LAS MINUCIAS DE LO BREVE. TRANSTEXTUALIDAD DE GÉNEROS, por Jesús Ávila Zapién

Jesús Ávila Zapién, nació en Sahuayo, Michoacán en 1964. Biólogo, Maestro en Educación, poeta y cuentista. Sus inquietudes literarias las ha encauzado a través de cursos y talleres en ciudades como Jiquilpan, Zamora y Morelia, Michoacán. Ha colaborado en las columnas semanales de los periódicos: Provincia, Tribuna y Vox Pópuli; en las revistas: Esquina, y Expresión Tecnológica, del Instituto Tecnológico de Jiquilpan. Fue premiado con mención honorífica en el certamen de poesía de los Juegos Florales Villamar, 2004. Ha publicado el libro La vida imita al arte (CONACULTA, 2013). Poemas suyos aparecen en el libro Follaje de palabras (1996) y en la antología Vitrales de poesía Sahuayense (2014). 


LAS MINUCIAS DE LO BREVE.
TRANSTEXTUALIDAD DE GÉNEROS

Cuando se alude al hecho, no del todo falso, de que leer brevedades es un imperativo sintomático del ritmo acelerado de los tiempos, con relativa frecuencia se suele caer en el desliz conceptual de subvalorar los géneros de la brevedad relegándolos a un plano menor al que ostentan; como si éstos fueran un linaje de la miniliteratura barata o de las historietas “light” del puesto de periódicos. Conclusión desacertada, si se tiene en cuenta a escritores canónicos que han orientado sus preferencias de escritura por bifurcaciones estilísticas, abriendo  espacio a la minificción entre sus obras de mayor aliento, lo que prueba el magnetismo y la fascinación que el género suscita, fuera de etiquetas o subclasificaciones. 

No obstante, hay excepciones, como la de Augusto Monterroso, referente arquetípico de la brevedad, nominado por Javier Perucho (1) para inaugurar su libro Dinosaurios de papel. El cuento brevísimo en México, quien se declara irremisiblemente minificcionista:

“Lo cierto es que el escritor de brevedades nada anhela más en el mundo que escribir interminablemente largos textos, largos textos en que la imaginación no tenga que trabajar, en que hechos, cosas, animales y hombres se crucen, se busquen o se huyan, vivan, convivan, se amen o derramen libremente su sangre sin sujeción al punto y coma, al punto.
 A ese punto que en este instante me ha sido impuesto por algo más fuerte que yo, que respeto y que odio”.

                                                                                                                      (De: Movimiento perpetuo)

Para Anderson Imbert (2), la diferencia entre un texto largo como la novela, y otro corto, como el cuento, no es cosa de dimensiones en el espacio sino de actitud; donde la novela, por ser larga, puede relegar la trama a un plano secundario, mientras el cuento, más  corto, ostentar en primer plano una trama visible. Esto podríamos aplicarlo al minitexto, y aparte adjudicar, de acuerdo con Francisca Noguerol (3), una cualidad plástica a la microficción: el diálogo transtextual (además de la consabida trama, personajes y tensión que derive del texto, cual obra literaria), amalgamando un amplio abanico de posibles registros típicos de otros géneros como el cuento, la parodia o el poema, la sentencia, el aforismo… Yo agregaría uno más, aventurándome a la crítica: el chiste o relato humorístico, hermano incómodo de los géneros breves, devaluado y no reconocido en absoluto como material literario (lejos ya de la amnesia roída por el tiempo de: Poesía y poética, de Carlos Bousoño y sus analogías entre éste y el poema); correlación polémica y controversial, sin duda, aun cuando al ojear el velo fronterizo de la colindancia de géneros, se deje traslucir el abrevadero común, proveído por una serie de bagajes, entre los que destacan herramientas y andamiajes de la “carpintería” del escritor, como son las disyunciones semánticas y referenciales, con las que no pocas veces éste da cierre a sus escritos; cuyas variantes y giros estilísticos más refinados suelen ser: la inversión de los signos, las polisemias antinómicas, las articulaciones regresivas por homonimia de significantes o por polisemia simple y antinómica, según la conceptualización de Violette Morín (4). Textos aderezados por un  relato normal y otro parásito (historia subterránea). Para ejemplo, en el sistema de disyunción referencial con articulación regresiva por polisemia simple, donde la interlocución, aunque responde cabalmente a la locución, se equivoca, según el ardid del personaje, en la significación de un elemento referencial del relato. Analizaremos esta modalidad, comparando tres estructuras funcionales distintas en chistes y microrrelatos:



