Miguel Hernández: Vida poética y poesía viviente por Ángel Guinda

ÁNGEL GUINDA (Zaragoza, 1948), reside en Madrid desde 1988. Es autor de los manifiestos “Poesía y subversión”, “Antimanifiesto” , “Poesía útil” y del ensayo El mundo del poeta, el poeta en el mundo.
Ha publicado los libros de poemas Vida ávida, El almendro amargo, Conocimiento del medio, La voz de la mirada, La llegada del mal tiempo, Biografía de la muerte, Toda la luz del mundo y Claro interior. Traductor de Cecco Angolieri, Teixeira de Pascoaes, Florbela Espanca, José Manuel Capêlo, Àlex Susanna y Ana Cristina Cesar.
Su poesía (traducida a las lenguas de la Unión Europea) aparece estudiada en trabajos como Ángel Guinda: pus esplendoroso del cielo (Manuel Martínez Forega) o Letras arrebatadas: poesía y química en la transición española (Germán Labrador Méndez); y está representada en diversas antologías, las más recientes: Metalingüísticos y sentimentales: Antología de la poesía española 1966-2000: 50 poetas hacia el nuevo siglo (edición de Marta Sanz Pastor, Biblioteca Nueva, 2007), 4 gatos: Otras voces fundamentales en y para la poesía española del siglo XXI (edición de Agustín Porras, Huerga y Fierro, 2009) y Avanti: Poetas españoles de entresiglos XX-XXI (edición de Pablo Luque Pinilla, Olifante, 2009).

Miguel Hernández: Vida poética y poesía viviente
Charla pronunciada en la Biblioteca General de Aragón,
de Zaragoza, el Martes 2 de Marzo de 2010.

                                  Con Lucía Izquierdo, nuera de Miguel Hernández.

Miguel Hernández nació para ser poeta. Ninguna adversidad ni dificultad insalvables habrían de impedirlo.
Cuatro circunstancias marcan mi acercamiento a su biografía y a su obra.

La primera de ellas se remonta a mi adolescencia. Como estudiante de Bachillerato en el Instituto Goya de Zaragoza tuve la suerte de recibir clases de Literatura Española de dos magníficos profesores: Jesús Alda Tesán, en sexto; y Carmen Sender (hermana de Ramón J. Sender), en Preuniversitario.
Un día, Don Jesús nos confesó haber sido amigo del poeta que estaba explicando en ese momento: Miguel Hernández. En efecto, Jesús Alda fue colaborador y miembro del consejo de redacción de la revista El Gallo Crisis, fundada por Ramón Sijé (seudónimo de Pepe Marín), el catolicísimo amigo íntimo y guía literario de Miguel, a cuya muerte escribió éste su inmortal “Elegía”, una de las tres mejores composiciones poéticas del género en la literatura española; las otras son “Coplas a la muerte de su padre”, de Manrique, y “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, de García Lorca. Aquella misma tarde leí y releí hasta la saciedad ese tremendo monumento al dolor.

La segunda tiene como referencia a Agustín Sánchez Vidal, que dedicó su tesis doctoral al autor de El Silbo vulnerado; y a cuya lectura en la Facultad de Letras de la Universidad de Zaragoza tuve la suerte de asistir hace más de treinta años. Presidía el tribunal D. José Manuel Blecua, máxima autoridad en Quevedo. Cuando Sánchez Vidal terminó su exposición, Blecua -ya sordísimo a finales de los 70- le felicitó por sus investigaciones hernandianas y, llevándose la mano a una oreja, apostilló: “Me extraña que usted no haya reparado en esa extraordinaria aliteración recogida en el primer verso del soneto de El rayo que no cesa, y que dice ´Umbrío por la pena, casi bruno´”.

