Ariza nos ofrece de valioso desde “El reloj de Gulliver”, es su concepción de la poesía como lugar de la esperanza, nueva frontera desde la que recuperar la perspectiva sobre un paisaje estandarizado, generalmente anodino, de frecuente desolación conceptual y ética. Perdidas socialmente todas la referencias de un sustrato consecuente que sostenga nuestra frágil realidad, en un momento de evidente descrédito del justo, su poesía se enciende como una luz que nos ilumina esa porción de la estancia que aún conserva un poco de aire puro.
Junto a aquellos poetas intocables, poetas de domingo, que siempre nos son referencia y reposo, enseñanza y ejemplo, conviene que cada cual se alíe con la buena sombra que también nos llega desde nuestros poetas cotidianos, que elija de entre ellos los que nos sepan dar mejor conversación y mejores silencios, porque también ellos, como los buenos músicos, vienen para regalarnos una visión renovada del mundo, y de nosotros dentro de él.
Santiago Sastre Ariza es uno de mis buenos poetas de diario. Alimento sencillo, su poesía nutre y acompaña con sus ingredientes naturales y su emoción cercana que nos llena el cuenco de las manos con su celebración de la alegría. Yo quisiera airear y compartir su poesía lúcida y su corazón bisiesto, porque la realidad literaria que nos sitúa ante diversos centros y abundantes periferias, hace de Toledo, el lugar donde escribe y enseña, uno de estos hermosos territorios poéticos distantes, al que llegar para hallarnos. Todos formamos parte de todo, y quizás este largo viaje sólo consista en reencontrar los fragmentos dispersos del propio yo. Y es que, como escribe en su poema “Parábola taoísta”: No hay nada químicamente puro, ni el beso de las arañas, ni el clavel en la solapa de los novios, ni el cansancio del fémur del saltamontes. La esencia de las cosas es mucho más que su apariencia. En el siete hacen yoga los cangrejos, y en todo palpita el gen de su ser y su no ser al mismo tiempo.
FEDERICO GALLEGO RIPOLL
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