Relatos de disyunción referencial: articulación regresiva por polisemia simple.
1)      El relato humorístico (A y B. France-Soir. De Morín. Op. Cit.)
Función de normalización
función locomotora de armado
función interlocutora de disyunción
A. Dos chicos charlan.
Uno: ¿En tu casa rezan antes de comer?
El otro: ¡Oh no! Mamá cocina muy bien.
B. El guardián del zoológico llora ante el elefante muerto.
El patrón: Consuélese, se lo reemplazaremos.
El guardián: Cómo se ve que usted no tiene que enterrarlo.
2)      Microficciónes (C. Marcial Fernández (5); D. Leo Mendoza (6); E. Marco Denevi (7)).
Función de normalización     
función locomotora de armado   
función interlocutora de disyunción
C. Principe azul.
Cuando estaba por conocer al hombre de sus sueños,
sonó el despertador.
D. Desvestir borrachas.
Cuando decidió ser soltero y dedicarse a desvestir a las borrachas de sus amigas,
sobre todo aquellas a las que deseaba,
se volvieron abstemias.
E. El emperador de la China
Cuando el emperador Wu Ti murió en su vasto lecho, en lo más profundo del palacio imperial, nadie se dio cuenta. Todos estaban demasiado ocupados en obedecer sus órdenes. El único que lo supo fue Wang Mang, el primer ministro, hombre ambicioso que aspiraba al trono. No dijo nada y ocultó el cadáver.
Transcurrió un año de increíble prosperidad para el imperio. Hasta que, por fin, Wang Mang mostró al pueblo el esqueleto pelado del difunto emperador. “Veis ―dijo―. Durante un año un muerto se sentó en el trono. Y quien realmente gobernó fui yo. Merezco ser gobernador”.
El pueblo, complacido, lo sentó en el trono y luego lo mató, para que fuese tan perfecto como su predecesor y la prosperidad del imperio continuase.






No todos los vericuetos minificcionales se consuman con una chispa de humor para arrancar del lector una sonrisa. A menudo están estructurados de manera sutil, decantándose ya por el ingenio, ya por la inclusión de material poético, la revelación de una verdad o la trasgresión de lo establecido, con un repentino cambio de contexto, valiéndose de la retórica; tal es el caso de los cierres con zeugma complejo, “a lo Cortázar”, a semejanza del cuento “No se culpe a nadie”, donde, después de una serie de elementos del mismo nivel sintáctico, su diestro autor introduce una función gramatical que actúa como factor de ruptura, y por tanto, de sorpresa: “…un aire fragoroso que te envuelva y te acaricie y doce pisos. Tipo de desenlace explotado ulteriormente, con otro tipo de embalajes, por expertos microficcionistas como Ana María Shua, en “Arriad el foque” o Raúl Brasca, en “Felinos”.

Así mismo, numerosos autores resuelven el final de la historia valiéndose de los malabares de figuras retóricas: traslocaciones, perífrasis verbales, imágenes, metáforas… potenciando un abanico de connotaciones al lector.

3)    Microficciones a base de prosa poética:

                       GOLPE  (Pía Barros (8))
-Mamá, dijo el niño ¿Qué es un golpe?
-Algo que duele muchísimo y deja amoratado el lugar donde te dio.
El niño fue hasta la puerta de casa. Todo el país que le cupo en la mirada tenía un tinte violáceo.

                       ALMEZ (Hipólito G. Navarro (9))   

Luego, con el mismo bastón, dibujó insondables garabatos en la tierra... persiguió el improvisado lápiz de su edad alguna hormiga, se demoró en un lento esbozo de paralelas, de círculos y elipses. Se imaginó entonces regresando hasta un otoño adolescente, casi de canicas, una vastedad de años atrás, cuando tantas tardes en aquel mismo jardín perdido más allá de la abierta curiosidad de las eras se tendía junto a Alina a la salida del colegio y aprendía en su boca el primer abismo de los besos, disimulado apenas en el juego de robarse de entre los dientes aquellas dulzonas bolitas del almez que ella, ya más alta, más mujer, le alcanzaba de unas ramas que él, recién estrenado en ecuaciones y caricias, confuso de polinomios y de piel, tardaría aún años en rozar.