La tercera circunstancia que me aproximó al autor de la “Elegía” fue la amistad con mi primer editor, el poeta Luciano Gracia, que se presentaba así en uno de sus poemas: “Luciano Gracia Bailo, / asiduo peregrino de rastrojos / y recluso indultado por la guerra.” Luciano era apenas siete años menor que Hernández, de la misma Generación del 36. Y su poesía había absorbido el tuétano vital, ideológico y estético del autor de Viento del pueblo. En 1970 Julio Antonio Gómez y Luciano Gracia editan en la Colección Fuendetodos Mundo a solas, de Vicente Aleixandre. Con tal motivo viajan a Madrid para ofrecer al poeta malagueño, que pronto recibiría el premio Nobel, los primeros ejemplares de la edición. En esa coyuntura favorable Luciano manifestó a don Vicente, en casa de éste, su ilusión e interés por conocer a Josefina Manresa, viuda del poeta, para manifestarle sus respetos, reconocimiento y apoyo. Aleixandre había sido íntimo amigo de Hernández, a quien entregó un reloj de oro como regalo de boda que, paradoja del destino, paró el tiempo de la libertad de Miguel cuando, intentando huir a Portugal, fue detenido por la Guardia Civil a la cual no cuadraba que un hombre con tan mal aspecto físico y de indumentaria llevase un reloj de esa categoría: la autoridad sospechó que lo había robado y por ello fue conducido al cuartelillo, identificado, golpeado y encarcelado.
Dos años y medio más tarde Luciano me comunicaba, con loco entusiasmo, que la gestión de Aleixandre para visitar a Josefina había funcionado y deseaba cumplir su sueño cuanto antes. Tras acordar el encuentro, me invitó a acompañarle. Un fin de semana de 1973 viajamos a Elche en mi coche. Era una tarde de primavera cuando recorríamos lentamente la calle Reina Victoria hasta llegar al pequeño portal y subíamos al primer piso por una escalera estrechísima. Llamamos al timbre, se abrió la puerta y apareció Josefina vestida de negro, el cabello gris y blanco, sobria en la amable expresión y en sus palabras, tan modesta y celosa de su imagen que nos rogó no la fotografiásemos. Se la veía muy cansada, casi ciega, sin dinero para una urgente operación por parte del doctor Barraquer en Barcelona. Me impresionó la sencillez del recibidor de la casa, la humildad de los muebles de la estancia donde conversamos con ella poco menos de una hora. Mi amigo le ofreció, dedicado, un ejemplar de su libro Hablan los días que incluía un poema a la memoria de Miguel Hernández, titulado, significativamente, “Me llamo barro aunque Miguel me llame”.
Conservo algunos comentarios de la viuda en respuesta a determinadas preguntas de Luciano. “Miguel no era triste. Era alegre y dispuesto a animar a los que le rodeaban”. “No exagero cuando digo que vivimos del aire”. “Y de la ayuda de Aleixandre”. “En los dos últimos años he cobrado unas ochenta mil pesetas de la Sociedad General de Autores por los poemas de mi marido que canta Serrat”. “Si Miguel escuchase en canción el poema que le escribió a Pepito lloraría de pena y de emoción”.
Mientras Luciano, con exaltación contenida, confesaba a Josefina su devoción por la poesía de su marido y el íntimo dolor solidario por los últimos años de vida del poeta, yo recordaba en silencio, sobrecogido por el mito hecho realidad, uno de los tres sonetos de El rayo que no cesa inspirados por ella cuando Miguel la pretendía: el que comienza “Te me mueres de casta y de sencilla”. Son los otros “Me tiraste un limón, y tan amargo” y “Una querencia tengo por tu acento”.
Conmueve saber hoy que los demás sonetos del libro no fueron motivados por su novia sino por la poeta murciana María Cegarra y la atormentada relación que su autor vivió en Madrid con la pintora Maruja Mallo, con quien conoció la experiencia del sexo compartido. El incesante rayo que los recorre se refiere al sufrimiento que le dejó aquel desbocado amor. Pero Maruja, que había pasado por la vida de Alberti y de Neruda, no era mujer estable para ningún hombre, así que Hernández tuvo que conformarse con su amistad y colaboración plástica.
Su hijo Manuel Miguel –Miguel- (cuya viuda, Lucía Izquierdo, ha tenido la generosidad de acompañarnos hoy) nos esperaba en un bar próximo donde pasaba las horas. No trabajaba. Cuando nos reunimos con él encontramos, embargados de preocupación y de tristeza, a un joven amargado y refugiado en el alcohol como técnica de escapismo. Un joven aplastado por el peso de la historia, que tal vez no podía asimilar la gloria del padre ni sus padecimientos unidos a la constante penuria y adversidades de la madre. Un joven aplastado también por el peso de su propia historia, tatuada desde niño por un injusto sentimiento de culpa al escuchar de boca de sus compañeros y de los mayores expresiones de rencor acusador: “Por tu padre está pasando esto…y todo lo demás”.

La cuarta circunstancia que me empujó hacia Miguel Hernández fue mi encuentro en Madrid, en 1990, con el dramaturgo Antonio Buero Vallejo, con quien me cartée durante mis últimos años zaragozanos, a raíz del estreno en el Teatro Principal de su obra El concierto de San Ovidio. Una tarde otoñal conversamos en la Cervecería Alemana de la plaza de Santa Ana, en compañía de dos amigos comunes: Ramón de Garciasol y Leopoldo de Luis (investigador y editor literario de la poesía de Hernández). Con Buero hablé de nuestra militancia comunista, del abandono de la misma, de la formación de Izquierda Unida, del barrio madrileño de Carabanchel Bajo en el que los dos habíamos vivido, de la tragedia social y moral del individuo en El tragaluz y en Historia de una escalera, de su precaria salud y, por supuesto, de Hernández. Al comentarle que en el retrato que hizo a éste le sacaba muy favorecido, replicó que cuando lo realizaba era consciente de que le estaba dibujando para la Historia, y que sí, que, recordándole de un encuentro anterior, le había idealizado un poco, tal vez para que nosotros no le viéramos en estado tan lamentable, débil y demacrado. Nos insistió en que era el hombre más integro y coherente con sus ideas de cuantos había conocido.


Vida poética

Varios acontecimientos en la vida de Miguel Hernández condicionan su existencia, marcan su personalidad y determinan su obra:

  • Su formación académica, que no fue tan escasa como se piensa.

  • El sentimiento de pérdida y constante presencia de la muerte, que tatuará su sensibilidad con el fallecimiento de tres hermanas: Concepción, Montserrate, cuando Miguel tenía seis años; y Josefina, con cinco años, cuando el futuro poeta tenía nueve. Sobrevivieron Vicente, Elvira y Encarnación. A estas muertes hay que añadir la de su tío Francisco y la del padre de Josefina, guardia civil asesinado en Elda por un grupo de milicianos que “nada sabían de la honestidad de aquel hombre de bien”, y la de su primer hijo.

  • La austeridad y severidad de carácter del padre. Austeridad en lo económico que le impidió continuar los estudios. Severidad que, por ejemplo y respecto a los constantes encarcelamientos de Hernández, le llevó a decir lacónicamente: “Él se lo ha buscado”. Un padre tan duro, frío y férreo que ni siquiera atendió el ruego de su hijo para que fuese a visitarle al Seminario de Orihuela convertido en prisión al poco de comenzar la guerra.

  • La adversidad sentimental. Su amor platónico de adolescencia, Carmen Samper, le rechazó porque tenía ojos de loco. Lo desorbitado de los mismos era consecuencia del hipertiroidismo que le aquejaba. Josefina le hizo sufrir mucho hasta que aceptó salir con él. Cuando apareció El rayo que no cesa, que Miguel había prometido dedicarle, éste debió esforzarse en inventar una coartada de mentiras piadosas para justificar la dedicatoria que encabezaba la edición, dirigida, en realidad, a Maruja Mallo en estos términos: “A ti sola, en cumplimiento de una promesa que habrás olvidado como si fuera tuya.” La otra mujer con la que se ilusionó fue la ya mencionada poeta murciana María Cegarra, diez años mayor que él, autora del libro Cristales rotos, quien, pasado el tiempo, le respondió con el más absoluto y definitivo silencio.