                        Pasajero en tránsito (Rogelio Guedea (10))

Palabras que dije y he olvidado. Papeles, borradores, deseos. Poemas que escribí en los aeropuertos. En las terminales de autobuses. En las estaciones de tren. Poemas que nunca fueron a ninguna parte o que volvieron de todas, sin destino. Gente que pasaba, niñas con los ojos pegados a un adiós, brazos que abrazaban lo imposible. Y luego las conversaciones. Hablando de mi país con esa mujer. Recordando cómo era su espalda antes de encontrarla. Los parques, las avenidas, los restaurantes cómo eran sin nosotros. Ganas de convertirme en el hombre que tuvo. Ganas de que ella vuelva a ser las palabras que olvidé.

En el inventario poético universal hay escritores que emplean un lenguaje coloquial en su poesía, pero suplen esa aparente falta de “refinamiento”, con dosis de profundo sentido en su escritura, lo que le da validez indiscutible a su versar. De ahí la animadversión entre poetas de signo contrario como Sabines y Paz, por citar un caso, donde el uno, de manera pública o privada, descalifica el material poético del otro. Y es en este tipo de poesía coloquial, donde es muy factible la transmutación de poemas que, sin objeción, merecerían el título de minificciones. Veámoslo:

4)    Poemas con forma de minificción.

Esa región tuya
tan dulcemente obscena
la más secreta
de cuando te desnudas
es la boca de un ángel que silva
con tu cuerpo entre sus labios.

               (Héctor Rodas Andrades (11). De Amorosidades)


El vencedor

El primer hombre al que maté
cayó en Tolemaida.
Trató de protegerse con el escudo
pero mi lanza fue más rápida.
    
Se tambaleó, vomitó sangre
y me miró,
me miró en silencio.
    
Me dejó a solas con mi triunfo y su muerte.

                               (José Emilio Pacheco (12). De Como la lluvia)

Concluyo estas disertaciones con una muestra de cinco minificciones propias, que pertenecen a un libro en prensa, donde empleo diferentes recursos aquí expuestos. Las primeras cuatro fueron publicadas en periódicos locales de México hace algunos ayeres; la última, es de reciente creación.


LO ESENCIAL
 
Afilaba sin cesar la hoja, deslumbrado ante el luciente brillo del acero,
la limaba tanto...
Al final, pudo quedarse sólo
con el último vestigio
del vacío destello
que para siempre perdería la espada.                                    

 
LÍO LETAL
 
La línea litoral labraba las lisas lomas. Lejos, límpidos lirios languidecían la lama, luces líquidas lindaban lindas lozanías. Las lujosas lanchas lustraban los lugares.
Lilia loaba lágrimas. La lesbiana Lucrecia le latía lejanamente, (Lucio López la lamía, lujurioso, le levaba lascivias, lontananzas.) ¡Lástima!,  le latigueaba la Lucrecia: lazos lúdicos las liaban locas. Legislaban laudables ligazones, locuaces libertades.
¿Lo loco?: la Lucrecia le ladeaba las lacias lapas, las leves lencerías; ladina, le licuaba los lumbares labios, lubricándoselos;  laborando largamente lerda… lácteos legados linguales le libaban la legión lúmica, levemente lampiña. 
Lucio, lastimoso lacayo, lustrabotas, limaba límites. Licitudes libidinosas le levantaban la liana larga, ¡lamentablemente laxa!, libertando la lava, los léperos letargos lacrimosos.  Los legítimos líos lúbricos le legaban lata. Luego, Lilia, lentamente, le lanzó la lastima.
Lucio, leal lunático, lagañoso, lazaba laberínticos lamentos, lo lituano, lo lebrón, le lucía: ¡la linchó!, lanzándole letal ladrillo… Luisa, levitaba lejos, lodosa; los lados luxados.
¡López lo lamentó!  la latente lápida, ¡lastimera!, legaba luto, laicos laureles.
Las leyes litigaban laudo: lapso largo, local lóbrego ¡lección lógica!
Lucio, listo, lárgase lejos, ¡libre!
¡lástima! Lo localizan.  ¡Logra luchar! Lo lastiman leños.
La ley lo limita: lo liquida la lumbre. 
Locuazmente lacerado…
luce lúgubre
letargo.
                                                               