  • La relación fraternal con Pepito Marín Gutiérrez, a cuya familia consideraba unos segundos padres y hermanos.

  • La amistad y complicidad literaria con Carlos Fenoll, joven panadero y poeta mediocre que tenía una tertulia literaria en su tahona.

  • El apoyo y fiel amistad que le concedió hasta el final José María de Cossío, quien favoreció su definitiva permanencia en Madrid contratándole para la editorial Espasa Calpe como secretario personal en la redacción de biografías de toreros destinadas a la Enciclopedia Los toros. Cossío le relacionó con influyentes personalidades y se movilizó con eficacia para conseguir el indulto de la pena de muerte a la que el poeta fue condenado.

  • Su experiencia de hombre sin techo. En el invierno madrileño de 1932 Miguel durmió al raso cuando se le acabó el dinero con que pagarse la pensión.

  • Sus relaciones con algunas de las cumbres de la literatura del momento: García Lorca (que acabó evitándole, debido a la casi tirana petición de ayuda para su poesía y para el estreno de sus obras teatrales), Cernuda (cuyo espíritu dandy le distanció de Miguel por su aspecto rudo, comportamiento primario y vestimenta rural), el ya citado Aleixandre, Pablo Neruda, José Bergamín y María Zambrano, entre otros.

  • Su activa participación en las Misiones Pedagógicas en 1935, por pueblos de Castilla León, de Castilla La Mancha y de Andalucía, acercando la cultura a los pueblos en forma de libros, discos, cine y teatro.

  • La afiliación al Partido Comunista de España, con número de carnet 120.295, de la mano de Alberti y Mª Teresa León.

  • La incorporación al Ejército republicano en el Quinto Regimiento, comandado por El Campesino, y su intervención en el Frente con cargo de Comisario político.

  • Su estancia en Rusia durante septiembre de 1937, con presencia en Moscú, Leningrado y Kiev.

  • La larga cadena (o via crucis, como acertadamente la califica Sánchez Vidal) de prisiones que tuvo que recorrer en la última etapa de su vida, con un progresivo deterioro de su salud que le llevaría a la muerte.


Poesía viviente

La poesía de Miguel Hernández concentra marcados contrastes que combaten en su alma: lo sagrado y lo profano, lo apolíneo y lo dionisiaco, lo inefable y lo telúrico, la frialdad y la incandescencia, la soledad y la sociabilidad hasta la solidaridad, el compromiso y la acción. Permitid que cite un punto de mis propias reflexiones acerca de la creación literaria (el que reclama “Escribir como se vive”) para afirmar que Miguel escribió siempre como vivió en cada etapa de su existencia, más aún: de su resistencia. Fuerza y autenticidad son los rasgos mejores de su poesía.



Hay varios poetas en nuestro poeta, quiero decir, en su desarrollo poético hasta conseguir su voz y estilo propios:
- Un poeta incipiente, titubeante, alumno de la contemplación y de la soledad por su condición de pastor en contacto diario con la Naturaleza que, a sus 19 años y en el periódico El Pueblo, de su Orihuela natal, ve publicado su primer poema, titulado “Pastoril”, al que pertenecen estos versos: “Decía que me quería / tu boca de fuego llena. / ¡Mentira! –dice con pena- /¡ay! ¿por qué me lo decía?” Poeta primerizo que escribe más por inercia natural y de lecturas (Garcilaso, Lope de Vega, Calderón, Bécquer, Rubén Darío, Gabriel y Galán, Juan Ramón) que por el impulso y la necesidad de expresar vivencias personales de valor universal. No obstante, en algunos poemas ya se adivina que el jovencísimo soñador tiene motor de poeta, como en el titulado “A mi alma”: “Murmuran que hablo muy poco, / alma, los que nada saben / de nuestros largos coloquios” (tan cercano al Antonio Machado de “Proverbios y cantares”). O en “Imposible”, cuyo estribillo (¡yo quiero morir viviendo!) bien pudo inspirar al mismísimo Blas de Otero estos versos: “Si me muero será porque he vivido…/ Si me muero que no me mueran antes…”
- Un poeta sorpresa dentro del Hernández más poeta es el que aparece radicalmente definido hacia el culteranismo en su primer libro, Perito en lunas. Jorge Urrutia aclara el significado existencial y estético del título al considerar a su autor perito en poemas, experto en la escritura de los mismos.
Miguel se ha planteado el reto de demostrar a los círculos literarios de Madrid su pericia poética, su asombrosa capacidad metafórica. Octavas reales sin título empapadas de gongorismo y mimetizadas con las greguerías de Gómez de la Serna, con la fría geometría de Jorge Guillén, la atmósfera de Paul Valéry o el surrealismo de Dalí. Textos próximos a la estética del acertijo, como ya advirtió Gerardo Diego; adivinanzas herméticas, bellas luces opacas proyectadas como sombras del lenguaje por la luz abierta de la cosa o el concepto tomados como referencia. Tal era la dificultad de comprensión de los poemas, que Miguel se ayudaba de pizarra y tiza o de un cartelón dibujado por el pintor Francisco de Díe para la lectura en público de los mismos.
El libro pasó tan desapercibido, que su autor escribirá una dura y engreída carta a García Lorca pidiéndole ayuda, a la que Federico contesta: “Mi querido poeta: (…) Tu libro está en el silencio, como todos los primeros libros, como mi primer libro (…) Escribe, lee, estudia, ¡LUCHA! No seas vanidoso de tu obra. Tu libro es fuerte, tiene muchas cosas de interés y revela a los buenos ojos pasión de hombre, pero no tiene más cojones, como tú dices, que casi todos los de los poetas consagrados (…) Los libros de versos, Miguel, caminan muy lentamente…” Citaré como muestra de Perito en lunas “(Sexo al instante, I)”, que bien podría llamarse “Orgasmo” e incluso, para nuestra mejor comprensión, “Masturbación” texto que describe metafóricamente el proceso placentero que va desde la erección a la eyaculación.
- Otro Hernández poeta es el que emerge con fuerza brutal y dolorida en El rayo que no cesa, que Sánchez Vidal considera un libro de crisis. Efectivamente, en sus poemas podemos rastrear una crisis de crecimiento cultural y de personalidad. Una crisis de fe que Miguel padece cuando abandona el catolicismo que le había imbuido su amigo Sijé, suplantándolo por un panteísmo reforzado tras la lectura de dos libros fundamentales: Residencia en la tierra, de Neruda, y La destrucción o el amor, de Aleixandre. Una crisis sentimental que sustituye el amor a la divinidad por el amor a la mujer mientras su pasión carnal eclipsa el amor espiritual; cambio agravado por su continuo rebotar entre el amor sensual que vive con Maruja Mallo en Madrid (especialmente cuando Miguel sabe interrumpido el diálogo corporal entre ambos), el amor puro y distante a su novia y paisana Josefina (tan condicionado por la religión, las buenas costumbres y el vigilante cotilleo del ambiente rural) y el sentimiento platónico que ha proyectado hacia María Cegarra). Y una crisis de identidad recogida en el largo poema central del libro, con versos desbordados de dolor, resentimiento e instinto de venganza en respuesta al desdén que recibe de Maruja: “Me llamo barro aunque Miguel me llame. / Barro es mi profesión y mi destino / que mancha con su lengua cuanto lame. /…/ Teme un asalto de ofendida espuma / y teme un amoroso cataclismo. / Antes que la sequía lo consuma / el barro ha de volverte de lo mismo.”
San Juan de la Cruz, Quevedo, miembros de la Escuela de Vallecas (el escultor Alberto Sánchez en sus conversaciones con el poeta y a través de un escrito con valor de manifiesto, los pintores Benjamín Palencia y la misma Mallo) dejan su impronta en este libro. Pero el talento, la emotividad y la fuerza bruta del aliento poético de Miguel metabolizan esas influencias hasta hacer de El rayo que no cesa la primera obra destacadamente hernandiana. Siguiendo el consejo del biógrafo Ferris, conviene que nos fijemos en el trasvase de palabras que el texto de Alberto Sánchez aporta al mundo de nuestro poeta. El escultor escribe: “Me dicen ciudad. Y yo respondo…: el campo. Con las emociones de las gredas, las arenas y los cuarzos […]; que todo tenga olor de tormentas y de rayos partiendo higueras […] Y cuando, salpicado de barro, voy pisando los negros abismos y un ala misteriosa roza los oídos, ver y sentir la noche cerrada en durísima y trepidante tormenta, guiado por la líneas blancas de los rayos, seguido de lechuzas, mochuelos y cornejas cantando, y el viento cortando mis pasos. Que mi aturdimiento me haga caer por los barrancos…”