 
MUNDOS PARALELOS   
    
La carpa se embutía graciosa en el estanque vítreo coronado de nenúfares. Era su perfecto cosmos un líquido murmullo de guijarros chapoteados al fluir la corriente. Inexperta, un día quiso profanar el aire, indagando los áridos confines donde la intemperie impedía la inspiración de sus agallas. Intempestivamente, fue agredida sin conmiseración: colisión brutal por su osadía. (Escarmentaba ya muy tarde el sinsentido de orbes inconexos).
    Vagamente inconsciente, dando coletazos se quejaba: “Raro mundo es éste”. Exánime, transmutó su realidad mortal como carnada para un pez mayor, consciente de la larga agonía que en su exterminio, conllevó habitar un sueño.
                            El develado abismo, cerró sus fauces al caer la piedra. 

                                                                     
VOYERISTA
                                            
(“Toda la historia de la vida de un hombre está en su actitud”. Julio Torri)
                                                                              
Le seducía mirar la insinuante silueta a través de la falda, sus torneadas piernas al subir las escaleras, las incisivas cúspides que repujaban su blusa, los suculentos labios paladeando el café…
¡Qué mujerona inalcanzable! ―se decía.  Pero esa noche, por fin, ella le coqueteó, traviesa, sobre la cama de un hotel. ¡De qué manera acentuaba jadeante el núcleo apetecido de su feminidad!
Él, ¡no daba crédito a su suerte! y ante la erótica pose humectada de lujuria, su obsceno corazón no respondió al lúdico impulso de tan escultural desnudo:
Sus ochenta y un inviernos se esfumaron cual rescoldo, como el resabio de cosas que había sido.
                                      
                         
EL RETRATO
                               
    Al constatar la viuda que en su casa había faltado siempre el preciado retrato matrimonial, contrató los servicios de un fotógrafo venido de la ciudad para que hiciera posar a los consortes, valiéndose de las fotografías –por separado– de cada cónyuge. A sabiendas de que el esquivo occiso ya no podría negarse, la cliente, una vez que hubo escogido sus imágenes predilectas, complacida de imaginar colgado el cuadro como valioso trofeo en la entrada principal de su morada, instruyó al artista, con un aire de envanecimiento: “Le dejo junto a la foto de mis quince otra de mi marido, donde se ve bien presentado. Ah, y para más formalidad, no me gustaría que él saliera en el retrato con el sombrero puesto. ¡Se lo quita, por favor!”. De acuerdo, asintió el fotógrafo, recibiendo las dos fotos y un tercio de la paga por adelantado.
    A punto de marcharse, el artista de la lente, pensativo, se regresa a preguntarle a la mujer: “Oiga, si no es mucha molestia, quisiera saber para qué lado se peinaba su esposo”. –La doña, pelando las órbitas del ojo, rascándose la cabeza le contesta: “Pos ahí se fija, ¿no?, al cabo que le va a quitar el sombrero”.
                                                                                                                                    (Inédito)

FUENTES DE CONSULTA:
(1)Perucho Javier. Dinosaurios de papel. El cuento brevísimo en México. México. Ficticia, 2009
(2)Anderson Imbert E. Teoría y técnica del cuento. España. Ariel. 1992
 (3)Noguerol Francisca: Micro-relato y posmodernidad: textos nuevos para un final de milenio:http://www.educoas.org/portal/bdigital/contenido/rib/rib_1996/articulo4/index.aspx
(4)Morin Violett- Roland Barthes. El chiste. Análisis estructural del relato. México. Edit. Coyoacán. 2006
(5)Fernández Marcial. Un colibrí es el corazón de un dios que levita. México. Ficticia. 2014
(6)Pedraza Alfonso (compilador). Minificcionistas de El cuento. México. Ficticia. 2014
(7)Pedraza Alfonso (compilador). Cien fictimínimos. México. Editorial Ficticia. 2012
(8)Epple Juan Armando. Cien microrrelatos chilenos. Chile. Edit. Cuarto propio. 2002
(9)Obligado Clara. Por favor, sea breve. España. Páginas de espuma. 2013
(10)Guedea Rogelio. La vida en el espejo retrovisor y otros cuentos portátiles. México. Lectorum. 2012
(11)Aridjis Ana. Compiladora. Papeles de viaje. México. Instituto Michoacano de Cultura. 1994
(12)Pacheco José Emilio. Los días que no se nombran. México. Ediciones Era. 2014

Publicar un comentario

0 Comentarios