- Aparece después el poeta-soldado, torrencial, enardecido, entregado a la causa republicana, incluso panfletario en su lenguaje insultante contra el enemigo; un poeta efervescente, maduro y transformado por las violentas circunstancias del golpe de Estado del 36, cuando él tiene 25 años. El propio Miguel confiesa: “No había sido hasta ese día un poeta revolucionario […] Había escrito versos y dramas de exaltación del trabajo y de condenación del burgués, pero el empujón definitivo que me arrastró a esgrimir mi poesía en forma de arma combativa me lo dieron los traidores, con su traición, aquel iluminado 18 de julio…Entiendo que todo teatro, toda poesía, todo arte, ha de ser, hoy más que nunca, un arma de guerra.” Su poesía en la guerra queda reunida en los libros Viento del pueblo y El hombre acecha. En Viento del pueblo la poesía es acción clara, directa, transparente, que mueve el pensamiento, conmueve los sentimientos y remueve las conciencias. Brillan en este libro el optimismo y la esperanza en medio de esa lluvia que golpea su frente con coágulos de sangre granizando su sensibilidad. “Si me muero, que me muera / con la cabeza muy alta. / Muerto y veinte veces muerto, / la boca contra la grama, / tendré apretados los dientes / y decidida la barba.” Poesía de agitación, poesía útil, destinada a ser leída de viva y exaltada voz en el frente de batalla, consciente de su intrínseca fuerza de arrastre. Poesía para infundir los más altos valores de la vida a quienes luchan por transformar una realidad injusta en un futuro mejor para los hijos. Poesía de proselitismo, enaltecida, llena de arrojo, valentía y optimismo para levantar el ánimo de los soldados. Poesía cargada incluso de rabia, burla y desprecio hacia el enemigo, como en “Los cobardes”: “Hombres veo que de hombres /sólo tienen, sólo gastan / el parecer y el cigarro, / el pantalón y la barba.” El poema más hondo, conmovedor y de mayor calidad del libro es “Canción del esposo soldado”, escrito en el Frente cuando Josefina le anuncia que está embarazada de su primer hijo, Manuel Ramón, nacido en diciembre de 1937. A dicho poema, musicado y cantado por Adolfo Celdrán, pertenece este tremendo verso: “Es preciso matar para seguir viviendo”.
En el otro libro de poesía bélica, El hombre acecha, escrito entre 1937 y 1938, desaparece el optimismo y se diluye la esperanza. Crece el acento épico para mantener vivo, al menos, el efecto propagandístico en sus versos. Cuando estaba preparando la edición del mismo, una nueva tragedia le sacude: su primer hijo, víctima de problemas de alimentación y de una infección intestinal, muere con diez meses, el 19 de octubre de 1938. Es la época de su participación en el Frente de Teruel y del viaje a la ex Unión Soviética, inspirador del poema “Rusia”. En la ciudad de Jarko, asiste “al nacimiento multiplicado, numeroso, rápido del tractor” y escribe “La fábrica-ciudad”, que arranca: “Son al principio un leve proyecto sobre planos, / propósitos, palabras, papel, la nada apenas, / esos graves tractores que parten de las manos / como ganaderías sólidas con cadenas.”
- El último de los poetas que conviven en nuestro poeta es el autor del Cancionero y romancero de ausencias, libro recoge sus últimos poemas, escritos en prisión, que ya no vería publicados en vida. Estamos ante el Hernández más esencial en la forma y más metafísicamente existencial en los temas. Resulta invasivo el sentimiento de ausencia que desemboca en la más estéril soledad por la falta de libertad, de la amada, del hijo. Sentimiento recogido con gran expresionismo torturado en este poema mínimo: “¿Cuándo vas a volver? / ¡Cuando sean gusanos / las manzanas de ayer!” El amor, la vida y la muerte son los motivos que acaban haciéndole dueño de una cosmovisión propia. Cosmovisión plasmada en el poema “Llegó con tres heridas”. El libro se asoma al aire popular de la canción y apuesta por el adelgazamiento del verso: síntesis e intensidad expresiva hacia una portentosa profundidad de contenido. Y nos muestra la obsesión por el hijo muerto, como apreciamos en “A mi hijo”, con este inicio: “Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío, / abiertos ante el cielo como dos golondrinas”. Fijación (esta vez reparadora y gratificante frente a tanta desolación) también por el nuevo hijo que va a nacer (con quien nuestra querida Lucía Izquierdo tuvo a sus hijos, los nietos del poeta), al que Hernández verá en contadas ocasiones y por quien su preocupación es tanta (conocedor de las penurias que sufre Josefina para alimentarle) que, presa del dolor y erguido por el amor de padre, escribe en la cárcel el estremecedor poema conocido como “Nanas de la cebolla”, uno de los más populares del Cancionero y romancero de ausencias.




Un poeta no nace de la nada”

Terminaré recordando el verso del gran escritor y amigo José Luis Alegre Cudós: “Un poeta no nace de la nada”.
La distancia entre quien es poeta incluso contra su voluntad y quien no lo es, incluso pese la voluntad de serlo, es insalvable.
El poeta que lo es está marcado por algo -o alguien- que produjo en su espíritu una conmoción de la que necesita liberarse. Para ello, consciente o inconscientemente, utiliza la poesía como exorcismo.


UN POETA NO NACE DE LA NADAA

Miguel Hernández Gilabert llegó a ser el extraordinario poeta que es porque tenía todas las imprescindibles cualidades para serlo. A mi modesto entender:

  • Conocimiento de la verdad del mundo, de su mundo y del mundo de la verdad; es decir, una cosmovisión propia.

  • Exacerbado poder fotográfico de observación.

  • Poderosa fuerza asociativa entre imágenes y conceptos, entre ideas y palabras, entre palabras y musicalidad.

  • Capacidad de asombro.

  • Don del lenguaje y de creación del mismo: talento verbal.

  • Contundencia expresiva y comunicativa.

  • Desbordante imaginación.

  • Experiencia empírica de la Naturaleza. Sabiduría rural.

  • Criterio personal.

  • Base cultural y literaria suficiente.

  • Necesidad y deseo de relacionarse con el ambiente intelectual, artístico y literario de su tiempo.

  • Resistencia frente a la adversidad.

  • Generosa inclinación a la solidaridad.

  • Inquebrantable autoestima.

  • Afán de saber y de superación.

  • Decidido atrevimiento con el silencio, con la soledad, consigo mismo, con las multitudes, con el dolor y con el placer.

  • Y una infinita voluntad de ser, de ser poeta.


Ángel GUINDA

CANCIÓN DEL ESPOSO SOLDADO

He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y altos ojos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.

Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.


Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamar de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.

Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.

Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.

Ángel Guinda

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1 Comentarios

  1. Estupenda exposición de la vida de Miguel Hernández y de su obra. Hay muchos aspectos que no conocía y son aclaratorios a la hora de entender su poesía, como por ejemplo la relación con las otras dos mujeres. Interesante también toda la trayectoria política y el apunte de su enfermedad tiroidea. Me gusta la exposición que hace Ángel Guinda, partiendo de argumentos personales que se remontan desde su edad de colegial.
    Lo he leído con verdadero placer y me ha enseñado mucho.
    Saludos

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